29.12.07

Bienaventuranzas en oferta

Bienaventurados los que de chicos no tuvieron Nesquik, porque cuando la vida tenga para darles sólo Nescao podrán soportarlo.
Bienaventurados los mansos, los tranquilos, los que escucharon ese tema de Piero. Ya tuvieron suficiente castigo y las cosas deberían mejorar.
Bienaventuradas las jirafas porque a la hora de la tortícolis comprenden con absoluta claridad que tener un don implica también tener un castigo así de largo.
Bienaventurados los que tienen una mascota, un gato o un perro, ya que jamás recibirán cariño parecido de un ser humano.
Bienaventurados los que tienen mucho y son felices con poco, porque tener poco y ser feliz con mucho lo puede soñar cualquier tarado.
Bienaventurados los que nunca fueron los últimos y nunca serán los primeros. Tal vez puedan jugar y divertirse sin esa pesada carga.
Bienaventurados los que trabajaron de mozos, porque alguna vez habrán escupido una ensalada de frutas y es raro que Dios otorgue semejantes revanchas.
Bienaventuradas todas las mujeres que me odian, porque les he regalado a sus existencias algún motivo.
Bienaventurados los que conocieron el lujo y la miseria, los que cogieron con gráciles doncellas y bofes hercúleos, los que tomaron Pommery y sidra Marolio, porque ellos han comprendido lo bueno y lo malo sobre la faz de esta tierra, y no deberían tener inconvenientes para poder discernirlo donde quiera que vayan.
(Bola extra). Bienaventurados los que no rompen las pelotas, porque ellos tendrán un dos ambientes en el cielo, contrafrente, vista abierta, bajas expensas, vecinos tranquilos.

Fiesta, que fantástica, fantástica esta fiesta

Llego a la oficina temprano, muy temprano. Llevo traje y corbata, saludo a la gente de seguridad del edificio, me saludan. Hace calor. Cuando hace más de 23 grados a las ocho de la mañana, es porque el día será un infierno. Así que digo ‘hace calor’, y el portero me dice ‘hoy va a ser un infierno’.
Llevo una mochila, raro en mí. No tuve mochila, que yo recuerde, cuando era niño, así que desconozco su utilidad.
En la mochila llevo siete tarros de dulce de leche Chimbote. Los tarros son de un cartón muy duro. También llevo una cuchara, no, una especie de espátula de madera.
Me saco el saco (y me pongo el pongo, Marrone dixit). Me saco la corbata. Me desabotono uno, y luego dos botones de la camisa. Me remango. Saco los tarros y los abro con cuidado, como si se tratara de nitroglicerina. Son siete tarros de un kilogramo cada uno, abiertos sobre mi escritorio. Apilo las tapas. Las coloco dentro de una bolsa de nylon, y luego, otra vez dentro de la mochila.
Saco la espátula de madera. Está todo pensado. Lo pensé ayer a la noche, mientras me bañaba, antes de acostarme.
Así que empiezo. Hago lo pensado. Silbo algunas canciones de rock nacional, canciones conocidas de tiempos pasados.
Me paso media hora, cuarenta y cinco minutos, pintando las computadoras con dulce de leche. Pinto los teclados específicamente, repasando las teclas rebeldes, las teclas que no han sido pintadas con las pinceladas gruesas. Pinto todos los teclados de todas las computadoras que encuentro a mi paso.
Y me queda dulce de leche, y tiempo. Así que pinto uno que otro mouse, completo, y algunos monitores. A uno le hago una ‘X’ perfecta, a otro un asterisco, a otro un signo de pregunta, a otro un garabato.
Pasados cuarenta y cinco minutos, estoy satisfecho y transpirado. Guardo todos los tarros vacíos en la mochila, y la espátula. Me seco el sudor en el baño con una pequeña toalla de un verde pastel, me pongo la corbata, me pongo el saco, agarro la mochila, bajo a la calle.
En diciembre, cerca de las fiestas, la gente suele ponerse melancólica y expansiva, se llena de sentimientos nobles y puros, de ganas de ayudar, de sentirse hermanos de alguien, de sentirse parte de algo.
A mí se me da por ponerme gracioso.

26.12.07

Ladran, Sancho

A la vuelta de mi casa vive un perro que me odia. Cada vez que paso frente a él, se desespera, se subleva de una manera animal y única, es desbordado por un odio que lo enloquece.
El perro, atado a un poste, tensa la correa al límite de la propia asfixia, sus ojos podrían desprenderse de su rostro y rodar por la vereda, sus ladridos se apaciguan pura y exclusivamente cuando sobreviene la falta de oxígeno, sus dientes juran que mis pantorrillas jamás estarán a salvo sobre la faz de la tierra, su baba espesa quema las baldosas de la vereda como un ácido.
Aún cuando ya he seguido mi camino, aún cuando me he alejado mis buenos treinta y cinco metros, el perro continúa luchando por atacarme, por morderme, por terminar con mi absurda existencia.
−No entiendo qué le pasa –me dice una mujer que baldea la vereda, presumiblemente la dueña del animal−. Jamás lo había visto ponerse así, nunca, ni con un gato.
Reflexiono sobre la situación, el odio del animal, las palabras de la mujer.
Sólo me queda aceptar que ese perro me conoce, que sabe de mí, que sabe cosas.

22.12.07

Payasos

En la calle, en medio de todo lo que ocurre en la calle, un día cualquiera, me cruzo con un payaso. Sin mediar palabra, sin explicación, el payaso me abraza.
Tiene la cara pintada de blanco, tiene la nariz roja, tiene la boca pintada con una sonrisa lo suficientemente grande para abarcar el mundo, tiene un sombrerito pequeño y redondo con una flor cuyo tallo es un resorte, lo que transforma la flor en una antena vibrátil, tiene una corbata multicolor que se bambolea entre sus rodillas, tiene unos zapatones enormes, sobre los cuales se podrían parar siete personas y navegar por un río con rumbo desconocido.
−Dame un peso –me dice el payaso. Percibo que sus ropas son viejas y huelen a naftalina. Percibo que su sudor se asemeja a pilas sulfatadas.
−No –respondo. Me desprendo de él, de su abrazo.
Entonces el payaso hace algo curioso. El payaso se sienta sobre la vereda, y comienza a llorar. Llora con la energía con que sólo los chicos saben hacerlo. Llora como quien descubre que llorar es lo que mejor sabe hacer. Llora como quien comprende que lo único que quería era llorar, llorar para siempre, llorar hasta derretirse y desaparecer.
−Dame un peso, dale –dice− ¿No ves que estar contento es lo más difícil del mundo?

Bonito lema

Con las mejores intenciones, y los peores resultados.
Se me antoja esta mañana un bonito lema, una frase ideal para resumir mi vida, o para hacer una aproximación meramente descriptiva, o para un epitafio.
O para una despedida.

19.12.07

No tiene nada de malo pedir ayuda

La mujer es una profesional del sexo. Tiene las facciones duras, la expresión impiadosa de quien lleva tiempo haciendo barbaridades por dinero. Exuda capitalismo. El cuerpo hecho mercancía de cambio. Ya se ha dicho todo lo que se podía decir al respecto. Es un tema trillado.
Sentada junto a mí, bajo la luz violácea, sobre un sillón de cuerina color borgoña demasiado estereotipado para ser descripto, me susurra el tarifario. Le digo que no hace falta que me lo diga, que no es necesario, que el dinero no es problema, que la compensación será tan generosa como desproporcionada.
Se sorprende. Se alegra. Se incomoda. Desconfía. Todo su cuerpo, sus dedos, sus uñas, sus ojos, han adquirido la pátina de objeto, abandonando los atributos originales para los cuales, es de suponer, hayan sido creados. La mujer huele a cosa, a fatiga de materiales, a especulación, a oferta y demanda en el estado más puro que yo haya visto jamás.
La mujer me explica las diferencias de cotización entre bucal y facial, vaginal, anal, me explica que se puede hacer un trío, una orgía, lluvia dorada, utilización de aparatos, lesbianismo, sadomasoquismo, asfixia parcial: me explica cuánto cuesta filmarla copulando con un conejo de angora, o mientras le chupa los dedos de los pies a un enano, o quemarle los pelos del culo con un encendedor, o que ella se disfrace de hombre araña y me muela a palos. Y sigue. Ella recita una lista que parece no terminar nunca. Está dispuesta a fornicar con un maniquí, con la mano de un muerto, con una tira de asado.
Le pregunto cuál es su tarifa máxima, y le aseguro que voy a pagarle el doble. Lo que deseo es que tome entre sus manos mi pito y lo sostenga como si se tratara de un gorrión, un colibrí, un ave con un ala rota. Que lo sostenga, lo acune, lo cobije, nada más. Es posible, le digo, que en determinado momento yo apoye una mano sobre uno de sus hombros. O le toque un muslo, apenas. O le acomode un mechón de cabello detrás de una oreja. Serán unos diez minutos, o quince. No más.
Eso es todo lo que necesito, le digo, y un whisky decente. Alguien que me cambie este trago.

