Veo gente. Soy un humano, deambulo por el planeta tierra, me gano la vida. Así que veo gente. Gente que me dice que tienen facebook y twitter y también instagram, gente que se mata por tener pequeños artefactos del tamaño de una galletita donde entran más de dos millones de canciones, gente que me dice que sacan fotos de dos patynesas recién sacadas del hornito eléctrico para la cena y las suben, las fotos, a la web, y alguien a quien no conocen les contesta desde Corea o desde Rumania. Les contestan, decía, ‘cool!’, o ‘yeah’.
Veo gente que me dice que hace crossfit. Que pagan para tener que llevar una cadena de hierro con una bola también de hierro caminando de una punta del gimnasio a la otra, o colgarse de una soga y trepar hasta que se les desgarren los antebrazos. Y para hacer eso, para tener la fuerza que les permita hacer eso, están dispuestos a comer dieciocho claras de huevo por día y a tomar batidos de proteínas y a no comer harina ni azúcar ni tomar un vaso de vino, nunca más en la vida.Veo gente, gente dispuesta a trabajar hasta que les explote el corazón como una rana pateada contra un zócalo cualquiera porque hay que conocer Europa, hay que viajar a Europa, viajes de diecisiete días donde conocés once ciudades, a la mañana cagás en Roma y a la nochecita te comés una milanesa en Bruselas. Y hay que cambiar el auto, hay que cambiar el auto cada dos años como mínimo porque los automóviles nuevos traen un dispositivo donde si te suena el teléfono celular se interrumpe la música y podés hablar, por teléfono claro, con los mismos pelotudos que venís hablando siempre pero sin usar las manos.
Y después quizás prendés el televisor y en algún noticiero dicen que los científicos están muy preocupados en Melbourne, en Ottawa, parece que tienen pruebas finalmente y es verdad. Llegaron los marcianos.