10.11.24

Cuenten conmigo


En la esquina. De la avenida. Espero que el semáforo cambie de color. Espero que suelten los autos como si de una carrera de galgos se tratara. Y empiezo a cruzar bien despacio. Sin mirar claro, para el lado de los autos. Miro para arriba o para abajo, son diferentes clases de asfalto. Hay frenazos, gritos. Furibundas puteadas.
Veo un perro, un perro vagabundo bigotudo, aturdido, asustado. Lo llamo, vení loco le digo, qué te pasa, enfocamos nuestras miradas. Cuando se acerca agachando la cabeza un poco, moviendo apenas la cola, inseguro, me incorporo y le doy un tremendo patadón, lo engancho en las costillas, de costado. El perro lanza un lastimero aullido y casi parece que va a llorar pero los perros no lloran, con lágrimas digo. Se aleja rengueando.
Veo a una señora bastante mayor. Viene de la verdulería o de la frutería o ambas cosas. Camina con lentitud, lleva un par de bolsas en cada mano. Asoma de una de las bolsas, un paquete de acelga. En otra bolsa se distinguen peras, varios pomelos, duraznos. Me acerco sigiloso, por detrás. Rasgo el nylon de una bolsa, de un tirón. Le cuesta a la mujer permanecer de pie, conservar el equilibrio. Cae una bolsa. Ruedan los duraznos. Oigo los sollozos de la mujer mientras pisho contra un árbol.
Sé perfectamente desde hace tiempo que el mundo es una rotunda mierda. Me parece que debo hacer mi aporte, colaborar.

19.10.24

Miedo al miedo


Te explico lo que pasa. En realidad no te explico, te cuento. Yo hace años que dejé de explicar. Explicar es algo tan antiguo como los pantalones pata de elefante.
Viste que hubo una pandemia. No se sabe, parece que un chino estaba de excursión y le agarraron ganas de defecar, viste como son esas cosas. Y no va que el chino caga en medio del bosque y manotea buscando algo, una hoja, algo con qué limpiarse el culo para ser más exacto. Y no va que justo agarra un murciélago, un murciélago que justo estaba descansando por ahí, y el chino va y se limpia el culo con el murciélago. Y después alguien agarró el murciélago para hacerse una sopa, en fin. Mejor no sigamos.
Y desde entonces se expandió por el mundo la pandemia, nada volvió a ser, ni va a ser nunca más, como antes. Cambiaron los hábitos, se suspendieron los recitales y los eventos deportivos, cerraron los restaurantes y no hubo más viajes en avión. Y ahora cuando caminás por la calle y te cruzás con un conocido, en lugar de saludarlo primero lo mirás, lo mirás como si estuvieras buscando algún gesto, un moco, la más mínima confirmación que el tipo que tenés enfrente tiene la peste bubónica y que debés salir corriendo lo más rápido posible sin siquiera preguntarle cómo está, si terminó la secundaria, si se casó, por qué peló semejante cara de boludo, si tuvo hijos.
Pero todo eso es materia conocida, ya sabés. La gente se enojaba en la calle si no tenías puesto el barbijo pero después iba y manoseaba todas las mandarinas en la verdulería mientras trataba de acertar y elegir la que tenía menos carozos. La gente es una mierda pero eso no tiene nada que ver con la pandemia. Eso es de siempre.
¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí, que hubo una pandemia, que llegó el fin del mundo, que la gente es la mierda más pura. Me distraje, disculpame.
No, no tengo la solución, no tengo la vacuna, no sé cómo hacer para que la gente sea feliz. Podríamos decir que soy parte del problema.
Pero noté algo, eso sí. Si te fijás bien, si prestás atención, cuanto más pelotuda es la persona, cuanto más insípida y anodina y absurda es su existencia, bueno. Era la persona que usana triple barbijo y que llevaba una garrafa de alcohol en gel colgada de la espalda y que tratana de dar dos respiraciones máximo por cuadra y así. Repito entonces, cuando ves a una persona cuya vida no tiene el menor sentido, que se ha pasado quizás los últimos diez años gritándole a su propio perro para que aprenda a cagar parado en dos patas o que quiere discutir en el ascensor sobre cómo puede ser qué caro que está todo, algo así. Una persona que jamás practicó una actividad artística ni deportiva, que se limita a pagar el gas y ver programas de entretenimientos y se hace chequeos, muchos chequeos de salud, si pudiera se haría un análisis de sangre tres veces por semana. Bueno, esa persona es la que tiene más miedo de morirse.
Y a mí me parece una maravillosa broma del universo. Quiero decir hay algo ahí que no deja de ser curioso.

