30.12.08

Viva la patria

Camino por Florida, desde Rivadavia hasta Córdoba, un lunes a las cinco de la tarde. Para aquellos que pudieran estar leyendo estas líneas, y tengan la peculiaridad de no ser argentinos, creo pertinente aclarar que Florida es una calle. La calle con mayor densidad poblacional de la República Argentina, tal vez.
Es difícil caminar, entonces, y uno debe acostumbrarse a dejar que el ritmo del desplazamiento lo fije la multitud, como si se tratara de un atasco de tráfico, sólo que sin vehículos.
Tengo tiempo de observar el fenómeno que se ha dado en llamar ‘artistas callejeros’, mientras el calor nos devora la epidermis y uno siente que es transportado por una suerte de escalera mecánica plana e infinitamente lenta que conduce a estar cada vez con más y más gente.
Hay un hombre todo pintado de blanco, disfrazado de estatua. Hay un hombre disfrazado de Michael Jackson, esperando y esperando que alguien ponga una moneda en su taza, para entonces levantar una mano enguantada y lanzar un tibio saludito de lentejuelas. Hay un hombre todo pintado de un dorado tirando a marrón, supongo que estatua también, porque no se mueve, o sea que es estatua de bronce (olvidé mencionar que tiene alas, desconozco el significado y/o la utilidad de las mismas). Hay un hombre y una mujer vestidos con pilotos y abrigo, y paraguas y bufandas, en pose, como congelados en medio de una tempestad.
Para resumir, la cantidad de gente que parece haber elegido como disciplina artística el no hacer absolutamente nada, el quedarse quieto, me pasma. Si estuvieran en el Tíbet serían monjes, tal vez, si estuvieran en territorio europeo se verían obligados al menos a aprender a soplar un saxofón. Pero aquí, en mi amado país, se limitan a quedarse quietos. Y esperan a cambio dinero y aplausos, como si fuera la cosa más natural del mundo.

27.12.08

Primeros pasos

Cuando era un adolescente, cuando estaba en la edad en que uno desea pura y exclusivamente fornicar como un conejo de angora, descubrí que tenía un inconveniente, un problema.
Ah, sí, el problema. Cómo explicarlo con claridad y al mismo tiempo ser sutil, cómo no derrapar en la grosería. El problema eran las hormonas a todo vapor, el deseo desatado, el descubrimiento de una magia absolutamente nueva. No, no se entendió aún, no fui lo suficientemente claro todavía. El problema era que el primer pistoletazo, la primera eyaculación capaz de partir un azulejo, sobrevenía con inusitada rapidez. El deseo llenaba por completo el recipiente de mi ser y desbordaba en oleadas de la más pura alegría. Imposible contenerse, imposible de manejar.
Lo hablé con un amigo, con mi mejor amigo de aquellos años, que era un par de años mayor que yo (y curiosamente lo sigue siendo) y un entendido en cuestiones que tuvieran que ver con mujeres. Mi amigo Urko.
Nos tomamos una cerveza en Villa Gesell, así lo recuerdo, sentados en la vereda, pasándonos la botella mientras se hacía de noche y uno sólo podía imaginar un exquisito abanico que se desplegaba ante nosotros, ante nuestra juventud, repleto de posibilidades.
El Urko me dijo que el problema no era problema, que era algo perfectamente normal, que yo era sencillamente un toro de diecisiete años, pura potencia. La cosa tenía solución.
–Tenés que pensar en algo feo –me dijo el Urko–. Pensá en algo terrible, y entonces vas a durar más.
La idea me pareció absolutamente brillante, jamás se me hubiera ocurrido. Se trataba, en pleno bombeo, cuando uno casi podía percibir que estaba a dos o tres matracazos de distancia de perderse, de pasar del otro lado del amor, de saltar y no poder evitarlo, se trataba, entonces, de pensar en gente muerta, en terremotos, en catástrofes aéreas, en lentas procesiones hacia un entierro.
Sin embargo, por más que pensaba y repensaba lo peor, en gente mordida por cocodrilos, en olor a hospital, en féretros, yo seguía eyaculando como un babuino enloquecido.
Fue entonces cuando comprendí muchas cosas. Comprendí que la pasión tiene la fuerza, está dotada de las herramientas para vencer a la tristeza. Comprendí que cuando se tienen ganas de coger, te importa un carajo el hambre en Etiopía.

24.12.08

Plano inclinado

Cada vez que se publica en un diario, o se recita en un noticiero de la televisión, que un guardicárcel contrae matrimonio con una reclusa, o que un preso se casa con una mujer perteneciente al servicio penitenciario, la historia es contada con un sorpresivo barniz de esperanza, de fe, de posibilidad de vivir una vida mejor, de encontrar el amor, de cambiar.
Pero a mí no me parece. La situación descripta es de una asimetría tan exasperante, que me pongo mal. Si la reclusa no estuviera reclusa, si el guardiacárcel no fuera guardiacárcel, esa pareja no se hubiera formado jamás.
Bueno, casi como cualquier otra pareja, claro, prácticamente como todas las demás.

21.12.08

Mil perdones

Lo que solicita la religión, si no he entendido mal, es el arrepentimiento. El arrepentimiento actúa como la lavandina, permitiendo, por decirlo de alguna forma, pero de alguna forma hay que decirlo, permitiendo entonces, decía, quitar las manchas que enlodan al pecador.
Se produce el pecado, tal vez inevitable, y luego el arrepentimiento, aquí surge lo volitivo de la ensalada, y es como si el pecador consiguiera una ficha más para seguir jugando.
Yo, que de niño fui inculcado acerca de las virtudes del ahorro, llevo tiempo arrepintiéndome de cosas que todavía no he hecho, barbaridades que cometeré cualquier día de estos.
Tengo crédito para hacer lo que se me canten las pelotas, te lo quería avisar.

18.12.08

Cartonero del amor

yo revuelvo la basura
lo que tiran los demás
feas, rengas, gordas, viudas
las emperno, les doy paz.

no me fijo en tus verrugas
tu halitosis me da igual
tus axilas repeludas
o tu herpes genital.

porque yo soy
(coros) un cartonero del amor
y para mí
(coros) nada es mejor ni peor.
(bis)

dieta de los etiopíes
mi alimento es lo que hay
yo sufrí tanto de pibe
ay! no me hagas acordar.

nunca pude elegir nada
vengo del fondo del mar
cuando todos te rechacen
conmigo podés contar.

porque yo soy
(coros) un cartonero del amor
y para mí
(coros) tu cola es un alfajor.
(bis)

*fui visitado por las musas ayer, de madrugada, en circunstancias que preferiría no detallar. vaya entonces mi modesto homenaje a ese noble género musical, la cumbia villera, y al teclado del beethoven argentino, el señor pablo lescano.

15.12.08

Boludo light

En la televisión entrevistan a una autoridad en dietas, en gordos, en métodos para adelgazar. El hombre se ha vuelto una suerte de celebridad, y habla como sólo un pastor o un chamán podría hacerlo, alguien que está seguro de poseer conocimientos que al resto de los mortales les han sido negados.
Su particular método, el método que le ha dado fama y fortuna, consiste en contar las calorías, en obligar a sus pacientes a comer, por ejemplo, mil doscientas calorías por día, o mil cien. Trata a sus pacientes como adictos, explica lo de siempre, que una aceituna engorda lo mismo que un churrasco, que las harinas son el Hitler de la alimentación, que quien de un mordisco a un chocolate es un enfermo sin alma.
Son estos sujetos, la linealidad de sus pensamientos, la certeza que los sostiene amparada en las cuatro operaciones matemáticas básicas, quienes me repugnan de una manera que me cuesta definir. Estos pontífices del yogurt, estos sabios bajas calorías, que afirman y castigan hasta que los sorprende un cáncer o un piano en la cabeza. Estos pelotudos impiadosos que se regodean en sancionar todo lo bueno que pueda tener la vida. Me dan mucho odio. Y me dan hambre, también.

12.12.08

Paso y quiero

Sos mala.
Sos tan mala que si te picara una víbora, la propia víbora iría, arrastrándose, de qué otra forma, hasta la guardia del hospital más cercano, a pedir un antibiótico.
Sos tan mala que un cocodrilo, frente a vos, movería la cabeza de un lado a otro, apretando los dientes como sólo un cocodrilo sabe hacerlo, negándose a abrir la boca.
Sos tan mala que un tiburón pasaría a tu lado nadando de costado, con una simpática gorra de baño en la cabeza, tarareando una dulce tonada, intentando imitar a Rita Hayworth.
Sos muy linda, pero sos mala.

9.12.08

Fenómenos inexplicables

Lo que hay que hacer es muy sencillo. Hay que pararse en una esquina, en una esquina concurrida de una gran urbe, en una esquina a punto de explotar de tránsito y gente y vendedores ambulantes y ladrones y smog y ruido y celulares y tu hermana también. En Buenos Aires, que es donde habito, esa esquina podría perfectamente ser la esquina de Florida y Corrientes.
Se para uno entonces en la esquina, vista al frente, espalda derecha, brazos al costado del cuerpo, preparado para cruzar la avenida Corrientes. Pero aquí está la trampa. Uno debe esperar que el semáforo esté en contra, que se ponga verde para los autos, así comienza la cosa. Al ratito, ya se habrá acumulado una buena cantidad de peatones a ambos lados de la avenida. Y entonces, cuando uno cree que falta un minuto todavía para que cambie el semáforo, o mejor aún treinta segundos, uno debe bajar el cordón de la vereda, uno debe arrancar y dar un paso adelante, con la más absoluta convicción, luego otro paso, el segundo paso, enérgico, decidido, y luego, cuando es el turno del tercer paso, aquí está la clave de la maniobra, uno debe frenar. En seco. Es un movimiento ensayado, uno dos, y tres (frenar).
Si usted da dos pasos, como he descripto, usted todavía está a salvo. Usted todavía no está a merced de los automóviles que vienen por Corrientes y que, como dije, tienen semáforo a favor.
Lo interesante es que como usted se ha lanzado, cientos de personas de ambos lados de la avenida han comenzado a cruzar, movidas tan sólo por un acto reflejo, por un desesperado anhelo de un grupo de pertenencia, por falta de personalidad, por imbecilidad, porque así son.
Pero usted ya frenó, usted ha frenado, e incluso, lentamente, haciéndose el distraído, ha vuelto a dar un paso atrás. Mientras ha dado ese paso atrás, es probable que logre ver cómo una o varias personas son atropelladas, oirá gritos, bocinazos, frenadas, un caos general.
Los científicos se preguntan, los encargados de estudiar el comportamiento de los animales se preguntan, por ejemplo, no consiguen hallar explicación a fenómenos tan extraordinarios como el suicidio de las ballenas.
Yo creo que se trata de una ballena que tiene ganas de hinchar las pelotas, una ballena que hace más o menos lo mismo que acabo de contar. Las demás siguen, las demás van.

