30.12.06

Mientras tanto

Me hablan de acontecimientos pretéritos o futuros, de cosas que sucedieron o que van a suceder, de vacaciones pasadas y cumpleaños por venir, y viene a mí la percepción de estar ante gente sin la presencia de ánimo necesaria para vivir el ‘durante’.
Y una de las pocas cosas que me interesa es el 'durante'.

El monumento

En las plazas, en los parques, en los espacios verdes de esta inconcebible ciudad, es posible ver todo tipo de monumentos. Por lo general hay algún hombre, algún caballo, algún escudo. Puede haber también, porqué no, alguna espada. Puede haber también, algún hombre de pelo enrulado, y alguna mujer de pelo recogido, desnudos sin motivo aparente, esperando algo que es para mí ajeno, desconocido.
Los monumentos están allí para dejar constancia de algo que sucedió, algo que salió bien o algo que salió mal, algo que merece ser recordado, algo significativo.
Me gustaría ir alguna vez a una plaza, a un parque, a un espacio verde, donde haya un monumento triangular, tal vez sobre una columna de estilo dórico. Una porción de pizza tamaño natural, en diagonal, ni acostada ni de pie, puede ser muzzarella, puede ser napolitana con ajo, puede ser fugazzetta, con su correspondiente y chorreante queso de bronce. La placa alusiva podría decir algo así: ‘monumento a todas las porciones de pizza, la que usted más recuerde, la que usted prefiera’.
Cuando exista dicho monumento podrán verme una mañana de domingo, sentado por ahí, cerquita.

27.12.06

Mala prensa

Creo que el amor, la amistad, la felicidad, la bondad, la alegría, están, cómo decirlo, algo sobrevalorados. Prefiero, en muchas situaciones, el estupor, la tristeza, la confusión, el fastidio, el desconcierto. Aunque no hayan tenido un adecuado trabajo de marketing, aunque carezcan de un packaging seductor, aunque sean sentimientos que nunca han tenido suerte a la hora de elegir un asesor de imagen.

23.12.06

El sudor, la frente

Voy a reuniones con gente que no conozco, donde se discuten temas que ignoro. Cuanto más callado permanezco, más profundo se me considera. Cada veinte minutos, media hora como máximo, digo un monosílabo, hago una anotación de menos de siete palabras en mi cuaderno, me rasco la nariz. Esto es para constatar que no estoy dormido.
La situación no me resulta paradójica ni trágica. Mientras miro a mi interlocutor de turno, pienso qué voy a querer comer durante la cena.
He tenido trabajos mucho peores.

No moto

Cuando veo una moto pienso en todo el viento en la cara que no sentí; todo el vértigo que me perdí; todos los médanos que no salté; todas las chicas que no se abrazaron con fruición a mi cintura para sentirse protegidas.
La moto me mira, encadenada a un árbol, mientras pienso.
Así que le pego, por todo lo que no sentí, por todo lo que me perdí, por todo lo que no fui. Le pego aunque esté en el piso, aunque no pueda defenderse.

20.12.06

Ajeno

Al despertar por la mañana, al abrir los ojos, descubro que a mi lado, sobre la cama, yace media res. La sangre empapa las sábanas; el olor a carne impregna el cuarto en su totalidad.
Me incorporo. Me siento en la cama. Tengo que bañarme; tomar unos mates; ir a trabajar.
Sé que no es un sueño, sé que no estoy soñando. Si fuera un sueño mío habría una guarnición de papas fritas o españolas, supongo que sobre la almohada, no sé. Habría un humeante puré de papas en alguna parte.

16.12.06

Flaca

En el supermercado, una mujer se despoja de su abrigo; queda en ropa interior, me atrevería a decir con excesivo uso, y de calidad dudosa.
Acto seguido toma una botella de leche, la abre y se la arroja sobre el cuerpo. El método que utiliza consiste en sostener la botella por sobre su cabeza, y dejar que el contenido se derrame de manera anárquica sobre su cabello, su rostro, su dermis.
Repite la operación, con una segunda botella. El grupo de personas que la rodea ya es numeroso. Alguien ha llamado al personal de seguridad.
La mujer toma una tercera botella de leche. Abre la tapa, rompe el aluminio con el pulgar, y repite otra vez la operación. Parte de su rostro, y sus muslos, se encuentran cubiertos del níveo líquido. Se ha formado un pequeño charco a sus pies.
Observo que lleva las uñas de los pies pintadas de negro. Y no todas las uñas; una sí, una no.
Entonces la mujer extrae un encendedor que llevaba enganchado y oculto bajo el elástico de su bombacha. Lo manipula. Intenta encenderse un brazo extendido, luego una pierna. Luego el abdomen. La llama es amarilla y azul, pero la combustión no prospera.
La mujer insiste, se inclina, intenta encenderse una rodilla. La contrariedad asoma en su rostro.
–¡Era con kerosene, con alcohol! –acota alguien de la multitud, alguien que ha alcanzado a comprender las secretas intenciones de la maniobra.
La mujer deja caer el encendedor al piso y mira a la multitud amorfa que la rodea.
–Sí –dice–, pero el alcohol fija las grasas. Yo usé leche parcialmente descremada, ultra pasteurizada, fortificada con hierro, enriquecida con vitaminas A y D...

¡Una macedonia, un peceto, abrí la dos, cerráme la cuatro, un poema con oide!

tal vez sea un asteroide
o quizás un treponema;
puede que mueras de pena
o te asesine un androide.

tengo expresión mogoloide
o de tipo talentoso.
también se ríen los osos
de los mejores romboides.

se me acusa de esquizoide
pero yo me considero
no el último, no el primero.

sólo un tipo que deambula
sin defender causa alguna.
no me rompan los ovoides.

13.12.06

Tributo a la impericia

Si se permite a un gorila aporrear un piano el tiempo suficiente, existirá un momento en el que sonará una hermosa nota.
Será casual y será mágico. Será una cosa bella, y entonces, como dijo el poeta, será una alegría para siempre.
Lo que quiero decir es que sigamos cogiendo. Tenéme paciencia.

9.12.06

En un ascensor repleto de gente

Persona 1: Hola, ¿cómo estás?
Persona 2: Problema mío.

Otro cuento de hadas

Sapo: ¡Princesa! ¡Eh, princesa!
Princesa: ¿Sí? ¿Qué sucede?
Sapo: Aquí abajo, princesa. Al borde de la laguna.
Princesa: Ah, sí. Ya veo.
Sapo: Princesa, ¿no me darías un beso?
La princesa retrocede un paso. Con una mano cubre el camafeo que reposa entre sus cremosos pechos. Su cabello apenas se agita por una brisa que es un dulce soplido. Sus labios refulgen de un rojo que el sapo ha visto o ha soñado en algunas cerezas.
Princesa: Disculpe usted, señor sapo. Pero no acude a mi mente ningún motivo por el cual debiera o debiese acometer tal acción.
Sapo: Entiendo. Claro que te entiendo, dulce criatura. Permíteme que explique. Es que me paso la vida aquí, como puedes ver, en medio del barro. Esperando alguna lluvia, tal vez, algún insecto del cual alimentarme. Soy una criatura abyecta, una repulsiva creación del reino de Dios, una mala broma. Mi piel es fría y verrugosa. Mis ojos exoftálmicos mueven al rechazo inmediato. Mi voz semeja el eructo más soez, por más que recite la más bella de las poesías. Para resumir, princesa, es duro ser yo, día tras día. Un beso tuyo me transportaría al país de los sueños. Un beso tuyo me daría una razón para despertarme por las mañanas con una sonrisa. Un beso tuyo me haría feliz.
Princesa: Ajá. Has sido muy claro, repelente adefesio. Más no puedo aceptar tus motivos. No fui puesta sobre la faz de la tierra para satisfacer apetitos ajenos. ¡Imagina lo que sería mi vida si así lo hiciera! Lo siento, pero la respuesta es no.
Sapo: ¿No?
Princesa: No. Y te recomiendo laves al menos una vez por semana tus oídos purulentos. No puede ser que tenga que andar repitiéndote todo.
Sapo: Pero debieras darme un beso, princesa. No te he contado toda la verdad, todos los motivos.
Princesa: Te escucho, sapo. Pero sé concreto. Mi tiempo es una valiosa mercancía.
La princesa mira su reloj, hecho de esmeraldas y rubíes. Su mano es delgada y sus dedos son largos. El sapo, arrobado, siente que la mano tal vez esté al alcance de un salto y un lengüetazo. El sapo piensa en el tacto de su lengua sobre la tibia epidermis.
Sapo: Es que verás, princesa, soy víctima de un hechizo. No deseo aburrirte con los detalles. El punto es que si logras vencer la repugnancia primera y me das un beso, me transformaré en el más bello príncipe que jamás has conocido. Un príncipe encantado que dedicará su vida a complacerte, a que seas feliz. Un beso tuyo quebrará el hechizo, y seremos felices para siempre. Tan sólo un beso.
Princesa: Conozco la historia, me la han contado. Lo del hechizo, el príncipe encantado, y blablablá.
Sapo: ¡Eso mismo! Se trata de quebrar el hechizo, con un beso. Como verás, la propuesta es más que conveniente.
Princesa: Lo siento, horripilante alimaña, pero la respuesta sigue siendo no. Verás, ya no soy una niña, cómo decirlo, he perdido esa ingenuidad adolescente. Me he vuelto más pragmática, por decirlo de alguna forma. Esto de darte un beso primero, y ver si te conviertes en príncipe después, mmm, no me convence. Me suena a plan de ahorro previo. Prefiero, en todo caso, que hagamos al revés. Conviértete en un príncipe, primero, y te daré los besos que quieras, después.
Sapo: Pero… Es que no funciona de esa forma. Hay que romper la maldición, el hechizo.
Princesa: No. No hay beso, y no quiero volver a repetirlo. No puedo darte crédito.
La princesa decide reanudar su marcha. Sus pies parecen deslizarse, su lánguido desplazamiento semeja el tenue vuelo de una mariposa. Se escucha el frufrú de tules y gasas.
Sapo: ¡Alto!
Princesa: ¿Qué sucede?
Sapo: Entiendo tus razones. Tan solo deseaba agradecer tus palabras y tu paciencia. Además, por las tardes, suele pasar justo por aquí otra princesa. Es grácil, y joven, y más delgada que tú. Tal vez ella tenga la voluntad de atender mis razones. Se la suele ver sin prisa, canturreando, y me ha mirado en alguna oportunidad, sin recelo ni repulsa.
La princesa se detiene. Vuelve sobre sus pasos. Lanza una mirada fugaz en todas direcciones. Luego, con ampulosidad de gestos, se inclina, sin llegar a flexionar sus rodillas. Es una inclinación pronunciada que permite adivinar exquisitas redondeces escondidas. El beso es desapasionado pero generoso; extenso hasta lo inusual, incluso para los habituales espectadores de telenovelas.
Finalmente, y con estudiada lentitud, la princesa vuelve a erguirse; sus níveas palmas tantean que todo haya vuelto a su lugar bajo los tules.
Princesa: Conozco a la princesa que tú dices. Es algo más delgada que yo, puede ser. Pero convengamos que es una tabla, no tiene nada de teta.
La princesa reanuda su marcha, recuperadas sus etéreas cualidades. Se alcanza a oír el piar de un ruiseñor.
Sapo: ¡Princesa! ¡Eh, princesa! Aguarda un instante. Debe estar por desaparecer el hechizo. De un momento a otro me transformaré en príncipe.
La princesa sigue su camino. La princesa no se detiene; no mira hacia atrás. La princesa se aleja.