15.12.07

Connotación peyorativa

No necesariamente todo lo que conocemos como ‘colateral’ es negativo. Tal vez la connotación peyorativa tenga que ver con los medicamentos, o con la guerra. Sin embargo, por ejemplo, siempre hay un ejemplo, dicen que gracias a que el hombre llegó a la luna, gracias a los viajes espaciales, se inventó el teflón. Inventado el teflón, no tardaron mucho en inventar las sartenes de teflón. El invento fue fortuito. También sus derivaciones. Ahí lo tienen: el hombre quiere llegar a la luna, y terminamos en sartenes de teflón.
Podría buscar más ejemplos, muchos más. Podría seguir.
Ahora mismo, mientras te veo cocinar. Siento deseos de ir a la luna.

Así pasa, o sic transit, o como más te guste

Sucede que te preparás y te preparás para algo que no va a suceder nunca. Sucede que estudiás dónde queda el mar Báltico y que todo cuerpo sumergido en agua recibe un empuje de abajo hacia arriba igual al volumen de agua desalojado, pero cuando se cae el avión, se cae el avión, y eso es todo lo que cuenta. Sucede que trabajás y volvés a trabajar como quien pica una piedra sin saber cuál se supone que debe ser el resultado final, y después de veinte años de oficina un doctor observa los estudios, se acomoda los lentes sobre el enrojecido puente de su inconcebible nariz, y uno percibe que algo se ha complicado mucho más allá de la propia capacidad de entendimiento.
Sucede que no había nada para lo que prepararse, y la persona a la que te gustaría hablarle está bajo ese absurdo rectángulo de tierra, y el sol te seca las lágrimas antes que se atrevan a ponerse a correr como ratones locos.
Sucede que todos los dones que han venido de visita se irán, y eso es más que suficiente castigo.

12.12.07

Viajes

La sala de interrogatorios es más o menos como en las películas, no hace falta ponerse en detallista, no hace falta aburrir. Más berreta, eso sí, todo es mucho más berreta, pero la idea de fondo, lo que subyace, es lo mismo.
Las paredes están forradas de corcho, y en algunas partes de ese cartón que se usa para las cajas de huevos. Se trata, supongo, de una insonorización ‘sui generis’. Hay una mesa empotrada al piso, y dos sillas de material parecido al aluminio, aunque no creo que sea aluminio. El suelo, el piso, es de goma, de una goma color verde agua o musgo, un verde podrido, un verde que nadie con una pizca de criterio hubiera elegido jamás como color para un piso. El piso está lleno de marcas, pequeños círculos del tamaño de una moneda, donde se han incrustado millones de veces las patas de las sillas. Hay cenizas de cigarrillos esparcidas por todas partes.
Hay poca luz, una luz mortecina de tinte azulado, que da sueño. Hay una ventana por donde dos agentes, o tres, me están observando, aunque yo no puedo verlos. Como en las películas.
Estuve esposado pero me quitaron las esposas para que pueda tomar un café aguachento y gris que me trajeron en un vasito de plástico. Me preguntaron si quería fumar y dije que sí, aunque no fumo. Fumo en pipa, bah, pero para eso tengo que estar en casa, relajado. Es evidente que no puedo pedir una pipa. Además, uno no fuma en una pipa que no es suya, en una pipa prestada, cualquiera lo sabe. Entre el fumador y su pipa se establece una relación muy particular. Pero me pareció adecuado fumar, aceptar un cigarrillo, tener algo para ocupar las manos.
El último que me hizo preguntas, por espacio de una hora, fue el Comisario Salerno. El pelo al rape, algo gordo, el nudo de la corbata demasiado apretado, las gotas de sudor cayendo sobre la goma verdosa.
Hace un calor del carajo.
En realidad no hay mucho para preguntar, me dijo. Cuando llegó la policía yo estaba sentado en el comedor, viendo la televisión. El canal de National Geographic. Estaba comiendo maníes, más precisamente maní japonés; es un maní que tiene una cascarita riquísima. Había estado tomando vodka caro, no recuerdo la marca, polaco o danés, me lo deben haber regalado.
Tatiana estaba tirada en la cocina. Llevaba puesto uno de los remerones largos que usa cuando sale de bañarse. Celeste o turquesa. El hacha había entrado en su cráneo desde atrás y desde arriba, con fuerza, y había roto el material de su cabeza como si se tratara de un melón. Cayó de inmediato, se derrumbó y atinó a girar la cabeza; en su rostro no había odio ni dolor, pero sí contrariedad. Era evidente que algo la había tomado por sorpresa y la había incomodado.
Había mucha sangre sobre las baldosas de la cocina, sangre por todos lados. Cuando la encontraron a Tatiana, a Tatu, todavía tenía un cucharón en la mano. Cuando la sorprendió el hachazo, estaba cocinando, ravioles, o sorrentinos, sí, sorrentinos, con tomate y albahaca.
Salerno me dice que no hay mucho que preguntar, porque cuando llegaron, avisados por algún vecino que oyó un grito, un golpe, algo, no había nadie más. La puerta del departamento estaba cerrada. No había sido un robo, no había sido una violación, no había sido nada. Yo estaba mirando la televisión, el canal de la National Geographic, eso ya lo dije, así me lo contaron, y Tatiana estaba tirada en la cocina, con el hacha clavada en mitad de la cabeza, y el cucharón en la mano.
Tomate y albahaca, eso le ponía a los ravioles, a los fideos, a los sorrentinos.
Encontraron para colmo, me dice Salerno, la boleta de la ferretería en uno de los bolsillos de mi saco. Dice: hacha ‘bosque’ mango corto. Al parecer, compré un hacha modelo ‘bosque’, así se llama, en la ferretería ‘Don Eliseo’. Me muestran la boleta, la boleta que estaba en el bolsillo de mi saco.
Salerno me pregunta si quiero más café, más cigarrillos, y ya que estamos, si tengo algo para decir. Si quiero decir algo.
Y entonces tendría que decir que Tatiana estaba desde hace un mes, todas las noches, diciendo que no viajamos, que nunca viajamos, que nunca vamos a ninguna parte.
Decía que estaba mal, que eso era algo terrible, porque viajar te abre la cabeza, decía ella que le había dicho alguien, el psicólogo o una amiga, qué se yo. Igual prefiero no decir nada.

8.12.07

Tres cosas hay en la vida

Aquellos que tienen salud, aquellos afortunados que tienen salud, suelen agregar, en medio de cualquier frase, como quien condimenta una ensalada, suelen decir ‘lo importante es la salud’.
Aquellos que tienen dinero, aquellos que tienen lo que Ortega y Gasset llamó ‘libertad acuñada’, suelen ver el mundo desde una óptica tan particular como pragmática. Pueden incluso llegar a afirmar ‘no podría vivir sin dinero’.
Aquellos que tienen amor, aquellos que han hallado en el amor, en el cariño, en el afecto, un verdadero refugio, aquellos que han hecho del amor un pilar que les permite sostener sus vidas, dicen ‘todo lo que necesitás es amor’.
En mi caso particular, como un niño frente a una juguetería, me quedo con el labio inferior ligeramente abierto, un índice en alto no demasiado rígido, sin hablar, sin moverme.
Porque preciso todo, me cuesta decidirme.

Pequeño artefacto

La mujer me cuenta el procedimiento. Me cuenta que cuando me pide que la llame, determinado día, a determinada hora, se da un baño y se prepara un café. Enciende un cigarrillo. Y se coloca el teléfono celular (pequeño artefacto de la más alta tecnología, por cierto) en el interior de la vagina. Entonces yo llamo, dejo sonar el teléfono varias veces. Ella no atiende.
Me cuenta, me explica, que cuando yo llamo y el teléfono suena y ella no atiende, es un momento muy intenso de la relación.
–Me hacés muy feliz –dice, no exenta de cierta emoción que hace brillar su pupila izquierda.
Está por llover. Miro por la ventana del bar, y está por llover.

5.12.07

Sin Stephen, sin King

Y es entonces, en una escena de la cotidianeidad más absurda, cuando el terror se desata.
Voy hacia las medias, voy a tomar las medias, y las medias, como roedores, me pasan entre las piernas en medio de un espeluznante chillido y corren a esconderse debajo del sillón.
Voy hacia los zapatos, intento agarrar un zapato, y el zapato, con un gracioso movimiento, a todas luces practicado y ensayado, se pone en puntas de pie, y me descarga un tacazo en el meñique de mi pie derecho. Aúllo de dolor.
Voy hacia la corbata, logro agarrarla de la cola, y la corbata se arquea en el aire, es una cobra, lanza su siseo de cobra y se dispone a inocularme su veneno en el rostro.
Es el terror, el más puro terror, lo que te quita el aliento, lo que te hace mover los ojos en círculos buscando una explicación, un escape.
O quizás no. Quizás no tengo ganas de ir a trabajar. Quizás estoy borracho.

