30.9.18

Collar de ahorque


La gente se queja. Es normal que la gente se queje. El 97% de las quejas tienen que ver con el dinero. La falta de dinero, el dinero que nunca alcanza, el ingrato esfuerzo para conseguir dinero, la bíblica maldición de trabajar.
Pero. Hay algo que la gente no sabe. Todo el mundo cree que sus problemas están conectados de alguna forma con la falta de dinero. Se trata tan solo de conseguir dinero, mucho dinero, el dinero que vos creés que te haría feliz, el dinero que vos necesitás.
Si vos ganás ponele quinientos dólares por mes y creés, como categoría de imposible, como ir de paseo a marte o a la luna, que todos tus problemas se solucionarían con veinte mil dólares por mes. Y de pronto alguien te los da. Los veinte mil dólares por mes, no hace falta que hagas nada, acá están.
Bueno, de pronto se arreglarían dos o tres temas. Pero no serías feliz, de ninguna manera. Ese espacio que ocupaba el 97% de tu mente se dispararía en cualquier dirección. La tristeza te daría un existencial latigazo que vos serías incapaz de interpretar.
Por eso conviene que sigas atormentado por la falta de guita, las boludeces de siempre. Si el jueguito cambia de pantalla lo que sigue es infinitamente más complejo, no lo podrías soportar.

20.9.18

Malas noticias


–Hola.
–Sí. –Dije.
Debían ser las doce y veinte de la noche, raro que sonara el teléfono en casa, y esa hora. Raro que sonara a cualquier hora la verdad, yo después de las diez de la noche me marchitaba como un ficus. Me despertaba a las tres o a las cuatro de la mañana, sabía que no era bueno, que me convenía acostarme un poco más tarde o dormir más o las dos cosas, pero no me salía.
–Se murió Fleco. Bah, lo mataron.
–¿Eh? –dije–. No puede ser.
–Sí, boludo. Salieron a hacer un laburito, les dije que no salieran. Les dije que no salgan con lluvia, con lluvia todo se pone raro.
–Sí –dije–. La lluvia es jodida.
–Pero salieron igual, con el Toti. Master en la otra moto.
–¿Master? –dije.
–Sí, a mí tampoco me cabe el pibe, pero los chicos lo quieren. Dicen que no es que se cree importante, es callado nomás.
–No sé –dije.
–Siguen a un BMW que salió de un restaurante en puerto madero. Lo siguieron hasta Vicente López. Un tipo medio veterano con una minita. Y cuando van a entrar al garage de la casa se baja el Fleco y no sé si la piba gritó o qué pero el tipo dio marcha atrás con todo, y al boludo de Master se le cayó el fierro.
–¿Se le cayó? Es joda.
–Sí, se ve que se abatató o algo. Y el tipo tuvo tiempo de hacer una maniobra rara y lo pisó al Fleco.
–No te puedo creer.
–Así como escuchás, el auto lo pasó por encima y le partió la columna. Y el Toti trababa de levantarlo al Fleco del piso pero se le desarmaba todo, le salía sangre por todos lados. Y este pibe, Master, vio que venían de la garita corriendo y se rajó. Dejó a los pibes, dejó el fierro, dejó la moto y se fue corriendo.
–Pero qué pelotudo.
–Ya lo vamos a agarrar, ya vas a ver, me están averiguando en el barrio. Pero mataron al Fleco, entendés. No sé, pensé que se lo podías ir a decir a Julia vos.
–¿Yo?
–Sí, ustedes siempre fueron tan amigos. Vos sos como un hijo para Julia, sos el único que se lo puede decir.
–No sé –dije–. La voy a destrozar. ¿Dónde está Julia?
Hubo una pausa.
–¿Beto?
–¿Eh? –Dije.
–Sos Beto, ¿no?
–No, la verdad que no. Debés haber marcado mal.
–¿Y para qué me dejás seguir hablando, forro?
–No sé, me enganché con la historia. Pobre Fleco, te digo la verdad.

*puede que me repita un poco, puede que mejore. dejémoslo estar.

10.9.18

La sonrisa de los delfines


Vi un documental. No, no vi un documental, para qué carajo voy a ver un documental. Lo leí en un artículo, por internet. Escribían sobre el tema y me debe haber llamado la atención. Hay cosas que te llaman la atención y cosas que no te llaman la atención, no tiene explicación, viste cómo es.
El artículo, la nota, con video, era sobre los delfines. Te muestran un video con delfines nadando a toda velocidad, o jugando a seguir un barco que navega en medio del mar, poniéndose a un lado y a otro del barco, nadando en zigzag, haciendo piruetas para que los vean.
Y se ríen. La científica que relataba dentro del video decía que hablan, los delfines, que entienden, que tienen la capacidad de comunicarse y es cierto que parecen reírse, estar contentos. Están vivos y están contentos y se ríen, eso era lo que les pasaba.
Pero no es eso de lo que quería hablar, hay algo más. Tienen una capacidad, los delfines, un mecanismo. Pueden dejar de respirar. Descubrieron que el delfín, los delfines, pueden dejar de respirar a voluntad. Y morir.
Lo hacían, los delfines, cuando están en cautiverio. Cuando los quieren utilizar como entretenimiento en parques acuáticos. Los delfines se deprimen, se dan cuenta que no es para eso para lo que fueron puestos sobre la faz de la tierra por decirlo de algún modo (sobre la inmensidad del océano).
Entonces el delfín de da cuenta que lo que le está pasando está mal y deja de respirar. Y muere. Resuelve la cuestión.
En cambio un humano seguirá yendo treinta años a un trabajo de mierda, o continuará despertándose cada mañana con esa mujer mala y absurda, pero no dejará de respirar.
Se quejará de su suerte, se enfermará, probará anotarse en un gimnasio o cambiar el auto o coger con la secretaria del jefe o mudarse o viajar y así. Pero no dejará de respirar porque no sabe cómo hacerlo y eso es tan triste.