Estaba durmiendo. Sí, soy un ser humano, a veces duermo.
Digamos que trato de dormir, para ser más exactos. A veces el bocho se me va a
cualquier lado, todo lo que me salió mal, todo lo que no me salió, esas cosas.
Durante muchos años estuve convencido que lo mejor de mí era la cabeza. No, la
cabeza de la poronga no, la cabeza. La capocha, la mente. Y un buen día te das
cuenta que lo que te está matando, lo que te está haciendo moco, bueno, es la
cabeza. Y ahí sí que no sabés qué hacer, cómo bajarte de vos mismo. Tema chivo.
Estaba durmiendo. Y abrí un ojo. Como se dice en la jerga
militar: sin causa.
–¡Aaahh!
¡Aaaahgsptrbaaa! –Grité. A no más de diez centímetros de mi rostro, sobre la
almohada. Una cucaracha.
Salté
de la cama. Del julepe. Me puse contra la pared. Transpirado, asustado.
Preocupado, triste.
La
cucaracha, siguiendo ancestrales instintos, emprendió la huida. Cruzó la cama
en diagonal, bajó al parquet. Era una cucaracha veloz, una cucaracha con caja
de sexta.
Yo
ya había prendido la luz. Agarré una ojota. Y sí, flaco. Si te despertás con
una cucaracha cerca de tu cara, la tenés que matar. Porque si no la matás, si
la cucaracha consigue darse a la fuga, entonces no vas a dormir. No, no esa
noche, no vas a dormir nunca más en tu vida, sabiendo que la cucaracha está
ahí, en alguna parte. Al acecho.
–¡Hija
de puta! –le pegué un ojotazo, que la paralizó– ¡La puta madre! –seguí pegando,
en cuclillas, ojotazos. Enérgicos, rotundos, algunos absolutamente mal direccionados.
Un par habían logrado abollarla un poco, inmovilizarla en parte. Pero no estaba
muerta, no todavía.
Entonces sucedió algo extraño. Hubo un flash, un fogonazo.
Como si de pronto hubiera sucedido un relámpago, pero dentro de la habitación.
Hubo un sonido también, algo similar a cuando uno abre el agua caliente y el
calefón es muy viejo.
No podía ser real, pero era real. Ahí estaba. La cucaracha.
Pero de pie, sobre dos patas traseras. Y la cucaracha, ahora, medía más de un
metro ochenta. Gorda, corpulenta, la panza rugosa y veteada, sus patas muy
cerca de mi rostro. Las antenas en constante movimiento, el caparazón de un
marrón oscuro, como si un humano robusto se hubiera colocado una suerte de
coraza.
Imposible, aterrador a la vez. Sentí que estaba por
desmayarme en cualquier momento. Retrocedí un poco.
–A ver, forro
–la cucaracha me hablaba, y me señalaba con una de esas patas que tienen ese
horripilante doblez–. A ver si entendés algo de una vez. Yo te entendí, soy una
cucaracha, y estaba en tu cama.
–No,
yo –dije. Solté la ojota. La dejé caer.
–¡Ahora
callate! –se trabó, la cucaracha, sacó pecho. Era difícil mirarla y soportar la
repugnancia–. Ahora callate porque te arranco la cabeza de un mordisco.
–Sí
–dije. Crucé las manos a la espalda.
–Prestá
atención, pelotudo –dijo la cucaracha–. Soy una cucaracha, y estaba en tu
departamento. Okey, hasta ahí estamos. Hacé lo que tengas que hacer. Si me
tenés que matar, me matás.
–No,
bueno –dije.
–¡Pero
me matás de una, forro! –se acercó, la cucaracha. Yo no tenía más lugar para
retroceder–. Porque la naturaleza no tiene problemas con eso. Los leones se
comen a las cebras, los peces grandes se comen a los chicos. Es antropológico,
una noción de universal equilibrio que nos excede, nos contiene, nos abarca. No
pasa nada.