6.12.06

Sueños

Sueño con sillas vacías. Sueño con frutas mordidas. Sueño con vasos que yacen acostados y tristes sobre alfombras indiferentes. Sueño con lluvias absurdas bajo las cuales nadie camina de la mano, nadie sonríe. Sueño con perros bigotudos que renguean sin que nadie los mire.
Y después sueño con vos. Y me siento mejor.

2.12.06

La importancia de haber leído

Por lo que me contás, las circunstancias que te atormentan, lo que podríamos dar en llamar los hechos relevantes de tu propia vida, son apenas un par de carillas (en cualquier caso no más de cinco) de una novela de calidad dudosa.
Lo que te quiero decir es que te calmes. Que no jodas.

Diego Fussi, el de 'Los Fuckers'

Dónde estoy. Tres posibilidades.
1)Estoy en Mónaco. Voy caminando por una callecita estrecha. Llevo puesto un short y ojotas. Voy con el torso descubierto. Llevo en mi mano una bola de fraile, con mucho azúcar.
2)Estoy en Madrid. Es diciembre. Estoy de pie, en una esquina que no deseo precisar en este momento. Fumo un cigarro. Dejo el cigarro colgar de mis labios, y meto las manos en los bolsillos de mi gabán. Está nevando.
3)Estoy en Buenos Aires, en un bar. Tomo café y miro a través de la puerta entreabierta.

–Diego –dice una voz. No levanto la vista; no soy Diego. Sigo con mi lectura.
–Diego –la voz insiste; más cerca. Veo, junto a mí, unos bellísimos pies dentro de unas sandalias que me transportan a la adolescencia.
Dejo el libro, levanto la vista. La chica tendrá diecisiete años, diecinueve a lo sumo. La chica me habla a mí.
Es preciosa. Está dormida. Lleva puestas sucesivas capas de ropa: blusas multicolores, remeras, algún chaleco, algún pulóver. Los jeans gastados, pegados al cuerpo. Es flaca, es huesuda, es morocha y tiene el pelo sucio.
–No –le digo–. No soy yo –Si yo tuviera que volver a enamorarme, alguna vez, me enamoraría de una chica así. La chica tiene los ojitos apenas abiertos y una sonrisa como un atardecer en la playa.
–Diego Fussi –da un pasito adelante, uno atrás; sus movimientos son lánguidos. Deja una mochila pequeña junto a sus pies–. El de ‘Los Fuckers’.
–¿Cómo?
–Diego Fussi, el de ‘Los Fuckers’ –se ríe, me da una mano que no puedo rechazar.
–Me parece que estás equivocada –es tan linda que no puedo dejar de mirarla.
–Estuviste tocando por la costa, todo el verano –revuelve dentro de una cartera de lana que cuelga en diagonal por sobre sus pequeñas tetas. Saca un paquete de cigarrillos, saca un encendedor, saca un volante que anuncia un recital; el volante es un pequeño rectángulo de papel, en blanco y negro, arrugado. Enciende un cigarrillo y pita. Deja el paquete y el encendedor sobre la mesa. El encendedor es amarillo. Miro sus manos.
–No –es lo único que digo. Es lo único que me sale.
–Te seguimos con mis amigas, no nos perdimos ni un recital. Estabas en llamas –se acomoda el pelo, sonríe; está recordando algo que yo hice, algo que la conmovió profundamente; algo que le parece, aún hoy, bárbaro–. Estabas iluminado. Nunca habíamos visto a alguien cantar como vos, decir las cosas que dijiste.
–Escucháme…
–Estuvimos en Mar Azul. ¡Mar Azul! Cuando te tiraste del escenario y te agarraste a trompadas con los pibes que nos estaban molestando. Después subiste y seguiste cantando, como si nada. La sangre te chorreaba por la cara y vos te relamías y seguías cantando.
–Estás equivocada, no soy yo.
–Cuando se lo cuente a mis amigas no me lo van a creer. –Apaga el cigarrillo, se acomoda el pulóver, y se mueve, no para de moverse, como una ardilla o un colibrí, no puede quedarse quieta. Yo estoy tan viejo, tan cansado. Ya debería estar en la oficina. Cuando llego después de las 9 y 30, el subgerente se pone como un desquiciado.
–¿Cómo te llamás?
–María. María Laura, pero todos me dicen Luli. Vos también me dijiste Luli, una vez. Después de un recital nos quedamos todos tomando cerveza, y fuimos a la playa, y vos te metiste desnudo al mar. Y cantaste una canción, y me dijiste Luli. Dijiste ‘esta canción es para Luli’, y yo no podía parar de llorar de la alegría. Sos un capo, Diego. Un capo.
Le debo llevar quince años, o veinte. Pero la chica parece no darse cuenta. Ni le presta atención a mi camisa con el cuello que no resiste un solo planchado más. Ni a mi corbata raída. Ni a mis ojeras de quince años de oficina y subte y un sándwich de parado. Me tengo que ir a trabajar. Hay que hacer las certificaciones, presentar los presupuestos, legalizarlos.
–Diego Fussi, no lo puedo creer. Debe ser mi día de suerte, o mi regalo de cumpleaños. Aunque falta un mes. ¡Eso! Tiene que ser mi regalo de cumpleaños. –Me mira, con las manos en la cintura–. Me sé todos tus temas, de memoria. Decíme cualquier tema y vas a ver cómo te lo canto.
Me tengo que ir. Pagar el alquiler. Seguir con mi vida.
–Claro que me acuerdo. Cómo no me voy a acordar de vos, Luli. Lo que pasa es que el verano, viste, cómo extraño el verano. ¿Desayunaste? Sentáte, Luli, que yo lo único que tengo para hacer es esperar el verano.

29.11.06

Botiquín

Cuando alguien se enferma, cuando alguien se siente mal, suele abrir el botiquín (por lo general ubicado en el baño de la vivienda) en busca de una pastilla, un jarabe, una crema, una pócima que permita aliviar la incomodidad, la dolencia.
En el caso de quien esto escribe, descubro de manera tan unívoca como invariable que las pastillas, los jarabes, las cremas, las pócimas, están vencidas.
Esta situación quiere decir dos cosas.
1)Que la dolencia que me aqueja ya me ha visitado, alguna vez, en el barro que hemos dado en llamar ‘pretérito’.
2)Que han pasado un par de años desde que compré ese remedio. Que el tiempo pasa.
La situación quiere decir algunas cosas más, pero son más bien tristes. Preferiría no entrar en detalles.

25.11.06

Princesa, princesa

Le regalé un cactus en lugar de una rosa, para que comprendiera que mi amor tiene cualidades perdurables.
–Sí, pero la rosa es bella –dijo ella.
–La belleza es fugaz, es efímera, es un instante –dije yo.
–Sí, pero el cactus pincha –dijo ella.
–Debe pinchar, a veces. Debe tener ese costado doloroso, es parte de su naturaleza –dije yo.
–Sí, pero la rosa tiene su aroma, su fragancia capaz de endulzar el alma –dijo ella.
–Es justamente esa cáscara de sensualidad la que te traerá inmediatos desencantos. Lo que te dejará melancólica y triste. Lo que te dejará un regusto amargo sobre tu almohada cualquier mañana de invierno.
–Sí, pero… –dijo ella y exhaló un suspiro. Hizo un mohín. Se acomodó con dos dedos el cabello detrás de una de sus orejas de porcelana.
–¡Okey, ya entendí! Es que el cactus estaba en oferta. Mañana te traigo rosas. Esperáme hasta mañana. Es un día, nomás. Dale.