1.12.07

Plegarias alternativas

*… y perdona, señor, a la gente que no se tira a la pileta porque no saben la temperatura del agua, perdona a todos aquellos macanudos que no se emborracharon nunca, que tomaron un poquito pero jamás demasiado, perdona a los que no se animaron a saltar, a los que no saltaron porque saltar implica estar en el aire y esa materia no se cursa en ningún colegio, perdona a los que aplauden en el cine aquello que jamás harían en la vida real, perdona a los que prefieren la milimétrica precisión del colesterol a una mirada, perdona a aquellos que cuando la magia golpea a sus puertas responden ‘equivocado’ o ‘ya dimos’, perdona a las dulces criaturas que escriben poemas fabulosos pero precisan de un escribano que certifique, que registre pesos y medidas, que haga constar en actas. perdona a esos tipos que dicen ‘a mí lo único que me importa son mis hijos’, pero un perro que renguea por la calle les resulta absolutamente indiferente, perdona a esas secretarias tan cansadas de saber que después de servir el café su jefe les mirará el culo, que casi les duele el culo y se lo quitarían si tan solo pudieran, y por primera vez veríamos que el estado abriría una oficina de devolución de culos, perdona a esos tipos que se sienten tan orgullosos de sus autos nuevos como sólo esos tipos podrían estarlo, perdona a esas muchachas voluntariosas y dispuestas a correr tremendas maratones nike feraldy y a gritar con énfasis en el túnel de libertador pero que no, de ninguna manera se levantarían de la cama para alcanzarte un vaso de agua (no es preciso que me tires de la goma, corazón, no te estreses, no hace falta). perdona señor a los fanáticos del viagra porque, como frankestein, no pueden evitar experimentar lo que es coger con la pija de otro, perdona a las mujeres que barren la vereda y son puro fastidio, no porque sepan que la vereda volverá a ensuciarse sino porque el mango del escobillón genera en sus callosas palmas reminiscencias, un dulce cosquilleo de formas olvidadas. perdona señor a los tipos que se aferraron a la religión o a un extracto bancario o a fútbol de primera, porque esto es un naufragio y de algo hay que aferrarse, perdona a la chicas que se miran las tetas frente al espejo y descubren que después de los treinta se quedarán sin armas. perdona a todos los que intuyen que es demasiado tarde y lo único que pueden hacer es viajar a cancun o comprar un plasma. perdónalos, señor, porque sí saben lo que hacen, porque lo saben perfectamente, porque tenían todo muy claro desde el principio, porque jamás dudaron. perdónalos, señor, porque se empacharán un domingo de julio comiendo tristes nugatones de bonafide mientras miran radiografías y fotos de un mundo repleto de cosas que nunca sucedieron por los siglos de los siglos. amén.

nos ponemos de pie, pasamos a la página 319, y nos preparamos para entonar ‘zona de promesas’, del pastor cerati, así, para la mierda, desafinando con energía, como les salga.

Ella hacía cosas geniales

Ella me cuenta que cuando era niña, sus padres la llevaban de vacaciones a Mar del Plata. Ya en Mar del Plata, de vacaciones, su padre le compraba alfajores. Pero aquí comenzaban los problemas; ella, la chica, aún más chica, no lograba decidir si quería comer alfajores de chocolate, o alfajores de dulce de leche. Los dos le gustaban. La elección se transformaba en un dilema insoluble.
Finalmente, la chica pedía que le compren una caja de doce alfajores, mixtos. Esto implicaba que la caja en cuestión tenía en su interior seis alfajores de chocolate, y seis alfajores de dulce de leche.
Pero ni aún así. La situación estaba lejos de ser resuelta.
Entonces la chica se encerraba en su dormitorio, provista de la caja de alfajores, y un cuchillo. Un cuchillo extremadamente afilado.
Pero no se mataba, no. Se dedicaba durante lo que se extendiera una tarde de lluvia a abrir los doce alfajores. Los abría de manera longitudinal, dejando con milimétrica precisión dos idénticas mitades.
Y luego, aquí venía el corazón del experimento, el rapto de extrema originalidad. Se dedicaba a pegar las mitades, cruzadas. Una mitad de un alfajor de dulce de leche, con una mitad de un alfajor de chocolate.
Finalizada la prodigiosa operación, los alfajores eran prolijamente envueltos. La chica ofrecía entonces, por la noche, a familiares y amigos, su creación. Un manjar todavía no descripto. Un sabor todavía no inventado.
Pero la gente, los receptores de los alfajores creados, se mostraban contrariados. Porque quien había elegido un alfajor de chocolate, no saboreaba el alfajor de chocolate tal como lo imaginaba. Y quien escogía un alfajor de dulce de leche, tampoco recibía un alfajor de dulce de leche en el sentido exacto.
Y la chica, que era entonces más chica, descubría que la mezcla de dos cosas buenas no provocaba necesariamente una mejor, que a veces la gente sólo se anima a lo que conoce, que a veces las mejores intenciones no tienen porqué conducir a los mejores resultados.

28.11.07

Forever otro

Desde que he dejado la adolescencia, desde que he ingresado, por decirlo de alguna forma, en la vida adulta, suelo sentarme en un bar, cualquiera, y fantaseo. El objeto de mi fantasía es lo maravillosa que podría ser mi vida con sólo intentarlo, o con un golpe de suerte, según el caso. Liberarme de mi asquerosa rutina como un elefante que se sacude y ruge o brama o como corno se llame el sonido que hace un elefante cuando se sacude. Liberarme, decía, y dedicar mi vida a hacer cosas maravillosas que siempre hacen otros. Dedicar mi vida, entonces, a ser otro.
Pero si fuera otro, estoy seguro, desearía ser el sujeto sentado en la mesa de un bar, con su cuaderno de tapa dura y su birome, el sujeto que mira por la ventana y fantasea con despreocupación, acerca de todo lo que no será jamás.

24.11.07

Ni sano, ni enfermo

Entonces fui al doctor y le dije que me sentía mal, muy mal, que nunca me había sentido tan mal en mi vida. Sino, jamás hubiera ido a un doctor. Cuando uno acepta transformarse en mercancía de otra disciplina, es un momento de claudicación extrema.
Le dije al doctor que me dolía la cintura y el estómago, le dije que se me adormecía detrás de las piernas y que sentía un cosquilleo en el corazón, le dije que me temblaba un párpado movido por piolines desconocidos, le dije que sentía pinchazos en la nuca como si un chino pequeño y meticuloso hubiera decidido torturarme con agujas hirvientes, le dije que no podía definir si me costaba más pishar o respirar o bajar de la cama por la mañana, le dije que no podía dormir ni prestar atención, le dije que se me paspaba la ingle derecha hasta adquirir ese particular y único tono violáceo que tenían los muñequitos de vidrio que se vendían en Necochea, esos que cambiaban de color de acuerdo al clima.
El doctor se lo pensó un rato teatralmente largo. El doctor acomodó un cenicero de vidrio que semejaba una calavera a la cual le hubieran cercenado la tapa de los sesos. El doctor limpió sus gafas de lectura con el faldón de un delantal que debió ser blanco alguna vez, y había ido adquiriendo un color amarillo nicotina. El doctor se sacó un pedazo de lechuga que tenía entre los dientes. El doctor me miró.
–Usted está gordo –me dijo.
Ya lo sabía. Le di la mano y le dije que ya lo sabía.

El camino del saber

Si se toma un hámster, un simpático hámster, puede ser blanco, puede tener alguna mancha irregular color café con leche. Si se toma un hámster, decía, y se le coloca un enchufe en el culo y se le aplica corriente, el animal exhibirá sus puntiagudos dientes en una mordida apretada, se notarán ciertos rasgos de exoftalmia, se le chamuscarán los pelos del bigote.
Si al día siguiente, otro día, se toma otro hámster, y se le aplica el mismo enchufe en el culo, y se le da corriente, el hámster se erguirá graciosamente sobre sus patas traseras, y sosteniendo con una patita un imaginario micrófono, entonará un tema a elección de Frank Sinatra, imitando la particular e inconfundible cadencia de su voz, lo que equivale a decir imitando la voz de ‘la voz’.
Es preciso comprender que cuando están involucrados seres vivos, idéntico estímulo no tiene porqué ir seguido de idéntica reacción.

*ningún animal fue dañado durante la escritura de este fragmento.

