Disculpame, no se me ocurre otra forma de explicarlo que con
un ejemplo. Uno debería ser capaz de decir lo que quiere decir sin analogías ni
metáforas. Así como uno debería vivir, estar contento o triste, sin importar si
tu vecino cambia el auto, si viste a una madre empujando la silla de ruedas con
su chiquito parapléjico, o si alguien que conocés se está cogiendo a una divina
pibita de veintidós años. Solemos funcionar por comparación, somos un asco.
El ‘querer’, el estado de querer, como deseo, bien podría
compararse con la cocaína. El ‘tener’, el estado de tener, como satisfacción,
bien podría compararse con la marihuana.
Cuando querés, te volvés más interesante de lo que jamás
fuiste, te crece un motor que te hace brillar y seguir. El mundo se vuelve
entretenido mientras buscás lo que querés, no importa lo que sea. Mientras
querés, se ve quizás la mejor versión de vos.
Cuando tenés, te aflojás. Te brota una bobalicona sonrisa y
podrías quedarte mirando por la ventana, el mundo es una peluda mascota que te
hace un par de mimos. Agradable y soporífera sensación.
Y así vamos viviendo, somos una particular y única
combinación de querer y tener, somos eso, no mucho más que eso, esa singular
proporción.
30.7.12
25.7.12
Qué se siente
Voy
a una farmacia, por el centro, una sucursal de las grandes cadenas. Entro, voy
al mostrador. Me dirijo a una distraída bioquímica que lucha con un sudoku, y
con un crucigrama, al mismo tiempo. Mientras alguien pregunta si esas pastillas
sirven para cagar y para el dolor de garganta, mientras alguien compra
bronceador, mientras alguien quiere pagar un impuesto.
Empiezo a gritar, barbaridades. Le digo que me vendió un medicamento equivocado que casi mata a mi madre, a mi novia, y a mi pequeño Schnauzer, también. Le digo que es la peor basura que vi en mi vida, que con la salud no se jode. Le digo, le grito, que he hecho una denuncia para que les clausuren la farmacia. Además de iniciar una causa penal contra ella, por abandono de persona, por mala praxis, por ser ella portadora de una vaginitis de las fuertes, no hay más que olisquear el aire para darse cuenta.
Voy a una verdulería de mi barrio que atienden dos abnegadas bolivianas, con una casi oriental sumisión, con el mítico silencio del altiplano cubriéndoles todo el fatigado ser. Correctas, respetuosas, ordenadas. Pateo un cajón de mandarinas, ruedan mandarinas por el piso. Grito que me han vendido fruta podrida, otra vez. Que siempre me venden fruta podrida, que hasta la lechuga que me venden está podrida. Es lechuga marrón, no verde. Lechuga que parece haber sido utilizada por un oso panda para limpiarse el culo. Les digo que seguro ellas son indocumentadas, voy a hacer que las deporten. Los argentinos somos descendientes de europeos, aguante la Rue Montmartre loco, viva Twickenham, abajo la Pachamama. Lanzo una furibunda escupida, mi verde flemón palpita sobre una berenjena como un aplicado insecto, agito un índice demasiado cerca de sus bovinas miradas.
Es que desde que vivimos juntos no hacés otra cosa que quejarte. Quería saber por qué te gusta tanto.
Empiezo a gritar, barbaridades. Le digo que me vendió un medicamento equivocado que casi mata a mi madre, a mi novia, y a mi pequeño Schnauzer, también. Le digo que es la peor basura que vi en mi vida, que con la salud no se jode. Le digo, le grito, que he hecho una denuncia para que les clausuren la farmacia. Además de iniciar una causa penal contra ella, por abandono de persona, por mala praxis, por ser ella portadora de una vaginitis de las fuertes, no hay más que olisquear el aire para darse cuenta.
