30.9.08

No es tu culpa

Una de mis fantasías más logradas, uno de mis castigos preferidos, consiste en suponer que todos son felices, menos yo. Que todo el mundo se encuentra viviendo unas vidas tremendamente interesantes, llenas de cópulas en posiciones todavía no inventadas, manjares, elíxires, atardeceres en la playa, saltos en paracaídas.
Sin embargo, por lo general, la gente la está pasando para la mierda, embarcada para siempre en alguno de los andariveles tradicionales que componen una vida.
Con el único alivio de una somnolienta falta de imaginación.

27.9.08

Popurrí

Ya sé que estás triste, pero hay gente que está triste de antes. Llamo por número, sentate por ahí.
(de ‘El duro oficio de payaso’)

Existe un abismo entre lo que soy y lo que quise ser. Para lo que sea que estés pensando que soy, para lo que sea que estés pensando de mí, sobra lugar.
(de ‘¿No ves que me herís?’)

En un mundo hecho de premios y castigos, hay demasiadas espinas por cada fucking rosa, y los juegos justos jamás serán los más entretenidos.
Lavate la cara, la noche está hermosa.
(de ‘Vamos, vamos’)

Luego de transitar unos buenos veinte minutos de charla plagada de insondables profundidades interpretativas, ella me dijo ‘la verdad es que no entendí casi nada de lo que dijiste. Pero el vino está buenísimo’.
(de ‘Filósofo de furgoneta’)

Ya llega el olvido.
Ya la ceniza borra el contorno de tu cara.
Ya tu voz se pierde bajo la impávida lluvia.
(de ‘Alivio’)

La existencia de la tercera persona debe ser entendida como una exquisita cortesía de la literatura hacia lo que se ha dado en llamar, porque de alguna manera hay que llamarlo, vida.
(de ‘Tecnicismos’)

Si el mundo fuera un restaurante, a mi modo de ver, la entrada sería una cadena de odios, y el plato principal sería una cadena de errores.
Y te pido por favor que no me preguntes cuál sería el postre.
(de ‘El menú, la cuenta’)

La tristeza, por lo general, es soluble en dinero.
(de ‘Lo que no te enseñó tu profesora de química en el colegio secundario’)

Y a mí se me ocurrió hacer, con todo este fracaso, un show.
(de ‘Dejame que te explique porqué soy genial’)

Ha salvado más gente un café con leche con medialunas, que una disciplina llamada psicoanálisis.
Paul Maker, en el bar ‘La Academia’, un jueves de Mayo, a las siete y veinte de la mañana, después de haber estado encerrado en una pensión, por setenta y dos horas, con una prostituta ucraniana de más de noventa kilogramos de peso.
(de ‘La Academia’)

Uno de los problemas para ser una persona interesante es que cuando vas al supermercado el odio está más barato y tiene un packaging infinitamente más seductor que la autocrítica.
(de ‘Uno de los problemas para ser una persona interesante’)

Si sos un hámster, tu jaulita te parece el mundo.
(de ‘En perspectiva’)

No importa lo que te creas que sos, dividilo por cuatro, y va a dar más o menos la realidad, con un error de aproximación del 1%.
(de ‘Algoritmo Hundred para chicas con ínfulas’)

Tratá de no salpicarme con tu fracaso personal.
(de ‘Si sos tan amable’)

Después de haber probado el esfuerzo, mi sugerencia es tener algún talento.
(de ‘Recomendación’)