Bajo la lluvia, again

Esta ley física ya fue enunciada, pero no veo porqué no puedo repetirla, en tanto fui yo mismo quien la enunció.
Dice así: a mayor tamaño del paraguas, menor será el tamaño del pito de su portador.
Así que cuando me cruzo por la calle con alguna mujer que camina, protegida, por un hombre portador de lo que podríamos denominar, en términos técnicos, una sombrilla, bueno, creo que por un instante los tres sonreímos, como quienes comparten un secreto que debe ser callado.

22.11.06

Azúcar

Se me acerca el mozo. Deja la bandeja y el trapo rejilla en otra mesa. Toma un sobrecito de azúcar. Lo abre. Espolvorea el contenido del sobre, justamente sobre (valga la redundancia) el diario que estoy leyendo.
–Permítame endulzarle un poco la realidad –me dice.
No estoy en condiciones de discernir si merece una trompada o una propina.

Para una vida semiplena

Desde que no voy a ser lo que quiero, entonces no veo inconvenientes en ser lo que vos quieras.

18.11.06

Permanecer callado

En las series de televisión, cuando un policía atrapa a un ladrón, por lo general después de tener que correrlo algunas cuadras, por lo general después de haber trepado un alambrado, o saltado del techo de un edificio a otro, por lo general agitado pero no por eso menos satisfecho, entre las cosas que le dice, una es ‘todo lo que diga puede ser utilizado en su contra’.
¿Hace falta aclarar esto? El ladrón, el policía, el espectador, todos hemos tenido alguna novia, alguna vez.

Desconsuelódromo

Envejecer, fracasar, saber que todos y cada uno de los sueños infantiles no serán siquiera rozados con la punta de los dedos, es una de las cosas más terribles, más desgarradoras. Dan ganas de llorar.
Pero podría ser peor, creéme. Mirá por televisión algún documental de una tribu de Africa. Mirá un ciervo tratando de tomar agua en un río infestado de cocodrilos. Mirá en el supermercado a la cajera de la caja cuatro. Mirá en el subte, una cara. Mirá a tu vecino. Vos mirá.

15.11.06

Sustancial, sustancia, sustantivo

Despojado de toda pretensión, estoy en condiciones de afirmar que, bueno, si me despojo de toda pretensión, francamente, no estoy en condiciones ni de rascarme el culo.

Flipper, et al

Los delfines, está demostrado, son animales de una inteligencia superior. Abundan los documentales que dejan debida constancia de la cuestión. También, sus rostros exhiben esa bobalicona semisonrisa que suelen tener los niños pequeños, yo mismo en su momento, cuando intentan resistirse al cada vez más incontenible deseo de hacer pis.
Me sorprende lo poco que se ha mencionado el tema.

12.11.06

De reunión en reunión

Al ser convocado a un ‘brainstorming’, siento que lo mío es aportar el ‘storming’. Esa es mi misión; para eso fui llamado. Eso es lo que puedo dar.
El 'brain' ponélo vos, campeón.

Querida

cuando la lluvia se seque sobre el asfalto indiferente,
cuando el fracaso justifique lo anterior (–sic–),
cuando ya no tengas tiempo para no tener tiempo,
querida

cuando no te acuerdes qué ibas a hacer con todos tus talentos,
cuando lo que salió mal sea mejor que lo que salió peor,
cuando te de el mismo susto un espejo que un consejo,
querida

cuando los domingos te caigan encima como macetas,
cuando te de miedo dormir con la luz apagada,
cuando no queden risas, ni quejas, ni nada.

cuando llores en el cine por cualquier beso
y te gusten las películas donde ganan los presos
y te espere la gotera, tus plantas, tu perro.

8.11.06

Communism revisited

Cada vez que alguien invoca la tan altruista como imperativa necesidad de compartir se refiere, sin excepción, a compartir aquello que no es suyo, aquello que no le pertenece, aquello que no es de su propiedad si nos circunscribimos a la legislación que versa sobre la materia.
Es entonces mi parecer que a la hora de compartir, parece resultar conveniente el comenzar siempre compartiendo lo ajeno.

Mal perdedor

Después de veinte años de combatir la caída del cabello, he decidido dejar de luchar. Me entrego a fuerzas superiores, muy por encima de mi comprensión y raciocinio. Ha vencido la ley de gravedad; la dotación genética; la madre naturaleza; el paso del tiempo; el croupier celestial que quita y otorga recursos.
Esta actitud, lejos de recurrir a impericias conceptuales de índole cosmético, me vuelve más sabio, más puro.
Eso sí, al que me diga ‘qué hacés, pelado’, lo reviento.

4.11.06

Ida y vuelta

En la televisión entrevistan a un hombre más o menos conocido. El motivo de la entrevista, al parecer, es que el hombre volvió de la muerte. Así es como lo dice. Estuvo muerto, y volvió. Fue y vino. Tiene tatuado en el rostro una sonrisa que rebalsa, en indefinibles proporciones, imbecilidad y beatitud.
El hombre que volvió de la muerte dice que la experiencia lo cambió por completo. Dice que desde que volvió es otro; está distinto. Dice que no hay que tener miedo. Dice que está escribiendo un libro para contar su viaje, su cambio, su experiencia.
Lo que más me inquieta de sus palabras es que el viaje, su descripción, no difiere en demasía de cualquier viaje en subte.

Dos veces

Decía Poe, cita Asis, repito yo, que lo intenso, por una ley poéticamente física, es breve.
Recuerdo, vaya uno a saber porqué, aquello de ‘lo bueno, si breve, dos veces bueno’.
Así que, con la libertad que suele otorgar una sinapsis idónea, pienso, digo: ‘lo intenso, si breve...’.
Puta madre.

1.11.06

8

Debo confesar que no he llegado a ser ni la octava parte de lo que me hubiera gustado ser.
Los otros siete octavos se me han ido en pagar el gas, lavarme los dientes, asistir a un par de cumpleaños. Esas cosas.

Con la rima de tu prima

sin perjuicio de lo expuesto
deseo manifestar
que fui echado con lo puesto
de ese infecto lupanar.

dejo entonces la constancia
de mi humilde berretín;
me habré tomado tres gancias
y asomó mi pitilín.

me paré sobre la barra
y grité ‘¡que me la chupen!
pero que sea con garra’.

aún más triste que el ridículo,
que el dolor, que la maldad,
es la mala voluntad.

28.10.06

Dulce de leche, chocolate

Si se procede a la ingesta de un alfajor de chocolate con dulce de leche, no se logrará comprender ni por asomo las complejas diferencias entre círculo y circunferencia.
Tampoco se entenderá, no, el significado del diámetro.
Se ignorará por completo en qué consiste el radio.
No se estará ni cerca de acercarse a las enigmáticas y procelosas aguas del número pi.
En resumen, al ingerir un alfajor de chocolate con dulce de leche, no se aprenderá nada de nada. Un alfajor no ha vuelto, jamás, mejor a nadie.
Pero no sabés lo rico que estaba.

Ensimismáte, ¡es gratis!

Todas las personas, alguna vez, suelen cometer la chiquilinada intelectual de sentirse imprescindibles en algún rubro del horóscopo.
Se trate de trabajo, se trate de amor, la implícita circularidad del argumento redunda, una y otra vez, en la imposibilidad de imaginar el mundo sin uno. Es decir, el que piensa, no puede imaginar el mundo sin el que piensa, léase él mismo.
En lo que a mí respecta, nunca he tenido demasiados inconvenientes en imaginar el mundo sin mí. Lo que no puedo hacer es imaginarme a mí, sin mí. Eso no me sale.

25.10.06

After Coelho

Dejá de prestarle atención al ‘qué’. El ‘qué’ es para un grupo reducido; poca gente, tipos con talento, con habilidades no tradicionales. No es para vos; no te metás; mirá cómo tenés la cara. Las frustraciones son acumulativas, como las piñas, como los rayos de sol.
Concentráte en el ‘cómo’. El ‘cómo’ es para tipos como nosotros; hasta yo me animo a pegarme una vuelta en ‘cómo’. El ‘cómo’ cada tanto te tira un churrasco; el ‘cómo’ es para cualquier salame.
Hacéme caso; donde veas al 'qué', rajá, cruzá de vereda, no digas nada. Lo tuyo es el 'cómo', lo mío es el 'cómo', no jodamos.

Terremotos, tornados

Ella conoce, con cuatro decimales, lo acontecido en el último tsunami. La oigo hablar por teléfono –hace una hora– al respecto. Pero, advierto, mientras hiervo el agua para los spaghetti, que se olvidó de comprar queso rallado. Para la cena.
Cómo explicar lo que siento. Cómo explicarlo.