Voy a una verdulería de mi barrio que atienden dos abnegadas bolivianas, con una casi oriental sumisión, con el mítico silencio del altiplano cubriéndoles todo el fatigado ser. Correctas, respetuosas, ordenadas. Pateo un cajón de mandarinas, ruedan mandarinas por el piso. Grito que me han vendido fruta podrida, otra vez. Que siempre me venden fruta podrida, que hasta la lechuga que me venden está podrida. Es lechuga marrón, no verde. Lechuga que parece haber sido utilizada por un oso panda para limpiarse el culo. Les digo que seguro ellas son indocumentadas, voy a hacer que las deporten. Los argentinos somos descendientes de europeos, aguante la Rue Montmartre loco, viva Twickenham, abajo la Pachamama. Lanzo una furibunda escupida, mi verde flemón palpita sobre una berenjena como un aplicado insecto, agito un índice demasiado cerca de sus bovinas miradas.
Es que desde que vivimos juntos no hacés otra cosa que quejarte. Quería saber por qué te gusta tanto.
20.7.12
Si me ayuda McLuhan
Lo
que leí, que explicaba McLuhan, ese que dijo lo de ‘el medio es el mensaje’. Lo
que leí que dijo el tipo, te decía, algo que escribió, donde explica que los
medios fueron inventados como una prolongación de nuestros sentidos.
Tremendamente original, la idea, el enfoque. La radio como una extensión de nuestros oídos, la televisión como una extensión de nuestros ojos, el automóvil como una extensión de nuestras piernas, y así.
No, sí, bueno, claro, entiendo. Respecto a mi poronga, me gustaría que consideres que a veces lo pequeño también es bello. No se me ocurre ningún medio para resolver esta situación, excepto contarte algo, hablarte de otra cosa. Distraerte.
Tremendamente original, la idea, el enfoque. La radio como una extensión de nuestros oídos, la televisión como una extensión de nuestros ojos, el automóvil como una extensión de nuestras piernas, y así.
No, sí, bueno, claro, entiendo. Respecto a mi poronga, me gustaría que consideres que a veces lo pequeño también es bello. No se me ocurre ningún medio para resolver esta situación, excepto contarte algo, hablarte de otra cosa. Distraerte.
15.7.12
No hay tratos justos
Mientras vos te comprás zapatillas con cámara de aire y chip
cuentakilómetros, yo escribo.
Mientras vos cambiás el auto por otro auto que tiene cambios
automáticos, yo escribo.
Mientras vos le prometés a tu señora que nunca más vas a
volver a hacer lo único que querés hacer, lo que hiciste otra vez, yo escribo.
Mientras vos mandás a tus hijos a un colegio donde les
enseñan inglés, y francés, y un poco de portugués, y chino mandarín, yo
escribo.
Mientras vos reservás una quincena de Enero en Pinamar donde
no existe la más mínima posibilidad, no hay manera de ser feliz, yo escribo.
Mientras vos vas a la iglesia un domingo a la mañana y le
decís a un algo sonrosado cura que si el/ella se salva, entonces Dios existe,
entonces abrazarás la fe, yo escribo.
Mientras vos mirás a las chicas en shorts y no lo podés
creer, yo escribo.
Mientras vos te operás las tetas, te ponés tetas de un
material sintético y resistente capaz de asimilar la eyaculación de un
rinoceronte promedio sin agrietarse, y pensás que con eso te armaste un futuro,
no digo un destino, yo escribo.
Mientras vos vas a Nepal a ver si escalar el Everest logra
aplacar aunque sea por un instante la tristeza que te mastica el corazón, yo
escribo.
Mientras vos te hacés un tatuaje, te tatuás en el culo una
jirafa lavándose los dientes, y tratás de continuar, hacés un viaje o un curso,
insistís, con eso que se ha dado en llamar, porque de alguna manera hay que
llamarlo, vida, yo escribo.
Después me leés, de casualidad, por dos minutos o tres,
algún sombrío fragmento, y te sentís un poco mejor o te quedás pensando.
Mientras
yo escribo.