6.12.08

Lo mejor del alma humana

A la hora de consumir prostitución, en caso de tener la necesidad o la inquietud, recomiendo e instruyo la más absoluta generosidad anticipada. Como la naturaleza de la transacción implica convenir una tarifa y el pago de la misma antes (a diferencia, por ejemplo, de la consulta con un profesional de la psicología) de recibir la contraprestación, el servicio, entonces debe uno mostrarse predispuesto a entregar un plus, una bonificación, en el preciso momento del pago.
Cualquier salame puede prometer que si la conducta es adecuada, si el comportamiento es satisfactorio, existirá una recompensa al final. Del cristianismo para acá, de eso se ha tratado la cuestión, siempre o casi siempre.
Lo que yo digo, lo que yo hago, es entregar la bonificación, el premio, desmesurado, excesivo, antes que la conducta merecedora del mismo haya tenido lugar.
Es un salto de fe. Es apostar a lo mejor del alma humana. Es creer ciegamente que aún en circunstancias de carácter abyecto puede surgir un halo redentor. Y son también unas tremendas ganas de coger. Tratame bien, che.

3.12.08

Autor

en la calle
su novio la saluda,
hace un modesto pase de magia
y surge una flor
tan exacta como para matar
un ejército de explicaciones

y ella no sabe,
acaso puede saber,
que yo soñé la escena
ayer a la noche

pero entiende perfectamente
y agradece
porque
mientras abraza a su novio
sonríe para mí.

30.11.08

Esa mesa

En la mesa de al lado, alguien discute las tremendas implicancias de ser árbitro de tenis. En la mesa de al lado, alguien se pinta los labios de un rosa pálido, un rosa que no debió haber sido inventado nunca, un rosa triste y criminal. En la mesa de al lado, alguien mira radiografías y dice lo importante que son las vértebras para el ser humano en general.
Día tras día, la gente que se sienta cerca mío en los bares, son de lo más pelotudo que he visto en mi vida, son de lo más pelotudo que hay.
Y yo sospecho que debe haber algún torneo clasificatorio en alguna parte, que hay un ranking, que entrenan. Supongo que el premio mayor es pedirme un sobrecito de azúcar, o preguntarme la hora, o tocarme la silla con el respaldo de otra silla, algo de eso hay.

27.11.08

Saudade

Ella le dijo a mi amigo L. porqué lo dejaba. Ella le dijo que él nunca le había pegado una trompada para que ella tuviera un moretón que mostrar. Ella le dijo que él nunca le había apagado un cigarrillo en un brazo, o en la espalda. Ella le dijo que él nunca la había forzado, mediante alguna suerte de ahorcamiento, o apretándole la nariz con índice y pulgar, a tragar su esperma mientras sentía por un instante que en verdad se moría, que se asfixiaba. Ella le dijo que él nunca la había ridiculizado en público, haciéndola quedar mal delante de la gente, diciéndole que era una puta barata o algo así, humillándola. Ella le dijo que él nunca la había dejado del lado de afuera a las tres de la mañana, con lluvia o con frío, y que ella no tuviera dinero ni lugar donde ir a dormir.
Ella le dijo que él, básicamente, la había cuidado y querido, la había tratado bien, habían tenido buen sexo y alegre convivencia, comprensión, amistad, cariño. Y ella extrañaba.

24.11.08

Te lo digo bien

Así como la adecuada utilización de los condimentos hace al logro de una buena comida, el empleo de ciertas estructuras de lenguaje formal, permiten lograr un mayor entendimiento de lo que deseamos transmitir al interlocutor de turno. Ejemplos.
e1) Con todo respeto, te digo que sos medio pelotudo.
e2) He podido apreciar de manera taxativa, estimada señora, que tiene usted tal vez la vagina algo amplia.
e3) Después de haber degustado con la totalidad de mis papilas esta sopa, señor mozo, da la impresión de tener cierto sabor a culo.
Ningún esfuerzo debe descartarse a la hora de buscar avances en la comprensión y el entendimiento entre los seres humanos, lo que equivale a decir en el proceso de comunicación propiamente dicho.

21.11.08

Si no te dejan entrar

La falta de un grupo de pertenencia durante la niñez genera una patología de lo más angustiante. El niño no se siente aceptado ni querido, no encaja, no tiene con quien compartir sus vivencias, se sabe un corpúsculo extraño en un organismo tan tumultuoso como indiferente, es despreciado, ignorado, descartado, excluido.
Todo esto puede provocar los más severos trastornos de conducta cuando el niño se transforme en un adulto. Puede entonces suceder que el niño, ya grande, sea un asesino serial movido por un odio que le mastica las venas, puede ser un violador compulsivo que come las vísceras de sus víctimas, puede ser un psicópata violento, amante de los insectos, los terremotos, y las prácticas aberrantes.
O puede ser un tipo al que le gusta estar solo, alguien que ha descubierto de manera involuntaria que la gente, por lo general, no es gran cosa.

18.11.08

Como dijera Bugs Bunny

Pasados los treinta años, aunque tal vez comiences a advertirlo con cierta claridad pasando los treinta y tres, pero pasados los treinta años, comienza el proceso de desintegración del ser humano. No es tan grave, no es tan triste, digamos que se está en presencia de la prepotencia de lo fáctico, y entonces resulta de una absoluta irrelevancia si estás de acuerdo, o si te parece que tu caso es diferente, porque vos sos odontóloga, porque estás haciendo un curso, porque te estás capacitando.
El proceso de desintegración que mencioné, ineludible e inexorable, tiene dos grandes maneras, dos grandes estilos, a saber: explosión e implosión.
La explosión ocurre en esas personas que comienzan a descubrir, no exentos de pavura, que su cuerpo se extiende, se expande, se desborda, se derrama. Caen las tetas, cuelgan las bolas, se engrosan las rodillas, flamean los cuellos, aparecen nuevos pliegues, nuevos pesos.
La implosión ocurre en esas personas que comienzan a encogerse, como si una caldera interior los consumiera, se ponen angulosos, puntiagudos, la oculta calavera comienza a delinearse por debajo del rostro.
No es posible elegir, para la persona en cuestión, si le parece más pertinente explotar o implotar. Es algo que decide el cuerpo sin consultar con su titular, y tiene que ver con la carga genética, la sumatoria de estímulos aplicados y recibidos, la alimentación, el tipo particular y único de locura del portador, la fatiga de materiales.
Y eso es todo, amigos. Quienes explotan son diferentes de quienes implotan, los separa un abismo de convicciones, de apetitos y de capacidades.
No tengo nada más para decirte. ¿Pido la cuenta?

15.11.08

Consulta médica

Entonces me puse de pie, más cansado que dolorido, más triste que enfermo, me puse de pie, el consultorio era pequeño y pintado de un celeste absurdo, sin un puto ventilador, y hacía calor, y en una de las repisas había lechuzas, pequeñas lechuzas de madera, de vidrio, de cerámica, pintadas de cualquier color, porque al doctor debía gustarle coleccionar lechuzas, y todas las lechuzas estaban alineadas de una forma que miraban al paciente, me miraban a mí, presagiando lo peor, me puse de pie y dije:
–No, doctor. No creo en usted ni en la ciencia que practica, no creo en sus tratamientos. No creo que usted pueda saber quién soy, ni cómo me siento, leyendo cinco o seis valores extraídos de una gota de mi sangre y un chorrito de pis. No creo que usted me pueda curar aplicando un procedimiento tradicional. No creo que usted se de cuenta que para arreglar algo, una pequeña parte de un mecanismo imperfecto, tal vez arruina todo lo demás. No creo que a usted le importen las consecuencias de sus actos, ni creo que sepa bien para qué estudió medicina, ni creo que sepa si su señora lo quiere o lo quiso alguna vez.
–Para resumir, doctor –sigo–, soy una entidad mucho más compleja de lo que usted puede imaginar, y no creo que se trate de consultar algún misterioso vademécum, usted ni siquiera comprende la noción de equilibrio general.
Yo estaba de pie, porque me había puesto de pie, así que giré, apartando la silla hacia atrás, y puse una mano en la manija de la puerta, para salir.
–Se olvida los análisis –me dijo el médico, y apuntó con su despectivo mentón al centro de la mesa.
–Si me volvés a hablar te voy a meter el estetoscopio en el culo y te voy a hacer escucharte a vos mismo por dentro, forro –dije–. No me vuelvas a hablar.

12.11.08

¿Qué van a comer?

Ella se equivocó en su primer matrimonio, así lo explica al pequeño grupo de madres o tías o amigas que la acompañan en la mesa, y muestra fotos de su pequeño hijo, su pequeño milagro, que corre o ríe o promete ser un gran jugador de fútbol.
Ella se equivocó porque no eligió a la persona adecuada, porque olvidó ajustar tal o cual detalle, y entonces todo se fue a la mismísima mierda.
Ella se equivocó pero no se equivocó, dice, bueno, ahí están las fotos que demuestran algo que quiere demostrar, mientras las tías o las madres o las amigas asienten.
Ella se equivocó y se volverá a equivocar ni bien alguien se lo permita, ni bien se recupere, ni bien tome aire y alguien le diga que es joven, que siga adelante.
No hay excesiva maldad o tozudez en su accionar, se trata simplemente de lo único que sabe hacer.

9.11.08

Lo de siempre

Terminé de escribir el poema. Bebí un trago de whisky. Me asomé al balcón de 1 X 2.
–¡Soy un genio! –grité con todas mis fuerzas.
–¡Callate, forro! –se escuchó de la nada, de la negrura de la noche, por encima del repicar de la lluvia sobre las chapas.
–¡Callate porque te vamos a matar! –otra voz, desde otro lugar, más grave y más nítida.
–¡Auuu! –un aullido de una mujer que se fue apagando como si le hubieran atravesado el corazón con una aguja de tejer.
Ladridos. El inconfundible sonido de una botella al estallar contra el asfalto.
–¡Boludos! ¡Reboludos! –dijo un viejo– ¡Pelotudos!
Explotó un portazo.
Lo de siempre, soy un genio pero la gente está ocupada o distraída, la gente no se da cuenta.
Me senté y agarré la birome.

6.11.08

Muchas gracias

En la calle, un perro abandonado me sigue. De los cientos de personas que pasan, el perro me sigue a mí. No pide nada, no se manifiesta, se limita a caminar detrás de mí, a tres pasos de distancia, para luego ponerse a la par, como si nos conociéramos de siempre, como si fuera la cosa más natural del mundo. Una mirada rápida, de costado, para constatar que el otro sigue ahí.
Ser elegido es una de las cosas más lindas que te pueden pasar.