21.10.06

Pesos y medidas

Con peligrosa periodicidad, mi casilla de correo electrónico es bombardeada por lo que se ha dado en llamar ‘correo basura’, o ‘spam’, o algún varietal de imbecilidad cibernética por el estilo.
Deseo detenerme en uno de los mails más asiduos, que repiquetean cual pájaro carpintero contra mi ‘buzón de entrada’, o ‘inbox’, o como se llame.
El mail se titula ‘enlarge your penis’.
No me molesta, he llegado a la conclusión, el ‘correo basura’, más que el correo ‘no–basura’, o de interlocutores conocidos. Aprende uno a borrar de manera indiscriminada emails, como quien ha aprendido por las noches a lavarse los dientes. Se requiere de la misma actitud, del mismo empeño.
Lo que me inquieta, lo que me preocupa, es que alguien que ni siquiera se ha tomado el trabajo de conocerme, se atreva con semejante sugerencia.
Ahora, si el email estuviera titulado 'enlarge your soul', bueno, vaya y pase. Quién sabe si no lo leería.

Iluminaciones de índole político

‘Donde hay una necesidad, nace un derecho’, dijo, alguna vez, Eva Perón, o así la citan.
Así que repetí la frase, de pie, imitando la voz del General (especialidad de la casa; no sé imitar la voz de Evita) para luego abalanzarme sobre la chica que me acompañaba. Arrojé un beso que aterrizó en una carótida, y mis manos pugnaron por apretar un seno, manotear una nalga.
Ella se liberó de mis torpezas con displicencia, me arrojó la Mirinda en el rostro, y se marchó dando un portazo.
Fue entonces cuando el peronismo empezó a calar hondo en mí.

18.10.06

Enigmas

Existen, como todos los presentes sabemos, paradojas matemáticas cuya solución jamás ha sido encontrada. Como si desde el fondo mismo de la historia alguien, una entidad superior, se empeñara en fastidiarnos con la sutil manera de dejar como olvidados, aquí y allá, detalles, migas de pan celestial que no pueden ser digeridas por nuestras primitivas inteligencias.
Es en este sentido que aprovecho el cónclave para dejar esbozada, en pinceladas gruesas, una más. Una paradoja más.
La formulo, entonces, para que la misma sea sometida a un minucioso análisis.
Hay más boludos que gente.

15.10.06

mamá, mamita,
qué alegría inmensa
aquella plantita
que planté en la huerta
ha dado una flor

una flor solita
tan blanca, tan linda,
¡una margarita!

y yo la arranqué.
¿hice mal, mamita?

mejor hubiera sido
dejarla en la planta
y mostrarle a todos
la florcita blanca.

pero yo pensé:
esta margarita
tan linda, tan blanca,
es para mamita
que tanto me ama.


*quien esto escribe se seca las lágrimas, y se disculpa. quien esto escribe no consigue recordar si el poema fue copiado de un manual kapeluz, en tercer grado, tal vez. o si es de su autoría. o si lo robó. o si lo soñó. ¿qué importancia puede tener eso?
*por las dudas, se aggiorna el poema a las circunstancias, para esa legión de hombres y mujeres de buena voluntad que a veces no están preparados para la dulzura en estado puro.
*puede utilizarse el que parezca más atinado. dicho de otra forma: táchese el que no corresponda. y más disculpas, porqué no.


mamá, mamita,
disculpá la facha
pero estuve en creamfields
tomando merluza
y no sé quién soy

si pablo lescano
tal vez víctor sueyro
¡beatriz salomón!

pero vine igual.
¿hice mal, mamita?

mejor hubiera sido
lavarme los dientes,
hablar con Miroli,
ir a ver a bó (dale bó).

pero yo pensé:
aunque pishe verde
y ande de caño,
guardo tus caricias
en mi corazón.

14.10.06

Reinterpretación de parábolas bíblicas (desde algún Departamento de RR. HH.)

No les des pescado. Y no, tampoco les enseñes a pescar.
Desvincúlalos, despídelos.
Envíales el telegrama, de inmediato.
Antes que sea demasiado tarde.

Experimentos de carácter semiótico que te cambiarán la vida

Si uno concurre a un restaurante. Un restaurante donde se coma, por lo general, carne. Y se pide chinchulines. Y luego, cuando a uno le traen el plato de chinchulines, uno debe estudiar, por un instante, el plato. Elegir, entre los chinchulines, uno en particular. Uno que sea casi un redondel perfecto. Se lo debe tocar con dos dedos, índice y pulgar, para verificar su consistencia, su textura. El chinchulín debe ser gomoso, grasoso al tacto, de material flexible, aunque resistente incluso al primer corte de un cuchillo afilado.
Se toma el chinchulín seleccionado, entonces, y con un diestro movimiento debe uno colocarlo detrás de una oreja. La oreja debe ser propia. La oreja debe ser la que el individuo utiliza con habitualidad para hablar por teléfono.
El chinchulín, que viene de la cocina por lo general con un corte que altera su casi perfecta circularidad, se adaptará de inmediato y con suma facilidad a la oreja elegida.
El chinchulín está caliente. Me atrevería a decir que el chinchulín quema.
Hecha la mencionada operación, uno se ha colocado el chinchulín como si se tratara de un adminículo habitual en los teléfonos celulares de más alto desarrollo tecnológico.
Alguien en el restaurante, porque siempre habrá alguien en el restaurante, o incluso si uno ha concurrido acompañado por alguien de su confianza y estima, habrá observado la maniobra y se lo quedará observando. Al ejecutor. A usted. Que lleva un chinchulín colocado detrás de una oreja.
Puede entonces usted adoptar la postura de quien escucha algo de suma importancia. Puede usted hablar, como si estuviera interconectado con seres de otra galaxia. En cualquier caso, se lo aseguro, usted no escuchará nada, ni recibirá respuesta alguna a sus palabras.
Debe entonces usted pedir la cuenta y retirarse del establecimiento, circunspecto, pensativo pero no apesadumbrado, y partir del establecimiento siendo el original portador de un chinchulín detrás de una oreja.
Y no volver más, al establecimiento. Nunca más.

11.10.06

Un Magritte, en el Reina Sofía

España. Madrid. Museo Reina Sofía. Un hombre, en adelante el ‘Hombre 1’, contempla un cuadro. El cuadro es un Magritte. El cuadro es de Magritte, pero no, no es el cuadro del hombre con bombín, y una manzana que le cubre parte del rostro. Es un Magritte, pero otro.
El Hombre 1 contempla el cuadro en silencio; lleva en tal actitud sus buenos diez minutos. Dada la hora del día (es de mañana, temprano; también es diciembre y en la calle hace un frío que pela) la sala está casi vacía.
Se acerca un hombre, en adelante el ‘Hombre 2’. Por la sonrisa en sus labios, y la familiaridad con que se acerca, es evidente que se conocen, que son amigos. Tal vez han venido juntos, no digo a Madrid, pero sí al Museo Reina Sofía.
Se produce entonces, entre el ‘Hombre 2’ y el ‘Hombre 1’, el siguiente diálogo.
H2: ¿Y? Estás mirando el mismo cuadro hace media hora.
H1: Está torcido. Si te fijás bien, está torcido.
H2: ¿Eso? Pensé que te fascinaba esa pintura. No, no está torcido.
H1: Te digo que está torcido.
H2: No creo, che. Quizás sea otra cosa. Quizás tengas un huevo más pesado que el otro.

Abandónico

Ser abandonado puede parecer una experiencia traumática; no lo es. Tal vez debiera ser tomado como un ejercicio zen. Algo saludable. Algo purificador. Es más, me atrevería a recomendar ser abandonado al menos una vez al año. Chocar contra el imposible del otro; descubrir con estupor que las circunstancias son ajenas a la propia voluntad.
Recibir entonces, con hiriente meticulosidad, el detalle, el porqué lo de uno no fue suficiente, no alcanzó. Aprender que no se estuvo a la altura de las circunstancias, de las expectativas. Aceptar que uno fue desbordado por la situación, como un nadador más o menos idóneo, a quien el mar decide recordarle quién es el invitado y quién es el dueño del juego.
Ser abandonado, estoy seguro, te vuelve mejor.
Ahora, si sos abandonada, es tremendo. No sé, matáte. Hacé un curso.

7.10.06

Un poco de tic, y un poco de tac

el tiempo
es una chica de quince
que te pregunta la hora

y te dice
'gracias, señor'

Significante, significado

Perdón por insistir, pero la frase ‘no se debe llorar sobre la leche derramada’, me visita en sueños; me atormenta.
¿Y sobre la teta derramada?

7 epitafios

Una pregunta clásica de periodistas profundos (si la contradicción es admisible), cuando entrevistan a alguna celebridad, a alguna figura que ha alcanzado reconocimiento por sus cualidades o por la posición que ocupa en el complejo entramado del planeta tierra, es consultar al entrevistado acerca de su propia muerte, tema escabroso si los hay, y tal vez, porqué no, consultarlo sobre qué le gustaría que dijera su epitafio.
El tema me parece absurdo y trillado, pero me siento con ánimo de ayudar, así que ahí van un par de sugerencias.

1) Qué loco todo.
2) Qué mirás, gil.
3) ¿Te debo un envase?
4) No voy a poder.
5) Ya sé; salió mal.
6) Por favor, no me lo cuentes. No quiero saberlo.
7) Tenéme paciencia; voy a mejorar.

