30.8.22

Sobre una superficie de un rosa pálido


Me di cuenta a la mañana muy temprano, yo me despierto muy temprano aunque no sé, nunca supe muy bien para qué.
Me desperté y sentí, no sé muy bien cómo describirlo, o quizás sí sé, una picazón generalizada. Una sensación de calor y fastidio a la vez. Pero no, no el fastidio tradicional que se siente en el medio del tráfico o en la cola de un banco. Un fastidio nuevo, digámoslo de ese modo.
Me fui a lavar la cara, hice pis, y puse agua para el café. No sé por qué volví al baño, me saqué la remera porque estaba transpirado a pesar que estábamos en invierno. Ahí me vi.
Tenía un sarpullido. Todo, en medio de mi asombro iba descubriendo que estaba cubierto, pequeños granitos como puntos en relieve sobre una superficie de un rosa pálido. Toda la piel. Desde los tobillos hasta el cuello. No pies, no manos, no rostro ni cabeza. Pero todo lo demás sí. No, el pito no, pero sí, la cola sí, la espalda sí, los brazos sí, la panza sí. Sí, sí, y sí. Casi me desmayo del susto.
Pedí turno con un médico, un clínico, y eso que yo detesto a los médicos. Pero qué podía hacer.
El tipo me mandó a hacer unos análisis y me dijo que tenía que ser una varicela, seguro. Una fulminante varicela. Que no me preocupara y que tratara de no rascarme para que no me quedaran las marquitas.
Pero no, resultó que no. No era varicela. El médico miraba los resultados de los estudios y se rascaba el mentón.
Entonces me mandó a hacer otra batería de análisis. Me preguntó, con cierto recato, sobre mi vida sexual. Tuve que confesarle muy a mi pesar mi predilección por la práctica del sexo anal con prostitutas senegalesas. Sin preservativo, sí, la mayoría de las veces, pero después de la fornienda me lavaba el gorrión con jabón blanco como me había enseñado mi profesor de Taichi cuando era chico y una vez me animé a hacerle la consulta.
Claro, era eso, me lo tenía merecido por imprudente. Pero no che, nada, ni siquiera una blenorragia. Cero infección.
Entonces el médico, cuando volví a visitarlo la semana siguiente, me preguntó si había comido mariscos, moluscos, quizás langostinos en mal estado. Pero no, yo si veo una pescadería cruzo de vereda. Llevo una rigurosa dieta a base de pizza y pastas. Me gusta mucho el chocolate cuando hace frío y el helado en verano. Y whisky todo el tiempo.
Así que tampoco iba por ahí. Los granitos no se iban, picaban como el carajo, y el médico lo único que tenía para decir era ‘qué raro’.
Hasta que finalmente me di cuenta de casualidad, como suceden la mayoría de las cosas. Me habían invitado un fin de semana al campo, y como se puso feo el tiempo no fue casi ninguno del resto de los invitados.
Y me empecé a sentir mejor, ese fin de semana. Llovía, hacía un frío del carajo, el dueño de casa con su señora tuvieron que volver para capital porque una hija se había fracturado un pie saltando en una cama elástica con las amigas.
Me dejaron ahí por tres días y empecé a mejorar. Entonces me di cuenta que lo que me estaba pasando era que me había vuelto alérgico a la gente en general. A los boludos principalmente.

