30.11.18

2x4, 2x3


Cuando yo la conocí, ella abominaba de la normalidad. ‘Detesto a los normales’, me dijo una vez. Aunque no le solicité demasiadas explicaciones, bueno, porque a mí lo que más me interesaba de su personalidad, de su forma de pensar, de su manera de ver la vida, era básicamente ponerla en cuatro patas y cogerla. Esas eran mis prioridades, no sé si lo lamento. Ella igual necesitaba explicar lo que le molestaba del planeta tierra en general, y de sus integrantes en lo particular.
Lo que le molestaba era la gente que trabajaba en un trabajo normal, la gente que se casaba y tenía hijos y soñaba con cambiar el automóvil cada tres años y pasar una quincena en San Bernardo, o en Pinamar.
Ella era capaz de tomar dos o tres ginebras en ‘La Giralda’, a la par mía, fumaba un cigarrillo detrás de otro, y bailaba tango. Iba a ‘La Viruta’, al ‘Podestá’, a los clubes de barrios. Y bailaba. Era capaz de explicarte la diferencia entre Virulazo y Copes, por qué Soto era tan respetado, por qué el tango acrobático o de salón era una cagada en cuatro tiempos.
–El tango es mi pasión, el tango es mi vida –Me dijo una vez mientras se secaba el cabello después de bañarse, con un toallón verde botella algo desteñido. Mientras yo la miraba, haciéndome un poco el distraído, su fantástico cuerpo desnudo. Alta, morocha, poca teta, culito firme, unas manos increíbles y esas piernas larguísimas.
Después de un verano juntos en Buzios nos peleamos. Apareció alguien, un nuevo muchacho para ella, un bailarín. Tampoco quisimos irnos a vivir juntos, yo estaba trabajando en el banco y hacía malabares con la guita. Ella bailaba y estudiaba con un ucraniano que era el mejor bailarín de tango de Europa, aplicaba conceptos de la física, de la mecánica, al baile. Era un científico del tango, ella decía que nunca había visto bailar a alguien así. Tenía un poco de tos, la vida le mostraba un colorido abanico de posibilidades. Yo me moría en cada viaje en subte y lo sabía.
Hace poco se me dio por trotar. Bah, me hice un chequeo, me dijeron que me moviera un poco, que bajara la panza, que dejara el whisky. Después de más de diez años trabajando en el centro estás clínicamente muerto, eso cualquiera lo sabe. Fuiste a buscar algo de guita y el precio es la vida, welcome to my kingdom.
Empecé a ir a Palermo los sábados a la mañana, a trotar un par de vueltas, antes del café con leche con medialunas. Tengo la teoría que lo que te mata no es el colesterol, ni el azúcar, mucho menos el cáncer. Lo que te mata es la tristeza, eso es lo que nadie te dice.
Ahí estaba, Mónica. Dando una clase de tango al aire libre para jubilados, gente de la tercera edad, gente que traían de alguna dependencia gubernamental, de geriátricos, de hospitales.
Había un par de parlantes, ella estaba entera, con su pollera ajustada y unos zapatos de taco alto. Tenía el cabello más corto, peinado a lo varón, con gomina. Usaba una flor en el pelo, una flor roja.
Me reconoció de inmediato mientras le sostenía ambas manos a un pobre viejo que luchaba por no caerse sobre el pavimento. De fondo, se oía la rasposa voz de Goyeneche.
Le sonreí y seguí caminando, me perdí entre la gente que pasaba trotando, las bicicletas, los vendedores de gaseosas. Hacía mucho calor, Enero en Buenos Aires es el horror de estar vivo, iba a hacer calor todo el día.

20.11.18

Las de carne son de pollo


Tenés que entender que va a llegar un momento en que te va a dar lo mismo si tu señora coge con un compañero de trabajo o si sube a la terraza a buscar la ropa y se engancha con la soga. Y se cae. Suenan las sirenas.
​Tenés que entender que va a llegar un momento en que te va a dar lo mismo si la persona que se te acerca en la calle te quiere saludar porque fue con vos a la primaria, quéhacéscómotevatantotiempoquéesdetuvida, o si es un ladrón que te apunta con un arma y te dice ‘ehhh amiguitoo’.
​Tenés que entender que va a llegar un momento en que te va a dar lo mismo si la foto que estás viendo fue en Buzios o en Necochea, de dónde carajo sacaste esa malla.
​Tenés que entender que va a llegar un momento en que te va a dar lo mismo si la piba en la fiambrería te da doscientos gramos de salame o de salchichón, si el doctor te dice que subió o bajó, si ella te dice que te sigue queriendo o ya no.
​Y cuando eso pase, ese es el momento de prestar atención.

10.11.18

Particular y única


Es difícil de explicar, y es antropométrico pero no sólo antropométrico, tiene que ver con el clima y los vientos, con la época del año, si estás más cerca de la montaña o del mar.
Hay gente que me cansa el huevo izquierdo, y hay gente que me cansa el huevo derecho, eso. Lo siento durante la interacción, el tirón, la pesadez, y sé exactamente de qué lado, qué huevo me cansa esa persona.
Por ejemplo, claro que hay ejemplos, siempre hay ejemplos. Las cajeras de supermercado me cansan el huevo derecho, los tipos que hablan por celular con manos libres me cansan el huevo izquierdo. Las mujeres que lloran me cansan el huevo derecho, pero las mujeres que te dicen ‘te di los mejores años de mi vida’ me cansan el huevo izquierdo. La gente que viene a proponerme algún negocio me cansa el huevo derecho, la gente que viene a contarme algo relativo a un partido de fútbol de la copa Toronto Melba Wilkinson me cansa el huevo izquierdo. Los tipos que pasan por la calle y te paran para decirte que fueron con vos a la primaria o a la secundaria o a la facultad, sí claro por qué no, me cansan el huevo derecho, la gente que toca bocina me cansa el huevo izquierdo, los empleados que te miran desde detrás de cualquier ventanilla y te dicen ‘no, no se puede, falta el formulario..’ me cansan el huevo derecho, los cajeros automáticos que no dicen nada pero tampoco dan plata me cansan el huevo izquierdo.
Podría seguir.
Pero con vos me pasa algo que hacía mucho no sentía, una sensación que tenía olvidada y por eso te lo quiero contar. Vos me cansás los dos huevos.