4.10.06

Descalzo, en África

Necesito zapatillas para correr. Así que concurro a una casa de deportes. En las casas de deportes, venden zapatillas.
Me pongo a observar un despliegue inaudito con la más amplia diversidad de calzados deportivos. Se me acerca un vendedor (en adelante ‘V’). El que inicia la conversación soy yo (en adelante ‘Yo’).
Yo: Hola. ¿Estas zapatillas son para correr?
V: Sí.
Yo: ¿Y éstas?
V: También.
Yo: ¿Y éstas?
V (mirando al horizonte, al cielo, a la nada): Sí.
Yo: ¿Todas son para correr?
V: Sí.
Yo: Sucede que veo zapatillas de $ 199, y zapatillas de $ 379. ¿Cuál sería, en grandes rasgos, la diferencia?
V: Estas tienen DMX –señala las de $ 379.
Yo: Ajá, entiendo. ¿Qué es el DMX?
V: Fijáte. Puede que vos necesites que tengan ‘torsion bridge’.
Yo: Torsion bridge... ¿Te parece?
V: Depende si sos más de cross, o adventure, o si estás buscando algo tipo ‘premier road’, con ‘foam impact’.
Yo: Claro, claro. Seguro. ¿Y éstas?
V: Esas son ‘Swara’.
Yo: ¿Swara?
V: No tienen el ‘bridge’, pero tienen refuerzo de polipoliurestanopropilénico.
Yo: Entiendo. ¿Y me conviene con torsion bridge, o DMX?
V: ¿Vos qué querés hacer?
Yo: Correr. Yo debería correr. Necesito zapatillas, bueno..., zapatillas para correr.
V: Estas que ves acá (abarca con sus brazos la pared donde deben estar expuestas, entre ochenta y doscientas variedades de calzado) son parra correr. Fijáte cuál te gusta y me llamás. Yo estoy para eso.
Yo: ¿Vos trabajás acá?
V: Sí, en este piso.
Yo: Gracias. Yo cualquier cosa te llamo

Agradecimiento

Cuando alguien me dice que me quiere, no le creo. Me conozco hace ya muchos años; cómo podría creerle.
Prefiero alguien que no logra ocultar el singular desprecio que siente hacia mi persona; un desprecio natural, sin fundamento. Y aún así, ese alguien decide quererme, por motivos difíciles de discernir. Tal vez desea domesticar su repugnancia; tal vez le gustan los desafíos; ver cuánto es capaz de soportar; descubrir que jamás imaginó cuán lejos podía llegar; maravillarse ante su propia voluntad para continuar, para seguir.
En cualquier caso, considero que cada vez que el fenómeno tiene lugar, que soy querido, es por motivos en su totalidad ajenos a mi voluntad. Como los terremotos, o las catástrofes climáticas.

30.9.06

Mientras le pase a otro

Con preocupante regularidad, alguien se me acerca, en la oficina, para decirme que estoy más viejo, más gordo, más pelado. En resumen; alguien desea dejar constancia de mi deterioro.
Los comentarios, si se piensa, adquieren ribetes de escandalosa obviedad.
Lo que no entiendo es de qué te reís.

Las aceitunas te cambian la vida

Ella abre la puerta a las seis y cuarenta y cinco, cuarenta y siete a lo sumo, como cualquier otro día. Vuelve del trabajo. Entra al departamento, de memoria, sin encender la luz todavía. Se saca las sandalias dando una corta patada, como un caballo en miniatura. Y por la intensidad de esa patada, por el ruido que haga su primer sandalia al caer, y también por la intensidad del ruido que escucho cuando ha cerrado la puerta del ascensor, por esos dos sonidos, calibrados en mi mente con milimétrica precisión, sé con exactitud cuál es su estado de ánimo.
No hace falta que aclare que en los últimos meses el sonido de la puerta del ascensor ha alcanzado entidad de estampido. Y el sonido de las sandalias es un cachetazo. En realidad, dos.
Así estamos.
Aguardo en silencio, en penumbras, oculto tras el respaldo del sillón. Estoy calmado.
Entonces descubre que algo diferente está sucediendo. No hay forma que no lo note. No podría dejar de notarlo.
–¡Pero! ¡Pero qué pasa! –Enciende la luz.
Me pongo de pie, frente a ella. Estoy en shorts. Mi pipa preferida en los labios.
Ella mira hacia abajo. Descubre que el piso del comedor está tapizado de aceitunas. Descubre que ella misma, sus pies, son una isla en medio de un mar de aceitunas.
Se toma con una mano la frente; con la otra, intenta tomarse el corazón. Observa sus sandalias, que han caído sobre aceitunas. Las aceitunas han sido prolijamente desplegadas. Se podría afirmar, sin temor a caer en la metáfora, que el suelo es de aceitunas. Miles de aceitunas.
Las aceitunas brillan de aceite. Algunas, como si de una laguna se tratara, se mueven, cuando alguno de nosotros, ella o yo, nuestros pies, se mueven.
–¡Qué es esto, por Dios! ¡Qué pasó! –Siente que se va a desmayar, pero se detiene en su andar hacia el sillón más cercano. Se resiste a avanzar, se resiste al contacto de los dedos de sus pies con las aceitunas.
Vuelvo a sentarme y miro por la ventana. Los autos se pierden a lo lejos, por la avenida que nunca termina.
No hace mucho, en otra tarde parecida, ella me dijo que nunca nos sucedía nada original, nada diferente. No hace mucho me dijo que se aburría.

27.9.06

Supervivencia

El hombre, en medio de la fiesta, cuenta que practica una disciplina llamada ‘supervivencia’. Es médico, oftalmólogo. Pero no es lo que en verdad le interesa. La pasión que lo consume es la ‘supervivencia’. Por lo que cuenta, existen diversos tipos de competencias. Tener que correr durante veinticuatro horas consecutivas, por ejemplo, con sólo veinte minutos para descansar. O ser arrojado al mar, bien lejos de la costa, y tener que luchar por su vida. Exigir al cuerpo y ver hasta dónde puede soportar, eso es lo que lo conmueve. Cuenta que ha llegado a beber su propia orina, mientras se hallaba recorriendo algún desierto.
Una mujer escucha, fascinada. Otra sonríe. Otra, con lánguida sutileza, deja su copa de champagne.
El oftalmólogo se muestra encantado de ser el centro de atención. Tendrá unos cincuenta años, y es delgado, con el cabello gris plata, la piel dorada por el sol.
Alguien me toca con un codo, me mira, quiere saber mi opinión. Pierdo de vista por un momento a la chica que se desplaza entre la gente con la bandeja repleta de empanadas. La imagino desnuda, sobre una cama, con todas las empanaditas a su alrededor, a modo de guarnición.
–Lo lamento –respondo–; pero lamento tantas cosas, que una más no creo que me haga ningún daño.

23.9.06

Valeria, Vanesa, Verónica, Victoria, Violeta, Virginia, Viviana

Entonces metí la mano por debajo de la camisa, costó un poco, se escuchó un sonido apagado, grave, sordo, tuve que tirar con fuerza, dar un verdadero tirón.
Apoyé mi corazón todavía palpitante, todavía caliente, húmedo, sobre la mesa del bar, entre el plato donde descansaba una medialuna, de grasa, y la jarrita de agua.
Ella pitó un cigarrillo. Jugó con un índice a enroscar y desenroscar uno de sus demasiado maravillosos para ser descriptos bucles color miel. Hizo luego un imperceptible gesto, hacia atrás, dejando que su antebrazo se apoyara contra el filo, el borde donde concluía la superficie de la mesa. El cigarrillo era un dedo más, displicente, humeante, apuntando hacia abajo, a mi corazón.
Y bajó, por un momento, por lo que dura un momento, nada más, sus ojos, para mirarse el vestido, para constatar que no la hubiera salpicado en la maniobra.

Por la oreja

Sonó el despertador. Por fuerzas ajenas a mi voluntad y raciocinio, me puse de rodillas en la cama, a la altura de la almohada. Tomé la cabeza de la mujer, semidormida, e intenté fornicar con su oreja, por espacio de unos tres minutos. Empujé y empujé. La mujer por un momento intentó girar la cabeza, entendiendo que el requerimiento era diferente, que apuntaba a otra cavidad. Pero no; no era un error movido por el sueño o la ingesta de alcohol durante la noche previa. Era mi pito luchando por abrirse paso contra su oreja izquierda.
Al cabo de un rato, desistí. El acople, el ensamble, el encastre mínimo y necesario de los elementos participantes no se había producido.
Sin embargo, y aunque parezca inverosímil intentar una explicación, la experiencia había resultado gratificante y satisfactoria. Lo afirmaría ella en ronda de amigas, no mucho tiempo después.

20.9.06

No llueve

Bajo el sol. Esperando que un semáforo, una convención cromática, lo autorice a cruzar la avenida 9 de Julio, hay un hombre. De impecable traje, moño algo torcido, zapatos recién lustrados. Tiene el cabello blanco y alborotado.
Es delgado, mayor. Muy mayor.
Sostiene un paraguas, abierto, por encima de su cabeza. Parece cobijarse aunque sin impaciencia ni temor.
–Disculpe –digo, y señalo con un índice el artilugio–. No llueve, hay sol.
–Le agradezco –me responde con una ínfima inclinación de cabeza, y vuelve a fijar su vista al frente–. Pero esa es su opinión. Yo tengo la mía.