10.10.24

Lo único que importa de breaking bad


Estuve viendo breaking bad. No, pará, ya sé, genio de nefli, breaking bad fue hace veinte años o algo así, ya la vio todo el mundo y ya se dijo todo lo que había que decir sobre la serie. Lo que me pasó fue que tengo, por suerte, tiempo libre a la tarde, y ya no se me ocurre nada para hacer. No quiero leer ni escribir, la sola idea de trotar me produce náuseas, así que elijo una serie y miro un capítulo por día. Pero como las series son malísimas miro las que me gustaron que son las que le gustaron a todo el mundo, los soprano, succession, peaky blinders, en fin, tampoco estoy inventando el agua caliente.
Miro un capítulo de una serie, fumo un cigarrillo, tomo un café, y me parece que el mundo todavía es un lugar amable o no demasiado hostil. Después o antes hay que lavarse los dientes, pagar el gas, quizás hervir arroz. Vivir es una maldita cosa detrás de la otra, como todos sabemos y creemos saber quién lo dijo aunque no sabemos muy bien en qué estaba pensando cuando lo dijo pero nos sirve igual.
Acá viene el tema, sobre breaking bad. No, no importa, todos los personajes están bien, y todos nos volvimos expertos en metanfetamina y todos vimos la transformación de w. white de apocado profesor de química en narco sanguinario y el derrumbe de pinkman y la obstinada muerte de hank y el genial gustav fring y la pasmosa sabiduría de ehrmantraut y está todo lo más bien aunque lo estés viendo por tercera vez y ya te des cuenta que la serie se puso vieja pero sigue siendo mejor que una boludez nueva. Por lo menos para mí.
Y se me estaba acabando, la serie quiero decir pero podría decir la vida o la alegría también. Estoy en el capítulo 15 de la temporada 5, o sea el anteúltimo capítulo de la serie.
Acá viene la cuestión, por favor no te detengas en detalles técnicos ni me corrijas un nombre o alguna boludez por el estilo. Me pasa todo el tiempo, cuando hablo con alguien, que estoy diciendo algo genial y la pregunta suele ser ‘pero en realidad te bajaste en callao o en uruguay?’. No importa pibe, tratá de seguir el foco de la maravillosa linterna con la que alumbro lo que estoy contando y capaz aprendés algo. El multitasking le pudrió el bocho a la gente, quedaron todos más boludos que antes esperando la app que les explique cómo rascarse el culo. En fin.
Estamos en el capítulo 15 de la quinta temporada, la serie se termina. W. White está escondido en una cabaña en Alaska o donde quiera que sea, después de que le ha pasado de todo. Ha logrado escapar, le han hecho un cambio completo de identidad recurriendo a los servicios del tipo con la pantalla de service de aspiradoras.
Entonces. Está W. White, solo, enfermo, ha perdido a su familia que lo odia, lo busca la justicia. Está en la cabaña, hace veinte grados bajo cero. Y llega el tipo de las aspiradoras, que se había comprometido a venir a verlo una vez por mes con las provisiones. Le trae comida, le trae periódicos, le trae lentes con distintos tipos de aumento. Le hace, incluso, una improvisada quimio porque a W. White le ha vuelto su cáncer.
Y el tipo que fue el que le inventó la nueva identidad y lo puso en esa cabaña y le trajo las provisiones está por irse apenas terminado el encargo. Y W. White le pregunta si se puede quedar un par de horas.
–¿Un par de horas? –dice el tipo–. No. Tengo dos mil kilómetros de viaje. Me tengo que ir.
Y entonces W. White le ofrece veinte mil dólares por dos horas. Y el tipo lo piensa y regatea. Le dice que acepta los veinte mil dólares por una sola hora. Y W. White lo piensa con apenas una resignada sonrisa y dice ‘bueno’.
Y entonces pasa algo más importante todavía. Acaban de arreglar que el tipo se queda una hora más por veinte mil dólares. El tipo va hasta una mesa, agarra inmediatamente un mazo de cartas y dice.
–¿Cards?
Porque tampoco se conocen ni son amigos ni tienen de qué hablar. Pero se puede jugar a algo.
Y lo que tenés que entender es que W. White se ha pasado las 5 temporadas de la bellísima breaking bad haciendo barbaridades, fabricando metanfetamina, mintiendo, matando. Y termina en una cabaña y está en presencia física de un barril de plástico con unos once millones de dólares que es el producido, lo que le ha quedado de su espectacular via crucis. Y lo único que quiere es que alguien le haga compañía. Estar con alguien, que haya alguien además de él en la cabaña aunque tenga que pagar por eso, jugar a las cartas sin el menor interés.
Y es todo tan redondo y tan perfecto y hay tanto para aprender ahí que yo lo tenía que escribir, porque le tenía que contar a alguien lo único que hay que entender, lo único que importa de breaking bad.

