Los maestros de yoga sostienen, más o menos, que todo lo que hay que saber está dentro de uno, de uno mismo. Lo de afuera, lo externo, es ilusión (maya). Paz, armonía, lo que todo ser humano busca, o mejor dicho, desea encontrar, porque buscar es una intención y toda intención hace ruido, es entender que no somos ni cuerpo ni mente, sino almas conscientes. Pero no se puede desear, ni siquiera desear, sólo dejar que suceda. Debe entonces uno sentarse, quedarse quieto, la meditación es justamente eso, no debe ser confundida con la concentración. La meditación es detener el cuerpo, primero, la mente, después, y de esa forma, sin hacer, sin pensar, y sin sentir, alcanzar la iluminación, fundirse con el todo, descubrirse testigo, sin cuerpo, sin mente, el verdadero ser, iluminado e inmortal, en una deliciosa paz, bendito para siempre.
Y yo he tratado, juro que he tratado. Pero cada vez que me he vuelto hacia adentro, cada vez que he logrado replegarme en mí, sólo he encontrado una considerable cantidad de grasa, odio, un tremendo odio que me viene de muy lejos, desde siempre, una formidable necesidad de tomar whisky, cualquier whisky que no sea nacional, y unos extravagantes deseos de coger, de coger mucho, con gordas, con viejas, con rengas, con un pato de madera, con lo que sea.
Quizás convendría conversarlo con algunos de los maestros de yoga, consultar si es posible que yo también me ilumine, o si saben de alguna rotisería por el barrio donde las pastas no lleguen siempre frías ni las milanesas sean puro aceite, o si tienen alguna mina para presentarme, una mina que le guste coger sin demasiadas vueltas, no sé, yo soy así, no se me ocurre nada más.
Y yo he tratado, juro que he tratado. Pero cada vez que me he vuelto hacia adentro, cada vez que he logrado replegarme en mí, sólo he encontrado una considerable cantidad de grasa, odio, un tremendo odio que me viene de muy lejos, desde siempre, una formidable necesidad de tomar whisky, cualquier whisky que no sea nacional, y unos extravagantes deseos de coger, de coger mucho, con gordas, con viejas, con rengas, con un pato de madera, con lo que sea.
Quizás convendría conversarlo con algunos de los maestros de yoga, consultar si es posible que yo también me ilumine, o si saben de alguna rotisería por el barrio donde las pastas no lleguen siempre frías ni las milanesas sean puro aceite, o si tienen alguna mina para presentarme, una mina que le guste coger sin demasiadas vueltas, no sé, yo soy así, no se me ocurre nada más.