10.5.25

Veo veo


Cuando veo alguien que usa un paraguas veo alguien que no entiende la lluvia, alguien que no entiende que no le quedan muchas experiencias más intensas para vivir que mojarse un poco.
Cuando veo alguien que usa un cuchillo de costado para acomodar con quirúrgica precisión el queso por sobre la superficie de la pizza, veo alguien que no ha comprendido que la vida es mucho más arbitraria que justa, alguien que estaría dispuesto a confundir conveniencia personal con orden universal una y otra vez, alguien que no alcanza a comprender que el reparto de aceitunas en el planeta tierra es movido por cubiletes que se agitan en otros planos.
Cuando veo alguien que se maquilla en el subterráneo veo alguien que se distrae en los detalles, alguien que prefiere ocultar una imperfección del rostro mientras otro alguien en ese preciso instante le pedorrea la cara.
Cuando veo alguien que habla muy alto por un teléfono celular veo alguien que está pidiendo socorro, alguien que no puede parar de aullar el horror de estar vivo sin importar el tramado de la conversación que se va derramando sobre el asfalto indiferente.
Cuando veo alguien que dice ‘a mí lo único que me importa son mis hijos’, o ‘esto yo lo hago por las nenas’, o ‘primero está la barra, los amigos’, veo alguien que está dispuesto a arrancarte el corazón por una lata de arvejas y a obligarte a tomar el agua que queda en la lata y a vender el video.
Cuando veo alguien que compra algo con descuento justamente porque tiene descuento veo alguien que se ha extraviado, alguien que no consigue recordar con claridad lo que le pasó los últimos diez o quince años ni sabe muy bien para qué salió de su casa esta mañana.
Cuando veo alguien que juega a la lotería o a la quiniela o que apuesta a cualquier jueguito al lado de alguien que pide una moneda en cualquier esquina, veo que siempre estuvimos tan cerca y aún así el desencuentro era de lo más inevitable.

30.4.25

Hablemos de amor


No, pibe, te lo explico porque te veo medio perdido y es un tema que deberías saber. Te lo debería haber explicado tu viejo no sé, un hermano, un amigo. Son cosas que no sirven para nada en la adolescencia porque en la adolescencia sos adolescente y te importan otras cosas. Pero cuando salís de la adolescencia ya deberías saberlo, tener al menos una intuición, para no ser tan pelotudo.
Sí, las minas, claro que las minas. Porque cuando sos adolescente y un poco después también desde ya, lo que querés es ponerla. Querés coger como un monito carayá arriba de un árbol, como un chancho pecarí, querés eyacular como un maldito babuino, matraquear, ñaca ñaca y no mucho más que eso.
Pero. Siempre hay un pero, la vida es un poco más compleja. Cuando te baje un poco la espuma, la leche podríamos decir, tenés que fijarte de estar con una mujer que tenga algunos otros atributos, no, no físicos. Cualidades humanas por decirlo de algún modo.
Sí, ¡ya sé! ¡Ya sé que tenés los ojos blancos de leche como el maestro Po! Pero creéme, no todo es coger. Es mucho no lo niego, es importante y relevante y todo lo que vos quieras. Pero no es todo.
Y entonces, cuando tengas que elegir una compañera, una muchacha, una mujer más allá de esos fantásticos polvorones. De eso vamos a tener que hablar un poco.
Así que ya entendiste que no va por el garche, bien ahí. Cuesta un poco, sobre todo si tenés menos de 66 años ponele. Lo único que mirás por la calle son chicas, mujeres que tengan buenas tetas o buen culo o si es posible las dos cosas según el caso. Te las imaginás en cuatro patas o chupándote la pija. Pero no, no sabés que lo que el hombre precisa no es eso o no es solamente eso.
No, no importa si estudia, si quiere ser filósofa transpersonal, si le preocupa el hambre en Etiopía, si quiere salvar a los delfines, si siempre soñó con ser enfermera o maestra jardinera. Podés ser todo eso y una basura inmunda también, encima con la excusa de sentirse que está salvando al mundo o que es buena persona. Una mugre que encima te va a hacer sentir mal porque vos tenés un negocio de venta de artículos de limpieza, te van a decir que te faltó vuelo intelectual o artístico, no tenés sensibilidad, nunca le djiste que tu sueño es ir a escuchar ópera a la Scala de Milán. Te van a decir que te quedaste corto, que sos un maldito vendedor de odex que lo único que quiere es que san lorenzo salga campeón. Las mujeres que leyeron tres libros y la van de intelectuales son las peores, creen que entendieron algo de la vida que los demás no y además lo quieren explicar. La vas a pasar mal.
Hay una aproximación bastante buena pero que no alcanza. En una película donde actúa Robert de Niro y Chazz Palminteri. No, no tenés por qué saber quién fue Chazz Palminteri, con que sepas que no fue el 4 del Chelsea alcanza. La película se tradujo creo como algo de ‘una luz en el infierno’ (A Bronx tale). Y en un momento, un chico que es el hijo de De Niro y es italiano, conoce y se enamora de una muchacha que es negra. Y está todo mal, le dicen al chico que se tiene que pelear con la chica porque él es italiano y la chica es negra y no va. Y Chazz Palminteri, que hace de mafioso italiano y lo hace genial le presta el auto, al chico, para que salga con la chica. Y le explica una prueba que debe tomarle a la chica. Resumo. Es que el chico sea caballero, haga entrar a la chica abriéndole la puerta del acompañante del auto. Y luego rodee el auto, por el frente del auto, para ver si la chica se inclina para abrirle el ‘piquito’ de la puerta del conductor para que el chico pueda entrar al auto. Eso para ver si la chica es egoísta o no y la idea y la escena es hermosa y la recuerdo con mucho cariño pero tampoco es eso.
Ya estamos, ya termino.
En algún momento, si estás con una chica, vas a estar en tu casa o en la de ella o en la de tus viejos, en la de un tío, o en un departamentito que alquilaste en la costa por el fin de semana, en fin.
Y entonces. Antes o después de coger, ya sé que querías coger. Van a comer, o van a tomar whisky o seven up, o van a comer un par de sanguchitos de miga o una milanesa o lo que sobró del mediodía, no importa.
Y hay que lavar. Acá viene la cuestión. La piba va a lavar, no importa si va a lavar siempre pero va a lavar alguna vez, esa vez. No importa si vos te ofreciste a secar, no sé si sos tonto, si tus papás son parientes (siempre me gusta decir esa frase).
Acá viene lo importante, prestá atención. Estás en la cocina, la piba va a lavar lo que usaron durante la cena.
La piba tiene el detergente y la esponjita y va a empezar a lavar.
Tiene que lavar primero un plato. Listo, eso es todo lo que tenés que saber. Para saber si vas a querer estar con esa mujer no te digo toda la vida pero un tiempito, algo de mayor duración que el garche, el escopetazo en sí mismo.
Sí, hay vasos o hay tazas, y hay platos, pueden ser platos grandes o chicos, pueden ser muchos o pocos. Puede haber algún cuenco. Lo importante, la clave, es que la tipa tiene que lavar primero un plato, debe pasar la esponjita primero por un plato, antes que por un vaso.
Porque si la tipa arranca lavando primero un vaso entonces es una tremenda hija de puta y vos tenés que saber que está todo mal y te tenés que ir.