3.11.08

Tratamiento

Se acuesta al paciente a tratar sobre una camilla algo más ancha que las camillas tradicionales, boca arriba, completamente desnudo, los brazos al costado del cuerpo, palmas hacia arriba, ojos cerrados, respiración pausada, mente en blanco, silencio, luz tenue. No debe usarse música de fondo, ni incienso de ninguna especie.
Entonces se aplican pizzas sobre el cuerpo de la persona. Con dos pizzas grandes de muzzarella se cubre una pierna, una sobre el muslo, una de la rodilla hacia abajo. Con leves movimientos de presión, se amolda la pizza a la parte del cuerpo. Lo mismo se hace con la otra pierna.
Luego los brazos. También dos pizzas grandes por brazo. Una para el antebrazo, una para la parte del brazo entre el codo y el hombro.
Luego el torso. También son dos pizzas, una sobre el vientre, la otra sobre el pecho. Aquí hay profesionales que prefieren utilizar cuatro pizzas chicas, se trata de una corriente renovadora, yo prefiero seguir el tratamiento tradicional. Si el paciente pertenece al sexo femenino, entonces se pueden utilizar tres pizzas, ya que en la posición descripta, las glándulas mamarias, a excepción de las muy pequeñas, suelen derramarse un poco hacia los lados. En cualquier caso los pezones deben ser cubiertos.
Para los genitales se utiliza una pizza chica de fugazzetta, con mucha cebolla y aceitunas negras.
Para el rostro se utiliza otra pizza chica, y aquí, de acuerdo a la particular patología que aqueje al paciente, se puede elegir el sabor. Por lo general, yo recomiendo que sea una pizza chica calabresa, con rodajas de longaniza, o una pizza napolitana con mucho ajo.
Terminado lo que podríamos denominar el período de ‘aplique’, se deja al paciente reposar por un espacio de once a quince minutos. Luego se retiran las pizzas, lentamente, y el paciente va a las duchas.
Y ya está. Al poco tiempo el paciente vuelve a reír, recupera olvidadas inquietudes, vuelve a sentir deseos de fornicar, de viajar, de beber, por más que piense y repiense le cuesta recordar con exactitud los núcleos basales de su pretérita tristeza, le cuesta poder asirse a la génesis de su angustia.
He presentado este tratamiento en el simposio anual de psiquiatría en Leipzig, año 2003, pero la comunidad científica no estaba todavía preparada para entender la complejidad del mismo.
Tuve que cruzar a pie la frontera y esconderme en Suiza con otra identidad hasta que las cosas se calmaran un poco. Después pude regresar a la Argentina, pero ya no se me permitió ejercer más la psiquiatría. Intenté vender el tratamiento a clínicas de belleza y hoteles 5 estrellas, pero no prendió, ya estaban con el barro, masajes con piedras, todas boludeces sin fundamento científico. Tengo un local de venta de empanadas, con mi cuñada Alicia y otro socio que fue a la escuela primaria conmigo, es una buena persona, lo considero un amigo.

30.10.08

Esperanzas, excusas, eh

Si durante un viaje en subterráneo se cierran los ojos, se tendrá oportunidad de escuchar una ensalada de conversaciones donde alguien, no importa quién, le cuenta a alguien, no importa quién, porqué está ahí pero no debería estar ahí, porqué estuvo a punto de hacer algo maravilloso, un golpe de suerte, un negocio, algo que cambiaría su vida por completo y para siempre. Porqué le falta recibir una mercadería, encontrarse con una persona, hacer un llamado telefónico, y entonces ya no lo veremos en esa situación, no lo veremos en el subterráneo, nunca más.
Las prostitutas, mientras fuman un amargo cigarrillo entre cliente y cliente, mantienen conversaciones parecidas.
Los que trotan en los parques, le dicen a su ocasional acompañante que se trata solamente de dejar la mayonesa, tomar menos coca cola, o comer una mandarina en el desayuno, y entonces sí, sus cuerpos cambiarán definitivamente.
Me pregunto qué sería de nosotros si no pudiéramos hablar de lo que no salió nunca, de lo que nos salió mal.

27.10.08

Si me dejás me mato

Ella me dijo que se iba a matar y sujetó el tenedor de copetín para atravesarse el corazón pero se dio cuenta que estaba manchado con el aceite de las aceitunas y lo volvió a dejar sobre el plato.
Ella me dijo que se iba a matar y tomó mi birome para clavársela en un ojo pero se dio cuenta que la birome era una birome azul y ella hubiera preferido una birome verde.
Ella me dijo que se iba a matar y agarró el vaso de whisky para partirlo sobre la mesa y tener con qué cortarse las venas pero se dio cuenta que si rompía el vaso iban a volar vidrios por todas partes y entonces iba a tener que barrer antes de matarse.
Entonces ella me dijo que lo venía pensando también, lo mejor era que nos tomáramos un tiempo.

24.10.08

Yo no quiero tu paraguas

Cada vez que llueve, en las calles del centro, surgen, de la nada, como duendes, los vendedores de paraguas.
Este hecho puede parecer trivial y pasar desapercibido al ocasional transeúnte. Pero no a mí.
Es muy triste y es muy grave. Casi toda la maldad del género humano está ahí. Es el cromosoma de lo peor, es el adn de lo vil. Es alguien que pide revancha, que sonríe pura y exclusivamente por la desgracia ajena, que es tu desgracia, es alguien que aguarda agazapado, en la penumbra, masticando odio, esperando el momento, ese precioso momento de patearte en el piso, porque necesitás algo que yo tengo y me lo vas a tener que pagar.
Entonces me paro, a dos o tres metros del vendedor de paraguas, bajo la lluvia, y el vendedor de paraguas busca el contacto visual y esboza una levísima sonrisa capaz de asesinar a una yarará, porque el mundo está funcionando tal cual lo imaginó.
Pero yo no me muevo, no avanzo, no pregunto el precio de tu maldito paraguas.
Me quedo bajo la lluvia, estoy muy quieto, tranquilo, mientras el vendedor de paraguas no sonríe más, mira a los costados como si le estuviera sucediendo algo tremendamente injusto, buscando la falla, el desperfecto de su infalible mecanismo.
Las gotas me caen por el rostro y se pierden entre los pliegues de mi ropa. Me mojo hasta los huevos. Es genial.

21.10.08

Solución de esquina

Son las siete de la mañana, algo así, en ningún caso más de las ocho. Camino por mi barrio, por una cuadra cuyo nombre preferiría no mencionar. Delante de mí, yendo en igual dirección, camina una pareja. Van de la mano. El hombre puede tener treinta años, treinta y cinco tal vez, y no hay un solo rasgo distintivo en él. Peinado hacia el costado, como si lo hubiera peinado la mamá para ir al colegio, y no hubiera sido necesario volver a peinarse jamás, dudar de ese orden establecido. Sus ropas son grises o celestes, la atonía, reflejan la ausencia, entre otros rasgos distintivos, de personalidad. Es delgado, algo inclinado hacia delante, por una ignota vocación de mirar el piso que le viene de muy lejos, y nada más.
Ella tiene demasiados lunares en los brazos, y la piel apagada, gris, como si hubiera estado demasiado expuesta a impiadosos caños de escape de malévolos colectivos. No hay nada en sus formas que llame al deseo, de un flaco triste y amorfo, sin caderas ni tetas, nada para imaginar. Los dedos de sus pies no merecerían ser tocados por una mano humana, jamás. Lleva los labios pintados, apenas, de un rosa pálido, un color que debiera ser arrancado de la paleta de colores, un rosa con el que he visto pintado el frente de algunas casas de playa en lugares demasiado ordinarios, lugares que prefiero olvidar.
Van de la mano, ya lo dije. Se detienen en una esquina a esperar el cambio del semáforo, y yo me acerco y miro esas dos manos juntas. Hay una fuerza ahí, que los sostiene, en medio de un fracaso cotidiano, una tempestad de generalidades que moverá el precario bote de sus vidas hasta hacerlo naufragar.
Hay una fuerza en esas manos que me conmueve de una forma que no creo poder explicar.

18.10.08

Contemplando el ave

El ave se mantenía suspendida con las alas desplegadas, y por un momento pareció que flotaba, indolente, en lo alto, circunvalando una nube. Todos nosotros mirábamos desde el bote, pero costaba mantenerse así, por el sol, que parecía ejercer un curioso efecto sobre el plumaje del ave, nimbándola de un dorado desconocido, otorgándole un tornasolado de un lila todavía no inventado.
Entonces el ave, que había permanecido inmóvil, como si se hubiera desenganchado del cable que la sostenía, inició un vuelo de flecha, una caída libre a una velocidad impensada, hasta impactar contra la superficie del mar, para emerger inmediatamente después, sin que ninguno de nosotros hubiera alcanzado a finalizar su correspondiente interjección del más puro estupor, para emerger entonces, decía, con un pequeño pez, un plateado y corcoveante tesoro enganchado de su diestro pico, y perderse ahora sí, huir hacia la isla.
Un matrimonio de turistas austriacos, algo mayores, vestidos con atuendos que sólo un austriaco creería que se deben llevar en vacaciones, aplaudió la maniobra. Una mujer oriental, entendiendo por oriental rasgos faciales no occidentales, ojitos achinados si es preciso enchastrarse en el detalle, alcanzó a disparar su cámara fotográfica unas diecinueve veces, eternizando la secuencia. Alguien dijo ‘¡bravo!’
Circunspecto, encendí un cigarrillo y me alejé hacia un costado de la embarcación, sumido en profundas cavilaciones.
Las veces que había llevado a cabo idénticas maniobras en el ámbito laboral, había sido objeto de las acusaciones más variadas.

15.10.08

Sobre mí

Cuando se conoce a una persona del sexo opuesto, por lo general, en ese extraño y particular aleteo que se ha dado en llamar ‘seducción’, se procede a realizar un despliegue de capacidades impostadas, una exhibición de catálogo de prodigios, como un hábil prestidigitador que derrama los naipes sobre la mesa, de una manera tan elocuente como eficaz, aprontándose para la fantasía.
En mi caso particular, sin excepción, sin esfuerzo, me preocupo en alumbrar con un impiadoso foco lo peor de mí. La bestia que soy, el monstruo que me habita, el menú de barbaridades de las cuales, lo lamento, soy capaz.
Para entonces, poco tiempo después, cuando todo fracasa, cuando aflora el rencor, el odio puro como una piedra, la indómita sensación de haber desperdiciado el tiempo de una manera absurda con tan despreciable y porqué no ridículo animal, hay algo más fuerte y más alto que se impone por encima del profundo desprecio hacia la maldita alimaña que tienen enfrente.
Es la vergüenza de haberlo sabido todo, desde el vamos.

12.10.08

Argumental

Que todo el mundo tiene razón es un dato de la realidad. Cualquier salame puede explicar porqué hizo lo que hizo, porqué sus actos están recubiertos de la pomada de la más rotunda justificación.
No importa lo que subyace, si es amor, crimen, o traición. Todo tuvo un sentido, una causa, una estructura ósea hecha de puro razonamiento.
Será por eso, tal vez, que me enamora mi fracaso. Es algo que no consigo entender.

