30.1.20

A la hora señalada


Voy caminando por Cabildo, doblo en Lacroze, no, no para el lado de Libertador, para el otro lado. Paso por la confitería Ritz, cuando andaba por el barrio solía comprar algo. Facturas, o pastafrola, a veces sándwiches, hacen cosas ricas, de calidad. Tiene un bar también, la confitería, en el mismo local, a un costado. Un bar pequeño, bien puesto, donde predomina la cuerina de color marrón y señoras mayores con cara de tener problemas para defecar.
Y lo veo. Estoy pasando y justo lo veo del otro lado del vidrio, en la primer mesa junto a la ventana, desayunando.
Es un segundo, ni lo pienso. Entro.
–¡A vos, sí a vos! –Me paro junto a su mesa y lo señalo con un dedo. No estoy gritando pero casi. La gente que toma café o que lee algún diario levantan la vista. Es evidente que algo está mal.
–¡No digas nada, no digas nada que es peor! –Levanto la mano como para darle un golpe al tipo que está sentado, ya he cerrado el puño como si estuviera a punto de descargar el golpe, de arriba hacia abajo, como si mi puño y mi brazo, juntos, fueran un martillo– ¡Estafador, hijo de puta!
–No –alcanza a decir y hace un gesto, como si intentara encoger la cabeza dentro de los hombros, como si quisiera protegerse del inminente golpe.
–¡No qué! ¡No qué! –Miro a nadie, a todos, subo más la voz– ¡Tengan cuidado que este viejo hijo de puta es un ladrón!
Se cae una silla de una mujer que intento levantarse, asustada. Miro y lo primero que encuentro es el vasito con agua. Lo levanto y le arrojo, no el vaso pero sí el contenido, el agua, en la cara.
–Usted se equivoca, yo –alcanza a decir y se acomoda los lentes sobre el puente de la nariz. Se percibe que está asustado y nervioso a la vez.
–Vení –lo tomo del cuello, lo obligo a soltar su taza de café con leche–. Te voy a romper la cara, pero estas personas no tienen por qué ver cómo te pego. Cómo te aplasto contra el piso como la cucaracha que sos.
Es un quejido, le ha salido un quejido que esconde apenas un sollozo. Sabe que no puede oponer resistencia, está el factor vergüenza, también. Se levanta.
–Vos no vas a cagar más a nadie –dijo, mientras me lo llevo como si fuera un objeto, una bolsa, mientras lo saco a la calle.

–¿Bien, no? –Le digo. Seguimos caminando por Lacroze para el lado de la vía. Es invierno pero no hace demasiado frío.
–Te dije a las nueve –me dice.
–¿Qué?
–Son las nueve menos cinco –miro mi reloj–. No sé, llegué temprano.
–No llegué ni a terminar el café con leche –dice, y me da un empujón con el hombro, de costado–. Ni me habían traído el tostado.
–Pero –digo.
–Te dije después de las nueve –me mira–. No llegué a comer nada, estoy muerto de hambre.

20.1.20

Es divertido


No, la gente que fracasó no es divertida, la gente que fracasó no me divierte. Siento una profunda pena cada vez que veo a alguien derramado sobre la mesa de un bar, pegoteado de tantos pero tantos sueños rotos. Y empatía también, como si hubiéramos jugado juntos en el mismo equipo un partido a algo, de algo, contra la vida. Y la vida nos hubiera ganado por afano desde ya. Yo soy uno de ellos.
Lo divertido es cuando ves a alguien que llegó más o menos adonde quería llegar. Hombres con cargos ejecutivos que manejan autos importados y van en avión de acá para allá para tener reuniones de veinte minutos, o mujeres que se casaron y tuvieron hijos y bajan a la calle con sus bebés, salen de torres de cincuenta y siete pisos de puro vidrio donde además de vivir tienen gimnasio y pileta y terraza para tomar sol y para pensar en tirarse cuantas veces quieran.
Lo divertido es ver a alguien que está más o menos adonde quería estar. Y está indignado o fastidiada porque no puede ser cómo están las cosas en el universo en general o en el país o en su vida en particular, es más o menos lo mismo. Vos no sabés lo difícil que es estar donde yo estoy, el esfuerzo que implica ser lo que soy, mantener este departamento de cuatrocientos metros limpio o manejar seiscientos veinticuatro empleados, vigilar que la cocinera no te abra la heladera y se lleve dos fetas de jamón cocido adentro del corpiño, tener que jugar un partido de golf de cinco horas con el gerente regional que encima te quiere ganar, con lo fuerte que está el sol.
Lo divertido en realidad es cuando alguien descubre que las cosas no son como pensaba. Porque cuando fracasás lo que sentís, lo que entendés con todo el cuerpo podríamos decir, es que las cosas no te salieron y eso es tan triste. Pero cuando te salió lo que querías sentís que te engañaron, que el espectáculo no valía el precio de la entrada. Y todavía no termina, te falta volver a casa además.

10.1.20

Curioso mecanismo


Muchas veces la solución está ahí nomás, al alcance de la mano. Muchas veces se trata de hacer lo siguiente. Pasa que el procedimiento está dotado de una sutileza que suele exceder la manera habitual en que razonan las personas.
Supongamos que vos tenés un incordio, un fastidio, una incomodidad. No, si te pasa un tren por encima y te arranca de un metálico mordisco las dos piernas, estamos claros que es algo grave. Pero por lo general solemos deambular entre gamas de gris, las tragedias de totalizador carácter suelen ser casos, por decirlo de algún modo, más específicos, puntuales. Dejemos eso de lado por el momento.
Tenés algo, como todo el mundo, algo que te incomoda o te duele o te molesta. Y la reacción suele ser pensar en eso, todo el tiempo, lo que te fastidia se apodera de tu mente primero, de tu ser después. Hay que combatir lo que molesta. Es personal, es una guerra.
Pero no, fijate vos que no, la cosa no va por ahí.
Veamos un ejemplo. Te duele una muela, un poco. Te late, tenés la sensación, y es domingo, y es de noche también. Podés ir a una guardia odontológica, podés bajar a la farmacia a comprar un calmante. También podés probar poner un dedo meñique sobre la mesada de la cocina y darte un martillazo en el dedo. Vas a ver cómo la muela deja de doler. O hay ruido, un vecino ha organizado un cumpleaños en su domicilio y puso la música a todo lo que da y es pop latino. Se oyen sillas que caen, carcajadas, las paredes son de papel. Podés ponerte un short y subir, patearle la puerta, intentar razonar. Terminar agarrándote a trompadas, en fin. O podés agarra una chinche, una pequeña chinche y clavártela en un cachete del culo o en una pantorrilla. De pronto estarás nadando en un inmenso silencio.
Y así podríamos seguir con los ejemplos, pero no hace falta seguir. El esquema es bien sencillito. Fue estudiado hace dos mil quinientos años o más que la mente no es un objeto, la mente es una acción. Como una hilera, sólo puede haber un pensamiento por vez. Probá pensar dos cosas al mismo tiempo, no se trata de tener mayor o menor capacidad, no podés. Funciona de esa forma, así fue diseñado el mecanismo de la mente. Ocurre lo mismo con la incomodidad, con el dolor.
La vida no es mucho más que una maniobra distractiva, eso ya lo deberías saber.