24.5.13

Caída libre


         Sucedía, qué novedad, que yo andaba con ganas de coger. Por lo general, por todo lo que sufrí de chico, por larguísimos períodos de abstinencia que comenzaron en la adolescencia y se extienden sin dificultades en mi vida adulta, tengo ganas de coger. Sucede que a veces esas ganas se intensifican, me aturden, me impiden pensar en otra cosa.
         Me despertaba a la mañana con el pito muy parado, me quedaba con el labio inferior apenas entreabierto mirando el escote de la señora que me cortaba doscientos gramos de salame en la fiambrería, con el particular detalle que la señora de la fiambrería debía tener unos setenta años o quizás más, cuando pasaban cerca mío chicas que iban al colegio secundario en pollera, olisqueaba el aire para sentir esa deliciosa fragancia a culo sin demasiado uso. Bocanadas de culo fresco.
         Fui a ver a una prostituta. No es lo ideal, por cierto, conviene por lo general coger con alguien que tenga ganas de coger también, eso hace que todo, la situación, se vuelva más amable. Pero sentía que si no la ponía un poco me iba a estallar un huevo. Notaba que mis escleróticas pasaban del blanco a un marfileño matiz, inequívoca señal que la leche me había subido a los ojos. Necesitaba desfogarme.
         Agarré los clasificados en el trabajo, me encerré, hice un par de llamadas. Nada original, por cierto. Arreglé para ir a las seis de la tarde a un departamento en Marcelo T. de Alvear y Suipacha. Trescientos pesos, la chica, decía el aviso, se llamaba Nancy.
         Fui caminando. Luego hice la parte difícil, detenerme en la entrada del edificio, tocar el timbre bajo la despreciativa mirada de un portero, una mirada que parecía decir ‘otro retardado más que tiene que pagar para coger’. Eso hacía que me sintiera mal, un despreciable ser, solo, enfermo.
         Pero las ganas de coger se imponen por sobre casi todas las cosas. Las ganas de coger pueden aparecer en medio de un velorio o después de un terremoto. Las ganas de coger son uno de los motores del universo.
         Toqué timbre arriba, al final del pasillo, 9E. Me abrió una chica, usaba una bata de toalla de un desteñido verde, y dejaba entrever que iba, debajo, en bombacha y corpiño. Tenía el cabello húmedo y recogido. Morocha, no muy alta, culona, con antropomórficos rasgos de haber nacido en el noroeste argentino.
         –Hola, ¿Nancy? –sonreí, transpiraba un poco–. Qué tal, soy Mariano –dije.
         Sonrió ella también, dominaba el oficio. Me hizo sentar en un silloncito y me ofreció un vaso de gaseosa sin gas.
         Hablamos un par de minutos, del clima, del tráfico, generalidades. Le pregunté, otra vez, la tarifa. Me dijo, otra vez, trescientos pesos, un servicio. Saqué trescientos cincuenta pesos y se los di. Me miró.
         –Tratame bien –dije. Siempre creí que es un noble gesto apostar a lo mejor del alma humana. La propina, por algo que no recibiste. La propina por adelantado. No, el mundo no se ordena lustrando a los delfines con Blem, ni impidiendo que se hagan zapatillas con piel de culo de niños africanos. El mundo mejora dando propina, podés ir anotando.
         Fue a guardar la plata a la cocina y volvió. Me puse de pie. Nos abrazamos. Es una parte difícil también, el preámbulo, sin excederse. No te podés poner a besuquearla como si fuera tu novia, las prostitutas no aceptan que las beses. Pero podés tocar un poco, una nalga, las tetas. El cuerpo es la mercadería que viniste a utilizar, para eso pagaste.
         Nancy se sacó con un estudiado movimiento la bata, luego el corpiño, tenía buenas tetas, generosos pezones. Ella me pasó el dorso de la mano por la bragueta, yo le apreté un poco las nalgas mientras me la apoyaba.
         Antes de desvestirme, antes de proceder con la fornienda, algo más. Bajé la cabeza, y me zambullí entre sus tetas. Quería rozar con mi nariz esos maravillosos pezones, retener un pezón en la boca y recordar esa sensación tan cálida, tan dulce. Ya podía sentir mi erección, el desbocado caballo del deseo cruzando las colinas de la desesperación. Sabía que en cuanto la pusiera, acabaría en menos de un minuto. Yo era un kalashnikov, una metralleta uzi.
         Había poca luz. Apoyé una mejilla contra sus tetas, mientras ella me tenía agarrado de la japi, ya me había bajado la bragueta y su mano hurgaba con solvencia. Faltaba que me separase para terminar de desvestirme, y acometiera entonces la tarea como un famélico chancho pecarí, y listo. Fumar un cigarrillo, quizás, saludar. Desde la cocina se escuchaba el sonido de un televisor encendido. Dibujitos animados.
         Pero sentí algo raro. Me separé, había sentido algo extraño. No, ahí no, más arriba. Me pasé una mano por la mejilla, y la tenía húmeda. Instintivamente, me pasé la mano por la mejilla y me llevé los dedos a la nariz, era un olor lejano y familiar. Un dulzón aroma que yo, desesperado por coger, no conseguía descifrar. Pero tenía húmeda la mejilla, y eso era raro.
         –Uy, perdoná –dijo Nancy, fue a la cocina y volvió con una toalla de mano–. Es que fui mamá hace tres meses, y todavía me sale un poco de leche de los pechos.
         Me pasó la toalla por la mejilla. Me volví a sentar en el silloncito, con la desteñida toalla en las manos. Se me había muerto la japi, había desaparecido por completo, muerta para siempre. Mis huevos eran dos arvejas, yo era un asco de persona, un despreciable ser, manoseando las tetas de una mujer que quizás acababa de amamantar a su bebé en la cocina.
         –Bueno, ¿vamos? –Dijo Nancy, y se arrodilló para ayudarme con el pantalón.
         No había ninguna posibilidad de redención para mí. Había caído a lo más bajo, no habría perdón para mi alma.
         Me puse de pie. Para irme. Debía bañarme con detergente, con lavandina, abrazar la religión, irme a meditar a una cueva en el Himalaya, visitar geriátricos y leerle a los viejitos libros de Coelho, no sé.
         –Dale, levantá la pierna –me miró, Nancy, me miró y sonrió lo mejor que pudo–. Yo te ayudo con los zapatos.