21.11.07

Todo lo que no sé de automóviles, y más

Alquilo un espacio temporario, una cochera, en un garage, a unas tres cuadras de donde vivo, para guardar el auto. Las calles se han puesto algo peligrosas, las costumbres han cambiado. Si uno deja el automóvil en la vía pública, el mismo es depredado con una voracidad inverosímil. Te dejan un llavero, te dejan nada.
El hombre que trabaja en el garage en el turno noche se llama Pedro o Carlos, o Master, o Titán. Me dice que cuando le agarra sueño, a la madrugada, cuando cierra los ojos e intenta que descansen un poco sus varicosos pies, de pronto es despertado por ruidos extraños en el piso superior. Algún chirrido producto del contacto entre metales, el rebote de un par de neumáticos, con rítmica intermitencia, contra el piso, un vidrio que cruje, cosas raras.
Al principio creyó que alguien podía estar cometiendo actos de vandalismo, intentando robar, aunque le parecía poco probable. Cuando Carlos o Pedro, Master o Titán, subía a revisar, encontraba un chorro de algún extraño líquido sobre el piso, un espejo roto, un auto, por insólito que parezca, cambiado de lugar.
–¿En qué quedamos? ¿Ladrones o fantasmas? –Hace calor y es tarde. Me quiero ir a dormir. Mañana tengo que ir a trabajar.
Pedro o Carlos o Master o Titán me mira con una paciente ternura, como yo miraría a un niño pequeño con alguna discapacidad evidente.
Su teoría es que hay determinadas noches donde algunos autos, los que se gustan, aprovechan para fornicar.

17.11.07

Bellezas naturales

El turismo es conocido, no sé quién acuñó la frase, como ‘la industria sin chimeneas’. El turismo es una gran cosa. El turismo ha permitido que países arrasados por la impericia o la guerra, países a los cuales no parecía quedarles la más mínima oportunidad, países y pueblos que parecían condenados a la extinción, pudieran renacer. Milagros hechos porque la curiosidad es capaz de hacer que alguien recorra medio mundo con tal de observar cómo se desmorona una pared de hielo, cómo ruge una catarata, qué tan alto se puede subir una montaña.
Esa gente, esa raza dotada de curiosidad, del deseo de buscar, de conocer los milagros de la naturaleza. Esa fuerza que los mueve, esa pulsión que los guía.
Sin embargo, cuando las fortuitas circunstancias me ponen en contacto con alguna representante del sexo femenino de este grupo de aventureros y le ofrezco, sin mayores sutilezas, la posibilidad de contemplar o de entrar en contacto con mis genitales, no quisiera extenderme en detalles que pudieran derrapar en la grosería, la respuesta es por la negativa.
La situación me inquieta, me intriga, me obliga a repensar sobre qué ocultas fuerzas y extrañas motivaciones son las que mueven al turismo.

Sí, seguro

Cuando el cuerpo comienza a mostrar que no es una maquinaria ni tan maravillosa ni tan infalible, cuando se cae una muela o el pelo, cuando se arruga un pezón, es un excelente momento para comenzar a creer en el alma.
Cuando el deseo se escurre como una luz debajo de una puerta, cuando se marchita una vulva, cuando la flaccidez de un pito resulta inocultable, es una ocasión propicia para entender la prístina pureza de la amistad, la compañía, porqué no el amor.
Cuando no se tiene un solo peso, cuando no se pueden comprar cigarrillos o un café, es buena circunstancia para maravillarse con una caminata y un atardecer.
Me sorprende descubrir el noble fluido que habita en las más íntimas convicciones.

14.11.07

Desesperaciones

Absolutamente desesperado y más. Absolutamente desesperado y mucho peor. Absolutamente desesperado y seguís. Absolutamente desesperado y te servís otra porción. Absolutamente desesperado y no entendés qué fue lo que pasó. Absolutamente desesperado como un minero al que se la apagó la luz del casco en el peor momento, sin explicación. Absolutamente desesperado y sonreís. Absolutamente desesperado y pedís la cuenta. Absolutamente desesperado y las galeras hacen huelga de conejos. Absolutamente desesperado, ¿vos no?

10.11.07

Kung Fu (sin el bolsito)

Me pasa últimamente que pido un alfajor en un kiosco, y me dan dos pilas chicas. Me pasa que pido sexo, y me dan amor. Me pasa que pido dinero, y me dan trabajo.
Me pasa últimamente que la gente es boluda, que no me entiende.

Blasfemo

Los premios y castigos son una de las pocas cosas que permiten, por lo que dura un instante, ordenar el caos. La comprensión de algo, por tremendo que sea, da cierto alivio. El orden encontrado permite alinear los planetas hasta el próximo sacudón.
Cuando los dientes amarillos corresponden al que fuma setenta y dos cigarrillos diarios, todos se relajan. Si se descubre que la calvicie está en conexión directa con la ingesta de chocolate en rama durante la pubertad, mucho mejor.
Si el que triunfa en cualquier rubro del horóscopo tiene un rasgo que lo hace parecer descendiente directo de Ra, dios del sol, es entendible.
El problema es cuando sucede el cáncer o el prodigio, el infarto o la teta perfecta, el piano sobre la cabeza de una madre abnegada, o el premio de lotería para un asesino confeso.
El problema es cuando vislumbramos que tal vez Dios no sea magnánimo ni esté demasiado ocupado, no sea travieso ni misericordioso, ni justo ni arbitrario.
Sino tal vez como todos nosotros, de a ratos, indiferente.

7.11.07

El psicoanálisis ayuda

El otro día soñé que cogía con una sandía. Le había hecho un pequeño orificio a la altura de la mitad, y había quitado un círculo de unos cinco centímetros de diámetro, como quien quita el tapón de una bañera. Luego había colocado la sandía sobre el parquet y me había arrojado encima. Recuerdo que la escena transcurría en una habitación desconocida para mí. Había un perchero, y sobre el perchero había una lechuza que parecía seguir atentamente la escena. Aunque no estoy en condiciones de afirmar si la lechuza estaba viva o embalsamada. Los ojos amarillos de la lechuza apuntaban en dirección a la sandía, pero no parpadeaban. Aunque las lechuzas no se caracterizan por parpadear.
Y esa es la escena que soñé la otra noche, doctor. Yo me retorcía un poco sobre la sandía, y la lechuza miraba, y no recuerdo mucho más.
No se vaya, doctor, espere, todavía no le pagué la consulta. Por favor no se vaya.

3.11.07

A vos te falta motivación

Lo interesante es que la vida continúa.
Lo interesante es que te pisa un tren y te deja las piernas como dos escarbadientes usados, y la vida continúa.
Lo interesante es que te roban y el ladrón te clava una percha oxidada en un ojo, y te quedás bajo la lluvia pensando que te falta la billetera y el ojo, y la vida continúa.
Lo interesante es que tu chica fornica con el verdulero, y con el carnicero de manos elefantiásicas que apestan a carne picada, y con el vecino jorobado del séptimo b, y con tu prima, y con el fox terrier pelo duro de tu hijo, y la vida continúa.
Lo interesante es que de chico pensás lo que vas a ser cuando seas grande, y de grande pensás qué habrás hecho de chico para tener el colesterol tan alto, y la vida continúa.
Lo interesante es que casi todo el tiempo lo que tiene sentido no tiene explicación, y lo que tiene explicación no tiene sentido, y la vida continúa.
Y después te morís, y la vida continúa.

Un secreto

De chiquito se reían de mí. Tenía la frente demasiado amplia, la nariz demasiado grande, algo raro en la mirada, en la forma de expresarme, en mi manera de andar.
No era aceptado, entonces, ni querido, ni elegido para jugar al fútbol o para bailar. Mis amigos armaban reuniones cuya clave era la expresa exclusión de mi persona, que yo no supiera, que no me enterara. En el juego ‘verdad o consecuencia’, que algunos de ustedes conocerán, las chicas elegían ‘verdad’, conmigo, siempre, porque la sola idea de tener que darme un beso las ponía mal. Por más que quise, por más que me esmeré, por más que hice mis mejores esfuerzos, no pude bailar un lento durante toda la adolescencia, nadie quiso bailar conmigo, ni las gordas, ni las rengas, nadie quiso abrazarme jamás.
Ahora, deliciosas criaturas me ofrecen sus favores, sus honduras, con llamativo entusiasmo.
Ahora, simpáticos muchachones me convocan a reuniones en salones donde se bebe el mejor whisky, se fuman los mejores puros, y la gente se dedica a reír, a conversar.
Ahora, la gente me mira y se preguntan cómo es posible que yo exista, tan inteligente y atractivo, tan talentoso, tan pijudo, tan genial.
Y yo no digo nada, no puedo decir nada, no tengo nada para decir, pero si tuviera que decir algo diría que lo que sucede es ajeno a mi voluntad, una reacción del cuerpo, un desesperado anhelo, algo que crece y se manifiesta contra todo pronóstico, como una flor en medio del desierto, unas tremendas ganas del tamaño de una tormenta, porque a mí nunca nadie me quiso abrazar.

31.10.07

Idoneidad

Mi amigo L. es psicólogo. Me explica que para ser un buen psicólogo, para llevar adelante una sesión de psicoanálisis con idoneidad, hacen falta tres cosas, a saber:
Disociación instrumental.
Atención flotante.
Análisis personal.
–¿Y un mal psicólogo? ¿Qué hace? –le pregunto.
–Lo mismo –me responde–. Exactamente lo mismo. Pero pensando qué va a cenar.