9.10.08

Otro iceberg

La figura legal del ‘hurto famélico’, en la legislación de nuestro país, es aquella, para resumir, esta no es una conversación entre abogados, esto no es un tribunal. La figura contempla, decía, el estado de necesidad extrema, el que roba para comer, y es en tal sentido que la ley se humaniza, la ley entiende que el sujeto en cuestión era movido por fuerzas muy superiores a la mera voluntad, a su capacidad de comprensión y raciocinio. Se torna entonces algo difusa esa línea de tiza encargada de marcar, de separar, el bien del mal, lo permitido de lo prohibido.
Y yo, es probable que te haya manoseado un poco el culo, con inusitado frenesí, y estamos en un medio de transporte público, y no nos conocemos. Pero me parece a mí que te quedás con la espuma de los acontecimientos, dejás pasar una exquisita oportunidad de discutir temas mucho más profundos, temas que hacen a la interpretación jurídica de las conductas y los comportamientos humanos, temas que vale la pena analizar.

6.10.08

3D

Cuando alguien sufre un desmayo, un desvanecimiento, ya sea por un accidente de tránsito, una contusión durante un evento deportivo, exceso de calor, no importa la causa. Cuando llegan los enfermeros, cuando la persona es asistida, cuando se la hace reaccionar a través de un procedimiento de rutina, una de las primeras cosas que se intenta es verificar, mediante la observación de algunos signos, mediante unas sencillas preguntas, que el sujeto entiende, sabe, quién es, dónde está. Es así como se asegura que la persona está bien, en tanto ha recuperado su percepción espacio-tiempo.
A mi juicio el análisis peca por defecto, y no es posible, recurriendo a tan sencillo aunque efectivo procedimiento, verificar que la persona ha vuelto a su estado habitual.
Falta hacerle una pregunta referida a la guita. A la plata, al dinero. Cualquier pregunta: si tiene, mucho o poco, si ahorró, cuánto gana, de qué vive, si cree que será capaz de pagarse los medicamentos en la vejez, si juega a la lotería o espera una herencia, algo bien general.
Porque las dimensiones para deambular por el planeta tierra son espacio, tiempo, y dinero. Si no entendés eso, si no entendés de qué se trata, lo mismo da que te incorpores o te quedes echado sobre el pavimento, lo vas a pasar remal.

3.10.08

Un poco de fuego, un poco de hielo

‘Unos dicen que el mundo terminará en fuego, otros dicen que en hielo’, decía Robert Frost en un poema muy hermoso que he leído alguna vez, un poema conocido por todos aquellos que escriben poesía, o leen poesía, que son más o menos las mismas personas. ‘Fire & ice’, se llamaba el poema, y recuerdo haberlo leído de un libro que traía una recopilación de poesía norteamericana, desde Ezra Pound hasta W. C. Williams. El libro estaba demasiado estropeado y con algunas hojas sueltas, y yo lo llevaba a los bares como un preciado tesoro y leía los poemas en el idioma original primero, y luego la traducción, para decir después genialidades como ‘la poesía hay que leerla en el idioma original’. El libro me lo había regalado un amigo de esa época, JC, que primero pensó en ser filósofo y después pensó en ser economista y después pensó en casarse y después pensó en matarse y después no pensó más.
En medio de la locura que implica una mudanza encuentro el libro de tapas todavía verdes, y sonrío. Porque pienso qué lejos nos ha llevado a todos esta tormenta, y porque pienso que el poema sigue siendo muy hermoso, pero el Señor Frost se equivocó, porque el mundo no terminará ni en fuego ni en hielo, sino en boludos, se llenará de boludos y eso será todo. Los fenómenos climáticos son anécdota.

*Como siempre, como de costumbre, el sarpullido de la soberbia hace que uno crea que tiene para decir algo importante. Como hacia una mujer por la que se experimenta algún cariño, uno insiste en ver belleza en las propias palabras, pero estamos en presencia de alguna forma de esfuerzo mucho más que de amor.
Ya que vinimos hasta acá, ya que estamos, leamos el poema de Frost.

Unos dicen que el mundo terminará en fuego,
otros dicen que en hielo.
Por lo que he gustado del deseo,
estoy con los partidarios del fuego.
Pero si tuviera que sucumbir dos veces,
creo saber bastante acerca del odio
como para decir que en la destrucción el hielo
también es poderoso
Y bastaría.

30.9.08

No es tu culpa

Una de mis fantasías más logradas, uno de mis castigos preferidos, consiste en suponer que todos son felices, menos yo. Que todo el mundo se encuentra viviendo unas vidas tremendamente interesantes, llenas de cópulas en posiciones todavía no inventadas, manjares, elíxires, atardeceres en la playa, saltos en paracaídas.
Sin embargo, por lo general, la gente la está pasando para la mierda, embarcada para siempre en alguno de los andariveles tradicionales que componen una vida.
Con el único alivio de una somnolienta falta de imaginación.

27.9.08

Popurrí

Ya sé que estás triste, pero hay gente que está triste de antes. Llamo por número, sentate por ahí.
(de ‘El duro oficio de payaso’)

Existe un abismo entre lo que soy y lo que quise ser. Para lo que sea que estés pensando que soy, para lo que sea que estés pensando de mí, sobra lugar.
(de ‘¿No ves que me herís?’)

En un mundo hecho de premios y castigos, hay demasiadas espinas por cada fucking rosa, y los juegos justos jamás serán los más entretenidos.
Lavate la cara, la noche está hermosa.
(de ‘Vamos, vamos’)

Luego de transitar unos buenos veinte minutos de charla plagada de insondables profundidades interpretativas, ella me dijo ‘la verdad es que no entendí casi nada de lo que dijiste. Pero el vino está buenísimo’.
(de ‘Filósofo de furgoneta’)

Ya llega el olvido.
Ya la ceniza borra el contorno de tu cara.
Ya tu voz se pierde bajo la impávida lluvia.
(de ‘Alivio’)

La existencia de la tercera persona debe ser entendida como una exquisita cortesía de la literatura hacia lo que se ha dado en llamar, porque de alguna manera hay que llamarlo, vida.
(de ‘Tecnicismos’)

Si el mundo fuera un restaurante, a mi modo de ver, la entrada sería una cadena de odios, y el plato principal sería una cadena de errores.
Y te pido por favor que no me preguntes cuál sería el postre.
(de ‘El menú, la cuenta’)

La tristeza, por lo general, es soluble en dinero.
(de ‘Lo que no te enseñó tu profesora de química en el colegio secundario’)

Y a mí se me ocurrió hacer, con todo este fracaso, un show.
(de ‘Dejame que te explique porqué soy genial’)

Ha salvado más gente un café con leche con medialunas, que una disciplina llamada psicoanálisis.
Paul Maker, en el bar ‘La Academia’, un jueves de Mayo, a las siete y veinte de la mañana, después de haber estado encerrado en una pensión, por setenta y dos horas, con una prostituta ucraniana de más de noventa kilogramos de peso.
(de ‘La Academia’)

Uno de los problemas para ser una persona interesante es que cuando vas al supermercado el odio está más barato y tiene un packaging infinitamente más seductor que la autocrítica.
(de ‘Uno de los problemas para ser una persona interesante’)

Si sos un hámster, tu jaulita te parece el mundo.
(de ‘En perspectiva’)

No importa lo que te creas que sos, dividilo por cuatro, y va a dar más o menos la realidad, con un error de aproximación del 1%.
(de ‘Algoritmo Hundred para chicas con ínfulas’)

Tratá de no salpicarme con tu fracaso personal.
(de ‘Si sos tan amable’)

Después de haber probado el esfuerzo, mi sugerencia es tener algún talento.
(de ‘Recomendación’)

24.9.08

Todo piola

Me asaltan. Me roban. Algo no muy cruento, más o menos al estilo tradicional. Es de noche. Alguien me pide fuego, mientras camino por la calle, y cuando me detengo, otro alguien, vaya uno a saber salido de dónde, materializado por qué fuerzas, me encañona con un revólver, por la espalda.
–No te des vuelta, porque te quemo –dice el de atrás. Siento la frialdad del metal, a través de la camisa, contra los riñones.
–Laplatalaplatalaplata –dice el de adelante.
Así que meto la mano en un bolsillo, primero, en otro, después, y entrego lo que tengo. El intercambio se desarrolla con profesionalismo y naturalidad.
–¿Me dejás sacar los documentos? –digo.
–Sí, cómo no –dice el de adelante, abre la billetera que acabo de entregarle y me da mi cédula de identidad–. No salís bien en las fotos. ¿Tenés algo más? ¿Cadena, reloj, anillo?
Le doy el reloj. Lo observa, sabe que no tiene valor.
–Somos de San Lorenzo –me dice el de adelante, y por primera vez levanta la vista, ya que su gorrita con visera le cubre el rostro hasta la nariz–. Tenemos que ir a sacar a un amigo que está adentro. Necesitamos la plata para eso.
–Entiendo –digo.
Se hace una pausa. Me está escaneando para ver si tengo algo más que pueda ser de valor. Las zapatillas, claro. Pero son negras, y están muy caminadas, las descarta de inmediato.
–Bueno, papi, nos tenemos que ir –dice–. No te hagás el loco, eh.
–No –digo–. Dejame un peso para el colectivo y me voy a casa.
Me da un peso. Se acomoda la gorrita. Me da una amistosa palmada en un hombro.
–No pasa nada, che. Todo piola.
–¿Qué hago? ¿Lo mato o no lo mato? –La pregunta vino de atrás. Siento el metal que empuja contra mi espalda.
Se hace una pausa. Me gustaría hablar, decir algo, pero abro la boca y no sale nada, mientras no sale nada, sólo una mueca de pez, pienso ‘esto no está bien, aquí hay mala praxis, esto está mal’.
El de adelante vuelve a levantar la vista y me mira. En sus pupilas está lo que sólo he visto en ojos de médicos que observan los resultados de un análisis y en chicas que dicen que ya no te quieren más. En sus ojos veo una chispa negra que dice ‘yo soy el león y vos sos la cebra y qué le vas a hacer’.
–No, dejá –dice. Paran un taxi. Y se van.

21.9.08

Buen viaje

Sucede que te perdés en el camino. Sucede que arrancás con una intuición, una certeza de hojaldre en el mejor de los casos, y te perdés en el camino. Y el matrimonio se transforma en una mujer que parece un curioso mecanismo diseñado para quejarse, y el trabajo se transforma en una desesperación espesa como una boa pintada de melaza, y en la playa la gente come milanesas y miran un barrilete y señalan con el dedo, y cuando te ves una cana entendés lo que se ha dado en llamar fatiga de materiales.
Sucede que tenés que saltar y el paracaídas te lo dan abajo.

