18.2.13

Un millón cuatrocientos setenta y tres mil doscientos cincuenta y cuatro dólares


         La verdad es que no sé cómo ocurrió con exactitud. Yo me tenía que encontrar con la escribana en la esquina de Riobamba y Bartolomé Mitre para darle el certificado de defunción y el documento de la abuela Martita. La sucesión no termina nunca, y hasta que no termine no podemos vender esa casita en Villa Domínico. La hicimos tasar, y parece que vale como setenta y cinco lucas. Dividido tres, menos los gastos, sirve. Pero la escribana tiene sus tiempos, y siempre pasa algo. Después de casi siete años de tener a la pobre Martita en el geriátrico, que ni siquiera nos reconocía.
         Me llamó al celular, la escribana, habíamos quedado a las seis en esa esquina cerca de su roñosa oficina. Me dijo que se había caído del colectivo, estaba en la guardia del San Camilo. No sabían si era una fractura de tobillo, le tenían que poner una bota de yeso. Sí, claro, dejábamos la reunión para otro día.
         Caminé hasta Callao, entré a tomar una cerveza en ‘La Academia’. De la mufa que tenía, y para dejar pasar un rato antes de volver a casa. No me salía una.
         Se armó un quilombo tremendo. Entró la policía. Hubo un par de tiros y todo, un tipo de bigotes sacó un arma, otro tipo peinado con gel trató de escapar por la parte de atrás del local. La gente gritaba, se hizo un tumulto. Lo tiraron, al de bigotes, al piso, y lo esposaron. En la calle sonaba una sirena, una chica lloraba y gritaba que se había cortado, al caerse, con un vidrio.
         No sé cómo quedó la valija, junto a mis pies.  La agarré, no me preguntes por qué, la agarré y salí caminando, muy despacio, la carpeta con papeles para la escribana en una mano, la valija con rueditas, como si fuera mía.
         Me volví a casa en subte. Me bajé en Lacroze, caminé muy despacio las cinco cuadras, arrastrando la valija. Prendí un cigarrillo. Moni todavía no había llegado de dar clases. Me duché, me puse un short y una remera, me senté en el dormitorio, con la puerta cerrada.
         Abrí la valija.
         Plata. Mucha plata. Toda la plata del mundo. Guita. Tardé un rato largo, porque desarmaba los fajos y contaba, y miraba, y fumaba, y tomaba un poco de tónica de la botella. Y no me lo creía.
         Un millón, cuatrocientos setenta y tres mil, doscientos cincuenta y cuatro dólares (1.473.254 dólares). Ahí, en fajos de diez mil. Crujientes dólares, nuevitos. El olor de la guita inundó la habitación. Como un olor a podrido, pero agradable a la vez. Había un arma, también, en uno de los bolsillos de la valija. Una Ruger 380 lcp, busqué las características por internet. Una pistola que cabía en una mano, chiquita.
         Fumé otro cigarrillo en el balcón, sentado en la silla de plástico Mascardi, viendo cómo pasaban los autos por la avenida. Abril y no refrescaba. Estaba nublado, eso sí, a la noche llovería.
         Al rato llegó Moni.
         –¿Ya llegaste? –dijo desde la cocina.
         –Sí, vení –le grité desde el balcón.
         Entró al cuarto, vio lo que pasaba. Todo el dinero desparramado sobre la cama. La pistola no la vio, la había guardado en un cajón de mi mesita de luz.
         –¿Y esto? –me miró, la miré, me rasqué la panza con el revés de un pulgar– ¿Qué es esta plata?
         –La encontré en un bar –dije–. Entró la policía a detener a unos tipos, y en el barullo quedó la valija junto a mi mesa. Me levanté y me fui, con la valija. No sé por qué.
         –Pero la robaste –dijo ella.
         –No –negué con la cabeza–. Bueno, sí. Me tomé una cerveza, me paré y me fui. Nadie me dijo nada. Nadie me paró.
         Se hizo un silencio. La luz del cuarto estaba apagada, el dinero ahí. Desde el balcón entró, apenas, una brisa.
         –Y qué vamos a hacer –Moni se alisó el pelo, hacia atrás, con ambas manos–. Quiero decir qué vamos a hacer, con esta plata.
         –No sé –dije–. Hoy no cocines. Pedite una pizza, napolitana con ajo  podría ser. O mejor fugazzeta.

10 comentarios:

Unknown dijo...

http://juanhundred.blogspot.com.ar/ , un link mas en mi extensa lista de favoritos, paso de vez en cuando y leo, siempre lo que aquí leo me genera alegría, satisfacción, me gustan y festejo sus textos, lo que no puedo entender es porque solo paso de vez en cuando. Un abrazo, gracias por escribir y compartir señor Juan Hundred.

Bee Borjas dijo...

Al fin alguien es consecuente con una parte tan humana como es quedarse con algo de otro. Así nomás. Sin hipocresía.
Le dejo un saludo, Juan.

J. Hundred dijo...

*unknown! gracias.

*bee borjas! el mundo se divide en dos clases de personas: todos los demás, y yo. la saludo con resquemor.

Juan Sebastián Olivieri dijo...

¡Qué lindo cuando la honestidad riñe con el dinero, y el dinero está del lado de uno!

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! por lo general, es de lo más común, la gente que suele hablar pestes del dinero, es sencillamente porque jamás lo tuvieron. en caso de tener la oportunidad, bueno, les sucede aquello de ‘no hay peor fanático que el converso’. es bueno saber de usted, lo saludo.

Guillermo Altayrac dijo...

Muy bueno. ¡Me encantó el remate!

Dany dijo...

No se porque....pero me encanta Moni.
Abrazo!

J. Hundred dijo...

*guillermo altayrac! por fin, viejo. por fin.

*dany! a mí también, dany, por motivos que hacen a la vida privada de las personas. 1abrazo.

Mr. Kint dijo...

Usted maneja de manera brillante ese recurso de interrumpir intempestivamente con alguna imagen corriente u ordinaria los más estrambóticos acontecimientos que se puedan dar.
Un abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! quizás sólo se trate de una instintiva reacción, como volantear. un abrazo.