El escorpión había ido a jugar al fútbol con los muchachos, varios escarabajos, los cangrejos de siempre, un cucarachón nuevo que jugaba de wing, parecía medio gordo y hacía siempre la misma. Pero lograba sacar el centro, siempre, y le pegaba a los tiros libres con un fierro. Después del partido habían tomado un par de cervezas. Llegó hasta la orilla de la laguna.
Ahí nomás, pintándose las uñas, escuchando música en el iphone, estaba la rana.
–Hola, qué hacés –dijo el escorpión–. Te invito a cenar, hay un restaurante en Palermo Hollywood donde hacen comida molecular, está muy de moda, van animales conocidos. O sushi, si preferís. Ah, primero, ¿no me cruzás hasta el otro lado de la laguna? Hoy arranqué muy temprano, y dejé el auto de ese lado.
–No, sorry –dijo la rana–. Pero si te cruzo me la vas a poner así de una, y después seguro no me llevás a comer a ningún lado. Además, tengo las uñas recién pintadas, y el agua de la laguna me las deja a la miseria. Vengo de Pilates, estoy recansada.
–Pero no seas tonta –dijo el escorpión– ¿Cómo te voy a garchar en medio de la laguna, por quién me tomás? Te digo que quiero ir a cenar con vos, a tomar un champancito. Quiero que me cuentes cosas de tu vida, me interesás como rana. Si lo único que quisiera es coger, no hubiera venido hasta esta laguna. Hay un charquito a mitad de camino donde organizan unas fiestas electrónicas que se ponen rebuenas, van culebras verde flúo y ratas jovencitas, venden pastitos energizantes y plancton alucinógeno, todo el mundo dado vuelta. Además, si te cojo en medio de la laguna, nos ahogaríamos los dos.
La rana duda. Mira al escorpión, es un escorpión joven, tiene el cuerpo trabajado, se nota que va al gimnasio. Usa un peinado moderno, y tiene auto.
–Bueno –dice la rana–. Dale, te cruzo.
El escorpión se sube. La rana comienza a cruzar, nadando, la laguna.
De pronto, la rana, siente. Es inconfundible, la sensación, apenas dolorosa, y tan agradable a la vez. La están cogiendo.
–Pero –dice la rana, contrariada–. ¡Me estás cogiendo! Me estás cogiendo en el medio de la laguna, y sin forro además. Me dijiste que íbamos a ir a cenar, o un fin de semana al Conrad en Punta del Este.
–Sí –dice el escorpión–. Sé que sos una rana conchuda y mala, jamás debí hablarte, pero viste cómo es. La calentura, las ganas de coger. No pude evitarlo.
La rana queda embarazada. Entonces, la rana y el escorpión se van a vivir juntos. Al escorpión no le alcanza la guita, nunca le alcanza la guita. La rana está siempre de mal humor. Vienen algunos parientes, de la rana, los fines de semana, de visita. El escorpión no puede ni ver un partido de fútbol tranquilo. Duerme mal, el escorpión. Va a ver a un médico de la selva que le dice que el diagnóstico es bien sencillo: está estresado. La rana, después de parir, queda del tamaño de una rana y media, lo único que quiere es comer insectos dulces y ver programas de concursos por televisión. Casi no se hablan.
Lo que quise decir es que el escorpión y la rana se hunden, como todos ya saben.