18.9.08

Elvis

Elvis está vivo.
Trabaja en un bar de la calle Darwin, a dos cuadras de Corrientes, yendo para el lado de Córdoba, a mitad de cuadra, pasando un taller de reparación de autos que se llama ‘Nico’, o ‘Don Nico’, no me fijé bien porque llovía, y yo andaba lleno de fotocopias para legalizar, y si se me llegaban a mojar Arístide me iba a hacer echar, después de cagarme a patadas, así que me metí en el primer bar que encontré.
Entré al bar y me senté, y apoyé las carpetas en la otra silla, fijándome que el agua no hubiera arruinado nada. Las carpetas son de un material plástico, así que no hay problema, pero las escrituras de mierda, las actas, yo que sé, siempre son un poco más grandes, siempre hay una parte que asoma para afuera. Y es la parte donde están, tampoco sé porqué, las rúbricas, los sellos, puta madre.
–¿Qué va a tomar?
Estaba tratando de secar todo con servilletas, pero mientras secaba me caían gotitas de la cabeza, de la nariz, y entonces acababa de secar un sector, supongamos el ángulo superior derecho de un manojo de folios, y descubría con espanto que habían caído tres gotas sobre el centro de la hoja, y una parte de la palabra ‘artículo’ se había borroneado, y me quería matar. Me quería matar para que Arístide no me matara, para no darle el gusto.
Levanté la cabeza, y ahí estaba.
–Un café, y una medialuna de manteca, por favor –solté el manojo de servilletas, hechas un bollo húmedo y con alguna que otra mancha de tinta– ¡Elvis!
–¡Sh! –Dijo Elvis, y en su rostro había idénticas proporciones de tristeza y contrariedad–. No.
–¡Pero sos Elvis, papá! –No lo podía creer. No podía ser. Estaba grande, claro, con poco pelo, y blanco, peinado para el costado, y vestido de mozo y con su trapo rejilla sobre el hombro izquierdo. Pero los ojos, la cara, era Elvis– ¿Qué hacés acá?
–Vivo –dijo Elvis, y exhaló el suspiro más triste del mundo.
–Pero, pero… –Estoy hablando con Elvis Presley, ¿qué hago?–. Pero entonces…
–Sí, no estoy muerto. Tuve que escapar, las anfetaminas, quilombos políticos. Era otra época, pibe. Lo mejor fue escapar. Era escapar, o que la CIA me boleteara. No había opción.
–Pero te busca todo el mundo. Y cada año, en la fecha de tu muerte, la gente va a Memphis, hacen homenajes.
–Sí, lo miro por televisión. Y me emociona un poco, te digo la verdad. Pero no puedo volver, mirá cómo estoy. Sería un quilombo fenomenal.
Llovía más fuerte ahora. Las gotitas quedaban prendidas de la ventana y se balanceaban de un lado a otro, distorsionando la imagen del exterior.
–¡Elvis Presley! –Dije otra vez. Una cucharita se cayó al piso, y sonó como si alguien hubiera hecho sonar una campana diminuta.
–Sí, pibe, no jodas más. Ahí vengo.
Se fue por un pasillo que se perdía detrás de la barra. Y ahí estaba yo, revisando los daños de la lluvia sobre las carpetas, pensando si Arístide me iba a perdonar, y hablando con Elvis Presley. Le costaba caminar, como si tuviera problemas con una rodilla. Su español era bastante pasable.
Volvió.
–Es mejor así, pibe –dejó mi pedido sobre la mesa–. Creeme lo que te digo, es una historia que no se puede cambiar.
–¿Te duele? –Le señalé la rodilla que lo hacía renguear.
–Uf, y con humedad, mucho más. –Se hizo un masaje circular, y no pudo evitar un rictus, una mueca–. Bailar como bailaba yo no es gratis. Fijate algún jugador de rugby mayor de cuarenta años, fijate cómo le quedan los huesos. El tiempo te pasa todas las boletas, quedate bien tranquilo.
–Pero, Elvis… No sé.
–Tengo que seguir atendiendo, pibe –había entrado una parejita, y un señor de impermeable que luchaba por leer un diario mojado, con una tremenda mueca de contrariedad–. Cuidate, y suerte.
–¿Le puedo pedir algo?
Elvis se dio vuelta y resopló. Dejó la bandeja en la mesa de al lado.
–Sí, ya sé. Querés que te cante aunque sea una estrofa de ‘Love me tender’, o alguna otra, ¿no? Decime cuál querés escuchar. Te aviso que tengo la voz hecha pelota. Dos atados por día, no paro de fumar.
–No, traeme un jugo de naranja, que me debo estar por resfriar. ¿Es exprimido?

15.9.08

Conversaciones

De pequeño, cuando veía a alguien hablando solo por la calle, me generaba un profundo temor. Esos sujetos que gesticulan, que mueven los brazos, que niegan con la cabeza de manera enfática, que lanzan al cielo una risita nerviosa o un ‘¡no!’ contundente y definitivo, eran un inapelable sinónimo de la locura.
No había más que caminar unas pocas cuadras para verlos, exclamando, enojados, respondiendo al aire, diciendo ‘¡Ni se te ocurra!’, o ‘Me parece bien’, o ‘Así son las cosas’.
Tendrían que pasar muchos años para que pudiera comprender el fenómeno perfectamente. Soy el interlocutor más lúcido que jamás he tenido. ¿Con quién querés que hable?

12.9.08

Premios y castigos

En Mundo Marino escucho la siguiente conversación.
Habla el padre.
–¿Vos te pensás que la foca salta porque quiere?
El hijo mira el espectáculo pero algo se ha roto, una imperceptible grieta en la ilusión, el aprendizaje ingresando por los intersticios de la magia.

9.9.08

Oro puro

Hay un local sobre la avenida Corrientes, llegando a Pueyrredón. Es un local pequeño, algo sórdido, lúgubre. En su interior, el aire parece no haber sido respirado jamás. En el escaparate que puede verse desde la calle, hay una cabeza de un maniquí, con su correspondiente cuello, apoyado sobre un pequeño pedestal de madera algo lastimada. También hay un antebrazo, de pie, con una mano extendida como quien reclama una limosna a los transeúntes que sólo tienen tiempo para obsequiar apenas una gota de curiosidad, seguida de un baldazo de glacial indiferencia.
Hay un cartel, también, pequeño, sin luces ni efectos decorativos, pintado a mano en letras negras, mayúsculas, de imprenta.
El cartel dice ‘COMPRO ORO’.
Empujo la puerta y entro. Existe un mecanismo, algo en la puerta, sin dudas, que avisa a quien esté en el interior, que alguien, otro alguien, ha ingresado al local. Espero de pie, tampoco hay sillas ni nada donde uno pueda apoyarse, en la vitrina del mostrador se ven algunas cadenitas sobre un terciopelo demasiado gastado y sucio, como si hubiera sido usado para limpiar una mesa después de una comida.
Se abre una puerta lateral, y aparece una persona.
Sin mediar palabra, me bajo los pantalones, me bajo los calzoncillos, intento, con un movimiento tan característico como particular, desplegar mi pito algo entumecido. Logro al menos estirarlo un poco, separarlo del resto del cuerpo, y apoyarlo tímidamente sobre el vidrio. La vitrina está fría.
–¡Ja! –Dice el hombre que es calvo y pequeño, usa gruesos lentes y tiene alguna dificultad para desplazarse, o es que simplemente se ha acostumbrado a caminar así, entre vitrinas y mostradores. El pelo que le falta en la cabeza parece haber brotado de los orificios auditivos y nasales. Tiene el cuello de la camisa raído, las uñas amarillas y deformes, y el aspecto de no haberse bañado jamás.
Sin decir nada más, se dirige a la misma puerta por la que acaba de ingresar, y desaparece en el interior del local por misteriosos pasadizos.
Y yo no tengo más remedio que pensar que anoche me mentiste, producto de la excitación y el entusiasmo, o quizás no has tenido contacto con mucha gente, cosas que se dicen en medio de situaciones de carácter íntimo y que uno debería olvidar inmediatamente después, cosas que representan un momento de formidable alegría y que de ningún modo pueden ser verdad.

6.9.08

No es para cualquiera

Tenés que entender que no existe un ranking de tragedias.
Tenés que entender que tu dolor no es mejor que mi dolor.
Tenés que entender que para el rockero al que se le está cayendo el pelo, lo que le sucede es fácilmente comparable con el hambre en Etiopía.
Tenés que entender que cada vez que vos hacés lo que hacés, te parece que es un acto nimbado de una justicia divina, y cada vez que yo hago lo que hago, te parece que soy una rata egoísta.
Tenés que entender que todos vivimos en primera persona, y yo también vivo en tercera, cuando escribo, a veces, en una demostración de extrema cortesía.
Tenés que entender que si desaparecieras en este mismo instante de la faz de la tierra, como un pedo en una tormenta eléctrica, tu vecino del séptimo 'c' bajaría mañana a pasear a su caniche, y el perro se detendría en el mismo árbol e intentaría hacer lo que le fue dicho que no hiciera, como cada día.
Tenés que entender que fracasaste, aunque la peluquera te asegure que se te están fortificando las raíces.
Tenés que entender que comprar un kilo de mandarinas o escalar el volcán Lanín está muy bien.
Tenés que entenderlo, buenos días.

3.9.08

A los golpes

me pegan.
me pegan hasta
que me caigo
al piso.
y cuando estoy en
el piso
me pegan en el piso.
me siguen pegando
y me dicen que no
me levante, que
no oponga resistencia.
me quedo, entonces,
inmóvil
en el piso
mientras me pegan
y me dicen que no sea
tan obediente.
en definitiva
me pegan
y mientras me pegan
yo
aprendo.