10.7.12
Táctica es sobre el terreno
Tocó
el timbre Moni. Raro, sábado a la mañana, temprano. Moni tenía facultad los
sábados a la mañana, estudiaba filosofía, o psicología, algo que implicaba leer
apuntes y reunirse con otros alumnos a discutir y a fumar. Estudiar es un
pasatiempo como cualquier otro. Hay gente que corre maratones, hay gente que
consume toneladas de pornografía por internet. Me parece bien, mientras no
quieras contarme lo que hacés ni mostrarme mil trescientas veintiocho fotos de
tu último viaje a Buzios. Hacé lo que quieras, lo que te resulte más cómodo.
Le bajé a abrir, pero ya con campera.
–Vamos a desayunar afuera –dije. De paso caminaba un poco. Hacía un frío del carajo.
Fuimos a un bar. Café con leche, medialunas, manteca, mermelada. Nada puede ser tan malo.
–Estoy embarazada –dijo Moni, dio un sorbito a su café con leche–. Ya está, ya te lo dije.
Tiene muchas virtudes, Moni, entre ellas la juventud, y la belleza. Es una piba inteligente, divertida. Anda siempre desarreglada, con el pelo corto y sucio, sin maquillar. Usa ropa de alguien, de cualquiera, pulóveres de alguna amiga, jeans muy gastados, un gamulán de un abuelo. Le queda bárbaro, todo le queda bárbaro.
–Bueno, te felicito –miré por la ventana, pasaban los autos–. No sabía que querías ser madre. Sos jovencita, todavía, pero es un imperativo categórico para toda mujer. Ser madre te mejora como persona, te lo digo porque yo fui madre muchas veces.
–No, bobo –me miró, Moni, con esos ojazos color miel. Se había estado comiendo las uñas, había llorado–. Estoy embarazada de vos. Es tuyo, digo.
–Epa –dije. Lo importante era no mostrar susto, ni fastidio desde ya. Mordí una medialuna cargada de manteca, rebosante de mermelada, imbatible combinación–. No me lo esperaba.
–Lo acabo de confirmar –se pasó una mano por la frente–. Por eso vine. ¿Estás contento? No sé, decime algo.
–Eeeh… Estoy contento, claro que estoy contento –miré a la calle. Podía salir corriendo, tirar cincuenta pesos y salir corriendo. Ir hasta Retiro, tomarme un micro a Miramar. Mi abuelo Benjamín había dejado un departamento en Miramar, chiquito, bien ubicado. Desaparecer. Quedarme en Miramar un par de años. Caminar por la playa todas las mañanas, escribir algunos poemas, dejarme la barba–. Pero no es tan sencillo, yo también tengo que decirte algo.
–¿Qué? –Golpeó la mesa, Moni, con un puño cerrado. Voló una cucharita– ¿No decís que me querés? ¿Me vas a pedir que aborte? Sos un asco de persona, un asco.
–No, pará –serio, muy serio, pero de ninguna manera enojado–. Tengo un problema, una enfermedad, algo cromosomático. Una vez me hice un análisis, y saltó eso.
–¡Qué! ¡A ver, qué!
–Algo, si tengo un hijo, son altísimas las probabilidades que tenga algún problemita de aprendizaje, un leve retardo. Un noventa y siete por ciento de probabilidades, eso fue lo que dio el estudio, lo que me dijeron.
Cambió su cara. Retrocedió y se pegó contra el respaldo de la silla. Cruzó los brazos.
–Pero no importa, Moni –había que seguir, terminar la maniobra, lancé las últimas dos o tres trompadas que me quedaban–. Yo te quiero, y si estás embarazada es una señal. Venite a vivir conmigo, tengamos el bebé. Luchemos juntos, por nuestro amor.
Se hizo una pausa. Ella tuvo un acceso, algo como hipo, seguido de un sollozo. Se sonó los mocos con una servilleta de papel.
–Bueno, no –dijo–. Es mentira.
–¿Qué?
–Es mentira, lo del bebé, no te enojes. Necesitaba saber si me querés. Pensé que te estabas viendo con otra chica.
–Pero cómo podés joder con semejante tema, pichona –llamé al mozo–. No se hace eso, es muy feo lo que hiciste.
–Sí, ya lo sé, te pido perdón. Pero tenía que ver qué me decías.