Pensé
que iba a vomitar, sentí cómo me subía una arcada. Algo ácido, caliente.
–Pero
–siguió la cucaracha, y me tocó, la sensación más horrible que yo jamás hubiera
experimentado. Me tocó una mejilla, con una patita que ya no era una patita,
era una pata de casi un metro de largo, con algo parecido a pelos o pequeños
filamentos. Me tocó la mejilla, como si me acariciara–. Lo que no va, lo que la
naturaleza no acepta ni permite, es la violencia innecesaria. El ser humano es
el único animal cruel.
Tragué,
como pude, parte de mi vómito. Asentí, no dije nada.
–Así
que ya sabés –dijo la cucaracha–. Si me tenés que matar, matame. No hay
problemas con eso. Pero no me boludees, porque no va.
Hubo
otro fogonazo, otro flash.
La
cucaracha desapareció. Quiero decir, ahí estaba otra vez, no más de tres
centímetros de largo, caminando con dificultad, intentando salir de la
habitación.
Agarré
la ojota, otra vez.
Solté
la ojota. Pasé por encima de la cucaracha, con mucho cuidado. Fui a la cocina,
me serví un vaso de agua.
7 comentarios:
A mí me gusta la dignidad y la impronta patoteril del insecto. Ese tono que busca hecerte sentir una cucaracha.
Muy bueno.
*juan sebastián olivieri! también puede ser que la cucaracha, no lo descartemos, vio en mí a un par. lo saludo con afecto.
Y qué tal si completa el trabajo. (Me trajo a la Lispector y obviamente alguna que otra experiencia personal con estos animales, que nunca falta.)
Entiendo la cuestión de fondo. y si es así, el ser humano disfruta con el sufrimiento animal, cacería con trampas, corridas de toros,peleas de perros, de gallos, pero en este caso la cuestión es otra, usted es medio pelotudo con la ojota!
De todas maneras lo saludo.
Excelente. Me hizo acordar algunos versos de Bukowski que en diversas ocasiones recurría a imágenes de estos bichos.
Ah, respecto a algún comentario anterior me gustaría trabajar sobre aquel concepto de ser "un pelotudo en ojotas". No sé, algo me dice que esa noción encierra mucho más de lo que parece a simple vista.
Le mando otro abrazo.
Referencia:
the cockroach crouched
against the tile
while I was pissing and as
I turned my head
he hauled his butt
into a crack.
I got the can and sprayed
and sprayed and sprayed
and finally the roach came out
and gave me a very dirty look.
then he fell down into
the bathtub and I watched
him dying
with a subtle pleasure
because I paid rent
and he didn't.
I picked him up with
some greenblue toilet
paper and flushed him
away. that's all there
was to that, except
around Hollywood and
Western we have to
keep doing it.
they say some day that
tribe is going to
inherit the earth
but we're going to
make them wait a
few months.
*maga! me da no sé qué, le tomé cariño (no, a usted no. a la cucaracha). le mando un beso en la frente (no, a la cucaracha no. a usted).
*bob harris! la gente que me ha visto en ojotas, dicen que fue una de las experiencias más traumáticas que han vivido. tome nota entonces, trozo de preservativo. para no decirle pedazo de forro. lo saludo con desdén.
*mr. kint! las últimas tres líneas del poema que usted cita son de una brillantez exasperante. da gusto verlo por acá, esto se ha ido volviendo el cotolengo don orione. lo saludo con inusitada empatía.
Disculpe que insista, pero su aspecto en ojotas no lo se, pero el hecho de que me diga forro no invalida que su puntería para el ojotazo (me baso en los dichos de la cucaracha) deja mucho que desear, o sea, usted es medio pelotudo con la ojota!
Y por otro lado me intriga su intolerancia a la adjetivación negativa, usted que es tan avezado en fracasos, en ser insultado, odiado,y otras agresiones sociales que tan genialmente nos relata.
saludos
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