24.9.08

Todo piola

Me asaltan. Me roban. Algo no muy cruento, más o menos al estilo tradicional. Es de noche. Alguien me pide fuego, mientras camino por la calle, y cuando me detengo, otro alguien, vaya uno a saber salido de dónde, materializado por qué fuerzas, me encañona con un revólver, por la espalda.
–No te des vuelta, porque te quemo –dice el de atrás. Siento la frialdad del metal, a través de la camisa, contra los riñones.
–Laplatalaplatalaplata –dice el de adelante.
Así que meto la mano en un bolsillo, primero, en otro, después, y entrego lo que tengo. El intercambio se desarrolla con profesionalismo y naturalidad.
–¿Me dejás sacar los documentos? –digo.
–Sí, cómo no –dice el de adelante, abre la billetera que acabo de entregarle y me da mi cédula de identidad–. No salís bien en las fotos. ¿Tenés algo más? ¿Cadena, reloj, anillo?
Le doy el reloj. Lo observa, sabe que no tiene valor.
–Somos de San Lorenzo –me dice el de adelante, y por primera vez levanta la vista, ya que su gorrita con visera le cubre el rostro hasta la nariz–. Tenemos que ir a sacar a un amigo que está adentro. Necesitamos la plata para eso.
–Entiendo –digo.
Se hace una pausa. Me está escaneando para ver si tengo algo más que pueda ser de valor. Las zapatillas, claro. Pero son negras, y están muy caminadas, las descarta de inmediato.
–Bueno, papi, nos tenemos que ir –dice–. No te hagás el loco, eh.
–No –digo–. Dejame un peso para el colectivo y me voy a casa.
Me da un peso. Se acomoda la gorrita. Me da una amistosa palmada en un hombro.
–No pasa nada, che. Todo piola.
–¿Qué hago? ¿Lo mato o no lo mato? –La pregunta vino de atrás. Siento el metal que empuja contra mi espalda.
Se hace una pausa. Me gustaría hablar, decir algo, pero abro la boca y no sale nada, mientras no sale nada, sólo una mueca de pez, pienso ‘esto no está bien, aquí hay mala praxis, esto está mal’.
El de adelante vuelve a levantar la vista y me mira. En sus pupilas está lo que sólo he visto en ojos de médicos que observan los resultados de un análisis y en chicas que dicen que ya no te quieren más. En sus ojos veo una chispa negra que dice ‘yo soy el león y vos sos la cebra y qué le vas a hacer’.
–No, dejá –dice. Paran un taxi. Y se van.

21.9.08

Buen viaje

Sucede que te perdés en el camino. Sucede que arrancás con una intuición, una certeza de hojaldre en el mejor de los casos, y te perdés en el camino. Y el matrimonio se transforma en una mujer que parece un curioso mecanismo diseñado para quejarse, y el trabajo se transforma en una desesperación espesa como una boa pintada de melaza, y en la playa la gente come milanesas y miran un barrilete y señalan con el dedo, y cuando te ves una cana entendés lo que se ha dado en llamar fatiga de materiales.
Sucede que tenés que saltar y el paracaídas te lo dan abajo.