20.8.22

Lo que no se mueve


El error es que el análisis, el razonamiento, tiene una parte estática. La parte estática sos vos, ahora, haciendo el razonamiento sobre algo que no ha sucedido. Ahí está la falla.
Por ejemplo, casos clásicos. Te dicen que alguien tiene, no sé, un millón de dólares. O conocés a alguien, de casualidad, sí, claro, seguro, que tiene un millón de dólares. Y entonces, ahí nomás, vos no entendés. Vos decís ‘si yo tuviera un millón de dólares no trabajaría más’, o ‘si yo tuviera un millón de dólares viviría en la playa’. Pero eso es ya te dije, porque vos no tenés un millón de dólares. Si lo tuvieras te darías cuenta que necesitás tres millones de dólares más, o que querés vivir en una torre donde te dejen poner una ametralladora en el balcón para tirarle a la gente de abajo, o que para bajar a hacer surf a las ocho de la mañana en Pinamar necesitás un intendente celeste que encienda la calefacción media hora antes y te caliente un poco el mar.
Otro ejemplo es con las minas, claro. Ves a un tipo un domingo a la mañana hinchado las pelotas, desayunando en un bar con una bestia, un minón espectacular. Y entonces vos decís ‘el tipo lee el diario, si yo tuviera esa mina le chuparía la concha media hora todas las mañanas antes del desayuno’. O decís ‘con una mina así yo me cuidaría un poco, volvería a hacer abdominales, daría gusto desayunar con ella frente al mar y poder ponerme en cueros’. Pero eso es porque no la tenés, a esa mina ni a ninguna otra, estás cogiendo cada tres o cuatro semanas con esa renguita que conociste en el supermercado en la góndola de los quesos. Sos todo deseo y frustración, no sos mucho más que eso pero si la conocieras, a la rubia, a la linda que va a desayunar con otro, si vivieras con ella o tuvieras que entrar al baño después que ella fue a defecar. Bueno, no podrías soportarlo, tener que oírla hablar.
Lo que falla entonces no es lo que ves, ni lo que creés que harías si tuvieras lo que no tenés. Lo que no podés es imaginarte cómo serías si fueras lo que no sos. Pero sos lo que sos, lo demás no tiene importancia.

10.8.22

2%


Cada tanto pasa, es de lo más normal, llevo veinte años trabajando en oficinas. ¿Qué pasa? Ah, sí. Lo que pasa es que alguien se chifla. No, bueno, no enloquece en lo que sería el sentido estricto del término, la manera tradicional. No lo van a ver arrancándose la camisa y pintándose un asterisco con mayonesa Hellmann’s sobre el torso desnudo. La cosa no va por ahí.
Lo que sí sucede es que alguien se da cuenta que no da más. Tiene que ser alguien al que le haya salido, por decirlo de algún modo, por ponerlo en palabras, todo relativamente bien. El tipo ha hecho dinero, tiene un buen pasar con todo lo que eso implica, y entonces un domingo a la mañana tomando un jugo de naranja recién exprimido, o un martes tratando de subir a la autopista en su impecable Audi A4, en medio del tráfico, se da cuenta que no da más.
El tipo se da cuenta que la vida no tiene ningún sentido, que lo único que ha hecho durante veinte o treinta años ha sido correr detrás del dinero, comprar una casa de fin de semana y cambiar el auto y viajar a Venecia y esquiar (no, no en Venecia, se nota que nunca esquiaste, pero fuiste a San Bernardo, también está muy bien).
El tipo se da cuenta que hay un agujero en lo más profundo de su ser, una tristeza centrípeta que lo devora y lo deja confundido, triste, con ganas de llorar. El tipo sabe que no podrá seguir haciendo lo que ha estado haciendo, se ha perdido el para qué de las cosas. No sabe cómo cambiar pero sabe que debe cambiar, le gustaría volver pero no sabe adónde.
También están aquellos que han dedicado toda su vida a una actividad artística, han pintado doce mil quinientas cuarenta y ocho veces una manzana y un jarrón, han escrito sesenta y tres mil doscientos veintidós poemas donde cuentan que alguien, por lo general una mujer, los dejó. Han sacado fotos de un anochecer en la playa hasta reventar los discos duros de dos o tres computadoras, y así podría seguir.
Esos sujetos se dan cuenta que están hartos, hartos de fumar porros de pésima calidad en mugrientas terrazas, hartos de coger con chicas que usan bombachas con elásticos vencidos y han dejado la higiene personal quizás algo olvidada o tienen el flujo vaginal excesivamente fuerte, hartos de fijarse cuánto cuesta el menú ejecutivo antes de animarse a ingresar a un restaurante de barrio. Quieren dinero, dinero en cualquiera de sus manifestaciones. Plata, guita, confort y no mucho más que eso.
Lo único que te puedo decir al respecto es que el 98% de la gente está triste, yo no tengo la culpa, yo no lo inventé. La gente está triste y esa es la verdad.