30.6.22

Ya que estás


–¿Cómo puede ser?
–¿Eh?
–¿Cómo puede ser? –Me acerqué un poco al hombre, algo mayor, que esperaba el subte en el andén– ¿Cómo puede ser que la felicidad sea tan fugaz, tan efímera, apenas un parpadeo, y la tristeza dure como una pila sulfatada en medio del océano? ¿Eh?
Vino el subte, el tipo renqueaba un poco. Se apuró para entrar en el vagón y caminó empujando hasta que sintió que se había perdido entre la gente.
Entré a una fiambrería de barrio. Estaban atendiendo a una señora. La chica que atendía cortaba salame con la máquina, iba sujetando las fetas con una pinza de metal y las dejaba caer sobre las otras fetas recién cortadas. Podía verse el brillo de la grasa, su untuosidad.
–Ya lo atiendo –me dijo con una sonrisa.
–Yo lo que quiero saber es qué sentido tiene todo esto –dije, tosí–. Porque no termino de entender, por más que lo he pensado, cuál es nuestro rol sobre el planeta tierra. No puede ser que Dios nos haya puesto acá, no sé, para cortar salame.
La chica miró hacia atrás en dirección a un estante donde había dejado apoyado su teléfono celular entre unas latas de duraznos en almíbar. Dudaba si agarrarlo, cómo hacer para que yo no me diera cuenta y poder llamar a la policía.
Y así voy tres o cinco veces por día, preguntando a cualquier persona lo que me gustaría saber. Qué carajo me importa cómo estás, si querés cambiar el auto o volviste de vacaciones o tu bebé se cagó fuerte o cómo subió el precio de las mandarinas. Las dos o tres boludeces que vos creés que te pasan, eso que vos llamarías, porque de alguna manera hay que llamarlo, tu vida.

20.6.22

Instrucciones para viajar en avión


Tenía que viajar en avión, a otro país, por trabajo. No importa el trabajo, no importa el país. Tratá de prestar atención a las cosas importantes. ¿Qué? ¿Que cómo hacés para saber cuáles son las cosas importantes? Muy sencillo, son las cosas que te estoy contando.
Tenía que viajar en avión a otro país por trabajo. Así que hice lo que se estila, pasaporte, dinero, valija, remise, aeropuerto, y así. Lo más importante de una carrera con vallas es entender que las vallas se saltan de a una.
Estaba finalmente sentado en el avión, en el aire. Y faltaban ponele seis horas de viaje o más. Te sirven algo para comer, sí, y te dan unos auriculares para que puedas ver alguna película en la diminuta pantalla ubicada en el respaldo del asiento de adelante, ‘Misión Imposible 33’, alguna tontería por el estilo.
Estaba incómodo, estaba fastidioso, estaba inquieto. No podía moverme demasiado, estaba obligado a estar con personas que no hubiera elegido estar más de cinco minutos y quizás incluso menos, y a comer un tarrito inmundo con un arroz pegoteado o unos fideos que alguien se había pasado previamente por el culo. Para resumir, tenía que soportar una situación en la que me estaban sucediendo varias cosas que me molestaban al mismo tiempo, y que iba a durar por bastante tiempo.
Y de pronto entendí todo. Aquello de ‘what you resist persists’. No había que hacer nada, no había que intentar modificar ninguna condición. Sólo quedarse así, sentado, quieto.
Y me di cuenta de algo más. Afuera del avión, abajo, era lo mismo. Era igual.

10.6.22

Cada día


Empezó como una casualidad. Me había quedado sin trabajo y me di cuenta que me iba a volver loco. No dejaba de ser curioso, uno se pasaba la vida quejándose de todos los sinsabores de la vida laboral, pero te dejaban tres meses en tu casa y estabas para pegarte un tiro en las rebolas.
Creo que me di cuenta una mañana después del café, que me había servido un whiskicito, supe que tenía que hacer algo. Empecé a bajar a caminar, me ponía un jogging y salía. Caminaba por el parque una hora y después me sentaba a fumar un cigarrillo viendo a los perros. Al rato cuando volvía a mirar todavía faltaban un par de horas para el almuerzo, el día no se me pasaba nunca.
Abrí una cuenta de instagram, me enseñó un amigo. Con el pretexto de leer alguna noticia, enterarme cosas que llegarían más tarde a los diarios, poder comentar algo, sentirme conectado sin saber muy bien a qué.
Y fue de casualidad, dije. Me saqué una foto. Con el celular. Una foto en primerísimo plano, del dedo gordo de un pie. Y la subí a mi cuenta. Puse ‘día 1’. Y la foto, para practicar nomás.
Al día siguiente repetí el procedimiento. Me saqué una foto, esta vez de una oreja. Casi desde adentro de la oreja, de tan cerca. Puse ‘día 2’.
Y así siguió. Todos los días me sacaba una foto y la subía. Empecé a tener ideas. Una foto de medio tomate sobre la palma de mi mano. una foto de mis huevos y en el lugar donde debía estar la poronga una banana, una banana comprada en la verdulería tapando la poronga. Una foto de un plato con arroz blanco recién hervido y mi mano hundiéndose en el arroz, encima. Todos los días una foto de una parte de mi cuerpo, con algo más, un lápiz faber 2b en el culo, un alfajor fantoche triple aplastado bajo la planta de mi pie derecho.
Al poco tiempo tenía más de setenta y dos mil seguidores. La gente me mandaba mensajes para felicitarme, me escribían mujeres, chicas jóvenes que me decían que querían conocerme. Me escribieron de una universidad para que fuera a dar una conferencia, me contactaron editores para que hiciera un libro de fotografías.
Yo había leído a Joyce y a Thomas Mann, tenía estudios universitarios y de posgrado, me había pasado trabajando unos buenos veinte años sin haber logrado mucho más que una modesta supervivencia. Ahora me ofrecían sexo, dinero, viajes a distintas capitales de Europa.
No dejaba de ser curioso, me pareció prudente no cuestionarme demasiado.