29.2.20

No me asusta


Veo gente. Soy un humano, deambulo por el planeta tierra, me gano la vida. Así que veo gente. Gente que me dice que tienen facebook y twitter y también instagram, gente que se mata por tener pequeños artefactos del tamaño de una galletita donde entran más de dos millones de canciones, gente que me dice que sacan fotos de dos patynesas recién sacadas del hornito eléctrico para la cena y las suben, las fotos, a la web, y alguien a quien no conocen les contesta desde Corea o desde Rumania. Les contestan, decía, ‘cool!’, o ‘yeah’.
Veo gente que me dice que hace crossfit. Que pagan para tener que llevar una cadena de hierro con una bola también de hierro caminando de una punta del gimnasio a la otra, o colgarse de una soga y trepar hasta que se les desgarren los antebrazos. Y para hacer eso, para tener la fuerza que les permita hacer eso, están dispuestos a comer dieciocho claras de huevo por día y a tomar batidos de proteínas y a no comer harina ni azúcar ni tomar un vaso de vino, nunca más en la vida.
Veo gente, gente dispuesta a trabajar hasta que les explote el corazón como una rana pateada contra un zócalo cualquiera porque hay que conocer Europa, hay que viajar a Europa, viajes de diecisiete días donde conocés once ciudades, a la mañana cagás en Roma y a la nochecita te comés una milanesa en Bruselas. Y hay que cambiar el auto, hay que cambiar el auto cada dos años como mínimo porque los automóviles nuevos traen un dispositivo donde si te suena el teléfono celular se interrumpe la música y podés hablar, por teléfono claro, con los mismos pelotudos que venís hablando siempre pero sin usar las manos.
Y después quizás prendés el televisor y en algún noticiero dicen que los científicos están muy preocupados en Melbourne, en Ottawa, parece que tienen pruebas finalmente y es verdad. Llegaron los marcianos.

20.2.20

Dos clases de dolor


Existen dos clases de dolor. Bien distintos, diferentes. Sus implicancias, lo que provocan también difiere desde ya. Puede suceder, a veces, que de causas distintas se arribe a similares efectos. Aunque esa afirmación suele adolecer de una pavorosa superficialidad. Y aún en esos casos, bueno, no es la norma.
Está el dolor agudo, y el dolor crónico. Un ejemplo de dolor agudo sería darse un martillazo en un dedo, o cortarse, también un dedo, bien profundo, mientras uno intenta picar una cebolla para poner en el arroz. Un ejemplo de dolor crónico podría ser una lumbalgia, o no tiene que ser desde ya sólo físico, también podría ser una angustia por la muerte de un ser querido, o porque alguien te abandonó, porque nunca vas a jugar en la primera de Argentinos Juniors, en fin.
Así están las cosas, así es la cuestión.
Si el dolor es agudo su esencial característica es que se impone. Se coloca primero en la fila del orden de prioridades, impide el más o menos normal razonamiento, se hace difícil seguir pensando en lo que uno estaba pensando. El dolor, en este caso, toma nuestro cuerpo y nuestra mente por asalto y no importa nada más.
Si el dolor en cambio es crónico, entonces suele ser de una tolerable intensidad. Pero ejerce un aplicado trabajo de demolición, está hecho de desgaste. Es un ruido de fondo que todo lo salpica. Es la gota en la piedra.
Podríamos decir que el dolor agudo te aturde, el dolor crónico te cansa.
Pero en ningún caso, ahora que lo pienso, me había sucedido encontrarme con alguien como vos. Porque tu presencia, las boludeces que decís, tu forma de entender el universo, me provocan dolor. Algo que es agudo y crónico a la vez. No te soporto.

10.2.20

Reino animal


Lo aprendí viendo la National Geographic. Todo lo que necesitás saber del ser humano lo vas a aprender, sin mayores dificultades, mirando a los animales. Así de sencillo.
Lo que te mata, lo que te hace moco, lo que tiene al occidental capitalista civilizado hecho un zombie babeante y famélico. La gente que vive en las grandes ciudades, a eso me refiero.
Si vos te fijás una cebra, por ejemplo. La cebra está ahí, no hace un pomo, va y habla con otra cebra, le pregunta dónde para el 132 o si por ahí se puede conseguir un mechón de pasto más o menos decente. La cebra se duerme una siesta o se baña o va y se coge algo. De repente a la cebra se le complica. Aparece un león. La cebra tiene que correr como el carajo, por su vida, escapar. La situación es tan tremenda, no hay más que mirarle los ojos mientras mueve las patas lo más rápido que puede. Y listo, si zafa. El león se fue o se comió a otra cebra. La vida continúa, hay que pensar de qué gusto quiere las empanadas para la cena, contestar unos mails. Aburrirse. Vida de cebra.
Pero si vos sos una persona, bueno, la cosa no es tan sencilla. Porque te parece que te está por comer el león, y te parece que te está por matar el tipo que te pide dos pesos, y sentís que te están por arrancar el corazón de un mordisco en cada viaje en subte, y está claro que la cajera del supermercado te apuñalaría y te comería con papas españolas, y cuando te estás por quedar dormido tu mujer se queja, te reclama algo, dice que podría haber sido bailarina del american ballet en lugar de tener que escucharte pedorrear, y así.
En definitiva, si sos una cebra o una jirafa o un ciervo la amenaza dura como mucho diez minutos. Si sos una persona es como un televisor encendido las veinticuatro horas, una canilla abierta para siempre por donde se te va toda la energía, una heladera que no corta. Si sos una persona la amenaza es permanente, la angustia no se acaba nunca.