30.9.22

De a 2


–Quiero conocer la mente de Dios, lo demás son detalles. Eso fue lo que dijo Einstein una vez –dije.
–Esos zapatos deben tener un taco de veinte centímetros. Entiendo que a un tipo le puede calentar ver a una mina arriba de esos zapatos. Pero yo te aseguro que si caminás más de dos cuadras con esos zapatos te tienen que operar de la columna –dijo ella.
–Lo que no es desgarrador es superfluo, dijo Cioran. Un hombre con una combinación de tristeza y lucidez como yo jamás he vuelto a leer. Se podría decir que el tipo estaba en carne viva –dije.
–No entiendo, no hay manera que esa pollerita te tape el culo. Si te ponés esa pollera no precisás ir al ginecólogo, te revisa cualquiera que te ve pasar por la calle –dijo ella.
–Se dice que la comedia es superficial porque elude las evidencias de la tragedia. Pero en sí no hay nada más que comedia, en el sentido que la realidad es superficial. La tragedia es puramente imaginaria. Eso dijo Saer, sin dudas el mejor novelista argentino que yo haya leído. Leés a Saer y te das cuenta que no tenés que escribir, ni lo intentes –dije.
–Esas remeritas son muy prácticas. Te ponés una camisola arriba o un saquito y estás vestida. Debe ser por el cuello en V pero apenas, tiene la forma justa –dijo ella.
–Me voy a tomar un café y te espero abajo, por lo menos hojeo una revista –dije.
–Con vos me siento acompañada, es bárbaro cómo disfrutamos haciendo cosas juntos –dijo ella.

20.9.22

Facundo cumple años


Cuando Facundo cumplió cincuenta años se dio cuenta que la vida no tenía sentido.
Fue a la mañana siguiente de su cumpleaños. Tomó un par de mates y entró a ducharse. Su señora en la cocina se quejaba de algo, de un accidente de tránsito en Dinamarca o del precio de los duraznos. Su señora era un repugnante ser, básica, sin ingenio ni mayores atributos y encima en los últimos diez años se había echado unos buenos treinta kilos encima. I am the walrus, así se llamaba una canción de los Beatles. Nada que ver con esto.
Sus hijos no lo querían. Ya terminada la adolescencia, ni Fabiana ni Gabriel habían decidido estudiar. Chicos que jamás habían tenido el deseo de leer o de conversar, apenas la pulsión de cambiar los teléfonos celulares y veranear en alguna playa de Brasil con amigos. Fumaban porro los dos, cada vez que podían. Gabrielito era un muchachón torpe, con una sonrisa que quizás albergara una leve deficiencia de índole neurológico, demasiado predispuesto a los jueguitos electrónicos y a la bebida. Fabiana era desgarbada, sólo veía programas de entretenimientos, tenía poco encanto en general y una risa filosa y absurda, como si estuvieran matando a un pájaro.
En el trabajo, en la oficina, aguardaban con paciencia de araña que se fuera o que se muriera para poder tomar en su lugar al sobrino de un director o a una chiquita que tuviera la convicción para abrirse paso en la vida a los conchazos limpios. El trabajo era como estar en un viaje en barco, un viaje en barco pero en contrafrente, esperando algo que jamás sucedería.
Salió de la ducha Facundo, se puso el traje, saludó, bajó a la calle. La vida no tenía sentido, la vida jamás había tenido ningún sentido.
Sabía eso y sabía que le seguía gustando el café con leche. Le sorprendió descubrir que de alguna forma era suficiente, que era necesario saber poquísimas cosas para estar vivo.

10.9.22

El problema de las mujeres que se psicoanalizan


El problema de las mujeres que se psicoanalizan bueno, como le cuentan lo que les sucede, lo que ellas creen que les sucede a alguien, a alguien que las escucha o al menos parece escucharlas, terminan por creer que sus vidas tienen alguna trascendencia.
Hablan frente a algún hombre que por lo general usa lentes o se ha dejado la barba. Un hombre que suele usar camisas a cuadros y que cada tanto interrumpe el relato para decir cosas como ‘ajá’, o ‘usted qué siente’.
Entonces la mujer que se psicoanaliza, la mujer en cuestión, cree que no puede ser feliz porque su mejor amiga tiene el pelo lacio en cambio ella nació con el cabello similar al pelo de la vagina de una africana de Guinea Ecuatorial. O la mujer cree que su fracaso con los hombres, su fracaso en lo que podríamos denominar las lides del amor bien pudiera ser atribuido a que siendo niña, cuando la llevaban a una heladería para, claro, para comprarle un helado. Cuando la llevaron a la heladería ‘Caballo Loco’ en Miramar ponele, entonces, decía, ella alcanzó a ver que el heladero se rascaba el culo metiéndose la mano bien adentro antes de terminar el pedido, para alcanzarle el cucurucho de dulce de leche y frutilla casi inmediatamente después, con una amable sonrisa pero con esa mano.
Lo que la mujer psicoanalizada no cuenta, lo que la mujer psicoanalizada omite mencionar cuando habla con una amiga acerca de la profunda patología que la atormenta y que está tratando con su psicólogo, es que pagó. Tuvo que pagar, entregar dinero a cambio de ser escuchada. Así como cuando uno concurre a una prostituta quizás escucha que tiene el pito largo o grueso o que coge bien y se siente un poco mejor aunque sabe que es mentira.
Y así se pasan unos buenos años yendo al psicólogo sin solucionar absolutamente nada de nada, porque lo que la mujer psicoanalizada no podría soportar es descubrir que le sucede más o menos lo que le sucede a todo el mundo. Envejecer, estar angustiada o triste, sentir que todo pudo haber sido mejor. La falta de sentido en líneas generales, fatiga de materiales, melancolía.
No hay manera de resolver los problemas de la mente desde adentro de la mente. Lo que hay que hacer es salir, salir de la mente y quedarse ahí afuera, tomar aire y mirar un árbol o un perro y darse cuenta que todo es una tremenda estupidez. Pero no se le puede decir a alguien, a algo que está adentro de la mente y cree que existe que salga afuera de la mente, porque ese algo ya es la mente. Están buscando el truco hace dos o tres mil años pero no aparece, está jodida la mano che.
No, ya sé que no estás de acuerdo con nada de lo que te estoy diciendo. Pero a mí no me pagaste, coger con vos tampoco es gran cosa.