27.10.07

Treinta y tres segundos

Los domingos, donde vivo, hay un perro que ladra. Es un corto, agudo y desesperado ladrido. Cada treinta y tres segundos. Lo he cronometrado. Desde las diez de la mañana, hasta las diez de la noche.
El perro ladra, porque lo han dejado solo. Es una queja, es un grito, es la desesperación hecha ladrido. Al perro lo han dejado solo, y es algo que no consigue entender. Si yo tuviera que definir la angustia, si tuviera que ponerle un sonido, sería ese ladrido.
Conozco a ese perro.
Lo he visto un martes o un jueves, mientras es paseado por su dueño. Es de un beige claro, el perro, con el hocico rosado, los ojos exoftálmicos y la barbilla blanquecina. Tiene los ojos legañosos y luce preocupado. Tal vez porque sabe, día más, día menos, que lo aguarda un próximo domingo. Es la perruna preocupación que lo atormenta.
Camina con dificultad, con las patas arqueadas. Está algo gordo. Es un perro pequeño.
La gente del edificio, los domingos, a la hora de la siesta, le gritan que se calle. Le dicen perro de mierda. Le tiran cosas, porque el perro está en un patio, en el primer piso.
Me arrodillo sobre la vereda, y con una mano lo obligo a levantar la trompa. Nos miramos. Y lanzo un corto ladrido, no tan agudo, tal vez. Desesperado.

No te quiero más

–Beto.
–Sí.
–Beto, te estoy hablando. Prestame atención.
–Sí, decime.
–No te quiero más.
–Bueno.
–¿Me escuchaste?
–Sí, te escuché.
–¿Y no me decís nada?
–No.
–Te voy a dejar. Ya está, ya te lo dije. Te lo quería decir desde hace tres meses, pero no me animaba.
–Bueno, ya te animaste.
–¡Te voy a dejar, Beto!
–Sí, lo entiendo.
–Conocí a otra persona. Me estoy viendo con otra persona.
–Es normal.
–¡Es un amigo tuyo, Beto!
–Ajá.
–¿No querés saber quién es? ¿No me vas a preguntar quién es?
–No.
–Es Gerardo, Beto.
–Gerardo, mirá vos.
–Nos empezamos a ver después de la fiesta de Verónica, que vos no me quisiste acompañar. Y yo estaba sola y me quería divertir. Y nosotros ya andábamos mal. Porque nosotros andamos mal desde hace mucho, Beto.
–Todo el mundo anda mal.
–Gerardo me quiere. Me dijo que me quiere. Gerardo me cuida. Me dijo que me quiere cuidar.
–Puede ser cierto.
–Me dijo que nunca le había pasado algo así. Las ganas de verme, las ganas de estar conmigo.
–Gerardo está muy solo.
–Me dijo que no puede vivir sin mí. Que estas cosas pasan una vez en la vida. Que no perdamos esta exquisita oportunidad.
–¿Dijo ‘exquisita’?
–¿Qué?
–Si dijo ‘exquisita’, si usó la palabra ‘exquisita’.
–No, creo que no. ¿Qué importancia tiene?
–Me sonaba raro, no es una palabra de él.
–¡Me quiere, Beto!
–Puede pasar.
–Me costó mucho dar el salto, Beto. No me animaba, pensé que no iba a poder saltar.
–Ya saltaste.
–Si Ana no me hubiera apoyado, no hubiera podido. Sola no hubiera podido.
–¿Quién es Ana?
–Mi terapeuta, Beto. Estuve yendo tres veces por semana durante los últimos seis meses.
–¿Seis meses?
–Sí, seis meses. Sin el apoyo de Ana, no hubiera podido decírtelo.
–Raro. El cumpleaños de Verónica fue hace dos meses.
–¡No importa, Beto! ¡Eso no importa! ¡Lo importante es que ya no te quiero! ¡Lo importante es que tengo una oportunidad de ser feliz! ¡Y yo quiero ser feliz!
–Todos queremos ser felices. Con Gerardo, me dijiste.
–Sí, con Gerardo. Nos vamos a vivir juntos. Bah, me voy a vivir a su casa, por ahora. Pero nos vamos la semana que viene a pasar unos días a la costa. Para estar juntos, tranquilos. Y nos queremos casar.
–Te felicito.
–Ya está, ya te lo dije. Todavía estoy temblando, pero me siento más aliviada. Pensé que no iba a poder decírtelo nunca, y eso era algo que me carcomía por dentro.
–Bueno, ya está.
–Yo no soy una mala persona, Beto.
–No.
–Y vos tampoco, Beto. Al principio estábamos bien. ¿No estábamos bien?
–Sí, estábamos bien.
–Pero después no. ¡Después no! ¿Qué nos pasó, Beto? Te juro que me lo pregunto y doy vueltas y más vueltas y no encuentro explicación. ¿Qué nos pasó?
–Las cosas cambian. A veces mejoran, por lo general se arruinan. No sé.
–Me voy, Beto.
–Chau.
–Me voy a lo de Gerardo. Mañana vengo a buscar mis cosas, cuando vos no estás, y te dejo la llave.
–Dale.
–No sé qué más decirte.
–Está bien así.
–¿Necesitás algo? ¿Me querés decir algo? ¿Querés que haga algo antes de irme?
–No, dejá.

24.10.07

Apuntes comprensivos

La gente que fuma considera, por ejemplo, que quienes sienten compulsión por la comida son tontos sin remedio.
La gente que toma alcohol no puede concebir porqué alguien consume medicamentos para dormir.
Los amantes de la cocaína ignoran el porqué miles de personas se ponen zapatillas e intentan correr cuarenta y dos kilómetros, colocando sus rodillas a freír.
Lo que te hace tolerante son los vicios.

20.10.07

Una vuelta más

Todo el mundo desea dar una vuelta más en la calesita. Aún cuando se aburran, aún cuando no entiendan, aún cuando sospechan que la calesita en cuestión no conduce a ninguna parte.
Esta actitud es merecedora tanto de repudio como de ternura. Es que nadie sabe si será capaz de hallar, en el parque, otro juego.

Mi amigo H. hace todo lo que está a su alcance

Mi amigo H. me cuenta que la velada había sido más o menos como de costumbre. Su novia había llegado del trabajo. El pidió comida en el lugar de siempre. Comieron; terminaron una botella de un malbec sin pretensiones que había sobrado del fin de semana. Cogieron con el mínimo interés que da una convivencia superior al año y medio. Alguien gritó: ¡Ah! Quizás fue ella, quizás fue él. Se quedaron con el televisor encendido. Ella fumó un cigarrillo. Se quedaron dormidos.

Entonces él se levantó tratando de no hacer mucho ruido. Fue a la cocina; tomó un vaso de agua para despejarse, y volvió con el paquete de azúcar que había comprado esa misma tarde. Ella dormía, como siempre. Boca arriba.
Tuvo que bajarle la bombacha, muy despacio, para que no se despertara. Pero la bombacha tenía el elástico vencido, y eso facilitó la tarea.
Y él mismo, mi amigo H., cargó una cuchara sopera de azúcar tanto como era posible. Y espolvoreó la vagina de su novia, con sumo cuidado. Le llevó un minuto y medio, dos como mucho, completar la maniobra. El triángulo mágico quedó en su totalidad cubierto de azúcar. Su novia dormía con la boca abierta.
Mi amigo H. se acostó a dormir.
A la mañana siguiente sonó el despertador y ella, su novia, saltó de la cama y prendió la ducha; mi amigo H. contaba con esa parte de la rutina.
Mi amigo H. preparó café y su novia salió del baño para desayunar, para vestirse, para irse a su trabajo.
En las dos o tres palabras que cruzaron él notó que tal vez el experimento no había generado efecto alguno. Que su novia no mostraba la más mínima evidencia de haberse vuelto más dulce.

17.10.07

El teorema central del límite, la ley de los grandes números, esas cosas

Si se toma una moneda. Si se tira la moneda. Si se replica el experimento unas treinta y tres millones de veces, la ley de los grandes números dice que el cincuenta por ciento de las veces, la mitad de las veces, la moneda caerá del lado de la ‘cara’.
El otro cincuenta por ciento de las veces, la otra mitad de las veces, la moneda caerá del otro lado, del lado de la ‘seca’.
Lo importante es entender que la aplicabilidad de la ley de los grandes números, su utilidad intrínseca, camina y se desarrolla en el campo de lo teórico. Se dificulta hallar, en el citado ejemplo, el nexo pragmático.
Lo que te quiero decir es que para los rudimentos que más o menos orquestados conforman una vida, basta con la suerte.

13.10.07

Experiencias demoledoras / antídotos de venta libre

Descubrir que uno no ha llegado a ser ni el dos por ciento de lo que hubiera deseado ser, es una experiencia demoledora. En momentos tan extremos, la búsqueda de alivio suele pecar de poco original; el abanico va desde Sai Baba hasta Creamfields, pasando por el psicoanálisis, la computación, la fabricación de incienso, la lectura de los clásicos, las conversaciones con la mascota preferida, en fin.
En el inverosímil ánimo de ayudar, es que recomiendo e instruyo colocar sobre la puerta de la heladera, a una altura de fácil acceso visual, un pequeño imán. Con el teléfono de una pizzería cercana.