18.9.08

Elvis

Elvis está vivo.
Trabaja en un bar de la calle Darwin, a dos cuadras de Corrientes, yendo para el lado de Córdoba, a mitad de cuadra, pasando un taller de reparación de autos que se llama ‘Nico’, o ‘Don Nico’, no me fijé bien porque llovía, y yo andaba lleno de fotocopias para legalizar, y si se me llegaban a mojar Arístide me iba a hacer echar, después de cagarme a patadas, así que me metí en el primer bar que encontré.
Entré al bar y me senté, y apoyé las carpetas en la otra silla, fijándome que el agua no hubiera arruinado nada. Las carpetas son de un material plástico, así que no hay problema, pero las escrituras de mierda, las actas, yo que sé, siempre son un poco más grandes, siempre hay una parte que asoma para afuera. Y es la parte donde están, tampoco sé porqué, las rúbricas, los sellos, puta madre.
–¿Qué va a tomar?
Estaba tratando de secar todo con servilletas, pero mientras secaba me caían gotitas de la cabeza, de la nariz, y entonces acababa de secar un sector, supongamos el ángulo superior derecho de un manojo de folios, y descubría con espanto que habían caído tres gotas sobre el centro de la hoja, y una parte de la palabra ‘artículo’ se había borroneado, y me quería matar. Me quería matar para que Arístide no me matara, para no darle el gusto.
Levanté la cabeza, y ahí estaba.
–Un café, y una medialuna de manteca, por favor –solté el manojo de servilletas, hechas un bollo húmedo y con alguna que otra mancha de tinta– ¡Elvis!
–¡Sh! –Dijo Elvis, y en su rostro había idénticas proporciones de tristeza y contrariedad–. No.
–¡Pero sos Elvis, papá! –No lo podía creer. No podía ser. Estaba grande, claro, con poco pelo, y blanco, peinado para el costado, y vestido de mozo y con su trapo rejilla sobre el hombro izquierdo. Pero los ojos, la cara, era Elvis– ¿Qué hacés acá?
–Vivo –dijo Elvis, y exhaló el suspiro más triste del mundo.
–Pero, pero… –Estoy hablando con Elvis Presley, ¿qué hago?–. Pero entonces…
–Sí, no estoy muerto. Tuve que escapar, las anfetaminas, quilombos políticos. Era otra época, pibe. Lo mejor fue escapar. Era escapar, o que la CIA me boleteara. No había opción.
–Pero te busca todo el mundo. Y cada año, en la fecha de tu muerte, la gente va a Memphis, hacen homenajes.
–Sí, lo miro por televisión. Y me emociona un poco, te digo la verdad. Pero no puedo volver, mirá cómo estoy. Sería un quilombo fenomenal.
Llovía más fuerte ahora. Las gotitas quedaban prendidas de la ventana y se balanceaban de un lado a otro, distorsionando la imagen del exterior.
–¡Elvis Presley! –Dije otra vez. Una cucharita se cayó al piso, y sonó como si alguien hubiera hecho sonar una campana diminuta.
–Sí, pibe, no jodas más. Ahí vengo.
Se fue por un pasillo que se perdía detrás de la barra. Y ahí estaba yo, revisando los daños de la lluvia sobre las carpetas, pensando si Arístide me iba a perdonar, y hablando con Elvis Presley. Le costaba caminar, como si tuviera problemas con una rodilla. Su español era bastante pasable.
Volvió.
–Es mejor así, pibe –dejó mi pedido sobre la mesa–. Creeme lo que te digo, es una historia que no se puede cambiar.
–¿Te duele? –Le señalé la rodilla que lo hacía renguear.
–Uf, y con humedad, mucho más. –Se hizo un masaje circular, y no pudo evitar un rictus, una mueca–. Bailar como bailaba yo no es gratis. Fijate algún jugador de rugby mayor de cuarenta años, fijate cómo le quedan los huesos. El tiempo te pasa todas las boletas, quedate bien tranquilo.
–Pero, Elvis… No sé.
–Tengo que seguir atendiendo, pibe –había entrado una parejita, y un señor de impermeable que luchaba por leer un diario mojado, con una tremenda mueca de contrariedad–. Cuidate, y suerte.
–¿Le puedo pedir algo?
Elvis se dio vuelta y resopló. Dejó la bandeja en la mesa de al lado.
–Sí, ya sé. Querés que te cante aunque sea una estrofa de ‘Love me tender’, o alguna otra, ¿no? Decime cuál querés escuchar. Te aviso que tengo la voz hecha pelota. Dos atados por día, no paro de fumar.
–No, traeme un jugo de naranja, que me debo estar por resfriar. ¿Es exprimido?

15.9.08

Conversaciones

De pequeño, cuando veía a alguien hablando solo por la calle, me generaba un profundo temor. Esos sujetos que gesticulan, que mueven los brazos, que niegan con la cabeza de manera enfática, que lanzan al cielo una risita nerviosa o un ‘¡no!’ contundente y definitivo, eran un inapelable sinónimo de la locura.
No había más que caminar unas pocas cuadras para verlos, exclamando, enojados, respondiendo al aire, diciendo ‘¡Ni se te ocurra!’, o ‘Me parece bien’, o ‘Así son las cosas’.
Tendrían que pasar muchos años para que pudiera comprender el fenómeno perfectamente. Soy el interlocutor más lúcido que jamás he tenido. ¿Con quién querés que hable?

12.9.08

Premios y castigos

En Mundo Marino escucho la siguiente conversación.
Habla el padre.
–¿Vos te pensás que la foca salta porque quiere?
El hijo mira el espectáculo pero algo se ha roto, una imperceptible grieta en la ilusión, el aprendizaje ingresando por los intersticios de la magia.