30.8.08

Podía funcionar

Entro a una pinturería. Tras asesorarme un poco, ya que no domino el tema, y mientras no domino el tema aprovecho para descubrir que no domino prácticamente ningún tema, compro dos latas de pintura verde, de veinte litros cada una. Me explica un vendedor harto de la pintura más que de ninguna cosa en este mundo, que es la mejor pintura. Por sus atributos, dice, por sus propiedades, también dice. A su pesar me ha preguntado qué voy a pintar, y yo he respondido con evasivas, fácilmente confundibles con la imbecilidad de un cliente habitual.
Aquí comienza la parte entretenida. Le cuento al vendedor mi plan, que no es aceptado ni creído y genera solamente una burlona sonrisa, hasta que exhibo el dinero que estoy dispuesto a pagar.
–Necesitamos dos personas –digo–. Son cien pesos por cabeza –digo–. Son, como mucho, cinco minutos –digo. Y no digo nada más. Pero estoy serio, he pagado la pintura más cara que se vende en ese local, y he dejado doscientos pesos sobre el mostrador, por un instante, para que el vendedor los huela.
El vendedor es un muchacho joven, pálido hasta la exasperación, con un acné virulento sobre su mejilla derecha, como si se la hubiera orinado una rata, provocándole una reacción cutánea que no se irá jamás. El muchacho sabe que tendrá que vivir con su mejilla derecha, tendrá que vivir con eso, y entonces le parece que el resto del mundo, incluida mi persona, se ha vuelto una conspiración poco entretenida.
–Esperame afuera del local –me dice.
Tomo las dos latas de pintura y salgo. La pintura pesa una enormidad.
–Pará –me dice. Al parecer, el otro empleado le ha dicho que no, que yo estoy loco, que prefiere quedarse cuidando su trabajo, la caja, cualquiera haya sido la orden que le dejó el dueño del local.
Pero el empleado pálido tiene un amigo que trabaja en el kiosco, a mitad de cuadra.
–Es un ida y vuelta –me dice, y sale al trote.
Lo ha convencido. Vuelven los dos. El otro muchacho mantiene una prudente distancia de mi persona, como si le fuera a pegar. Tiene una risita nerviosa, como una especie de corto graznido, y mira todo el tiempo en dirección al kiosco. Quiere irse, pero quiere el dinero.
–Bueno, necesitamos una silla –digo. Porque soy alto, y es preciso que los sujetos estén más altos que yo.
–Mejor un banquito –dice el pálido.
–Sí, un banquito, dale –dice el chico del kiosco, y grazna otra vez.
El pálido vuelve con un banquito de madera. Así que me siento, coloco los antebrazos sobre las rodillas, cierro los ojos.
–Bueno, muchachos. Vamos.
Los chicos abren las latas de pintura. Se colocan uno a cada lado, y comienzan a verter la pintura verde sobre mi cabeza. La pintura es espesa, y al principio cae a borbotones. Cae sobre mi cara y mis hombros y mi ropa, cae y sigue cayendo y el olor es penetrante mientras se forma un charco verde a mis pies.
Algunas personas se detienen a mirar, otras apuran el paso, temerosas de recibir una salpicadura.
–Falta poco, ya terminamos –oigo que dice el pálido.
La operación debe haber durado un minuto, un minuto y medio.
–Ya está –dice el chico del kiosco–. Después me das la plata –y se va.
–Necesito el banquito –me dice el pálido. Así que me pongo de pie y abro los ojos. El muchacho toma el banquito y se va también. Le he dejado la plata sobre el mostrador, antes de salir.
Y me quedo de pie, recordando que de chico, cuando me llevaban a una plaza, yo elegía la hamaca verde, porque el verde me transmitía una particular sensación de felicidad.
Y me quedo de pie, como dije, esperando sentir algo parecido.

27.8.08

Si hubieras mirado National Geographic

Si se acerca uno a un elefante y le da un tirón en la trompa, con la máxima fuerza de la que uno sea capaz, y luego le dice ‘era una joda, era un chiste’, es casi seguro que el elefante intente embestir al agresor a la manera característica de los elefantes, bajando la cabeza, buscando el topetazo.
Si le sirve uno a una jirafa un fuentón, pongamos de las proporciones de una bañera, de sopa fría, con unos escasos fideos, poca sal, es probable que la jirafa mueva de un lado a otro su interminable cuello, exhiba los dientes en lo que sea el sucedáneo de una mueca, y se niegue a aceptar que eso sea su alimento, su comida.
Si se arroja uno sobre un cocodrilo e intenta ponerle, sujetando con fuerza, primero, con el afán de guiarlo, una pata delantera, dentro de una manga de un pulóver color borravino de lana gruesa, cuello alto, un día de más de veinticinco grados de temperatura, el cocodrilo, seguro, te morderá.
Lo que me llama la atención es por qué creíste que yo iba a soportarlo, querida.

24.8.08

Religiones alternativas

Bajo a caminar.
Es temprano, hace frío. La ciudad todavía no se ha despertado, y ahí está su encanto. Los árboles sisean alguna canción. La luna se ha rebelado, se niega a reconocer que ha empezado el día. Capricho de luna.
–¡Juan! –Mi nombre es Hundred, Juan Hundred.
Miro a mi interlocutor. Frente a mí, un hombre delgado, con un torso demasiado estrecho para albergar un corazón. Va vestido todo de celeste, shorts y musculosa a pesar del frío, o peor aún, de turquesa.
–¡Juan, qué hacés por acá! –el monocromo es un defecto de carácter inadmisible.
–Camino –contesto. Cómo me molesta ser redundante.
–Ya veo –dice con una sonrisa de suficiencia. Porque mi interlocutor, a quien conozco de algún pliegue del barro de mi pasado, no camina, no. El corre.
Se ha detenido para saludarme, pero no se ha detenido. Corre en el lugar, a mi lado. Echa humito por la boca, a pesar de los shorts y la musculosa, usa guantes de lana. Exuda salud.
–Bueno –digo. Yo no puedo caminar en el lugar, y deseo seguir caminando. Tengo cosas que pensar: qué quería ser, de chico, cuando fuera grande, qué soy, de grande, cómo llegué hasta aquí, qué salió mal, en qué momento me perdí en el camino, esas cosas.
–¿Por qué caminás? –He retomado, con lentitud, con una sonrisa, mi marcha, él trota a mi lado sin haber sido invitado a acompañarme–. ¿Por qué no corrés?
–No quiero correr –le digo–. Quiero caminar.
–Pero correr hace bien –se da un tímido golpe de puño sobre su escuálido pecho–. Yo corro once kilómetros por día, todos los días. Y los fines de semana, el doble.
–Te felicito –digo.
–Correr es lo más sano que hay –dice.
–La salud es un atributo ambiguo –digo–. En exceso sobrevalorado.
–Corrés y bajás la pancita –en un rapto de locura, me ha apoyado, por lo que dura un instante, una palma enguantada sobre mi abdomen. Lo miro, de costado, y retira su mano de inmediato.
–¿Cuánto whisky sos capaz de tomar de una sentada? –Le pregunto.
–Eeeh… No, yo no tomo –dice–. El alcohol es malísimo. Tampoco como carne, soy vegetariano. Y tampoco como quesos ni lácteos.
–¿Y qué comés, milanesas de durlock? –Acelero el paso, pero no hay forma de escapar. Soy un sujeto esforzándose por caminar rápido, acompañado por un sujeto esforzándose en trotar despacio.
–El otro día me hice mi chequeo médico trimestral –sonríe–. Tengo el colesterol total en 1.43. El médico me dijo que tengo las arterias de un pibe de veinte años.
–¿Cuántos polvos te echás? En una sesión de sexo. Una noche, cinco horas, digamos.
–Mirá, Juan. Vos sabés que yo estoy casado hace trece años con Martita.
No digo nada.
–Tenemos una vida sexual muy plena, excelente. Claro que la pasión se va transformando en amistad, en compañerismo, es como si la otra persona pasara a ser parte de uno mismo.
No digo nada.
–Nosotros los domingos a la mañana cogemos, nuestro buen polvote nos echamos. Acepté coger a la mañana porque los domingos salgo a correr después de la siesta. Y coger te quita piernas.
–Entiendo –digo.
–Coger, pasada cierta edad, no es tan importante, Juan –dice.
Sigo caminando. Ha comenzado a llover. Es una fina garúa que me pincha la cara.
–¿Cuándo fue la última vez que leíste?
–No entiendo –se ríe.
–Que leíste un libro. Una novela.
–No tengo tiempo, no leo mucho. Además están los expedientes que te exigen mucha atención. Pero trato de ir al cine. Deberías correr, Juan.
–Bueno, lo voy a pensar –le digo–. Si me decido, te aviso.
–Llamame, Juan. ¿Tenés mi teléfono?
–Creo que no, pero te llamo y te lo pido.
–Vas a ver lo bien que te hace. Correr te cambia la vida. Yo, si no corro mis once kilómetros, no puedo empezar el día.
–Como una droga.
–¡Sí! –está encantado con la idea–. Como la mejor droga.
–Qué bárbaro –le digo, y cruzo la avenida con las manos en los bolsillos, apuro el paso porque vienen autos.

21.8.08

Asimétrico

Parece mentira, da pena saberlo. Y lo sé, claro que lo sé, no es un descubrimiento para dar saltitos, ni andar festejando.
El amor es una mercancía perecedera. Como un exquisito manjar, como una exótica planta, exige infinidad de cuidados. Pero se termina pudriendo, el amor. Adquiere un amarronado triste, pierde su brillo. Agarra mal olor. Y ahí queda, todo ese esfuerzo prodigado, como un maniquí arrojado desde un piso treinta y tres, abrazado al pavimento de una avenida cualquiera.
En cambio el odio es mucho más resistente y duradero. Como un perro callejero que aprendió a vivir de las sobras, de los restos, y no espera caricias ni atenciones. Uno se lo cruzará a la vuelta de la esquina tres, cinco años después, y no queda menos que sorprenderse ante la inmutabilidad, la misma mancha de sarna, los dientes amarillos, la mirada famélica.

18.8.08

No va a ser fácil

Y cumplirás roles, claro que cumplirás roles. Subirás por la escalera mecánica de los roles, no es negociable, carecerá de importancia si estás o no de acuerdo. No tiene nada que ver con la voluntad, manda la inercia.
Y aprenderás a vivir de los intersticios. De esa media hora juntos, de ese paseo de madrugada, de ese whisky, de la vez que te toqué, de esas dos páginas que leíste, de ese cigarrillo.
Mientras tanto serás madre o gerente, doctora, profesor, tío. Y en cada esquina que te detengas esperando que cambie el semáforo, los días de lluvia oirás cómo las alcantarillas devoran el agua, con qué indiferente apetito. Y te dará frío.

15.8.08

Tristeza de rottweiler

Hay en mi barrio un rottweiler que tiene un problema. Es un rottweiler bueno, es un rottweiler que quiere afecto. Pero en cuanto pone una pata en la calle, comienzan las complicaciones. Las señoras con sus bolsas repletas de naranjas y acelga gritan, se quejan, reclaman correas y bozales, algo de protección ante la bestia. Los otros perros muestran los dientes, intentando vender cara la inevitable derrota, o se limitan a darse vuelta y exhibir el ano, en la más plena de las sumisiones. Pero nadie le ladra, nadie quiere olfatearlo a él. Y todas las caricias son para los cockers y los caniches y los pekineses, para perros sin su personalidad ni sus sentimientos, perros que parecen destinados a recibir afecto por el tamaño de sus orejas o su mirada bobalicona, perros que no deberán esforzarse jamás para ser alzados, para recibir palmadas en el lomo, pellizcos en un cachete.
Hay un rottweiler en mi barrio que baja a la calle con su expresión tristona y su andar cansino, porque sabe que todos se asustarán de él, un rottweiler que comprende como nadie aquello que le dijeron a Marilyn Monroe alguna vez, sobre que su belleza era demasiado específica y eso la limitaba para otro tipo de papeles (que la gente se calentaba con sus curvas, que no podía hacer de madre o de tía en una película, que no insistiera).
Y el rottweiler de mi barrio cada tanto muerde, muestra los dientes, amenaza con causar una tragedia, pero lo hace sin convicción, simplemente porque sabe que eso es exactamente lo que se espera que haga.
Esta mañana cuando me lo crucé, no pude resistir la tentación de acariciarlo, y pareció por un instante que iba a arrancarme el brazo de un mordisco. Después giró la cabeza, para que no lo viera llorar.

