28.2.23

Como le pasa a todo el mundo


Lo que te pasa, cuando estás conmigo, lo que te sucede cuando estamos juntos, no parece nada especial. No parece gran cosa.
Vamos y hacemos lo que hace todo el mundo. Una cena, una botella de vino, cogemos un poco. Unos mates a la mañana, dos o tres cuadras que caminamos juntos, la gente que me repugna por lo general sin ninguna razón, un perro que mueve la cola y se me acerca como si supiera algo, algo que sólo él y yo sabemos.
O vamos al cine a ver una película malísima pero nos reímos de una chica que come un balde de cinco kilos de pochoclo o de un señor con una rotunda peluca de un desteñido rubio ceniza. Pedimos una pizza, miramos por televisión la National Geographic donde los leones atacan a las cebras o los cocodrilos esperan haciéndose los distraídos para comerse algo. Me contás que querés cambiar de trabajo, te cuento que escribí un cuento, no sé, nos dormimos.
Así pasamos un tiempo sin hacer nada demasiado importante, tres meses, seis como mucho.
Hasta que te das cuenta que no te alcanza. Que no se puede flotar por flotar y nada más esperando que el tiburón de la vida te arranque a mordiscones los tobillos. Planes, proyectos, cosas por las que vale la pena luchar, cosas que hay que hacer. Me lo explicás, a tu manera, y sin excesivo rencor me decís que te vas. Nos despedimos.
Al poco tiempo te das cuenta que no das más, que mi ausencia es desgarradora, como si abrieras una palta y le faltara el carozo. Algo está mal, algo falta, y lo que falta es, aunque no lo puedas explicar, lo que le daba a las cosas algún sentido.
Somos estatuas de sal queremos volver, cantaba Carlos Alberto García Moreno cuando era Charly García. No se te ocurra mirar hacia atrás, yo también estoy remal. Hay que seguir.

20.2.23

Me desperté, abrí los ojos


Me desperté, abrí los ojos. Una enfermera me estaba cambiando el suero. Me secó, con una pequeña toalla de un acuoso y desteñido verde, el sudor de la frente. Me explicó, apenas en un susurro, porque yo alcancé a balbucear la palabra ‘qué’. Me explicó, decía, que había tenido un accidente con mi motocicleta. Me había fracturado ambos brazos. En el izquierdo, además de las múltiples fracturas, me había roto la clavícula, y la muñeca. Me habían operado tres veces. Había tenido un severo traumatismo de cráneo, y una complicada contusión en la columna. Me preguntó si podía sentir los pies.
Me desperté, abrí los ojos. Una enfermera le susurraba algo a un joven doctor de lentes que observaba algunos indicadores con severa expresión. Me explicó, la enfermera, que había recibido un balazo en el cráneo en un asalto a un supermercado. Habían logrado extirpar el proyectil que se había alojado en mi cerebro. Había permanecido en coma once días después de la operación. Me quedarían graves secuelas, sin dudas, que todavía no se podían determinar con precisión. Tendría una complicada y extensa recuperación, pero la medicina había hecho asombrosos avances en áreas que antes hubieran resultado impensadas. Me preguntó, la enfermera, cómo me sentía. Me preguntó también si yo tenía fe, si era creyente.
Me desperté, abrí los ojos. Estaba en mi casa, supe de inmediato que era domingo. Y estabas vos, claro que estabas vos, a mi lado. Todavía dormida.

10.2.23

Y decidió buscar otro camino


Cuenta la leyenda, aunque quizás no esté bien utilizar el término ‘leyenda’, quizás estoy siendo blasfemo u ofensivo desde ya sin pretenderlo. Está escrito, son sagradas escrituras, pero yo lo he leído en internet en alguna parte.
Se cuenta entonces que el Buda se iluminó cuando al lograr escapar de su palacio en el que había sido criado y vivía como un príncipe, siendo ya un adolescente escapó un día del palacio, con un amigo. Y recién ese día, en un paseo, descubrió, pudo ver, la vejez, la enfermedad, la muerte. Al parecer, ese primer contacto con la muerte lo perturbó de peculiar manera.
‘¿A todos nos sucede esto?’, preguntó el Buda, que todavía no era el Buda. Y el amigo que lo acompañaba le explicó que sí, que todas las personas envejecían, todas las personas enfermaban, todas las personas se morían.
Si esto es todo lo que hay, si es así como sucede, entonces nada tiene sentido, dijo el joven. Y decidió buscar otro camino. El camino que lo llevaría a la iluminación, justamente. A trascender.
En lo personal, este último tiempo no hago otra cosa que ver vejez, enfermedad, y muerte. Pero no se me ocurre nada, no me ilumino ni un cachito.
No sé, mostrame un poco las tetas o haceme una paja. Y servime más whisky si sos tan amable.