7 comentarios:

Desencantada dijo...

Jooo maravilloso, no se si es autobiografico o ficcion (supongo que mezcla de ambas, como en todo escritor). Me llama mucho la atencion leer esto porque siendo mujer es algo que desconozco.
La mejilla mojada me hizo pensar que 1) podia ser chele de otro tipo y te iba a dar asco, 2) sabiendo que largaba chele, te ibas a excitar mas.

J. Hundred dijo...

*desencantada! su comentario, las variantes que ofrece al relato, son de una precisión que roza lo quirúrgico. y debo decirle algo más: cuando usted dice ‘chele’, no sé, a mí me calienta. la saludo con interés.

Unknown dijo...

Hace un tiempo (no mucho) me he dado cuenta que la escasa comprensión que tengo de los actos humanos, los míos y los ajenos, la he logrado a partir de entender que las motivaciones tienen dos componentes, el racional y el instintivo, para las minas, relaciones, y cosas por el estilo prima lo instintivo (el amor, las calenturas, las ganas de vivir con alguien no tienen muchos justificativos racionales) laburo amistades y demás tipo de cosas van más por el de lo racional, entones así tratando de definir estos dos componentes a veces logro entender algunas cosas.
Me parece que de eso se trato la cosa hoy,
Lo que siempre me desbarata el análisis es no saber qué es lo que motiva la compasión.
Como siempre muy bueno lo suyo
Abrazo

J. Hundred dijo...

*bob harris! sigo su línea argumental, y descubro que en muchas situaciones donde es preciso ser instintivo, he sido racional, y en situaciones donde se impone ser racional, he sido instintivo. quizás por eso mi vida sea un desastre, o absolutamente genial. dichas las pavadas de rigor, lo mejor será citar al venerable ciego: no juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras, pueden ser peores o mejores. abrazo de gol.

Unknown dijo...

Sentado en un lugar tranquilo, agradable y meditando un poco, por ahí he deseado poder ser tan racional como sea necesario cuando así se requiera. Y tener domesticada la bestia. Pero de inmediato me doy cuenta que todo sería aburrido, gris o sea un escenario poco propicio para la emoción o la diversión o ya siendo muy ambicioso… la felicidad.
Saludo de respeto

Mr. Kint dijo...

Está bien que la ganas de coger aparezcan en un velorio o después de un terremoto; qué sería del género humano sin esa pulsión de supervivencia, sin ese miedo a la muerte.
Muy bueno. Un abrazo

J. Hundred dijo...

*bob harris! la felicidad es una creación de rubén orlando, solía decir yo en una época utilizando una frase de un comercial televisivo. me parecía algo brillante y gracioso, aunque ahora ya no tanto. lo saludo.

*mr. kint! cada tanto me sucede, cruzarme con alguna mujer con la que, por decirlo de algún modo, cogí. se han ido transformado, sin excepción, en repugnantes seres, quizás debido a un constitutivo rasgo de la personalidad, el carácter, algo relacionado con la esencia. y yo, de ningún modo deseo volver a tener algo que ver con ellas, mucho menos coger. lo que me mata es recordar esa pulsión en mí, esas maravillosas ganas. un abrazo.