–Feo, muy feo –pagué–. Una actitud de mierda.
–Ya sé. Te pido perdón. ¿Me perdonás?
–No sé, hablemos en otro momento. Ahora quiero estar solo.
–Pero Juan.
Salí del bar y me fui a buscar el auto. Me habían invitado a un asado en el Tigre. El Tutu iba a hacer, además de la carne, salchicha parrillera, provoleta, batatas al plomo. Morrones asados.
Le bajé a abrir, pero ya con campera.
–Vamos a desayunar afuera –dije. De paso caminaba un poco. Hacía un frío del carajo.
Fuimos a un bar. Café con leche, medialunas, manteca, mermelada. Nada puede ser tan malo.
–Estoy embarazada –dijo Moni, dio un sorbito a su café con leche–. Ya está, ya te lo dije.
Tiene muchas virtudes, Moni, entre ellas la juventud, y la belleza. Es una piba inteligente, divertida. Anda siempre desarreglada, con el pelo corto y sucio, sin maquillar. Usa ropa de alguien, de cualquiera, pulóveres de alguna amiga, jeans muy gastados, un gamulán de un abuelo. Le queda bárbaro, todo le queda bárbaro.
–Bueno, te felicito –miré por la ventana, pasaban los autos–. No sabía que querías ser madre. Sos jovencita, todavía, pero es un imperativo categórico para toda mujer. Ser madre te mejora como persona, te lo digo porque yo fui madre muchas veces.
–No, bobo –me miró, Moni, con esos ojazos color miel. Se había estado comiendo las uñas, había llorado–. Estoy embarazada de vos. Es tuyo, digo.
–Epa –dije. Lo importante era no mostrar susto, ni fastidio desde ya. Mordí una medialuna cargada de manteca, rebosante de mermelada, imbatible combinación–. No me lo esperaba.
–Lo acabo de confirmar –se pasó una mano por la frente–. Por eso vine. ¿Estás contento? No sé, decime algo.
–Eeeh… Estoy contento, claro que estoy contento –miré a la calle. Podía salir corriendo, tirar cincuenta pesos y salir corriendo. Ir hasta Retiro, tomarme un micro a Miramar. Mi abuelo Benjamín había dejado un departamento en Miramar, chiquito, bien ubicado. Desaparecer. Quedarme en Miramar un par de años. Caminar por la playa todas las mañanas, escribir algunos poemas, dejarme la barba–. Pero no es tan sencillo, yo también tengo que decirte algo.
–¿Qué? –Golpeó la mesa, Moni, con un puño cerrado. Voló una cucharita– ¿No decís que me querés? ¿Me vas a pedir que aborte? Sos un asco de persona, un asco.
–No, pará –serio, muy serio, pero de ninguna manera enojado–. Tengo un problema, una enfermedad, algo cromosomático. Una vez me hice un análisis, y saltó eso.
–¡Qué! ¡A ver, qué!
–Algo, si tengo un hijo, son altísimas las probabilidades que tenga algún problemita de aprendizaje, un leve retardo. Un noventa y siete por ciento de probabilidades, eso fue lo que dio el estudio, lo que me dijeron.
Cambió su cara. Retrocedió y se pegó contra el respaldo de la silla. Cruzó los brazos.
–Pero no importa, Moni –había que seguir, terminar la maniobra, lancé las últimas dos o tres trompadas que me quedaban–. Yo te quiero, y si estás embarazada es una señal. Venite a vivir conmigo, tengamos el bebé. Luchemos juntos, por nuestro amor.
Se hizo una pausa. Ella tuvo un acceso, algo como hipo, seguido de un sollozo. Se sonó los mocos con una servilleta de papel.
–Bueno, no –dijo–. Es mentira.
–¿Qué?
–Es mentira, lo del bebé, no te enojes. Necesitaba saber si me querés. Pensé que te estabas viendo con otra chica.
–Pero cómo podés joder con semejante tema, pichona –llamé al mozo–. No se hace eso, es muy feo lo que hiciste.
–Sí, ya lo sé, te pido perdón. Pero tenía que ver qué me decías.