Mesiánico

Tras una amplia, variada, compleja gama de maniobras de carácter financiero, el cliente había terminado por perder casi la totalidad de su dinero.
Me pareció atinado contarle que hubo alguien, alguna vez, narraba la Biblia, que había multiplicado los peces y los panes.
Y que me había tocado a mí dividirlos.

16.9.06

Tres de tres

Entro al bar. Me siento. Pido.
–Un café, una medialuna de manteca, y un vaso de agua, por favor.
Vuelve el mozo, transcurridos unos tres minutos.
Coloca sobre la mesa un cortado, una medialuna de grasa, y un vaso con jugo de naranja, a todas luces adulterado.
Le digo que me cobre. Cerrada la transacción, me pongo de pie y me encamino hacia la puerta. El pedido ha quedado sobre la mesa, intacto.
–¡Señor! –al parecer, el mozo tiene algo para decirme–. No consumió nada– dice, y señala con la bandeja la mesa de la cual acabo de levantarme.
–No, no consumí nada –digo–. Es que usted se ha equivocado en la totalidad del pedido. Su error ha rozado la perfección. Permítame felicitarlo.

Timming

Todo aquello que precisaba saber, lo supe. Pero más tarde.
Todo aquello que deseaba tener, lo tuve. Pero más tarde.
Todo aquello que tengo para decir, lo diré. Lo diré, lo juro. Lo diré más tarde.

13.9.06

Ajeno

Alguien decide que soy un genio, sin ninguna razón aparente.
Alguien descubre que me detesta, por motivos que siempre estuvieron a la luz, pero han brotado con amazónico frenesí.
Todo esto sucede mientras yo, en una calle cualquiera, me rasco la nariz.

9.9.06

Por eso, por eso

Leo a un escritor que cita a otro escritor. Leo lo que cita el escritor, que escribió el otro escritor.
‘Si el corazón pensara, dejaría de latir’.
Por frases como esa, es que he tratado de escribir.

Despedida

Asisto a una despedida de soltero.
El sujeto en cuestión, el que se despide, intenta fornicar con mujeres que ejercen el sexo rentado; con animales domésticos, con personas de sexualidad difusa.
El sujeto en cuestión procede a la ingesta de estupefacientes diversos, que cualquier adolescente sabe incompatibles.
El sujeto en cuestión llora, grita, ríe. Intenta tomarse a golpes de puño con un semáforo, en medio de una general algarabía.
El pensamiento que acaricia mi mente es que, excluyendo desde ya el homicidio, la violación, y el secuestro extorsivo, una amplia gama de conductas tipificadas como delictivas, debieran estar sancionadas tal vez, no con la cárcel, sino con el matrimonio.

6.9.06

Pelusas de magia

Fracasa, todo fracasa, mucho me temo, siempre. Y esto es lo suficientemente triste como para llenar una bañadera de lágrimas.
Pero lo que fracasa, todo lo que fracasa, siempre, fracasa por motivos diferentes a los que uno suponía.
Y eso es, me atrevería a decir, bien mirado, algo entretenido.

Plastilina

Entra un jefe. El jefe se dirige a un muchacho que trabaja conmigo, y le encomienda una tarea. No importan los nombres, no importa en qué consiste el trabajo, ni siquiera importa la tarea. No es sustancial, ni forma parte del núcleo duro del relato. Es una oficina; hay muchas paredes y puertas y tubos fluorescentes. Planeta tierra.
El jefe se retira. El muchacho, vaya uno a saber porqué, se subleva.
Se pone de pie. Grita.
–¡Así no se puede! –dice– ¡No puedo hacer la tarea! –dice– ¡No tengo las herramientas!
Gesticula, mueve los brazos, ofuscado.
–Mi estimado colaborador –contesto–; desde salita azul para acá, desde jardín de infantes, desde que me robaron la plastilina, que no tengo las herramientas. Justamente, mucho me temo, que vivir de eso se trata; hacer las cosas sin contar con las herramientas. Pero tómalo como un minúsculo comentario, nomás.
El muchacho se acerca, tal vez con la intención de darme un golpe. Duda, se hace un peligroso silencio. Luego vuelve a sentarse, y me sugiere que pidamos empanadas para el almuerzo.

3.9.06

Mi dosis de preguntas

¿qué me pasa, doctor?
¿qué me pasa?
¿qué significa este grano?
¿quién se afanó la magia?
¿para qué sirven las fotos?
¿dónde queda Bulgaria?
¿cómo se arregla esta radio?
¿y si no llueve mañana?
¿cuánto cuesta estar vivo?
¿quiénes son mis vecinos?
¿hay atún en esta lata?

qué me pasa, doctor.
qué me pasa.

2.9.06

Sin mí

Cuando alguien, y esto sucede con una regularidad más o menos elocuente, me manifiesta que puede vivir perfectamente bien sin mí, no siento enojo ni tristeza, no, pero sí sorpresa.
Yo no podría.

Pescado, pescar

Un mendigo, en la calle, me pide una moneda. Por motivos difíciles de discernir para mí, pero que de seguro no están emparentados con la generosidad ni el altruismo, acato el pedido.
La mujer que me acompaña, en un arranque bíblico, me dice ‘no le des pescado, enséñale a pescar’.
Al día siguiente un mendigo, en la calle, me pide una moneda. Procedo entonces a manifestarme por la negativa. Le digo que no, que no voy a darle un peso, pero que me interesa saber qué circunstancias lo han empujado a su condición de mendigo. Asimismo, le digo, estoy dispuesto a asistirlo en la búsqueda de un trabajo, un oficio acorde con sus habilidades, una tarea que le permita ganarse con dignidad, con decoro, el pan. Puedo ayudarlo, lo sé, en tal dirección.
–Dejáme en paz. Andáte, puto –dice el mendigo, no sin antes dedicarme una reprobatoria mirada.
La mujer que me acompaña me aprieta el brazo, e intenta apurar el paso.
No creo que la ausencia de citas bíblicas implique una disminución de su fe. Tal vez, como cualquier otra actividad, cada tanto precise de un recreo, una pausa.

30.8.06

Larga fila

Si te fallé, sacá número. Talonario naranja.
Si me odiás, sacá número. Talonario celeste.
Si te parece que soy un imbécil, sacá número. Talonario amarillo.
En cualquier caso, por favor, sacá número. Y sentáte por ahí.

Médicos sin fronteras

La mujer me explicó, fastidiada por encima de cualquier otra sensación más severa, que se resfriaba. Se resfriaba en cualquier época del año. Se resfriaba, sin importar si hacía frío o calor. Se resfriaba de manera permanente y absoluta.
Esta situación, para ella, no tenía ninguna explicación. No había pasado hambre jamás. Tomaba vitamina ‘c’. Hacía ejercicio.
Reflexioné, circunspecto, un rato. En la radio sonaba Shostakovich. Atisbé a través de su blusa clara, color marfil, un corpiño negro que luchaba por contener unos pechos de turgencia inaudita. Contemplé el pantalón de jean apretado; adiviné un culo redondo, firme. Vi sus labios pintados de un rojo demencial. Vi sus zapatos plateados, con tacos de quince centímetros. Vi los gestos de la mujer; cómo manipulaba su cigarrillo. Vi sus dedos nudosos. Vi sus manos.
Exhalé. Dejé el estetoscopio sobre la mesa, como si se tratara de un animal pequeño y huidizo. Por la ventana se adivinaba una lluvia hecha de quebradizos filamentos; una lluvia que podía durar mil años.
Entonces le expliqué, sin soberbia, sin entusiasmo; era la última paciente del día.
–Es evidente que usted ha comenzado su vida sexual, pongamos, a los quince años. También es evidente, aunque no tanto, que usted tiene, más o menos, cuarenta y cinco años. Está claro que usted ha dedicado la mayor parte de su vida activa, a coger. No creo que tenga usted otra ocupación fija.
En tal sentido, deberíamos pensar en colocarle un burlete en la vagina. Estoy convencido que el frío, las corrientes de aire, ingresan por allí.

26.8.06

Ataque de ego

En el cine, todos se sientan en sus butacas y miran hacia delante, hacia el rectangular y límpido trozo de material donde será proyectado el film dentro de unos instantes.
Me sorprende que sino todos (porque siempre hay algún distraído), al menos la inmensa mayoría no gire sus cabezas hacia atrás, hacia la última fila, y se dediquen a observarme. A mí.
Mi vida es mucho más interesante.

Aproximaciones ingeniosas para la comprensión del aparato circulatorio de mamíferos medianos

Después de una comida abundante, después de haber comido como un jabalí embravecido, como un verdadero animal, el ser humano occidental, adulto, de sexo masculino, se muestra poco proclive, tanto a las prácticas de índole sexual, como al noble y complejo ejercicio del pensamiento, de la elaboración de sesudas hipótesis, del elevado debate de ideas.
Pareciera entonces que la sangre se encuentra diseñada para asistir de manera eficiente a un órgano por vez. Será el estómago; será el cerebro; será el órgano de los mil apodos, que reposa bajo la línea del ecuador.
Habrá que decidir, entonces, si se prefiere una velada con preponderancia intelectual, sexual, o gastronómica.
Pero todo no se puede, bonita.