12.8.08

Santuario

Me llamó un par de años después de haber fracasado por última vez. La escuché alegre, con proyectos, la invité a cenar. Tomamos vino, recordamos algún episodio compartido, algún médano de alguna playa que tapó lo que fuimos. Después de cenar, advertimos que el piloto del calefón de la pasión todavía no se había apagado. La invité a mi casa, con improvisado pudor dijo que bueno, miró un inexistente reloj sobre su huesuda muñeca, dijo que claro, dijo que sí.
Pasado algún fuego, se puso de pie, al costado de la cama, con las manos en la cintura, y comenzó a insultarme, arrojó un zapato, hizo estallar una copa de vino contra el piso, gritó con el odio más puro que tenía y siguió quejándose un rato, repasando su vida, balbuceando incoherencias, mientras se vestía.
Le señalé, sin mucho entusiasmo, lo extraño de su comportamiento.
–No hace falta que terminemos la noche así.
–La comida estuvo exquisita, la conversación fantástica, y el sexo excelente -masculló-, pero el psicólogo me cobra una fortuna. Así que prefiero darme todos los gustos acá.

9.8.08

Carambeishon

Los niños reciben, desde el principio, desde el comienzo, un complicado mensaje. El mensaje es: hacé lo mejor que puedas.
Esa épica de la exigencia astutamente recubierta con el papel metalizado del amor los perseguirá hasta bien entrada la edad adulta, hasta que el fracaso sea demasiado evidente. Hasta que, incluso para el meteorólogo aficionado, no queden dudas que está lloviendo.
No menos cierto resulta que, si se les hubiera dicho que hicieran, no lo mejor que puedan, sino lo que puedan (sí, sí, claro, o lo que quieran, como te resulte más cómodo), entonces la inmensa mayoría no hubiera hecho nada.
Debemos decidir, si preferimos una multitud de frustrados, o una legión de inútiles.
Pero vos sos muy linda, eh. No vas a tener problemas.

6.8.08

Una fractura

Un sobrino mío se rompe una pierna. Jugando al fútbol, o jugando en un recreo, jugando a algo. Así que nos vamos al hospital mientras el chico logra dejar de gritar, y pasa a un apagado sollozo.
Quisiera que no sufra, quisiera que no le duela, pero es precisamente ante el dolor cuando descubrimos la exasperante insularidad de las personas. Ante el dolor descubrimos lo iguales que somos, lo lejos que estamos, y eso es casi más triste que el dolor mismo.
El médico que nos atiende es un imbécil demasiado satisfecho de su estetoscopio como para poder ayudar a alguien. Alguna noche de estas será asaltado por tres chicos de quince años que aspiran pegamento y quieren un automóvil y tienen la noción del bien y el mal algo difusa, entonces nuestro calvo doctor comprenderá, como cualquier superhéroe sabe, que hay determinadas circunstancias donde dejan de funcionar los propios poderes. Tristeza de superhéroe, un buen título para mi próximo libro de poemas.
Nos hacen esperar en un pasillo, sin que el doctor se haya dignado a transmitir una palabra de aliento a mi sobrino. Y eso es lo peor. Lo que nos pasa, nos pasa, siempre nos pasa, y queremos que alguien nos diga que no es tan grave, que alguien nos diga que va a andar todo bien, que alguien nos de una palmada en el hombro, que alguien nos insufle una molécula de esperanza.
Entonces mi sobrino, en ese pasillo húmedo y descascarado, logra sobreponerse al dolor y la consternación, la angustia y la tristeza, y me mira. Estamos de la mano.
–¿Por qué a mí? –dice, es todo lo que tiene para decir mientras espera ser enyesado, porque está demasiado aturdido para decir nada más.
Y a mí me parece que es la primera vez que se hace esta pregunta, que ya nada volverá a ser como antes.

3.8.08

21%

si el setenta y nueve por ciento de los viajes
son las fotos
entonces
no quiero viajar.
si el setenta y nueve por ciento del amor
son los recuerdos
entonces
prefiero viajar.
si el setenta y nueve por ciento de estar vivo
es estar muerto
entonces
prefiero enamorarme.
si el setenta y nueve por ciento de ser yo
consiste en no ser ninguno
de todos los demás
entonces
prefiero este sánguche de mortadela,
ajo
y mucho casancrem.

*el casancrem es un queso untable de venta libre en la república argentina.

30.7.08

El culo y el violín

Ella soñaba con tener talento musical, pero tenía buen culo. Y entonces, cada vez que tocaba el violín, cada vez que intentaba hacerlo, la gente quedaba extasiada, con su culo. Y ella tenía sentimientos encontrados. Estaba orgullosa de su culo, pero anhelaba demostrar sus inexistentes atributos musicales. Lejos de reconocer su falta de aptitud para la música, pensaba que su exquisito culo conspiraba, distraía, de lo verdaderamente importante, de lo que ella tenía para dar, de su música.
Pero ella tampoco estaba dispuesta a desprenderse de su don, nadie lo hace, y mucho menos aceptar que era una negada para la música, porque aceptar una incapacidad, claudicar, rendirse, es por lo general tan triste, y uno queda como en una habitación de hotel a oscuras.
Ella estaba atrapada en ese dilema, sufría. Había noches en que soñaba con la estatua de la justicia, pero la estatua de la justicia tenía el rostro, las facciones de un chancho pecarí. En un platillo de la balanza estaba su violín, en el otro, su culo (en ambos casos de ella, no del chancho). Pero en su sueño la balanza permanecía en perfecto equilibrio, la balanza no se inclinaba, y ella se despertaba agitada y sudorosa, intentando recodar, aferrarse al último piolín del sueño, porque si lograba ver en qué dirección se inclinaba la balanza entonces, presentía, su vida se ordenaría.
Después se casó con un escribano y abrió un local de venta de bijouterie. Me la encontré el otro día por la calle. No tenía buena cara, pero era muy temprano.

27.7.08

El cuerno de la abundancia

Últimamente, hago una cosa que provoca el más profundo de los desconciertos.
Tiene que ser en un bar. Si estoy solo, pido como si fuéramos dos personas. Si estoy con una persona, pido como si fuéramos tres los presentes, o incluso más, de acuerdo a la necesidad que me aguijonee en ese momento.
Permítanme dar un ejemplo. Lo que podríamos denominar, ejemplo 1.
Estoy con una chica, en un bar. Es de mañana, hora del desayuno antes de comenzar una jornada de trabajo. La chica quiere, lo sé, la conozco, un café con leche, nada más. Yo quiero un café chico, y una medialuna de manteca.
Se acerca el mozo. Formulo mi pedido.
–Buen día. Es un café con leche, un café chico, una medialuna de manteca, un jugo de naranja exprimido, un agua con gas, una porción de tostadas con queso y mermelada, ah, y un té.
Y no digo nada más. Miro, tal vez, distraído, por la ventana. El mozo duda, mira pero no encuentra una sonrisa de la cual aferrarse, y se aleja, pensando que están por ingresar las tres personas restantes, que ahí vienen. Pero no, no vienen.
Mi acompañante separa sus manos de la mesa y abre la boca en ‘u’, y luego decide callarse, confundida, o tal vez no logre contenerse y diga ‘yo no quería jugo…’, pero, ante un casi imperceptible asentimiento de mi parte, intenta desentenderse de una situación que comienza a incomodarla.
Entonces viene el mozo. Observa que seguimos siendo dos personas, y él tiene un pedido para, digamos, cinco personas. Se lo nota contrariado.
–El café con leche para la señora –digo, sin mirarlo. Esto es importante también, decirle ‘señora’ a una chica de menos de treinta es muy importante también, porque es sembrarle una duda, es devaluarle las tetas, es dejarla avizorar el futuro, para que se despabile, para que de a poquito comience a pensar en algo. Es fácil de practicar con alguna empleada de cualquier comercio. Cuando concurra a comprar algo, dígale en algún momento ‘señora’, y fíjese en su cara–. Ponga todo lo demás por acá. –Y señalo vagamente, sin mayor detalle, lo que podríamos denominar ‘mi’ mitad de la mesa.
Aquí, es inevitable, el mozo dirá algo, o mi acompañante dirá algo, o tras mirarse buscando alguna mínima complicidad que les permita superar un momento que no comprenden, los dos dirán algo, más o menos al mismo tiempo. Eso me obligará a decir algo, a mí también.
–Sucede que hace ya demasiados años que vengo huyendo de la carencia. Sucede que sufrí mucho de pibe. Sucede que una de las pocas cosas que me calma, que mitiga mi dolor, es ver que hay, que sobra, que yo no quiero en absoluto, pero que si hubiera querido, si hubiera necesitado, algo, cualquier cosa, mermelada en esta oportunidad, hubiera podido, estaba allí, al alcance de la mano, sin problemas.
Y tomaré mi café, daré un mordisco a mi medialuna de manteca, sintiendo que soy un tipo de lo más interesante.

24.7.08

Persecución

Voy a correr. No sé porqué. Correr es caminar, pero más rápido. Cuanto más rápido, más lejos se está de caminar, y más cerca de ser aceptado por la inconcebible secta de lo que se ha dado en llamar ‘deportistas’.
Lamentablemente para mí, quién sabe, no consigo una velocidad muy alejada de la caminata. Si mis rodillas hablaran me preguntarían, como una novia: ¿por qué me hacés esto?
El avanzar en ese estado de velocidad mínima, me permite escuchar de qué habla la otra gente que camina, la gente que también corre.
El 93% de las conversaciones son sobre comida. Estos sujetos hablan, mientras se mueven, mientras corren, de lo que comieron, de lo que comerán. Recuerdan. Anhelan.
Y es esta noción, tan arraigada por cierto, que cada premio tiene su castigo, que se debe sufrir antes o pagar después, pero que nunca existirá la posibilidad de arrancar un momento de la más pura alegría como quien descuelga un fruto de un árbol, con esa simpleza. Es esa noción, decía, lo que te dejará salpicado de un pestilente gris. No importa cuánto corras, no importa lo rápido que puedas correr.

21.7.08

Shakespeare no me ayuda

La mujer me explica que debo leer el soneto # 116 de Shakespeare para de esa forma comprender porqué se va, porqué me abandona.
Leo, entonces, el soneto en cuestión, intento leerlo una segunda vez, con idéntico resultado, a saber: no entiendo un pomo.
Así que a la hora de la cena, en lo que probablemente sea nuestra última cena, al terminar de comer mis agnolottis de ricotta y nuez, con mucho pesto, largo un descomunal eructo en pleno rostro de la mujer. Digo en pleno rostro porque he tenido la precaución de aproximarme un poco, como quien va a hacer una confesión, y ella, viendo mi actitud, se ha acercado, un poco también, lo cual me ha permitido, por decirlo de alguna forma, con admirable precisión y manejo de los tiempos, enfocar la columna del eructo a la altura del puente de su nariz. Digo descomunal, porque el eructo, dotado de un particular énfasis, ha surgido de mis entrañas, tal vez por un año y medio contenido, con la sonoridad, la guturalidad, la vehemencia del rugido de un león adulto en la sabana africana, apuntando a una luna del más precioso marfil.
La potencia del eructo, su musicalidad y fetidez, la han tomado, tal vez, algo desprevenida, al punto de hacerle perder el control del tenedor, que cayó al piso sin excesivo estrépito.
Ahora sí, con este nuevo motivo recién comprado, le digo que la entiendo, que le deseo lo mejor, que tal vez ella tenga razón, que no nos hagamos daño, que las cosas, todas las cosas, se terminan.