20.4.25

Dixit


–Quisiera hacer lo que quiero, solamente lo que quiero, siempre lo que quiero.
–Y sí, claro.
–Pero para hacer lo que uno quiere, nada más que lo que uno quiere, todo el tiempo lo que uno quiere, se necesita dinero. Mucho dinero.
–Seguro que sí.
–Y para conseguir el dinero, el dinero que necesitás para hacer lo que vos querés, tenés que hacer otras cosas. Cosas que no querés.
–Absolutamente.
–Después de conseguir el dinero haciendo algo que no querés para poder hacer lo que querés, bueno, lo que querés ya no es lo mismo. Se adultera por decirlo de algún modo, algo le pasa.
–Estoy de acuerdo.
–Haber hecho, haber tenido que hacer lo que no querías hacer, infecta lo que querías hacer. La zanahoria jamás alcanzará para compensar los palos recibidos. En algún lugar late un rencor, se esconde un fastidio, quedan las marcas.
–Sí.
–Me gusta este bar, está bien decorado.
–Tiene un lindo ventanal –dije–. Y el café no es malo.

10.4.25

Para ponerlo en perspectiva

Tenés que entender que los aviones se caen. Tenés que entender que los trenes chocan, se salen de las vías. Tenés que entender que la tierra se abre y se puede tragar ciudades enteras como si fueran de hojaldre. Tenés que entender que el mar se fastidia sin que sepamos muy bien por qué y de pronto se fuma en dos pitadas con una ola de más o menos treinta y siete metros a los japoneses que toman sol en una playa y se lleva los frascos de cremas hidratantes y los teléfonos celulares de pantallas táctiles de última generación y esas sandalias tan lindas que compraste en oferta. Tenés que entender que el médico mira los análisis y ve una mancha algo que no debería estar está y algo que no está debería estar y es un algo tan pequeño que si fuera una arveja caída en el piso de la cocina lo resolverías de una patada y tu vida cambia. Tenés que entender que a veces no se me para, también.