Hipótesis de conflicto

Si se observa a un animal en su hábitat natural, y luego se lo observa en una jaula, en un zoológico, incluso el ojo no entrenado advertirá sutiles diferencias de comportamiento.
Si se le quita al animal lo que se ha dado en llamar ‘hipótesis de conflicto’, si el animal comprende que se le traerá la comida a un horario cierto, si el animal descubre que la jaula que le impide escapar es la misma jaula que le impide, por ejemplo, ser mordido, si el animal entiende que lo que se espera de él es que se deje sacar un par de fotos, que se rasque, que de un par de vacilantes pasos, que gruña, pongamos unas tres o cuatro horas al día. El animal, entonces, se quedará echado, de manera tan aburrida como indolente, limitándose a respirar, y a llevar a cabo alguna que otra función de índole fisiológica, más o menos involuntaria.
La diferencia en términos de comportamiento, lo que subyace y define, entonces, es la diferencia entre libertad y confort. Cuánto confort está dispuesto a ceder el tigre, la cebra, el mono, para tener más libertad. Y cuánta libertad está dispuesto a ceder el tigre, la cebra, el mono, para obtener algo de confort.
Para intentar acercar posiciones, para aproximar una solución a tan álgido tema, pueden hacerse en principio dos cosas. Poner una Playstation, por ejemplo, en la jaula del león. O darle algo de dinero en efectivo a un cocodrilo, en su hábitat natural.

10.10.07

Dieta existencial

La gente que consume alimentos dietéticos, consume una contradicción.
Es gente en extremo particular; gente que decide comer sin comer, y que elegiría sin inconvenientes tomar cerveza sin alcohol, fornicar de ser posible sin contacto físico, respirar del aire tan solo las moléculas útiles.
Esta gente que toma café descafeinado, y come queso desquesado, y manteca desmantecada, y mermelada sin azúcar, y lechón light, me repugna en una tecla muy particular. Es gente calculadora y fría; gente que está dispuesta a privarse de cualquier cosa buena que tenga la vida, si se consigue con ello evitar lo malo. Es gente dispuesta a contar las calorías, los pelos, los pasos.
Esta gente que siente particular predilección por cuantificar el daño.

6.10.07

Detalles

Viendo películas viejas, en fin de año, descubro que los mandamientos son diez, pero los pecados capitales son siete. Esto me lleva a pensar que tal vez haya tres mandamientos que sean opcionales. Algo similar a cuando se elige un automóvil con aire acondicionado, cierre centralizado, levantavidrios.

Un poco de aleluya

no fui yo,
fueron mis manos
las que pidieron tocar
sus tetas
una vez más

para satisfacer su nada sencillo
destino
de manos
y exprimir la magia que hay oculta en
cada instante

–estoy dispuesto a regalarte todos
los álbumes de fotos–


y no fue ella,
fueron sus tetas
las que dijeron ‘sí’
una vez más

para conseguir la maravillosa fragancia
de la comprensión

antes de cumplir con sus obligaciones
de glándulas mamarias.


en este curioso paraíso
donde las manos piden
y las tetas hablan.

3.10.07

Tributo a Michael Jackson

La otra noche tuve un sueño extraño. Soñé, por curioso que parezca, con el video del tema ‘thriller’, de Michael Jackson. Independientemente del hecho que el mundo de la música cambia a una vertiginosa velocidad, es posible que mucha gente aún recuerde quién es Michael Jackson. Un negrito simpático, cuando cantaba junto a sus hermanos en ‘Jackson’s five’, y que luego fue creciendo y mutando para convertirse en una absoluta estrella del pop, al tiempo que dejaba de ser negrito y dejaba de ser simpático, para terminar inmerso en tragedias y escándalos que hacen a la vida privada de las personas, y en las cuales preferiría no detenerme. Quiero decir que si a alguien le gusta pasarse una pitón por las tetas no es tema mío, ni hace nada a favor o en desmedro de las cualidades artísticas del chiflado en cuestión.
El video del tema thriller, tema con el cual el Señor Jackson alcanzó un éxito rutilante, tenía una parte, así lo recuerdo, en que el bueno de Michael era perseguido, junto con su chica, por una banda de muertos vivos. Los muertos brotaban de la tierra, vestidos con harapos, con las manos extendidas en forma de garras, todavía prisioneras de cierto rigor mortis, y con miradas exoftálmicas de zombies famélicos se dedicaban a realizar un novedoso y original bailecito.
Eso es lo que sucedía, en grandes rasgos, en el video, en mis sueños.
Lo que me sorprendió entonces fue lo que no recordaba haber visto oportunamente; y es que los sujetos descriptos, los muertos vivos, los zombies famélicos con sus pupilas de un amarillo chillón y sus manos extendidas en forma de garras, te pedían un peso, te pedían plata, te pedían algo.
Y tal vez, entonces, la otra noche no tuve un sueño extraño. Tal vez caminaba por mi barrio, volvía a mi casa.

29.9.07

El malabarista

Sin entender mucho de malabares, sin tener conocimiento de tan arcana disciplina, sin tener capacidad para sostener en el aire otra cosa que no sea, por ejemplo, una escupida, por lo que dura un instante.
Sin saber malabarismo, entonces, decía, me ha tocado volver a ver una disciplina circense que yo creía olvidada, por obsoleta, tal vez, o poco entretenida.
La disciplina consiste en un señor, en adelante el malabarista, que cuenta con una especie de mesa larga y delgada. El malabarista tiene platitos, muchos platitos, simpáticos platitos parecidos a los platitos que van debajo de las tazas donde se sirve café con leche. El malabarista también tiene varillas, unos palos, de madera, creo, delgados y algo flexibles, de entre un metro y medio y dos metros de longitud, no podría definirlo.
El malabarista, mediante un tan simpático como prodigioso movimiento circular, pone en, valga la redundancia, movimiento, un platito en una punta del palo. Girando luego el palo, haciendo un movimiento corto y sostenido sobre el extremo inferior del palo, consigue que el platito colocado en el extremo superior del palo gire, de vueltas y vueltas y no se caiga.
Aquí es donde empiezan las complicaciones.
El malabarista va colocando más y más platitos sobre los extremos superiores de más y más palos. Y va dejando los palos enganchados, por el extremo inferior, en alguna muesca o base existente sobre la mesa.
La capacidad del platito de mantenerse en el aire, sin caerse, sin estrellarse contra el piso, depende del curioso y enigmático movimiento circular que se aplique sobre el palo, una vez que ya el platito ha sido puesto a girar.
El movimiento, y esto agrega la dificultad, se agota en el tiempo, tiene una duración limitada. Por lo que el malabarista debe comenzar a correr de aquí para allá, de un lado a otro, imprimiendo el citado movimiento al palo sobre el cual, nosotros los espectadores podemos verlo, el platito empieza a girar más y más lento, empieza a ondular en el aire y se prepara para caer sin remedio, porque se ha quedado sin fuerza, sin vida, hasta que la mano salvadora del malabarista llega justo a tiempo a transmitir energía, fuerza, alma, y el platito vuelve a girar, a vivir en el aire, mientras el malabarista emprende su alocada carrera, corre y corre para salvar a otro platito a punto de caer.
Mientras esto sucede, mientras cada platito a punto de caer es rescatado por la mano experta del malabarista sobre el palito, mientras, milagrosamente, diez o doce o quince platitos permanecen en el aire, girando y girando y girando y girando, mientras el malabarista se acerca más y más a un punto donde parece que no podrá sostener los platitos en el aire, que no conseguirá seguir haciéndolo porque sencillamente está más allá de sus capacidades, mientras esta situación de extrema tensión continúa, los chicos lanzan gritos de admiración. Los chicos sentados en la tribuna chillan de alegría. Los chicos ríen.

Sin saber que están presenciando, ni más, ni menos, no es otra cosa, lo que tendrán que hacer, día tras día, a lo largo de su vida adulta.
Hasta que, uno por uno, los platitos empiecen a caer.

Todos vivimos en primera persona

Entendelo de una vez.

26.9.07

Atrofia, distrofia

La belleza en las mujeres y el dinero en los hombres, atrofia. Si se adormece la carencia se evaporan las inquietudes, se licuan las capacidades.
Por eso no dejo de asombrarme cuando tengo la oportunidad de ver a alguien con unas exquisitas tetas, o la billetera llena. Gente que se encariña de manera tan inusual con sus defectos.

22.9.07

No sufras por eso

Cuando veo un hombre que sale de un automóvil hablando por teléfono celular, creo que el hombre vive el vértigo de una fantástica vida plagada de manjares y exquisitos negocios.
Cuando veo un hombre que se despide de su novia con un dulce beso, pienso que la mujer lo aguardará esa noche, para compartir una curiosa combinación de pasión y armonía.
Cuando veo un hombre que sube a un escenario a cantar sus canciones, estoy seguro que la plenitud lo inunda como un mar, y luego desciende, cansado y feliz de haber hecho lo que siempre quiso hacer con su vida.
Pero, cuando me ha tocado bajar de un automóvil hablando por teléfono celular, cuando me he despedido de una novia con un dulce beso, cuando he subido a un escenario a cantar mis canciones, he podido comprobar que no era tan entretenido. No era tan así.
Ser otro es una actividad en exceso sobrevalorada.

