30.10.19

Necesidades fisiológicas


Lo que hago es lo siguiente.
Voy a lo de una prostituta, una prostituta que atienda en un departamento. Puede ser por el centro, claro, el centro está lleno de prostitutas, pero puede ser en otro barrio también.
Subo, cotizo, pago. Puede ser que haya llamado a un aviso del diario, puede ser que alguien me la haya recomendado.
Viene la parte difícil. Explicarle, a la prostituta, lo que preciso, lo que he venido a hacer. Las prostitutas por lo general, tiene que ver con el ejercicio de la profesión, están bastante hartas, repodridas. Han visto barbaridades, han visto detrás del decorado de la vida y saben que el ser humano por lo general es una inmunda basura, una mierda sin alma. Vivir con eso.
Le explico, entonces, a la mujer. Lo que tenemos que hacer.
Es desvestirnos, básicamente, quitarnos la ropa. Y sentarnos, desnudos o en ropa interior, uno frente al otro. Puede ser en los silloncitos del living, o en las sillas de la cocina, o en el piso con las piernas cruzadas. Y listo, hay que estar en silencio. Sentados, desnudos, sin hablar, frente a frente. Poca luz.
Entre nueve y doce minutos. Pasado ese lapso me pongo de pie, me desperezo, digo ‘bueno, listo’, o ‘ya estamos’.
Me visto, ya he abonado el servicio al comienzo, tal es la costumbre. A veces tomo un vaso de agua antes de irme, me lavo la cara en un baño de ajados azulejos amarillos.
Me ha pasado que alguna de las mujeres se largue a llorar como una nena, o que caiga de rodillas y se aferre a mis tobillos pidiéndome por favor que me quede un rato más, que no me vaya. Me ha pasado que mientras permanecía sentado, una mujer con los ojos cerrados comience a jadear y se deshaga en un orgasmo. Me ha pasado que algunas mujeres me den su teléfono y me pregunten cuándo voy a volver, me piden que las llame para volver a hacerlo, la experiencia, en otra parte, fuera del horario de trabajo. Intentan devolverme mi dinero, están dispuestas, ellas, a pagar.
Algunas me despiden con un afectuoso beso, con un prolongado abrazo. Insisten en mostrarme las fotos de sus hijas o de la casa donde vive su familia allá, en su pueblito natal. No recuerdo ninguna que no me haya dado las gracias.

20.10.19

Sepia


Ahora está de moda, debe ser una mezcla de curiosidad y tecnología. Está de moda, decía, verse. Con los compañeros de la primaria, veinte años después, o con los de la secundaria, veinte años después también, o más. Alguien busca a alguien por internet, claro, la idea es genial. Van a traer a un profesor en silla de ruedas, también.
Se organizan, arman grupos de waxá, mandan mails. Consiguen fotos de cuando eran chicos y tenían rulos, niños con las manos pegoteadas de dulce que pueden ser ellos o sus hijos. Algún cumpleaños con vasitos de plástico y chizitos y gaseosas sin gas. Alguien dice que vive en Barcelona o en Madrid, alguien manda la foto de sus hijos o sus padres, alguien murió y no escribe nada, alguien dice no lo puedo creer que el otro alguien se murió con razón no contestaba, alguien dice qué bueno que nos podamos ver, qué genial.
Pero no, no cuenten conmigo. Cada persona que fue al colegio conmigo, cada persona que conocí, forma parte de algo que preferiría no tener que recordar. Porque cuando sucedía lo que sucedió, podríamos decir cuando fuimos lo que fuimos, bueno, existía la llamita del piloto del calefón de la potencialidad más pura.
Ahora que nos vemos para ver qué quedó del accidente de estar vivos después de ser atropellados por el flechabus de dos pisos de la nada misma. Ahora es una autopsia, a mí no me va.

10.10.19

Modo moderno


Lo que está errado es lo conceptual, lo que está mal es el concepto. Pero cómo arreglar eso, ir a la fuente. Todo conspira en contra.
A ver. Lo que construye tu personalidad, desde siempre, es cómo enfrentás la adversidad. No, no la adversidad intergaláctica, sino lo que podríamos denominar tu adversidad particular. Y no tiene que ser algo excesivamente grave por suerte, porque si sos cuadripléjico y estás postrado en una cama sin poder tomar un vaso de agua, bueno, está claro que tu adversidad adquiere status de absoluto y requiere de espirituales interpretaciones. Hablamos de cosas que debieran ser algo más triviales, casi casi podrían entrar dentro de la categoría de incordio.
Ejemplos, siempre ejemplos. Qué tienen de malo las abstracciones.
Me refiero a si sos narigón o pelado, o si tenés poca teta (para mamíferos medianos del sexo femenino, si tenés poca teta y sos un masculino está bien). Entonces. Lo que permite la construcción de la personalidad desde la adolescencia, es qué hacés. Con eso, con lo que te pasa y no te convence del todo, con aquello que te parece injusto y te molesta.
Y no sólo ese dulce combate te construirá, te hará lo que sos, sino que además resultará un exquisito motor. Tu fealdad podría propulsarte al estudio del violín o a viajar a Nepal para sumergirte en las procelosas aguas del conocimiento.
Pero ahora no es así. Fijate vos que cambió todo. Y entonces vas y comprás un mechón de pelo de culo de canguro bebé y te lo implantás en la cabeza, o te sacás esa nariz de maldito perico y la pagás, la nueva nariz, en doce cuotas con tu tarjeta bolasplus. Ahora podés eliminar la grasa corporal aplicándote un rayo láser que te va puliendo las nalgas hasta que adquieran la textura del silestone. Podés usar lentes de contacto color verde agua. Podés broncearte con un aerógrafo que te saque ese color de piel de recién salida de un sarcófago sin jamás tener que salir al aire libre para no correr el riesgo que te pique una hormiga. Y así.
Y es justamente eso lo que te mata. La posiblidad del ‘overcoming’ del problema sin tener que poner mucho de vos. Pagás y te emparchan, te quitan, te lijan, te cosen. Pero no estás vos ahí durante el proceso, no debiste enfrentar la alimaña en que te convertiste, no te construiste desde lo que te falta, no creciste.
Igual estás bastante bien, con poca luz desde luego. Cuando yo te conocí eras un repugnante monstruo de pantano, una horrenda mujer. Incogible.