En un parque. Estoy sentado. Leo el diario. Se me acerca una persona, una mujer. La mujer sujeta una bolsa en cuyo interior hay una botella de leche, pan, un pedazo de queso, tal vez. En la otra mano sostiene una correa que termina en un perro. Es un perro de un amarillo clarito, bigotudo, exoftálmico. La clase de perros que suelen ladrar hasta morir, o hasta enloquecer a un vecino. Lo reconozco de inmediato.
La mujer se me acerca. La mujer se para frente a mí. La mujer me habla.
–Oiga, señor.
–Sí.
–Usted está leyendo el diario de mañana.
–¿Qué? –Bajo el diario. La miro.
–Usted está leyendo el diario de mañana.
–No, no creo. Gracias.
–¡Sí, fíjese! Mire la fecha. Es el diario de mañana.
–A ver –me fijo la fecha en la tapa–. Tiene usted razón, es el diario de mañana.
Me dispongo a seguir leyendo. Ella da una patadita de fastidio. Su perro ladra, una sola vez. Su ladrido es tal cual lo imaginaba.
–¡No puede ser! ¿No entiende? –dice.
–No, no entiendo –digo.
–Usted no puede estar leyendo el diario de mañana.
–¿No?
–¡No! –Se cruza de brazos, lo que genera un tirón de la correa en el cuello del animal.
–¿Y porqué no?
–¡Porque es hoy! ¡Por eso! Si es hoy, usted tiene que estar leyendo, a lo sumo, el diario de hoy.
Me mira, satisfecha con su razonamiento. Su perro me muestra los dientes amarillos. Yo nunca he visto reír a un perro, pero si tuviera que votar, juraría que el perro se está riendo.
Humphrey Bogart dijo alguna vez, o así me lo contaron, algo como que su problema era que le llevaba un par de whiskys de ventaja a todo el mundo.
Yo digo, apenas, 'tócala de nuevo, Sam'.
La mujer se me acerca. La mujer se para frente a mí. La mujer me habla.
–Oiga, señor.
–Sí.
–Usted está leyendo el diario de mañana.
–¿Qué? –Bajo el diario. La miro.
–Usted está leyendo el diario de mañana.
–No, no creo. Gracias.
–¡Sí, fíjese! Mire la fecha. Es el diario de mañana.
–A ver –me fijo la fecha en la tapa–. Tiene usted razón, es el diario de mañana.
Me dispongo a seguir leyendo. Ella da una patadita de fastidio. Su perro ladra, una sola vez. Su ladrido es tal cual lo imaginaba.
–¡No puede ser! ¿No entiende? –dice.
–No, no entiendo –digo.
–Usted no puede estar leyendo el diario de mañana.
–¿No?
–¡No! –Se cruza de brazos, lo que genera un tirón de la correa en el cuello del animal.
–¿Y porqué no?
–¡Porque es hoy! ¡Por eso! Si es hoy, usted tiene que estar leyendo, a lo sumo, el diario de hoy.
Me mira, satisfecha con su razonamiento. Su perro me muestra los dientes amarillos. Yo nunca he visto reír a un perro, pero si tuviera que votar, juraría que el perro se está riendo.
Humphrey Bogart dijo alguna vez, o así me lo contaron, algo como que su problema era que le llevaba un par de whiskys de ventaja a todo el mundo.
Yo digo, apenas, 'tócala de nuevo, Sam'.