Ella soñaba con tener talento musical, pero tenía buen culo. Y entonces, cada vez que tocaba el violín, cada vez que intentaba hacerlo, la gente quedaba extasiada, con su culo. Y ella tenía sentimientos encontrados. Estaba orgullosa de su culo, pero anhelaba demostrar sus inexistentes atributos musicales. Lejos de reconocer su falta de aptitud para la música, pensaba que su exquisito culo conspiraba, distraía, de lo verdaderamente importante, de lo que ella tenía para dar, de su música.
Pero ella tampoco estaba dispuesta a desprenderse de su don, nadie lo hace, y mucho menos aceptar que era una negada para la música, porque aceptar una incapacidad, claudicar, rendirse, es por lo general tan triste, y uno queda como en una habitación de hotel a oscuras.
Ella estaba atrapada en ese dilema, sufría. Había noches en que soñaba con la estatua de la justicia, pero la estatua de la justicia tenía el rostro, las facciones de un chancho pecarí. En un platillo de la balanza estaba su violín, en el otro, su culo (en ambos casos de ella, no del chancho). Pero en su sueño la balanza permanecía en perfecto equilibrio, la balanza no se inclinaba, y ella se despertaba agitada y sudorosa, intentando recodar, aferrarse al último piolín del sueño, porque si lograba ver en qué dirección se inclinaba la balanza entonces, presentía, su vida se ordenaría.
Después se casó con un escribano y abrió un local de venta de bijouterie. Me la encontré el otro día por la calle. No tenía buena cara, pero era muy temprano.
Pero ella tampoco estaba dispuesta a desprenderse de su don, nadie lo hace, y mucho menos aceptar que era una negada para la música, porque aceptar una incapacidad, claudicar, rendirse, es por lo general tan triste, y uno queda como en una habitación de hotel a oscuras.
Ella estaba atrapada en ese dilema, sufría. Había noches en que soñaba con la estatua de la justicia, pero la estatua de la justicia tenía el rostro, las facciones de un chancho pecarí. En un platillo de la balanza estaba su violín, en el otro, su culo (en ambos casos de ella, no del chancho). Pero en su sueño la balanza permanecía en perfecto equilibrio, la balanza no se inclinaba, y ella se despertaba agitada y sudorosa, intentando recodar, aferrarse al último piolín del sueño, porque si lograba ver en qué dirección se inclinaba la balanza entonces, presentía, su vida se ordenaría.
Después se casó con un escribano y abrió un local de venta de bijouterie. Me la encontré el otro día por la calle. No tenía buena cara, pero era muy temprano.