18.7.08

Maldito vademécum

Voy a una farmacia. Es una de esas farmacias modernas, donde los medicamentos están desplegados como si se tratara de un supermercado. Y así uno puede deambular por pasillos, recorrer exhibidores repletos de píldoras, de jarabes, de cremas, de blisters, de pócimas.
Camino y camino. Me paso una buena media hora perdido allí dentro, con una simpática canastita de plástico azul que me facilitan para que vaya colocando los artículos que preciso.
Finalmente, me dirijo a la caja con mi canasto vacío y le pregunto a la cajera de la caja tres si no sería de su agrado ir a conversar, tomar un café, caminar, si llueve, un par de cuadras de la mano.

15.7.08

Revolucionario sin remera

Debo luchar. A la mañana, cada mañana, debo luchar. Debo luchar contra la arritmia y la piorrea, contra la caída del cabello y las uñas encarnadas, contra la psoriasis y la gingivitis, contra los resfríos y la conjuntivitis, contra la lordosis y las infecciones urinarias, y el hígado que pide misericordia, clemencia, ser tratado de acuerdo al Protocolo de Yalta, contra la alergia al polen y a las plumas.
Sin embargo, todavía suelo cruzarme con gente cuya inaudita osadía les permite acusarme de burgués.

12.7.08

Felicidad. Una aproximación matemática

Tome la cantidad de cosas que tiene que hacer, y que no le gustan.
Tome las cosas que hace, y que le gustan.
Divida ambas cantidades. La cantidad de cosas que tiene que hacer, y que no le gustan, es el dividendo. La cantidad de cosas que hace, y que le gustan, es el divisor.
Recuerde que no puede dividir por cero. De ser ese el caso, usted es un triste indeterminado.
Si el número resultante del cociente es menor o igual a 1 (uno), usted es demasiado feliz para este mundo. Hágase un chequeo cada tres meses, sea cuidadoso, puede tomar un vaso de vino durante las comidas, utilice preservativo para cualquier tipo de práctica sexual, incluso la masturbación, use sobretodo en invierno, paraguas si está anunciado lluvia, y practique algún deporte sin contacto físico (tenis, voley, golf) tres veces por semana.
Si el número resultante del cociente, en adelante el ‘happiness ratio’ (HR), da un número entre 1 (uno) y 5 (cinco), usted está muy bien. Su señora le emboca a toda su familia, incluida su cuñada (la suya, la hermana de su señora) epiléptica con vocación de prostituta, durante toda la tarde del domingo, el médico le informa que usted tiene la tercera vértebra cervical con la forma de un fusile y que es conveniente que use un corsé de policarbonato para cualquier actividad que implique un esfuerzo superior al de, digamos, meterse el dedo en la nariz, su socio se fugó con la secretaria de diecisiete años, y todos sus (los suyos, no los de la secretaria, pobrecita) ahorros. Pero sus hijos le compran un par de medias para el día del padre, son medias ‘Tomasito’, 180% nylon, color beige, y usted ha aprendido, no sin esfuerzo, a navegar por Internet, y ha descubierto que si se queda despierto el tiempo suficiente, hay sitios para consultar donde señoritas muestran sus tetas en la pantalla, ¡y es gratis!
Si el HR (coeficiente de la felicidad), da un número entre 5 (cinco) y 10 (diez), bueno, usted la está remando. Su capacidad espermática se ha reducido tanto, que usted descubre que podría usar el mismo preservativo más de una vez sin que nadie lo advierta, su amante le informa que lo tiene filmado aquella vez que usted intentó copular con un Fox Terrier pelo duro, y da la casualidad que ella también frecuenta a un muchacho que trabaja en un noticiero de televisión y que estaría encantado de poder exhibir dicho material, cada vez que usted va a la cochera, cada mañana, alguien, un humano, a juzgar por el material, ha defecado sobre el capó de su Ford Escort 1993, y nadie tiene una explicación. Sin embargo, usted ha luchado para armar una familia, y se le permite como reconocimiento ver un programa de fútbol los domingos por la noche. También puede usted comer un alfajor Guaymallén, algo abollado, que ha encontrado vaya uno a saber por qué motivos, bajo la almohada del tercer hijo de su segunda esposa.
Para finalizar, si el cociente (HR) es superior a 10 (diez), alguien intenta sodomizarlo con una trompeta mientras usted viaja en tren hacia sus doce horitas diarias de trabajo, usted ve por televisión que el restaurante al que concurría con los muchachos de la oficina ha sido clausurado por el brote más grande de brucelosis que haya tenido jamás el planeta tierra, su hija de catorce años le informa que parte rumbo a Detroit, deja todo, porque se ha hecho devota de Marilyn Manson.
Y a las tres de la mañana, suena el teléfono.

9.7.08

No pienso decirlo

La mujer me dice, con tristeza, con énfasis, años después, lo malo, lo perjudicial que fui en su vida. El tremendo obstáculo que fui, según me informa, le impidió realizarse como persona, como mujer, como profesional, como artista, no recuerdo exactamente el orden.
El imponderable, la espantosa tragedia de encontrarse conmigo, la desvió para siempre de su exquisito potencial, la privó, como quien le arrebata a un oso un tarro de miel, de un hermoso futuro repleto de multicolores posibilidades.
Todo aquello que hubiera podido ser, todo aquello que la hubiera hecho feliz, se perdió para siempre en el inasible magma del antes, mientras que a ella sólo le fue permitido despertarse, cada día, en el forever gris después.
Por un momento, por lo que dura un momento, por ese intersticio, por esa ranura de tiempo equivalente a chasquear los dedos, parece que va a llorar, pero no llora. Es una congoja muy honda que se esfuerza en asomar su diminuta cabeza de animal, pero ella logra recomponerse, presionar la tapa de mimbre de la canasta de sus frustraciones.
–Ya está –dice–. Ya pasó.
Y yo siento el deseo, la pulsión física, hecha de una sustancia volitiva pura, como eyacular, como estornudar, como salir al balcón y ver llover, de decirle que cuando yo la conocí ella ya había fracasado en todos los rubros del horóscopo, que su tristeza era de antes, que yo fui un regalo, una vuelta, la última tal vez, quién sabe, en una calesita que apagó las luces de colores y arrancó el volante del autito y partió los caballos de madera con un hacha de mango corto y vendió la sortija y es la vida la reputa madre qué le vas a hacer.
Pero no dije nada. Le acaricié el cabello con la yema del dedo índice de mi mano izquierda, como quien toca un material demasiado frágil para este mundo. Le acaricié el cabello, y terminé el café.

6.7.08

El ascensor se cae

Las cosas que se me ocurren. Las cosas que me interesan a mí. Por ejemplo. Si estoy en un ascensor. Si estoy en un ascensor, moderno, automático, de esos ascensores que hay en las torres modernas y automáticas. Si estoy en el ascensor, entonces, pongamos, en el piso treinta y dos, o en el piso treinta y tres. Y por esas cosas que pasan, esas cosas modernas y automáticas, se corta el cable. Se corta el cable del ascensor. Y el ascensor, sin cable que lo sostenga, entonces, se cae, comienza a caer.
El ascensor se cae, dijimos, de un piso treinta y dos, o de un piso treinta y tres. Y agarra una velocidad importante, una velocidad de caída, la velocidad a la que caen las cosas.
Y supongamos que aunque se cortó el cable, aunque el ascensor se cae, a una velocidad, dijimos, considerable, a pesar de eso, el tablero del ascensor, el tablero de luces, el tablero que indica en qué piso estamos, o que no estamos, porque pasamos sin estar, porque el ascensor se cae, el tablero sigue funcionando. Y el tablero de luces, que sigue funcionando, marca en qué piso estamos, o por qué piso pasamos, mientras caemos, como dijimos, a una velocidad significativa.
Y yo, que estoy dentro del ascensor que cae, desde un piso treinta y dos o treinta y tres, con el tablero de luces que sigue funcionando por motivos eléctricos que me exceden, yo, que estoy ahí, no me desespero.
O me desespero. Pero desesperado y todo, tengo una idea. Podríamos decir, por esas casualidades de la vida, porque soy yo el que se cae, del piso treinta y dos o treinta y tres, que estar desesperado y tener una idea al mismo tiempo es mi especialidad.
Mi idea es la siguiente. Voy a estar desesperado, no puedo evitarlo, pero, quieto. Voy a estar desesperado y quieto, mirando el tablero de luces, que marca en qué piso estamos, o por qué piso pasamos, el tablero que marca la caída.
Y en el momento que el tablero de luces que marca la caída, porque el ascensor en el que estoy, desesperado y quieto, se cae, de un piso treinta y dos o treinta y tres, en el momento que el tablero de luces marque el 1 (uno), o mejor el 2 (dos), porque la velocidad de la caída, aunque no estoy desesperado, o sí lo estoy, desesperado y quieto, es importante, en el momento que el tablero de luces marque el 2 (dos), entonces, voy a saltar.
Voy a saltar. Con las dos piernas. Hacia arriba. Voy a saltar tan alto como pueda, rodillas al pecho, de ser posible. Y en el momento que el ascensor estalle contra el piso, porque es la única forma en la que puede terminar el ascensor que se cae, la caída, en el momento que el ascensor toque el piso para estallar, yo, que salté, para arriba, en el momento del impacto, voy a estar en el aire.
Y me voy a salvar.

La gente que tiene cierta formación científica me ha explicado, pueden fundamentar, que lo que acabo de narrar, el procedimiento descripto, es una soberana estupidez. Las leyes de la física están en mi contra y en el ascensor que se cae, de un piso treinta y dos o treinta y tres, desesperado o no, salte o no salte, me voy a hacer puré.
Pero lo que acabo de contar son las cosas que se me ocurren, las cosas que me interesan a mí.

3.7.08

Digamos que yo también

yo también arrastro mis cadenas
yo también cargo mi cruz
yo también pago mi condena
y guardo una pena en la mesa de luz.

yo también tacho el calendario
yo también me siento fatal
yo también soy un presidiario
que espera piedad antes del final.

yo también creí en el futuro
yo también quise algo mejor
soñé con ser otro, eso te lo juro.

yo también junto las miguitas
yo también duermo cucharita
con el mejor recuerdo que tengo de vos.