Pedí un turno y fui al psiquiatra. El psiquiatra me lo había recomendado un amigo, mi amigo P. Mi amigo P. había estado muy mal. Mi amigo P. iba al zoológico y se masturbaba mirando a una jirafa, o se pasaba por las axilas y por las ingles el borde de los vasos con los cuales después ofrecía algo para tomar a las visitas, hacía cosas así.
Así que fui al psiquiatra, fui al psiquiatra y le dije.
–Doctor, estoy cansado, muy cansado. Y aburrido. Y triste, por sobre todas las cosas estoy triste. Antes me reía, y ahora no. Ahora estoy tomando café en un bar cualquiera y me pondría a llorar, tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no largarme a llorar como un chico. Y tengo angustia, se me cierra el estómago y pierdo el apetito, o siento que no voy a poder respirar. Y ansiedad, palpitaciones, me levanto a las tres de la mañana con el corazón corriendo como un hámster en pantuflas y pienso ‘bueno, ahora viene el infarto’, y dejo el teléfono celular cerca, sobre la mesita de luz, por si sobrevivo al ataque, aunque no sé muy bien a quién llamar. Pero el infarto no viene, así que me ducho o tomo una cerveza o me quedo viendo la televisión, cualquier pelotudez. Y pienso que la vida no tiene sentido, no se me ocurre nada, miro para atrás y siento que hice todo mal, que me equivoqué en todo, y miro para delante y no veo nada, veo que hay que seguir porque todo el mundo sigue, despacito, como si fuera una valija en una cinta transportadora, una valija que nadie desea cargar, y la cinta es un círculo, porque vuelve, porque trae la valija de vuelta, porque no hay en verdad adónde ir. No sé.
–Es habitual –dijo el doctor, encendió su pipa, aunque quizás no la encendió, quizás hizo los gestos, usar el encendedor y después dar una pequeña bocanada, de una pipa vacía tal vez. No percibí olor a tabaco, casi lo puedo asegurar–. Terminó la sesión.
Así que fui al psiquiatra, fui al psiquiatra y le dije.
–Doctor, estoy cansado, muy cansado. Y aburrido. Y triste, por sobre todas las cosas estoy triste. Antes me reía, y ahora no. Ahora estoy tomando café en un bar cualquiera y me pondría a llorar, tengo que hacer un verdadero esfuerzo para no largarme a llorar como un chico. Y tengo angustia, se me cierra el estómago y pierdo el apetito, o siento que no voy a poder respirar. Y ansiedad, palpitaciones, me levanto a las tres de la mañana con el corazón corriendo como un hámster en pantuflas y pienso ‘bueno, ahora viene el infarto’, y dejo el teléfono celular cerca, sobre la mesita de luz, por si sobrevivo al ataque, aunque no sé muy bien a quién llamar. Pero el infarto no viene, así que me ducho o tomo una cerveza o me quedo viendo la televisión, cualquier pelotudez. Y pienso que la vida no tiene sentido, no se me ocurre nada, miro para atrás y siento que hice todo mal, que me equivoqué en todo, y miro para delante y no veo nada, veo que hay que seguir porque todo el mundo sigue, despacito, como si fuera una valija en una cinta transportadora, una valija que nadie desea cargar, y la cinta es un círculo, porque vuelve, porque trae la valija de vuelta, porque no hay en verdad adónde ir. No sé.
–Es habitual –dijo el doctor, encendió su pipa, aunque quizás no la encendió, quizás hizo los gestos, usar el encendedor y después dar una pequeña bocanada, de una pipa vacía tal vez. No percibí olor a tabaco, casi lo puedo asegurar–. Terminó la sesión.