Voy a lo de una prostituta, una prostituta que atienda en un departamento. Puede ser por el centro, claro, el centro está lleno de prostitutas, pero puede ser en otro barrio también.
Subo, cotizo, pago. Puede ser que haya llamado a un aviso del diario, puede ser que alguien me la haya recomendado.
Viene la parte difícil. Explicarle, a la prostituta, lo que preciso, lo que he venido a hacer. Las prostitutas por lo general, tiene que ver con el ejercicio de la profesión, están bastante hartas, repodridas. Han visto barbaridades, han visto detrás del decorado de la vida y saben que el ser humano por lo general es una inmunda basura, una mierda sin alma. Vivir con eso.
Le explico, entonces, a la mujer. Lo que tenemos que hacer.
Es desvestirnos, básicamente, quitarnos la ropa. Y sentarnos, desnudos o en ropa interior, uno frente al otro. Puede ser en los silloncitos del living, o en las sillas de la cocina, o en el piso con las piernas cruzadas. Y listo, hay que estar en silencio. Sentados, desnudos, sin hablar, frente a frente. Poca luz.
Entre nueve y doce minutos. Pasado ese lapso me pongo de pie, me desperezo, digo ‘bueno, listo’, o ‘ya estamos’.
Me visto, ya he abonado el servicio al comienzo, tal es la costumbre. A veces tomo un vaso de agua antes de irme, me lavo la cara en un baño de ajados azulejos amarillos.
Me ha pasado que alguna de las mujeres se largue a llorar como una nena, o que caiga de rodillas y se aferre a mis tobillos pidiéndome por favor que me quede un rato más, que no me vaya. Me ha pasado que mientras permanecía sentado, una mujer con los ojos cerrados comience a jadear y se deshaga en un orgasmo. Me ha pasado que algunas mujeres me den su teléfono y me pregunten cuándo voy a volver, me piden que las llame para volver a hacerlo, la experiencia, en otra parte, fuera del horario de trabajo. Intentan devolverme mi dinero, están dispuestas, ellas, a pagar.
Algunas me despiden con un afectuoso beso, con un prolongado abrazo. Insisten en mostrarme las fotos de sus hijas o de la casa donde vive su familia allá, en su pueblito natal. No recuerdo ninguna que no me haya dado las gracias.