Está el dolor agudo, y el dolor crónico. Un ejemplo de dolor agudo sería darse un martillazo en un dedo, o cortarse, también un dedo, bien profundo, mientras uno intenta picar una cebolla para poner en el arroz. Un ejemplo de dolor crónico podría ser una lumbalgia, o no tiene que ser desde ya sólo físico, también podría ser una angustia por la muerte de un ser querido, o porque alguien te abandonó, porque nunca vas a jugar en la primera de Argentinos Juniors, en fin.
Así están las cosas, así es la cuestión.
Si el dolor es agudo su esencial característica es que se impone. Se coloca primero en la fila del orden de prioridades, impide el más o menos normal razonamiento, se hace difícil seguir pensando en lo que uno estaba pensando. El dolor, en este caso, toma nuestro cuerpo y nuestra mente por asalto y no importa nada más.
Si el dolor en cambio es crónico, entonces suele ser de una tolerable intensidad. Pero ejerce un aplicado trabajo de demolición, está hecho de desgaste. Es un ruido de fondo que todo lo salpica. Es la gota en la piedra.
Podríamos decir que el dolor agudo te aturde, el dolor crónico te cansa.
Pero en ningún caso, ahora que lo pienso, me había sucedido encontrarme con alguien como vos. Porque tu presencia, las boludeces que decís, tu forma de entender el universo, me provocan dolor. Algo que es agudo y crónico a la vez. No te soporto.
3 comentarios:
El caso es que un gallego se martillaba los huevos puestos contra una piedra y el amigo le pregunta: ¿por que hacés eso Manolo?
-Para gozar
-¿y cuándo es que gozas?
-cuando le erro
Crack. Lo abrazo.
Que forma tan sofisticada, tan argumentada, para descalificar a alguien.
Personas así no se las deseos ni a los enemigos que me sobrevivan.
Saludos,
J.
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