30.5.21

El velo


La gente se confunde, la gente no entiende. Además se lucha contra eso ahora, desde la medicina, desde el márketing. Envejecer, de eso estamos hablando, está mal visto.
Para eso tenés que pasar los treinta años, por colocar una línea divisoria. Hasta los treinta años sos pura potencialdad, para decirlo en términos aeronáuticos, vas para arriba.
Pero.
Empezás a notar algo. Se te cae el pelo, se te cae como si te lo hubieran pegado a la cabeza con una curita. O las tetas, sos una mujer y descubrís que ahora tenés que explicarle a tu ocasional acompañante, tenés que darle una suerte de instructivo porque eso que te está chupando no son las tetas, son las rodillas. O te crecen de pronto las orejas. Como se suele decir en la jerga militar: sin causa. Unas elefantiásicas orejas que vaya uno a saber de dónde vinieron, viste Dumbo y te contagiaste.
Y así podría seguir con los ejemplos, los detalles. No hace falta ser en exceso cruel.
El asunto es que la gente no puede creer lo que les está sucediendo, esto de envejecer. Y deciden que no se van a entregar fácilmente. Hay que luchar contra el enemigo, contra eso.
Lamento ser yo portador de tan malas noticias, pero es fútil el intento, vana la tarea. No es una cuestión, en absoluto, de empeño.
Porque hay un error de base, a lo que me refería, está mal hecho el diagnóstico. No, no estás envejeciendo, ni se ha desatado un proceso de singular y aterrador deterioro. Lo que te parece que te pasó, lo que aparece en vos, envejecer, no.
Lo único que sucede es que te estás acentuando. Esa maldita gárgola que ves en el espejo sos vos. Siempre fuiste eso.

20.5.21

Para los perros


Lo que me pasa con los perros es que los perros están contentos de verte. No importa, no importa si tenés un herpes que te está comiendo medio labio o si tenés las ojeras de alguien que se enteró de algo, de algo muy triste cuando tenía once años y no volvió a dormir bien nunca más en su vida.
Los perros mueven la cola o ladran o saltan de sólo verte, es la alegría más pura que yo jamás haya visto, vos mirás a un perro y el perro devuelve la mirada, se alegra, puede ser incluso que el perro ni siquiera te conozca. Aún así se alegra de verte.
Y yo hubiera dado la mitad de los cuentos que escribí con tal de bajarme alguna vez de un micro, en la costa si querés, en invierno, o bajarme de un avión en Ezeiza y ver que hay alguien ahí, del otro lado. Alguien que levanta una mano o da un pequeño saltito, alguien que sonríe o murmura mi nombre.
Pero eso no sucedió. Jamás, que yo recuerde, nadie me esperó en ninguna parte. Nadie estaba ahí cada vez que fui o volví, nadie se alegró de verme.
También, es justo decirlo, la mitad de nada no suele ser gran cosa.

10.5.21

A la n


Es una cosa de lo más desconcertante, situación curiosa por cierto, lo cual viene al mismo tiempo a demostrar que no es cierto que para que te suceda algo interesante tenés que tirarte en ala delta o ir a bañarte al Ganges. La vida es eso que te pasa.
Una forma de entenderlo, aunque no se trata de entender sino más bien de descubrir, es mediante una clase de exageración. Así como tantas veces resulta para que una discusión, cualquier discusión se vuelva interesante, uno debe adoptar una postura extrema. Porque si no no hay manera de salir del gris, aquello de ‘…Y a los tibios los vomitaré’ quizás también se aplica. Disculpame pero no soy muy bueno con las citas bíblicas, debe ser porque no leí la biblia. Debe ser por eso, seguro. Qué querés, fui a un colegio del estado, yo de chiquito estaba en otra cosa.
La exageración, en eso estábamos. Sí.
Agarrás un día, un día cualquiera, vas y salís a la calle. A seguir con tu vida. A lo largo del día, eso está preclaro, se te van a acercar entre nueve y quince personas. A pedirte dinero. Cuando estás en la calle, el 97% de la gente que te habla, personas que no te conocen y te hablan, es para pedirte dinero. Depende de cuánto tiempo andes durante el día por la calle, depende del barrio también, de tu tamaño físico, tu situación antropomórfica, depende si sos hombre o mujer, joven o viejo. Pero se te van a acercar, por la calle, a pedirte dinero. Esto es Buenos Aires, es dato.
Lo que tenés que hacer es lo siguiente. A cada persona que te pida dinero, a cada pedido, responderás por la afirmativa. Pero. Amplificado por diez.
Repasemos entonces. Si viene un vagabundo y te pido cinco pesos, le decís ‘claro, cómo no’, y le das cincuenta. Si un trapito que cuida los autos estacionados en la calle te pide cien pesos, vos vas y le das mil. Si una chica jovencita a la que le faltan la mitad de los dientes y no para de temblar te dice que precisa veinte pesos para el colectivo vos vas y le das doscientos. Así.
Nada, vas a ver que no cambia nada. El vagabundo va a seguir siendo, más o menos, vagabundo, el pobre va a seguir siendo pobre. El payaso payaso, el vendedor de medias vendedor de medias. El rengo, rengo. La gente va a seguir haciendo lo que saber hacer, lo que puede hacer, lo que hizo siempre. No cambia nada.
Así que podés ir dejando de pensar que si fueras rico, si te ganaras la lotería o tuvieras un golpe de suerte, bueno.