9.9.08

Oro puro

Hay un local sobre la avenida Corrientes, llegando a Pueyrredón. Es un local pequeño, algo sórdido, lúgubre. En su interior, el aire parece no haber sido respirado jamás. En el escaparate que puede verse desde la calle, hay una cabeza de un maniquí, con su correspondiente cuello, apoyado sobre un pequeño pedestal de madera algo lastimada. También hay un antebrazo, de pie, con una mano extendida como quien reclama una limosna a los transeúntes que sólo tienen tiempo para obsequiar apenas una gota de curiosidad, seguida de un baldazo de glacial indiferencia.
Hay un cartel, también, pequeño, sin luces ni efectos decorativos, pintado a mano en letras negras, mayúsculas, de imprenta.
El cartel dice ‘COMPRO ORO’.
Empujo la puerta y entro. Existe un mecanismo, algo en la puerta, sin dudas, que avisa a quien esté en el interior, que alguien, otro alguien, ha ingresado al local. Espero de pie, tampoco hay sillas ni nada donde uno pueda apoyarse, en la vitrina del mostrador se ven algunas cadenitas sobre un terciopelo demasiado gastado y sucio, como si hubiera sido usado para limpiar una mesa después de una comida.
Se abre una puerta lateral, y aparece una persona.
Sin mediar palabra, me bajo los pantalones, me bajo los calzoncillos, intento, con un movimiento tan característico como particular, desplegar mi pito algo entumecido. Logro al menos estirarlo un poco, separarlo del resto del cuerpo, y apoyarlo tímidamente sobre el vidrio. La vitrina está fría.
–¡Ja! –Dice el hombre que es calvo y pequeño, usa gruesos lentes y tiene alguna dificultad para desplazarse, o es que simplemente se ha acostumbrado a caminar así, entre vitrinas y mostradores. El pelo que le falta en la cabeza parece haber brotado de los orificios auditivos y nasales. Tiene el cuello de la camisa raído, las uñas amarillas y deformes, y el aspecto de no haberse bañado jamás.
Sin decir nada más, se dirige a la misma puerta por la que acaba de ingresar, y desaparece en el interior del local por misteriosos pasadizos.
Y yo no tengo más remedio que pensar que anoche me mentiste, producto de la excitación y el entusiasmo, o quizás no has tenido contacto con mucha gente, cosas que se dicen en medio de situaciones de carácter íntimo y que uno debería olvidar inmediatamente después, cosas que representan un momento de formidable alegría y que de ningún modo pueden ser verdad.

6.9.08

No es para cualquiera

Tenés que entender que no existe un ranking de tragedias.
Tenés que entender que tu dolor no es mejor que mi dolor.
Tenés que entender que para el rockero al que se le está cayendo el pelo, lo que le sucede es fácilmente comparable con el hambre en Etiopía.
Tenés que entender que cada vez que vos hacés lo que hacés, te parece que es un acto nimbado de una justicia divina, y cada vez que yo hago lo que hago, te parece que soy una rata egoísta.
Tenés que entender que todos vivimos en primera persona, y yo también vivo en tercera, cuando escribo, a veces, en una demostración de extrema cortesía.
Tenés que entender que si desaparecieras en este mismo instante de la faz de la tierra, como un pedo en una tormenta eléctrica, tu vecino del séptimo 'c' bajaría mañana a pasear a su caniche, y el perro se detendría en el mismo árbol e intentaría hacer lo que le fue dicho que no hiciera, como cada día.
Tenés que entender que fracasaste, aunque la peluquera te asegure que se te están fortificando las raíces.
Tenés que entender que comprar un kilo de mandarinas o escalar el volcán Lanín está muy bien.
Tenés que entenderlo, buenos días.

3.9.08

A los golpes

me pegan.
me pegan hasta
que me caigo
al piso.
y cuando estoy en
el piso
me pegan en el piso.
me siguen pegando
y me dicen que no
me levante, que
no oponga resistencia.
me quedo, entonces,
inmóvil
en el piso
mientras me pegan
y me dicen que no sea
tan obediente.
en definitiva
me pegan
y mientras me pegan
yo
aprendo.