Hay una ley física, funciona de la siguiente manera. Cuanto más irrelevante sea tu rol en el planeta tierra, mayores serán tus ganas de hablar al respecto. Así de sencillo.
Por ejemplo, si vos sos una retardada que anda en calzas y lo único que pudiste hacer es estudiar educación física, entonces, cuando alguien te invite a tomar algo, bueno. Empezarás, a los gritos, a contar ‘soy perrrsonal trainerrr, porque la gente está mal hidratada, y eso tiene severas repercusiones en las mitocondrias y en la contracción de los cuádriceps…’. Cuando lo cierto es que no hacés otra cosa que sacar a pastorear a un par de viejos por el rosedal, que suelen pedorrearte en pleno rostro mientras los ayudás a elongar por unas pocas monedas.
Por ejemplo, si sos un muchacho con barba candado que usa trajes muy claritos y vende semanas de ‘tiempo compartido’ en Buzios, y tu mayor precupación es que, pasada esa semana, el supervisor descubra que los ocasionales turistas se han robado desde el champú del baño hasta las cubeteras del freezer. Entonces podrías ponerte a hablar con tu chica, de solemne manera, en un restaurante de barrio donde las ensaladas son libres aunque no tan libres porque tenés que ir y servírtelas vos, así que son libres pero no vienen solas. Dirás cosas como ‘la demanda turística tiene una estacionalidad que no sólo depende de las lluvias y los vientos, sino, también, del estado anímico de la población. Es un fenómeno multicausal’.
Sucede, entonces, de esta forma. No importa lo que creas que estás haciendo, el estúpido rol que consideres te fue asignado en este mundo. Lo que tenés que saber es que las cosas importantes suceden en silencio.