30.11.24

Método


Estaba triste, estaba mal, venía en caída. Me habían echado del laburo que igual era una mierda, Mónica me había dicho que necesitaba tiempo para pensar, se volvió al pueblo donde vivían sus padres. Así todo, la sola posibilidad de tener que decirle a la piba de la fiambrería que quería doscientos gramos de salame me daban ganas de llorar.
Decidí que iba a escribir. Había leído que Woody Allen decía que escribía dos carillas por día durante noventa días, y entonces tenía el guión de una película. Había leído que Martin Amis había dicho que mientras todos sus compañeros de curso se preparaban para escribir la gran novela, o la obra de teatro que revolucionaría el arte moderno, él se sentaba a las seis de la mañana y escribía una hora.
Empecé a ir a un bar. A las ocho de la mañana, me compré un cuaderno y un par de biromes. Dije ‘me voy a sentar de lunes a viernes, una hora’. Iban a ser, ponele, doscientos cuarenta días, a dos carillas por día, bueno. Después de limpiar, corregir, quitarle la grasa. Ver lo que quedaba.
Nada. Me sentaba en el bar, abría el cuaderno, pedía un café y una medialuna de grasa, al mes siguiente un cortado y una medialuna de manteca. A los pocos días pensé ‘con una carilla por día también está muy bien’.
Nada, cero, kaputt. Ni un miserable párrafo, ni una oración. De mi mente no surgía una palabra.
Pasó el año. El cuaderno se había gastado un poco de tanto llevarlo en la mano. Había perdido algunas biromes y había comprado otras. El mozo me conocía, me saludaba.
Y entonces me di cuenta que no iba a escribir nunca nada. No sabía escribir, no quería escribir, no tenía nada para decir. Pero vivir también era desayunar, tomar un café con leche en invierno, ver por un instante el humito saliendo de la taza. Esas cosas.

20.11.24

La velocidad del sonido


No soy ingeniero en aeronáutica, es más, no soy ingeniero en nada y más aún, no soy muy bueno con las matemáticas, con las ciencias denominadas ‘duras’ en general.
Pero hay una velocidad, entre los mil kilómetros por hora y los mil cien, no tengo precisión en la materia, ya lo dije. Hay una velocidad, entonces, decía, que es conocida por todos, los que entienden y los que no, como ‘la velocidad del sonido’. Pasada esa velocidad las cosas cambian, podríamos decir que cambia todo. Porque es una velocidad, esa marca en el cielo, es la que deja de un lado lo subsónico y del otro lado, lo supersónico.
Mundos diferentes si los hay. Afectados por diferentes leyes científicas podríamos decir, por qué no naturales. Cambia la intrínseca naturaleza de las cosas, las propiedades. Lo que es importante de un lado deja de ser importante del otro. Lo que funciona en un campo deja de funcionar, sí claro, en el otro. Un avión subsónico para hacerla corta, en una velocidad supersónica se desintegraría. Como si sacáramos a un pez de su pecera y lo pusiéramos en otra pecera pero llena de vino. El pez, por decirlo técnicamente, no funcionaría.
Lo mismo sucede analogía mediante con el dinero, con la plata. La guita.

10.11.24

Cuenten conmigo


En la esquina. De la avenida. Espero que el semáforo cambie de color. Espero que suelten los autos como si de una carrera de galgos se tratara. Y empiezo a cruzar bien despacio. Sin mirar claro, para el lado de los autos. Miro para arriba o para abajo, son diferentes clases de asfalto. Hay frenazos, gritos. Furibundas puteadas.
Veo un perro, un perro vagabundo bigotudo, aturdido, asustado. Lo llamo, vení loco le digo, qué te pasa, enfocamos nuestras miradas. Cuando se acerca agachando la cabeza un poco, moviendo apenas la cola, inseguro, me incorporo y le doy un tremendo patadón, lo engancho en las costillas, de costado. El perro lanza un lastimero aullido y casi parece que va a llorar pero los perros no lloran, con lágrimas digo. Se aleja rengueando.
Veo a una señora bastante mayor. Viene de la verdulería o de la frutería o ambas cosas. Camina con lentitud, lleva un par de bolsas en cada mano. Asoma de una de las bolsas, un paquete de acelga. En otra bolsa se distinguen peras, varios pomelos, duraznos. Me acerco sigiloso, por detrás. Rasgo el nylon de una bolsa, de un tirón. Le cuesta a la mujer permanecer de pie, conservar el equilibrio. Cae una bolsa. Ruedan los duraznos. Oigo los sollozos de la mujer mientras pisho contra un árbol.
Sé perfectamente desde hace tiempo que el mundo es una rotunda mierda. Me parece que debo hacer mi aporte, colaborar.