Veo por televisión un reportaje a Borges, hecho, quién sabe, hace treinta años, y me doy cuenta que jamás se me ocurrirá la trama de un cuento de Borges, ni una respuesta de Borges, y que si me quedara ciego, inclusive, mi ceguera sería una ceguera infinitamente menor, más aburrida, que la ceguera de Borges.
Voy a España. Voy a Madrid. Voy al Museo Reina Sofía. Veo un cuadro. Un cuadro de Francis Bacon. El cuadro se llama ‘Figura tumbada’. Y me doy cuenta que jamás podré pintar un Bacon, que jamás sabré cómo empuñar un pincel, que sería difícil para mí, incluso, mezclar dos colores.
Escucho por casualidad, en una emisora de música clásica, las Variaciones Goldberg, y me doy cuenta que no sé tocar el piano, que nunca sabré tocar el piano, que mis dedos de gorila oxidado no tendrían inconvenientes en jurar que tocar el piano es imposible.
Abro la heladera. Hay un amorfo pedazo de dulce de membrillo que ha comenzado una extraña y verdosa mutación, tres o cuatro cucharadas de un arroz refugiado en el fondo de una fuente, frío, seco y apelotonado, una gaseosa abierta sin una sola burbuja de gas, algo de queso rallado espolvoreado sobre los estantes, un durazno que parece haber recibido, vaya uno a saber el porqué, los motivos, el impacto de un balazo.
Bajo a comprar comida. Seguro que después se me ocurre algo.
Voy a España. Voy a Madrid. Voy al Museo Reina Sofía. Veo un cuadro. Un cuadro de Francis Bacon. El cuadro se llama ‘Figura tumbada’. Y me doy cuenta que jamás podré pintar un Bacon, que jamás sabré cómo empuñar un pincel, que sería difícil para mí, incluso, mezclar dos colores.
Escucho por casualidad, en una emisora de música clásica, las Variaciones Goldberg, y me doy cuenta que no sé tocar el piano, que nunca sabré tocar el piano, que mis dedos de gorila oxidado no tendrían inconvenientes en jurar que tocar el piano es imposible.
Abro la heladera. Hay un amorfo pedazo de dulce de membrillo que ha comenzado una extraña y verdosa mutación, tres o cuatro cucharadas de un arroz refugiado en el fondo de una fuente, frío, seco y apelotonado, una gaseosa abierta sin una sola burbuja de gas, algo de queso rallado espolvoreado sobre los estantes, un durazno que parece haber recibido, vaya uno a saber el porqué, los motivos, el impacto de un balazo.
Bajo a comprar comida. Seguro que después se me ocurre algo.