–Feo, muy feo –pagué–. Una actitud de mierda.
–Ya sé. Te pido perdón. ¿Me perdonás?
–No sé, hablemos en otro momento. Ahora quiero estar solo.
–Pero Juan.
Salí del bar y me fui a buscar el auto. Me habían invitado a un asado en el Tigre. El Tutu iba a hacer, además de la carne, salchicha parrillera, provoleta, batatas al plomo. Morrones asados.
5.7.12
Todos los poemas son de amor
Una
chica le dice a un muchacho que no lo quiere más. Lo habló antes con su
psicólogo, y con una amiga. Lo estuvo pensando.
El muchacho vuelve a su casa, esa noche se toma media botella de whisky y un blister de rivotril de 2mg. El muchacho muere, se mata. La televisión encendida en el canal de National Geographic. La pantalla llena de cebras.
Una chica le dice a un muchacho que no lo quiere más. Le dice que se está viendo con otro chico, otro chico que la hace sentir mejor, a ella, que cuando está con él.
El muchacho se reúne para tomar un café con la chica, en el domicilio de la chica, se han querido bien y son, por decirlo de algún modo, civilizados. La mata, a la chica, de noventa y siete puñaladas con un cuchillo Tramontina línea Century, profesional para chef. Después se sienta en el living a ver la televisión. Se prepara un gin-tonic (con limón y Angostura), y espera que llegue alguien, alguien que llame a la policía para avisar lo que ha sucedido.
Una chica le dice a un muchacho que no lo quiere más. Le dice que está muy enfocada en su carrera, pensando en irse a estudiar afuera, o de paseo por el mundo tres meses, quizás seis. Todavía es joven, y no está convencida de seguir con él, con el muchacho, en pareja. Tiene otras prioridades, después verá.
El muchacho se pone mal, se anota en un gimnasio, se anota en un curso de fotografía, también, para distraerse. Pasan algunos días y la chica lo llama. Le dice que lo extraña, que lo estuvo pensando, que lo quiere ver. En poco tiempo están saliendo juntos otra vez, alquilan un departamento por Colegiales, ella queda embarazada. Estarán juntos los próximos treinta años, quizás un poco más. Cambian el televisor por uno más grande, lo van pagando en cuotas.
Y yo no sé, te juro que no sé cuál de las historias es la más triste, la más cruel.
El muchacho vuelve a su casa, esa noche se toma media botella de whisky y un blister de rivotril de 2mg. El muchacho muere, se mata. La televisión encendida en el canal de National Geographic. La pantalla llena de cebras.
Una chica le dice a un muchacho que no lo quiere más. Le dice que se está viendo con otro chico, otro chico que la hace sentir mejor, a ella, que cuando está con él.
El muchacho se reúne para tomar un café con la chica, en el domicilio de la chica, se han querido bien y son, por decirlo de algún modo, civilizados. La mata, a la chica, de noventa y siete puñaladas con un cuchillo Tramontina línea Century, profesional para chef. Después se sienta en el living a ver la televisión. Se prepara un gin-tonic (con limón y Angostura), y espera que llegue alguien, alguien que llame a la policía para avisar lo que ha sucedido.
Una chica le dice a un muchacho que no lo quiere más. Le dice que está muy enfocada en su carrera, pensando en irse a estudiar afuera, o de paseo por el mundo tres meses, quizás seis. Todavía es joven, y no está convencida de seguir con él, con el muchacho, en pareja. Tiene otras prioridades, después verá.
El muchacho se pone mal, se anota en un gimnasio, se anota en un curso de fotografía, también, para distraerse. Pasan algunos días y la chica lo llama. Le dice que lo extraña, que lo estuvo pensando, que lo quiere ver. En poco tiempo están saliendo juntos otra vez, alquilan un departamento por Colegiales, ella queda embarazada. Estarán juntos los próximos treinta años, quizás un poco más. Cambian el televisor por uno más grande, lo van pagando en cuotas.
Y yo no sé, te juro que no sé cuál de las historias es la más triste, la más cruel.
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