Capilaridades

En la televisión, un músico de rock promociona su nuevo trabajo. El músico de rock ha estado ausente por algunos años; el músico de rock ha vuelto.
Algo no está bien; algo está mal.
No es la letra de sus canciones, que exuda una imbecilidad tan característica como conocida. No es la música, los mismos acordes que se han venido apareando, una y otra vez, durante los últimos cincuenta años, con resultado disímil.
No, es su pelo. Tan sólo su pelo. O la carencia de. El cantante de rock se está quedando pelado.
Los detalles, nada como los detalles para derribar los proyectos más rotundos.

19.9.07

Nepal privado

En mis lecturas sobre el zen, en mi desconcertante búsqueda del sentido de las cosas, he podido descubrir la importancia que se asigna al estado de zazen, el estar sentado, la meditación como un estado de ‘no-mente’, el dedicarse a respirar y nada más que respirar, ser un observador que no se mueve ni piensa, limitarse a ser, a estar presente.
Es en este sentido que me veo obligado a repasar mi derrotero laboral de estos últimos años. Cómo podía yo saber que cada oficina en la que estuve era un templo tibetano repleto de monjes, de budas, de sabios.

15.9.07

Piolín

Estoy en la playa. Se me acerca un niño. El niño sostiene con ambas manos el piolín de un barrilete. El barrilete se mantiene firme, alto, muy alto, junto al sol cegador. El barrilete es un rombo dividido en cuartos; hay un cuarto rojo, uno verde, uno azul, uno amarillo. El barrilete tiene una cola de la que brotan triángulos como si fueran dientes. Los triángulos son rojos, verdes, azules, amarillos.
El niño se me acerca dando pasos laterales, avanza muy despacio.
–Señor, señor, ¿me ayuda?
Miro al niño, que no quita los ojos del barrilete ni por un instante. Yo también miro el barrilete, no puedo dejar de mirarlo. No sé qué es lo que precisa el niño.
–¿Puede sostener el barrilete? Es un minuto, nomás.
–Sí, claro –al niño se le debe haber desatado una zapatilla, o tal vez le pique la nariz. Quizás le duelan las manos y necesite un descanso. Me pasa el piolín con el carrete; llevamos adelante la maniobra con sumo cuidado. Hay viento. El barrilete tira para permanecer, indómito, en lo alto.
Ahora soy yo quien sostiene el barrilete.
Entonces el niño extrae una pequeña navaja del bolsillo trasero de su short. Y corta el piolín.
El barrilete corcovea en el aire, salta como un espermatozoide díscolo, y emprende una alocada carrera hacia el mar.
–Gracias –me dice el niño–. Es mejor así. Sabía que sería mucho mejor así.

Ah, eh

En la barra de un bar que tiene tanto de irlandés como de coreano, el sabio Paul Maker manifiesta su sorpresa al ver que la sigla AE/DE no tenga sitio en el mismo pedestal interpretativo que, por ejemplo, AC/DC, o AM/FM.
No tengo más remedio que exhibir mi estupor, sino contrariedad, por el desconocimiento de la sigla, y por añadidura de su significado.
–Antes de la eyaculación / Después de la eyaculación –dice Maker, da una última pitada a su cigarrillo, termina su whisky, apoya ambas palmas, una encima de la otra, sobre la barra de madera donde se mezclan algunas humedades con restos de ceniza, y no dice más nada.

12.9.07

Sonidos inconfundibles, sonidos de identificación unívoca

Si el sonido de una cuchara rascando el fondo de una olla te hace llorar.
Es porque estás en presencia.
De una nítida imagen.
De tu propia vida.

8.9.07

No lineal

Según dicen los expertos en una abstrusa ciencia denominada ‘nutrición’, el ajo hace bien, el aceite de oliva hace bien, el vino hace bien. Esta combinación se ha dado en llamar ‘dieta mediterránea’. Los mismos expertos agregan que los frutos secos hacen bien, la banana hace bien, la cebolla hace bien, el té hace bien, los cereales hacen bien.
Sin embargo, si uno mezcla, por ejemplo, té con vino con nueces con ajo con aceite de oliva con una banana con una cebolla y lo mete en una procesadora de alimentos, y lo tritura, y lo mezcla, y lo toma.
Uno corre el riesgo de dejar un tramo no menor de intestino junto a un zócalo de un baño cualquiera.
Lo que deseo transmitir, aunque el ejemplo acaricie el rugoso borde de la grosería, es que la sumatoria de cosas que hacen bien, su indiscriminada y bienintencionada combinación, puede hacer mal.

El ropaje de la soberbia

Quien acude al consultorio de un psicólogo debiera despojarse de esa dosis extra de megalomanía, y concurrir en el estado de ánimo de quien visita a una prostituta. Alguien que, sin importar la inmensidad de la dolencia que lo perturba, sabe que deberá pagar para ser interpretado, para lograr alguna suerte de alivio.

5.9.07

77

Mi amigo H. se ha comprado una navaja. La navaja es suiza. La navaja tiene, me dice, setenta y siete funciones.
–¡Setenta y siete funciones! –dice H. con orgullo.
Analizo el objeto en detalle. Al parecer, con la navaja suiza uno podría desde degollar una vaca adulta, hasta saber con milimétrica precisión a cuántos grados estamos del meridiano de Greenwich. Y coser una media, además.
También descubro, tras manipular el objeto, que el mismo tiene un simpático sacacorchos. Son estas cosas las que me devuelven la fe en los suizos.

1.9.07

Máximas Hundred para una vida social digna

m1) La gente es una mierda hasta que demuestre lo contrario. Que seas inocente o culpable es anecdótico, algo de la más absoluta irrelevancia.
m2) Cuidado con el ‘fanático del canapé’, cuidado con la ‘boluda vernissage’. Yo sé que estás aburrida, yo sé que te querés matar. Pero ninguna línea de razonamiento implica que en una exposición de elefantitos de mazapán conocerás gente interesante.
m3) Encariñarse con los propios defectos te dará mucha paz, pero no se debe hacer del defecto una virtud. No te pongas peluquín, no te congeles la cara en una triste sonrisa botulímica, pero tampoco bajes a la playa en tanga si estás por encima de los 104 kilogramos de peso (te has transformado en un mamífero mediano), ni te rasures el cráneo tres veces por día en lo que se ha dado en denominar ‘FF’ (Falso Foucault), o ‘TP’ (Triste Postelermanismo).
m4) El exceso de personalidad no es otra cosa que el desesperado anhelo de un grupo de pertenencia. Si sos vegetariana, si hablás todo el tiempo de lo importante que es correr 70 kilómetros por semana, si sos fanático de la marihuana, si te tatuaste una jirafa tomando fernet sobre tu nalga derecha, si sacás seiscientas veinticuatro mil fotos con tu cámara digital cada vez que vas a la playa (y pretendés que alguien las vea), eso no invalida que puedas seguir siendo un tremendo pelotudo.
m5) Se puede estar solo, se puede estar mal acompañado. Y cuando estés solo sufrirás por no estar mal acompañado, y cuando estés mal acompañado sufrirás por no estar solo. La felicidad es algo demasiado caliente o demasiado frío. Se deben dar pequeños sorbos.
m6) Todo lo que es preciso saber de una persona, es fácil de observar mientras se come una pizza. Sus dones, sus miserias, sus grandezas, su falta de criterio, está todo ahí.
Ejemplo a: Si un hombre elige una pizza con ananá glaseado es un imbécil sin alma.
Ejemplo aa: Si una mujer no se anima a tocar una porción de pizza con la mano, ¿con qué cara creés que te sostendrá la gallinita?
Ejemplo aaa: Si un hombre se dedica a emprolijar con un cuchillo la muzzarella, para que la distribución de queso sea de una exactitud milimétrica, estás en presencia de un maniático obsesivo que se pondrá a llorar cuando se le caiga un botón de la camisa.
Ejemplo aaaa: Si una mujer aparta todos los ingredientes de la pizza, y da mordisquitos de rata sobre la masa pelada, tendrá una profunda depresión no mucho más allá de los treinta años de edad.
Ejemplo aaaaa: Si un hombre le pone jamón a la pizza, es un hombre que no sabe si quiere un sándwich o una pizza. Tampoco sabe entonces si te quiere a vos o a tu prima. No sabe distinguir entre lo frío y lo caliente. No sabrá distinguir si su pareja precisa actividad sexual o lectura. Es un hombre que querrá dormir demasiado abrigado. Es un hombre que se resfría mucho. Es un hombre con problemas de temperatura.
Ejemplo aaaaaa: Si una mujer dice: ¡pidamos la pizza ‘Gran Pitufo’!, o la pizza ‘Super Scalectric’. Esa mujer desea que la pizza sea multicolor, porque le resulta entretenido. Esa mujer desea que la pizza tenga salchichitas y palmitos y cebolla y naranja y rúcula, porque no sabe cómo huir de la tristeza. Esa mujer te organizará fiestas en tu domicilio para 200 personas que no viste jamás (y tu domicilio es de 38 metros cuadrados). Es una mujer que necesita amontonamiento porque sin el peso de una multitud siente que su tristeza se la llevará como un barrilete sin hilo.
Ejemplo aaaaaaa: Ya está bien. Aunque podría seguir.
m7) Se debe uno apartar del imbécil marmolado (también conocido como imbécil bicolor). Es un sujeto que con tal de estar con gente, asentirá como un perrito de taxi, estará de acuerdo, jurará que a él siempre le fascinó la idea de ponerse un piercing en el testículo derecho, o dirá que ella siempre quiso hacer un curso de armado de anzuelos para pescar pejerreyes en Santa Teresita. Estar de acuerdo todo el tiempo es un defecto físico importante.
m8) Si se habla demasiado fuerte en un lugar público, si la persona se excede en ampulosidades, en carcajadas estentóreas, se está pidiendo socorro. Si uno se encuentra con una persona que manifiesta estar ‘bien’, o ‘rebien’, más de tres veces en una charla, intente con delicadeza alejarlo de los cuchillos y de las ventanas.
m9) Queda abolido el tiempo verbal pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo. Ya sé que te podrías haber casado con un polista belga, pero al tipo lo atropelló un pony el día antes de la boda. Ya sé que podrías haber sido el número 9 del Milan, si tu primo no te hubiera partido la rótula jugando al ludomatic. Te pido por favor, no se te ocurra utilizar el ‘hubiera o hubiese’. Todo hubiera o hubiese sido diferente, si hubiera o hubiese sucedido algo diferente. Pero sos secretaria, o vendedor de artículos de limpieza. Tomátelo con calma, servíte otra porción. Yo también fracasé, no es tan grave.
m10) El genuino esmero por agradar es señal de sana cortesía. Pero si las tetas te huelen a eucalipto, es porque se te rompió el paracaídas sobre un bosque de pinos. Lo que quiero decir es que, sencillamente, no es creíble.
m10 bis) Los domingos de lluvia es normal que te pongas un poco triste.