30.3.25

Mirá Cecilia


Mirá Cecilia, si querés que él vuelva tenés que comprar un kilo de tomatitos cherry y hacer una cruz. Una cruz de tomatitos cherry perfectamente alineados. Sobre el piso, debajo de la cama, del lado de él, donde solía acostarse. Tenés que hacer una cruz de tomatitos cherry y dejarla, la cruz, sin tocar, por lo menos una semana. Avisale a la señora de la limpieza.
Si querés que él vuelva tenés que conseguir un sapo, un sapo adulto machazo, de los grandes, ponerlo en una olla y hervirlo. Hervirlo un rato, cinco o diez minutos, sin llegar a matarlo. El sapo está casi muerto pero no está muerto, vive todavía, te vas a dar cuenta que vive. Entonces apagás el fuego y lo sacás, al sapo, con un repasador. Lo sostenés en alto frente a vos, como si te mirara a vos, cara a cara por decirlo de algún modo. Y lo apretás, al sapo, de la panza, con las dos manos y con todas tus fuerzas. El sapo va a largar una escupida, una terrible escupida que es de un verde muy claro, como un ácido. Es importante que esa escupida te de en el rostro o en las tetas. Soltás al sapo y te masajeás esa escupida por la cara, por el pecho, por los brazos. Y esperás que tu piel absorba todo el líquido.
Si querés que él vuelva tenés que prender una vela roja una vela verde y una vela negra, arriba de cada artículo de tu domicilio que tenga enchufe. Sí, tres velas arriba de la heladera y sí, tres velas arriba del lavarropa, y sí claro que sí, tres velas arriba de cada televisor. Si tenés microondas también, si tenés una computadora también. Prendés el grupo de tres velas sobre cada artículo de tu domicilio para cuyo funcionamiento deba ser enchufado y esperás que las velas se consuman por completo. Si alguna se apaga por cualquier motivo, la volvés a encender. Lo tenés que hacer de noche, depués de las doce de la noche.
O también podés no hacer absolutamente nada, limitarte a esperar mientras seguís siendo como sos. Igual no creo que vuelva, vos tampoco vas a cambiar, quién te aguanta.

20.3.25

Mismo barco


El doctor miraba los estudios y arrugaba la frente. Dio vuelta una página, levantó la vista y me miró. Negó casi de manera imperceptible con la cabeza (no sé con qué querés que niegue, ¿con la poronga?), luchó por contener el gesto.
El consultorio era deprimente. Un talonario de recetas sobre el metálico escritorio de un descascarado verde. Había una computadora también, una pc de escritorio con un remolino de cables colgando, el monitor debía tener diez años o más.
Detrás de su silla había una pequeña biblioteca de pino con libros, los lomos deteriorados, se mezclaban temas médicos con ‘Los Hollister’, y títulos de la colección ‘Bomba’.
El diploma, presumiblemente su diploma, colgaba de un oxidado clavo.
–Mire –dijo, se sacó los lentes y por un instante se oprimió los globos oculares con los dedos índice y pulgar de una mano. Suspiró–. La verdad que no me gusta nada de lo que veo. Me atrevería a decirle que la totalidad de sus análisis no son buenos. Colesterol, azúcar, ácido úrico, glóbulos blancos. Todo, todo no está bien. Los indicadores que debieran estar altos están bajos, y los indicadores que debieran estar bajos están altos. Para resumir y sin deseos de alarmarlo, su estado no es bueno. Como le dije, no me gusta lo que veo.
–No se haga problema, doctor –dije–. Yo hace años que no me soporto.

10.3.25

Alien


Si voy a comprar zapatillas, ponele que necesito zapatillas, las zapatillas que me traen para probar me queda grandes o me quedan chicas. Las zapatillas siempre son medio número más o medio número menos. Mi número no existe, no hay.
Si compro un pantalón que me queda bien de ancho me queda mal de largo y al revés, y al revés todas las veces que sea necesario.
Si voy a un bar y pido un café con una medialuna de grasa me traen un cortado con una medialuna de manteca. Si quiero agua con gas me traen sin gas. Si pido dos porciones de fugazzeta me traen napolitana.
Si conozco una mujer inteligente, una mujer con la que puedo conversar y tomar un café, es una intocable porcina con un flujo vaginal capaz de quemar una baldosa del parquet. Si conozco una mujer que coge con entusiasmo, que tiene un culo corto más que apetitoso para ponerla en cuatro patas y empujar un rato bueno, viene la piba además de con ese culo con un retraso evolutivo más que evidente, como si su desarrollo cerebral hubiese alcanzado hasta la condorito y a partir de ahí la nada misma.
Y así voy viviendo, en un mundo que se empeña en recordarme cada vez que puede que no es para mí.