30.5.20

Flotación


A veces me paso varios días pensando si lo que debiera desayunar, cuando me despierto, si lo primero que debiera tomar recién levantado es café o té. O mate.
Después no termino de decidir si debiera ir a caminar por Palermo los sábados a la mañana, bien temprano. O los domingos. Porque si no voy ninguno de los dos días me da la sensación que he dejado de moverme, que estoy envejeciendo, que sólo me espera la decrepitud, la decadencia. La caída. Pero si voy los dos días me parece que corro el riesgo de convertirme en un pelotudo del calibre de Murakami, en un acólito de la tan terrible secta de los sanos, te podés transformar sin excesivas dificultades en lo que se ha ido transformando más o menos todo el mundo. Un pelotudo que supone que comer yogur es equivalente a escribir como Saer, que estar en movimiento alcanza para sentir algo.
Y pienso mucho, durante el día, si a la noche debo pedir para la cena pizza o empanadas. Porque para mí la pizza va mejor con cerveza, y las empanadas podés comerlas perfectamente con vino. Creo que uno debería cenar con vino durante la temporada otoño-invierno, y con cerveza durante la temporada primavera-verano. Pero, hay días de marzo, días anteriores al 21 de marzo, que tomaría vino sin inconvenientes. Y hay días de septiembre, días anteriores al 21 de septiembre, que tomaría una cerveza. No sé, es complicado no encontrar el patrón exacto, tener una estrategia definida.
Cuando descubrís que no te salió nada de lo que querías ser, y justamente nada de lo que querías ser va a ser posible, bueno. Los grandes temas quedan por completo de lado, las cosas se vuelven infinitamente más triviales y sencillas. La irrelevancia tiene su encanto.

20.5.20

Acerca del universo


A la mañana antes de ir al centro a trabajar, podríamos decir a morir por unas monedas, más o menos como hace todo el mundo, me gusta tomar un café.
En un bar, cualquier bar. En una época iba al centro y tomaba, el café, en un bar del centro. Pero luego me di cuenta que no es posible, que la nube de tristeza y frustración ha cubierto cada azulejo de cielo, que el aire está podrido de todo lo que salió mal, de todo lo que fracasó. En el centro se respira todo lo malo de este mundo y uno cree que puede soportarlo, que es capaz de construir un dique de contención hecho de alma pero no. Si te quedás en el centro más de tres años sos arrasado por una mierda poderosa, un rayo láser hecho de la mierda más pura con un olor a mierda todavía no inventado, no hay manera de recuperarse de eso. Entonces trato de tomar el café en algún bar de barrio, del barrio en el que esté viviendo, hay bares por todas partes. Como si juntara fuerzas para emprender la jornada, como si tomara envión.
Así que entro a un bar y pido un café. Me siento a mirar diez o quince minutos por la ventana y trato de no pensar. A veces estar vivo no es gran cosa, para estar vivo no hace falta tanto.
Es invierno y es muy temprano todavía, así que el bar está prácticamente vacío. Es un bar bastante grande, en una esquina, no, no importa la esquina. Tiene ventanales que permiten mirar hacia ambas cuadras, las cuadras que componen la esquina, la esquina donde se encuentra el bar.
Me siento, pido un café, ya lo dije. Estoy arrasado por todo, por la vida, como si me hubieran empapado con un balde lleno de una mezcla de angustia y dolor que ni siquiera es localizable pero que me acompaña como un perro fiel.
Entra una persona, un hombre. Canoso, delgado, mayor. Unos setenta años o quizás más.
El hombre entra, duda, viene hacia mí. Se saca su abrigo, elige la mesa que está justo delante de la mía. Y se sienta, de espaldas a la puerta, de frente a mí.
Hay varios errores en su accionar. Trato por lo general de ser un sujeto amable, con criterio, incluso estoy dispuesto a evitar un conflicto de ser posible. Pero. El bar está vacío, el bar es grande y yo estoy mirando a lo lejos, por el ventanal. ¿Por qué te me sentás enfrente?
–Disculpe –le digo– ¿Por qué se me sienta enfrente? Tiene todo el bar a su disposición, no hay nadie, yo estoy tratando de mirar por la ventana.
El hombre me mira, sin enojo y sin excesivo interés. Dice.
–Soy el universo.
La respuesta es algo curiosa, quizás original. Permanece sentado muy erguido, sin apoyar la espalda en el respaldo de la silla. Las manos sobre los muslos.
–Me parece bárbaro –le digo, termino mi café–. Pero eso no invalida mi pregunta.
–Soy el universo –repite– y me gusta molestarte. Quiero decir, es con vos.

10.5.20

Siempre hay algo


La gente es repugnante, la gente es la mierda más pura eso está claro. Y el mundo es un asco, por supuesto. La vida no tiene mayor sentido. Si te fijás lo que hacés, prácticamente todo el día, desde hace quién sabe cuánto tiempo, te vas a dar cuenta que no es muy distinto que un hámster en una jaula de vidrio pedaleando una ruedita y mirando, mirando asustado, exoftálmico, tratando de entender algo, cualquier cosa, con el hocico.
Y si te fijás un poco, si hacés memoria, lo que te pareció importante, la clave, la razón de tu vida hace cinco años o diez. Fijate ahora. Pero sí, nadie te dice que no lo hagas, vas a poner algo, una zanahoria, adelante. Para poder seguir, porque si no hay nada delante para qué seguir. Te lo tenés que inventar vos, la motivación y el motivo, es como pajearse.
No, tampoco hay adónde volver. El vehículo de estar vivo no trae marcha atrás. Eso cualquiera lo sabe.
Pero cada tanto hay algo. Puede ser una parejita que espera el 132 de la mano bajo la lluvia, puede ser un chico chiquito, la mirada de un chico chiquito abriendo un regalo, puede ser un perro, la alegría de un perro de volver a verte, las ganas de ladrar, de mover la cola, de correr a tu encuentro y no poder detenerse y chocarse con vos. Ese entusiasmo.
Son pinceladas, en cualquier parte, chispazos, una ranura de luz filtrándose a través de las persianas de nuestras mugrientas vidas. Con eso me alcanza, de eso vivo.