No te guardes tu fe

no, te digo que no,
no fui yo quien abrió las aguas.
y no, te digo que no,
no fui yo quien multiplicó los peces.
ni los panes.
y no, de ninguna manera,
no soy yo el que cura. ni el que salva.

no, lamento decirlo, pero es la pura verdad,
no tengo el talento ni la fuerza, ni siquiera
la suerte
para lograr ningún milagro.

pero igual, quiero decir, para qué calcular,
qué importancia tiene

podrías quererme.

29.8.07

Sol

No tengo nada contra los lentes de sol. Me gustan los lentes de sol. Considero los lentes de sol un adminículo interesante, un frasco inofensivo de la personalidad, una medida de coquetería y protección ante el mundo que nos circunda.
Lo que me cuesta entender es que la gente los utilice para deambular por la vía pública, para desplazarse en cualquier medio de transporte, para pasear en lugares de veraneo.
Yo creo que los lentes de sol, su utilización, pertenece al más estricto de los ámbitos privados.
Se deben utilizar para coger, for example.

25.8.07

Original

Aquí te traje la rueda y el fuego y la penicilina y el sistema de precios y un poema y un whisky y un chocolate y una carcajada y una sinfonía y un paseo de la mano y un plato de fideos.
Quería regalarte la civilización.

La zeta de Zorro

V. me pide que la acompañe. Debe dejar a su hija en el colegio, han organizado una fiesta de disfraces. Después de dejar a su hija en el colegio, dispondrá de cuatro, cinco horas tal vez, para que vayamos a cenar, para que juguemos a inventar un sucedáneo del amor.
Así que entramos al colegio. V. de la mano de su pequeña hija, que debe tener siete años, o nueve, y yo tres pasos por detrás, acompañando a distancia, como quien teme ser involucrado en algún malentendido de esos que pueden durar una vida.
La hija de V., que se llama L., va disfrazada de pirata, y está tan feliz como sólo un niño puede estarlo. Lleva puesto un pañuelo rojo, atado con un nudo, que le cubre por completo sus dorados bucles, un amplio cinturón en el que lleva enganchado su cimitarra de plástico fluorescente, y un parche que le cubre un ojo.
Está orgullosa de su disfraz, y ya en el centro del patio lucha por soltarse de la mano de su madre para poder así perderse con sus amigos en un fantástico mundo lleno de piratas, panteras rosas, astronautas, conejos y algún sapo desteñido de un metro y medio de altura.
V. intenta darle las últimas instrucciones, recordarle a qué hora pasará a retirarla, señalarle a la profesora que ha tomado posición en un improvisado mangrullo, infinitamente aburrida, encargada de tocar un silbato ante fracturas, incendios, intentos de violación masiva, o lo que sea que hayan inventado los niños para divertirse.
Con las manos en los bolsillos, miro alrededor. Algunos padres espían a sus hijos que se empujan en el centro del patio. Los chicos corren y gritan, y los disfraces van perdiendo pedazos hasta transformarse en un todo indiferenciado y colorinche. Hace mucho calor.
Revuelvo los cajones de mi memoria, intentando hallar una fiesta de disfraces en mi pasado, pero los recuerdos se ponen sombríos, y decido correr una cortina color borravino de mi mente y seguir, ir a cenar, acostarme con V., pasar un buen rato.
Entonces veo a un chico. El chico ha intentado acercarse a un grupo de chicos en el centro del patio, pero curiosas y enigmáticas fuerzas lo van alejando, repeliendo. Nadie le habla, nadie quiere hablar con él. Es un obstáculo más que debe ser sorteado. El chico es un poco más alto que sus compañeros, y gordo. De esa gordura masiva, sucesivas capas de piel en cascada, dedos cortos, rodillas del tamaño de melones, cráneo demasiado ancho para sus hombros, y orejas de un rojo inapagable. Usa pantalones cortos, y un sombrero negro hecho de cartón, que es demasiado pequeño para su cabeza y ha dejado caer hacia atrás, sobre su espalda, sostenido por un piolín que se pierde entre los pliegues de su cremoso cuello.
Está, como dije, en shorts y remera, por sobre la cual le han puesto, a modo de capa, una bolsa negra de residuos, atada al cuello. Sobre la bolsa alguien, un asesino piadoso, un dulce criminal, ha intentado con tres trozos de cinta adhesiva fabricar una desarticulada ‘Z’, que parece ir despegándose pero no termina de despegarse y cuelga, exangüe. El niño ha sido provisto también de una espada que se ha perdido en alguna parte, menos la empuñadura de plástico amarillo, que aprieta en un puño como si le fuera la vida en ello.
Las pocas personas que se dirigen a él, un adulto con sonrisa de durlock, algún niño a la pasada, lo hacen diciendo una sola palabra. La palabra es ‘gordo’.
Y ahí está el gordo, con su espada y su capa que parece quedar suspendida en el aire por un segundo más cada vez que se mueve y sus cachetes rosados y sus ojitos pequeños congelados en una mirada que da miedo, afuera para siempre de todas las fiestas de este mundo sin que nadie comprenda que lo que está sucediendo es más triste que las guerras, más cruel que los terremotos.
–¿Cómo te llamás? –Le pregunto.
–Manuel, Manuel –repite y aprieta los dientes–. Manuel.
Y me voy a quedar acá, en el medio del patio, abrazado a Manuel que se deja abrazar y lanza un suspiro que va a durar toda una vida, apretándolo tan fuerte hasta que él o yo tengamos ganas de respirar una vez más, abrazado al zorro, de rodillas, y nos vamos a sentar en el piso, y voy a llorar toda la noche, voy a llorar hasta que pase algo.

22.8.07

Quien quiera oír, que haga silencio

Siguiendo con la sesuda búsqueda e interpretación de mensajes ocultos en las emblemáticas letras compuestas por los inobjetables íconos del rock nacional, me permito analizar la siguiente estrofa que pertenece al tema ‘ya morí’, de los genéticamente stonianos ‘Ratones Paranoicos’.
La letra versa, más o menos, así (sepan disculpar si desafino un poco al escribir):

‘…toda esa pobre gente
los que se mueren de repente
espero que ahora estén mucho mejor’.

El análisis llevado a cabo con equipos de la más compleja tecnología, y con un grupo de expertos en semiótica formados en la F&A University (Fileto & Albahaca University, Idaho, Estados Unidos), bajo la brillante conducción de quien esto escribe, permitió obtener el siguiente resultado.
Lo que la canción en verdad dice, lo que el autor, o los autores, desean manifestarle a toda esa juventud tan voluntariosa como extraviada, y porqué no polivalente, es lo siguiente:

‘…toda esa pobre gente
los que la reman sin statement
espero que tengan caloventor’.

El rocanrol tiene sus vericuetos, que de ningún modo escapan a este equipo de agudos investigadores.