30.6.21

A modo de explicación


En el libro el hombre vuelve al pueblito donde nació, a pedido de sus padres. Está casado, el hombre, debe tener como cincuenta años, tiene hijos, es escritor.
Es italiano él, sus padres, sus hermanos. El padre le pide un último favor, que lo ayude con un trabajo de albañilería. El padre es mujeriego, borracho, jugador, un personaje.
El asunto es que pasan algunas cosas, y el padre muere. Hacia el final del libro el padre muere, en su ley. Están velando a su padre en su casa de toda la vida, están los amigos de su padre, la mujer o sea su madre, su propia familia (su esposa e hijos) que han venido para la ocasión.
El hombre se va por un instante a la biblioteca pública del pueblo. Entra, camina de memoria hasta un sector en particular. Saca un libro, un ejemplar de ‘Los hermanos Karamazov’.
Palpa el libro, lo abraza contra su pecho. Y dice, más o menos, o piensa: mi padre había desaparecido, pero Fiódor Mijáilovich estaría conmigo hasta el fin de mis días.
Ahí está todo lo que tenés que saber sobre la literatura. Y por qué escribo, también.

*El libro es ‘La hermandad de la uva’, de John Fante.

20.6.21

Tengo mil boomerangs


Me pasó algo extraño. La verdad que no pasó de una sola vez, de un saque. Fue pasando pero yo tardé en darme cuenta. Estaba distraído tratando de pagar el gas o de lavarme los dientes, de mantenerme con vida por decirlo de algún modo. Tardé en juntar los pedazos.
Pasa que alguien me perjudica. Ponele, alguien en el trabajo me traba un ascenso, o me complica la vida porque sí, porque tiene ganas. Y a mí eso me molesta, claro, me enfurece. Al poco tiempo llego un día a la oficina y alguien dice ‘¿Viste lo que le pasó a Garfagnoli? Estaba tomando sol en el jardín y lo picó un escorpión. Está internado hace tres días, no creen que se salve’.
O ponele que invito a salir a una chica y me dice que no, que no quiere salir conmigo ni con la cara de boludo que tengo, de ninguna manera. A la semana me entero que se enfermó de brucelosis comiendo en una parrillita de Palermo, o que la atropelló un ciclomotor y se rompió la columna en diecinueve pedazos.
Cuando me di cuenta, cuando detecté la relación, lo que te estoy contando. Que a la gente que me lastima, la gente que me perjudica, la gente que me hace daño, le empiezan a suceder desgracias, bueno, la verdad que me preocupé. Me considero una buena persona, tengo lo mío por cierto, como todos, pero creo que uno no debe desearle el mal a nadie. Lo mejor en la vida es hacer un ejercicio de rendición, así lo podríamos llamar. Aceptar lo que te pasa como si fuera ajeno a tu voluntad por la sencilla razón que es ajeno a tu voluntad, lo que te pasa no puede ser modificado porque ya te pasó. Vos entrás al partido cuando lo que te pasó ya te pasó, llegás a la fiesta cuando están cagando a piñas al disc-jockey por decirlo de algún modo. Pero si a la gente que me fastidia le suceden cosas horribles quizás haya una velada intención en mí, un oculto deseo, y creo que eso me transformaría sin demasiados atenuantes en una alimaña de pantano, una basura inmunda.
Sí, ya sé, ahora me vas a decir que no escribo tan mal, pero a mí no me sirve. Qué sé yo, tené cuidado.

10.6.21

Propiedades nutritivas


Fue más o menos como le sucede a todo el mundo, así es como arrancan estas cosas.
Trabajaba como un loco, corría para llegar a tiempo a Tribunales, iba a la cárcel a ver a un cliente, metía demandas, lo llamaban por teléfono para amenazarlo de muerte, se cogía a una secretaria del estudio en el bañito del estudio, fumaba mientras comía un alfajor caminando por la calle, hacía planes, el barquito que se compraría cuando terminara de juntar la guita.
Y se sintió mal, en la calle claro, sintió como si un elefante bebé se le sentara encima del pecho y se le durmió un brazo, el brazo izquierdo. Se tuvo que acostar en la vereda, una señora llamó a los bomberos, a la policía. Le preguntaban si lo habían asaltado, pensó que se moría.
Zafó. El médico le dijo que había tenido un pico de stress, no se infartó de casualidad. Tenía treinta y nueve años, si seguía así iba a reventar como un sapo al que le dan un indiferente patadón contra un zócalo cualquiera. Si seguía así se moría.
Volanteó, giró el camión de su existencia, cambió de vida. Empezó a hacer deporte, iba al gimnasio, corría.
Dejó de fumar, la nicotina era la puta más linda, dejó el alcohol. Empezó a comer sano, sin azúcar, sin sal. Después dejó los hidratos de carbono, la harina era el demonio, la harina refinada era satán en la tierra. Dejó la carne, de a poco, vio en un video la crueldad con la que mataban a las vacas, cómo arponeaban indiscriminadamente a los delfines, cómo engordaban a los pollos sin dejarlos dormir, siempre con la luz prendida, en fila.
Se hizo vegetariano, primero, vegano, después. No, no tomaba ni siquiera leche, la leche no era apta para el consumo humano después de los dos años de edad, ni huevo, ni queso, nada animal ni sus derivados. Se hizo crudívoro, comía frutos secos, semillas, brotes de soja, pedazos de corteza de los árboles. Todo tenía que ser orgánico, dejó el café, por supuesto, y después dejó el mate. Nada, ni una fruta que hubiera podido ser rociada con agroquímicos, con pesticidas. Los grandes laboratorios habían hecho moco a la humanidad toda, las empresas farmacéuticas te mataban con sus antibióticos, los alimentos en el curso de los últimos cincuenta años habían perdido entre el 87 y el 93% de sus propiedades nutritivas.
Se hico un chequeo completo, sangre, orina, ergometría, tomografías. Le llevó todos los resultados a su médico.
–Excelente –dijo el doctor, se quitó los lentes y los dejó sobre la metálica superficie, algo descascarada por cierto, de su escritorio–. Su estado de salud es muy bueno.
–Bueno, doctor, le agradezco –carraspeó para aclararse la garganta, sentado sin apoyar la espalda en el respaldo de la silla, las palmas sobre los muslos–. Hay una cosita más, algo que me gustaría preguntarle. Yo quisiera saber por qué estoy tan triste.