23.8.06

Bodegones

La chica, en un inusitado arranque aristocrático, increpó al mozo. Deseaba saber de qué estaban hechos los ravioles. En qué consistía su composición intrínseca. Más precisamente, el relleno.
El mozo, sosteniendo piadosamente, con ambas manos, la bandeja metálica contra su pecho, se limitó a sonreír.

¡Vamos a volar todos por el aire!

Alguien murmuró ‘cuidado’; alguien susurró ‘tengo familia’; alguien siseó ‘tiene una bomba’, y la palabra ‘bomba’ pareció repetirse entre los que teníamos la desgracia de estar presentes. La palabra ‘bomba’ rebotó como si se tratara de una pelotita de ping pong con un ataque de epilepsia.
Una cajera del supermercado dio un gritito y comenzó a llorar. Otra cajera se desmayó. Vi a un muchacho que aprovechó el momento para esconder un sobre de mayonesa entre sus ropas.
El hombre usaba lentes oscuros, una gabardina de un verde sucio, bajo la cual debía estar desnudo, ya que en un momento dio un saltito y se le vieron las rodillas. Estaba en ojotas. Tenía el pelo cortado a máquina, y de cada pelo parecía colgar una gota de sudor.
–¡Tengo una bomba! ¡Vamos a volar todos por el aire! –dijo.
El sudor le manchaba el cuello de la gabardina. Tenía una mano en alto, un índice increpando al cielo fluorescente, y la otra mano oculta, entre los botones, bajo la tela, junto al corazón.
La policía había enviado un negociador. Pero el negociador no parecía muy convencido acerca de cuál era su rol. Las tres veces que había intentado hablar con el hombre, no había recibido respuesta.
El hombre se había subido a la heladera de los quesos y hablaba desde allí, a un metro del suelo, mirando a lo lejos, al grupo de aterrorizados que no terminábamos de decidirnos entre tirarnos al piso, o salir corriendo y confiar en la suerte de llegar a la puerta antes que todo volara por los aires.
Un carrito abandonado rodó un par de metros, huérfano, sin que nadie se animara a detenerlo.
–¡Vamos a morir todos! ¡Hoy es el día! –dijo– ¡Hoy es el día!
El negociador lucía confundido y asustado. Varias personas habían optado por arrojarse de cara al piso y colocar las manos sobre la nuca, sin que nadie se los hubiera solicitado. Era lo que habían visto en las películas. Era lo que consideraban apropiado.
Me pregunté cuánto tiempo más se podría soportar semejante tensión. A la altura de mi rostro, los paquetes de fideos ‘Don Vicente’ lucían prolijamente alineados. Me pregunté quién corno me había mandado hacer las compras justo en ese momento.
Entonces el hombre forcejeó un poco y su mano oculta salió a la luz. Elevó el brazo por encima de su cabeza. Alto. Bien alto.
–¡A morir! –dijo– ¡A morir todos!
Hubo quienes cerraron los ojos, presagiando lo peor. Hubo quienes se taparon los oídos con las manos, tan fuerte como pudieron. Y aguardaron la explosión.
Antes de juntar valor para empezar a correr como un bendito, miré. Yo miré.
En la mano en alto, donde debía haber, por ejemplo, una granada, el hombre sostenía un salamín.
El salamín era picado grueso. Todavía portaba su correspondiente trozo de piolín amarillo. El salamín lucía algo machucado, debido a la manipulación, al manoseo al que había sido sometido.
El negociador se secó el sudor de la frente, primero, y utilizó el teléfono celular que colgaba de su cuello para avisar a los policías de afuera que ya estaba bien, que podían ingresar al establecimiento.
Agarré dos cartones de jugo Cepita de pomelo rosado, y me dirigí a la caja rápida.

19.8.06

No sabés cómo llueve

Llueve. Me quedo bajo la lluvia, sin prisa, un buen rato. Compro caramelos. Hojeo un libro. Camino. Sonrío.
La gente que pasa se aparte de mí, como si estuvieran en presencia de un hombre armado. Niegan con la cabeza; me señalan con un dedo; miran en busca de algún policía que esté cerca. Desean advertirle que algo está mal, que hay un hombre bajo la lluvia, que se está mojando.
Y yo me pregunto cómo es posible que alguien que alguna vez, aunque sea una vez, pensó en cambiar el mundo, no consiga soportar un fenómeno climático.

Otra tremenda injusticia de las multinacionales

Cuando ingiero una bebida gasificada, se me da por pensar que a nadie se le ha ocurrido comercializar la parte ‘gasificada’ del asunto. Abrir un envase de vidrio, o plástico, o una lata, no tengo objeciones al respecto, y recibir el impacto del gas, de las burbujas, en pleno rostro, por ejemplo, o en cualquier parte del cuerpo, los genitales inclusive, pero sin líquido alguno.
Por ideas como esta, supongo y temo, es que jamás he podido hacer carrera en los departamentos de márketing de las grandes marcas.
Aunque yo, en caso de ser consultado en público, estaré dispuesto a jurar que se trata de un complot, que soy discriminado por motivos que ignoro, y en los cuales no deseo profundizar.

16.8.06

Sin gracia

La vejez es un proceso de acumulación. Una capa de polvo que va impregnando los contornos del ser, hasta volverlos borrosos.
La vejez es exceso de información. Haber hecho las mismas cosas, una y otra vez, hasta no recordar qué fue mejor.
La vejez es un ratón pequeñito y dichoso que roe un queso sin preocupación. Al principio le gusta mucho. Después no.
La vejez, no sé, decí algo vos.

Desayuno

El hombre entra al bar y cierra la puerta con violencia. Es muy temprano.
–¡Arriba las manos! –dice.
–¡Esto es un asalto! –dice.
–¡No quiero lastimar a nadie! –dice.
–¡La plata, la plata, la plata! –dice.
–¡Nadie se mueva! –dice.
El arma bien en alto, apuntando a un cielo de yeso indiferente. El hombre da pequeños saltitos; avanza un poco como si fuera a iniciar una carrera loca, y se detiene. Retrocede. Vuelve a saltar.
El mozo deposita un café con leche con tres medialunas de manteca, que tenían otro destinatario, en la punta de la barra. Deja la bandeja. Apoya una mano sobre el hombro del muchacho que se sorprende, pero se deja llevar, se sienta sobre la butaca.
Hunde la medialuna en el café con leche, y mastica con frenesí. En la segunda medialuna, deja el arma junto al plato. Engulle las medialunas en dos bocados. Un hilo de café con leche chorrea sobre su barbilla.
Al morder el cabito de la última medialuna, el hombre cierra los ojos; es una fracción de segundo. Su rostro, por lo que dura un instante, reboza beatitud. Mastica. Traga. Termina su tazón de café con leche, apurado.
Se pone de pie. Guarda el arma junto al estómago, bajo el cinto. Abre los brazos. Parece que va a hablar, que va a decir algo. Se limpia la boca con el dorso de una mano.
Sale del bar. Cierra la puerta con sumo cuidado.

12.8.06

Enfoque, perspectiva

Mis cómplices de género se la pasan mirando tetas y culos, tetas y culos, tetas y culos. Yo, en idénticas circunstancias de presión y temperatura, me limito a observar tobillos y manos, tobillos y manos, tobillos y manos.
Aquel que observa tetas y culos, mucho me temo, no está observando cualidades perdurables; la decepción lo acecha a la vuelta de la esquina.
Si en lugar de mirar tetas y culos los hombres miraran tobillos y manos, me atrevería a decir que la durabilidad de los vínculos afectivos en las sociedades civilizadas subiría de manera significativa. Y tal vez, sólo tal vez, los traumatólogos adquirirían el status de los cirujanos plásticos.

De otra forma

La mujer se me acercó en la calle y comenzó a insultarme. Yo estaba guarecido bajo un toldo, por la lluvia. Me encanta la lluvia, pero estaba con varias carpetas llenas de papeles que no debían mojarse. Meditaba sobre la conveniencia de esperar versus comprar un paraguas. Me molesta que intenten venderme un paraguas, justo cuando llueve, porque es cuando uno más lo necesita. El vendedor lo sabe; el vendedor se relame.
Volvamos a la mujer; era bonita, huesuda, con el cabello recogido en una simpática cola de caballo y el rostro desencajado por la bronca. Siguió gritándome.
‘¡Te odio!’, dijo; ‘¡te odio con toda mi alma!’, dijo; ‘¡cómo pudiste hacerme esto!’, dijo.
La miré. Esquivé un puñetazo que iba dirigido a mi rostro, y se incrustó en mi hombro, y la miré. Jamás la había visto en mi vida.
La mujer volvió a la carga, así que la dejé golpearme un poco. Me pareció importante que se cansara.
Tras cuatro o cinco golpes más, tuvo un acceso de llanto y cayó de rodillas sobre la vereda mojada. Dejó la cartera sobre el piso y se pasó una mano por el pelo, intentando adherirlo definitivamente a su cráneo, desesperada.
La gente que pasaba se había detenido, dispuesta a lincharme. Esperaban, expectantes, un gesto de la mujer, una instrucción, para molerme a palos entre todos. La gente quiere desquitarse de la maldita e insólita vida que les ha tocado en suerte. Necesitan un motivo, una causa.
Me arrodillé junto a la mujer, cuidando que las carpetas no se mojaran. Le acaricié una mejilla; no pude evitarlo. Le sequé algunas lágrimas con mi pulgar.
‘¿Estás bien?’, dije; ‘no te conozco; te juro que no te conozco. Jamás te vi en mi vida’, dije.
La gente aguardaba el desenlace con curiosidad. Estaban dispuestos a golpearme, o a aplaudir; la cosa se ponía interesante.
Ella me miró. Seguía llorando cuando me miró.
‘Es verdad’, dijo. ‘No nos conocemos, todavía. Pero nos vamos a conocer, y va a terminar mal. Me vas a hacer sufrir; mucho. Quise evitar esta escena, pero no pude. Me salió quejarme por adelantado. Disculpáme’.
La ayudé a incorporarse y nos fuimos caminando bajo la lluvia. Abrazados.