30.9.24

Gente corriendo


Me ha tocado ver a la gente que corre. Pobrecitos, no tienen la culpa, son parte de una colectiva desesperación que los excede, los contiene y los abarca. Ni siquiera saben por qué corren, qué les pasa. Es la imbecilidad hecha pulsión.
El domingo a la mañana quise ir a Palermo a dar una vuelta, caminar un poco antes de desayunar. Era temprano y estaba bastante fresco, poca gente, más no se puede pedir por la sencilla razón que más no hay.
Pero justo iba a empezar y pasó un carrito, una especie de jeep, bien despacio, y un sujeto con un altavoz dijo ‘¡Cuidado, señores! ¡Se está corriendo una maratón, cuidado por favor!’.
Y era verdad. Me detuve junto a un poste de luz, y comenzaron a pasar. Los más veloces primero, veinte o treinta. Un poco después el promedio, todos los demás. Tres o cinco mil almas sin paz.
Remeras naranjas o verdes casi fosforescentes, hombres en su mayoría aunque había mujeres también, y gente grande. Me quedé ahí parado unos buenos diez minutos. El chuic chuic de las suelas de goma. No vi una sola sonrisa, ni una sola, el sufrimiento tatuado sobre los rostros, profundas gestos de estupor, de contrariedad.
Se me ocurrió pensar que si se filmara lo que yo estaba viendo, gente corriendo, filmados bien de cerca, verlos pasar, cualquier maratón de cualquier ciudad, algo fácil de realizar. Si se filmara una de esas carreras de domingo a la mañana y se pasara la filmación en los televisores de las salas de terapia intensiva de cualquier hospital. Si se les mostrara a los enfermos terminales, a la gente que arrastra crónicas penurias o resiste cruentos tratamientos, si se les mostrara lo que hace la gente que está sana, se sentirían mejor con sus vidas casi de inmediato. Se darían cuenta que no es tan mala la situación que les toca atravesar.

20.9.24

Lo vamos viendo


Sé, lo sé perfectamente, los que escriben muchas veces quisieran pintar. Poder pintar, hundir un pincel en algún color para luego deslizarlo por el blanco lienzo en esa sensación única tan particular, tan característica. Ver surgir las formas venidas de quién sabe dónde, crear.
Y sé que quienes pintan desearían hacer música. Tocar un instrumento. Un piano, un violín, escupir música, llenar el espacio con sonidos que surgen del movimiento de tus manos mientras la gente presta atención, cierran los ojos, hacen silencio.
También es cierto que quienes hacen música, quienes tienen ese extraño don, esa curiosa habilidad, muchas veces desearían saber hacer otra cosa. Ser abogados, contadores, arquitectos. No tener que ganarse la vida cobrando migajas, dando clases de guitarra o de bajo a pequeños retardados que viven en barrios privados y que sueñan con tomar una fanta con bizarrap o armar bandas de rock que los lleven a la MTV o símil para poder quedarse en pausa en una entrevista como si de verdad estuvieran pensando. Para luego balbucear alguna imbecilidad.
Los abogados, los médicos, sueñan con vivir en una cabaña frente al mar, coger con jovencitas algo desaliñadas de tetas pequeñas pero muy firmes. Hacer surf hasta que anochezca y fumar, fumar porro mientras esperás hasta el próximo porro y no mucho más.
Todos estamos tristes, de eso estamos hechos.