9.8.06

Clases (a 150 km por hora)

Cuando uno choca a 150 km por hora se da cuenta que no importa si llueve mucho en la segunda quincena de un determinado mes.
Cuando uno choca a 150 km por hora comprende que dejar una luz prendida, una canilla abierta, son cosas que pasan.
Cuando uno choca a 150 km por hora entiende, aún sin ser ingeniero, el concepto de ‘fatiga de materiales’.

Una voz

A veces una voz, sí, tan solo una voz que llega de un teléfono perdido junto al mar, por ridículo que parezca, ya lo dije, apenas una voz, es suficiente para demoler nuestras más íntimas convicciones cinceladas por años y años de picar esa piedra hecha de fracaso. De dolor.
Una voz capaz de hacernos dudar de la rotación y la traslación. Una voz que decide violar la ley de gravedad.
Así como llueve, de vez en cuando. Así como un perro nos mira en la calle y asiente (y es un ‘tenés razón, te juro que tenés razón’). Así como crece una flor.
Así sucede, a veces, lo juro. Lo juro sobre una empanada fría de cebolla y queso.
Me arrodillo junto al teléfono, preguntándome si lo correcto sería decir una plegaria; ofrecerle un café; cantar, muy bajito, aquella canción.

5.8.06

Tonta


de manera demencial y caótica.
de manera ridícula y excesiva.
de manera desenfrenada y rústica.
de manera salvaje y solitaria.
de manera áspera pero simpática.
de manera soberbia y descarada.
de manera tonta y loca.
de manera crítica y molesta.
de manera suburbana y subnormal.
de manera teatral y para nada complaciente.
de manera intimidatoria y amable.
de manera rutinaria y peligrosa.
de manera berreta y cualunque.
de manera intramuscular, de manera endovenosa.
de manera preocupante y repulsiva.
de manera distante y asustada.
de manera enfermiza y pestilente.
de manera genital y monárquica.
de manera fachista y tiernamente.
de manera supurante, trepidante, infecciosa.
de manera insoportable.
de manera empalagosa y con polillas.
de manera raquítica y valiente.
de manera egoísta y venenosa.
de manera senil y antojadiza.
de manera opaca y sin llavero.
de manera absoluta y desesperada.
de manera que da miedo.
de manera creativa y oligoide.
de manera espermática y desprolija.
de manera súbita y apática.
de manera deforme y asquerosa.
de manera suicida y sin gomina.
de manera ingenua y complicada.
de manera amistosa y alérgica.
de manera violenta y cariñosa.
de manera estupefacta y sombría.
de manera revolucionaria y antigua.
de manera infame y prodigiosa.
de manera triste y lejana.
de manera irrefutable y espasmódica.
de manera condenable y perdonable.
de manera sobrehumana los domingos.
de manera fantástica y absurda.
de manera inexplicable y anacrónica.
de manera ficticia pero fuerte.
de manera brillante y transpirada.
de manera criminal y sin vergüenza.
de manera anárquica y justificable.
de manera insignificante y anodina.


yo
te quiero.


*tal vez en el bolsito de kung fu no había fotos ni un ipod ni un tupper con milanesas. tal vez ni siquiera estaban las ojotas ni una flauta de repuesto. tal vez había un par de poesías. esta mañana se me dio por pensar eso, sepan disculpar.

Mañanitas

Lejos han quedado, en remotos pretéritos, aquellas mañanas en las cuales quería cambiar el mundo.
Me visitan ahora, con patética asiduidad, las mañanas en las cuales la totalidad de las cosas carecen de sentido.
Lo sé, lo presiento. Vendrán las mañanas agridulces, en las cuales deje de importarme.
Aquí las espero, en el bar de siempre.

Darwin revisited

Fui al zoológico. Fui a la jaula de los monos. De los chimpancés, para ser más exacto. Tras un ínfimo soborno al guardia, se me permitió traspasar un absurdo vallado. Pegué mi cara a los barrotes de la jaula. Uno de los chimpancés, en apariencia llamado ‘Facundo’, o ‘Facundito’, me miró con algo de curiosidad. Se hallaba sentado sobre un pedazo de tronco de árbol; el pedazo de tronco de árbol estaba podrido.
Viendo que yo permanecía aferrado a los barrotes, con la cara prácticamente metida dentro de la jaula, ‘Facundo’ o ‘Facundito’ terminó de comer su banana; luego se rascó la nariz; luego se rascó el culo; luego se olió los dedos. Espantó unas moscas dándose una palmada en la espalda. Se puso de pie. Avanzó unos pasos con ese particular bamboleo. Se acercó hasta mí. Quedamos cara a cara.
Entendí que era la oportunidad que había ido a buscar.
–Escucháme –dije–; quiero saber el secreto de la evolución de las especies. Si el hombre desciende del mono. Cómo fue el proceso evolutivo. Decíme algo, lo que puedas. Tampoco pido que me cuentes todo.
‘Facundo’ o ‘Facundito’ imitó mi postura. Se tomó de los barrotes, también, los brazos bien en alto. Puso su cara a la altura de mi cara.
Me miró. Nos miramos.
–Gil –dijo, y sonrió con una sonrisa que ha sido retratada y utilizada en pósters hasta el cansancio.
Juro que lo dijo, pero el guardia fumaba, mirando hacia otro lado.

2.8.06

Más de tres

Después de tres años de matrimonio, el matrimonio se transforma en una cáscara, en un andamiaje absurdo dentro del cual dos personas juegan a destruirse, a ver quién se arruina más rápido, quién morirá primero. Esas cosas.
Después de tres años de trabajo el sujeto queda despojado de cualquier inquietud adolescente, olvida por completo sus sueños infantiles, y queda reducido a una bestia sin alma dispuesta a matar por un puñado de billetes.
Después de tres años de práctica cotidiana de un vicio, por ejemplo el cigarrillo, por ejemplo el alcohol, por ejemplo la cocaína, el sujeto es incapaz de recordar qué lo condujo hasta allí, porqué comenzó, qué buscaba. El sujeto es sólo la sustancia que consume; lo demás es apenas parte del decorado.
Mientras reflexiono viene a mi mente aquel viejo adagio atribuido a la sabiduría popular; aquello de ‘más de tres, es paja’.

Errata

1)Maradona es Dios.
2)Maradona resucitó, cualquiera puede darse cuenta.
3)La Biblia tiene, entonces, un error de tipeo. Debiera decir: ‘y al tercer día, adelgazó’.

29.7.06

Paréntesis pornográfico

Te voy a rociar con whisky, Johnnie Walker, etiqueta negra.
Te voy a encender con un par de fósforos.
Te voy a coger flambeada.

*El autor se disculpa por los excesos verbales, pero esto fue lo que dijo, esto fue lo que le surgió, esto fue lo que vino a su mente, en medio, bueno, en medio de situaciones donde cuesta dominar algunos impulsos, cómo no las palabras.

Tus tetas

Le hablé.
Le hablé y le hablé y le hablé. Y mientras hablaba me di cuenta que ella estaba fascinada con mis palabras, como sólo puede estarlo alguien que desea con todas sus fuerzas ser discípulo/a, sin importar de qué. Se lo dije, incluso, arriesgué la invención de un verbo. Le dije que lo que ella quería, y tal vez lo que necesitaba, era ‘discipulear’. Para luego, en un año como mucho, descubrir que el maestro, el objeto de adoración, tampoco sabe nada, o casi nada. También está perplejo. Y si no está perplejo, entonces peor, mucho peor. Porque el que no está perplejo de vez en cuando es un imbécil rematado.
Ella asentía. Sonreía. Mitad aburrida, mitad fascinada.
Entonces le dije que era todo mentira. Que todo lo que yo había dicho la última hora era falso. Le dije que yo era un mentiroso, un farsante, un impostor.
Le dije que lo único que me apetecía en el momento era agarrarle esas exquisitas tetas y tenerlas en mis manos un rato largo, quince minutos, tal vez, media hora. Tocar esas tetas, apretar esas tetas con la intensidad con que un chico apretaría su chocolate preferido, plagado de maravillosos futuros, de infinitas posibilidades.
Agarrar esas tetas antes que dejaran de ser tetas, antes que un maldito simio con visera y chaleco hiciera chasquear su reloj y ¡plop!, las tetas mutaran en glándulas mamarias.
Y ella se puso a llorar, por sus tetas. Lloró como se llora por la pérdida de un familiar, de alguien muy querido. Lloró como se llora cuando la mala suerte te da un cachetazo que te hace picar la cara.
Entonces se hizo un silencio y no supe si yo debía pedirle perdón; si ella debía darme las gracias.