10.9.24

Humanum est


Leo un libro. Para eso están, los libros. También podés subir algo en tu instagram o jugar con la play, pero yo prefiero leer un libro. No sé, vos hacé lo que te resulte más cómodo.
¿Qué te estaba diciendo? Ah sí, leo en un libro. Lo siguiente:
El ser humano es la única criatura que puede reflexionar sobre su propia existencia, imaginar su propia muerte, y simular un orgasmo.
Brillante la frase por donde la mires. Sé cuando estoy en presencia de algo brillante en cualquier disciplina, lo sé de inmediato. Aunque no practique la disciplina en cuestión, aunque no tenga la más puta idea de nada al respecto. Pero algo resuena en mí ante la brillantez, y yo quiero creer que es también, no sé cómo decirlo, la brillantez que hay en mí lo que reconoce la brillantez en cualquiera de sus formas y eso me hace sentir un poco mejor. Tampoco molesto a nadie.
Pero vuelvo a leer la frase. Y se me da por pensar que el ser humano, además de poder reflexionar sobre su propia existencia, también puede imaginar su propia existencia, y quizás también simularla. Y el ser humano, además de poder imaginar su propia muerte, también es la única criatura que puede reflexionar sobre su propia muerte, y también puede simular la propia muerte. Y desde ya el ser humano además de poder simular un orgasmo, también puede reflexionar sobre un orgasmo, y también por qué no, imaginar un orgasmo.
También el ser humano tiene la capacidad de comer unas rabas o unos langostionos a la provenzal con una buena cerveza, en algún barcito frente al mar. O dar vueltas por un supermercado de barrio buscando dos latas de garbanzos y un sobre de queso rallado.
El ser humano puede, como la mayoría de las otras especies aunque quizás con un touch de sofisticación, hacerse bien la paja.

30.8.24

Para finalmente cambiar tu vida


Años y años de gente sufriendo, el tema que atormenta a casi todos, la sociedad que no puede evitar asociar la delgadez con la felicidad como si eso fuera cierto. El tema de las dietas.
Te explico lo que hay que hacer. El método definitivo. La solución al problema.
La duración del tratamiento es treinta días. Para cambiar tu vida.
Acá viene la parte técnica, instrumental, los detalles.
Durante diez días, durante los primeros diez días, vas a comer en el desayuno un tubo de pringles y una lata de coca cola. Podés elegir el tubo de pringles del gusto que sea de tu interés. Pero el sabor original, las rojas, está muy bien. La coca cola debe ser la roja, ni zero ni light ni nada por favor, ni se te ocurra.
Eso. Cuando te levantás a la mañana, desayunás un tubo de pringles y una coca cola de lata y te vas a trabajar, lo que sea que hagas con tu vida. Nada más, durante el resto del día, nada. Podés tomar agua eso sí, a lo sumo un té. Podés fumar dos o tres cigarrillos por día sin problemas, lo más bien.
Hacés eso, durante diez días.
Luego de los diez días, viene la segunda fase. Lo que podríamos llamar ‘fase 2’.
Ahora pasás a comer el doble. Dos tubos de pringles, dos latas de coca cola. Durante el desayuno. Diez días. El resto del día no comés nada más. Agua, té, un cafecito si precisás. Diez días.
Y luego viene la fase 3, diez días más. Los últimos diez días.
Ahora bajás a la mitad. La mitad del comienzo, medio tubo de pringles, media lata de coca cola. Diez días.
Listo. Eso es todo. Treinta días en total, fácil de entender.
No, no sé si vas a bajar de peso. Pero te vas a sentir distinto, te vas a quedar pensando cosas que nunca pensaste. Eso te lo puedo asegurar.