2.12.06

Diego Fussi, el de 'Los Fuckers'

Dónde estoy. Tres posibilidades.
1)Estoy en Mónaco. Voy caminando por una callecita estrecha. Llevo puesto un short y ojotas. Voy con el torso descubierto. Llevo en mi mano una bola de fraile, con mucho azúcar.
2)Estoy en Madrid. Es diciembre. Estoy de pie, en una esquina que no deseo precisar en este momento. Fumo un cigarro. Dejo el cigarro colgar de mis labios, y meto las manos en los bolsillos de mi gabán. Está nevando.
3)Estoy en Buenos Aires, en un bar. Tomo café y miro a través de la puerta entreabierta.

–Diego –dice una voz. No levanto la vista; no soy Diego. Sigo con mi lectura.
–Diego –la voz insiste; más cerca. Veo, junto a mí, unos bellísimos pies dentro de unas sandalias que me transportan a la adolescencia.
Dejo el libro, levanto la vista. La chica tendrá diecisiete años, diecinueve a lo sumo. La chica me habla a mí.
Es preciosa. Está dormida. Lleva puestas sucesivas capas de ropa: blusas multicolores, remeras, algún chaleco, algún pulóver. Los jeans gastados, pegados al cuerpo. Es flaca, es huesuda, es morocha y tiene el pelo sucio.
–No –le digo–. No soy yo –Si yo tuviera que volver a enamorarme, alguna vez, me enamoraría de una chica así. La chica tiene los ojitos apenas abiertos y una sonrisa como un atardecer en la playa.
–Diego Fussi –da un pasito adelante, uno atrás; sus movimientos son lánguidos. Deja una mochila pequeña junto a sus pies–. El de ‘Los Fuckers’.
–¿Cómo?
–Diego Fussi, el de ‘Los Fuckers’ –se ríe, me da una mano que no puedo rechazar.
–Me parece que estás equivocada –es tan linda que no puedo dejar de mirarla.
–Estuviste tocando por la costa, todo el verano –revuelve dentro de una cartera de lana que cuelga en diagonal por sobre sus pequeñas tetas. Saca un paquete de cigarrillos, saca un encendedor, saca un volante que anuncia un recital; el volante es un pequeño rectángulo de papel, en blanco y negro, arrugado. Enciende un cigarrillo y pita. Deja el paquete y el encendedor sobre la mesa. El encendedor es amarillo. Miro sus manos.
–No –es lo único que digo. Es lo único que me sale.
–Te seguimos con mis amigas, no nos perdimos ni un recital. Estabas en llamas –se acomoda el pelo, sonríe; está recordando algo que yo hice, algo que la conmovió profundamente; algo que le parece, aún hoy, bárbaro–. Estabas iluminado. Nunca habíamos visto a alguien cantar como vos, decir las cosas que dijiste.
–Escucháme…
–Estuvimos en Mar Azul. ¡Mar Azul! Cuando te tiraste del escenario y te agarraste a trompadas con los pibes que nos estaban molestando. Después subiste y seguiste cantando, como si nada. La sangre te chorreaba por la cara y vos te relamías y seguías cantando.
–Estás equivocada, no soy yo.
–Cuando se lo cuente a mis amigas no me lo van a creer. –Apaga el cigarrillo, se acomoda el pulóver, y se mueve, no para de moverse, como una ardilla o un colibrí, no puede quedarse quieta. Yo estoy tan viejo, tan cansado. Ya debería estar en la oficina. Cuando llego después de las 9 y 30, el subgerente se pone como un desquiciado.
–¿Cómo te llamás?
–María. María Laura, pero todos me dicen Luli. Vos también me dijiste Luli, una vez. Después de un recital nos quedamos todos tomando cerveza, y fuimos a la playa, y vos te metiste desnudo al mar. Y cantaste una canción, y me dijiste Luli. Dijiste ‘esta canción es para Luli’, y yo no podía parar de llorar de la alegría. Sos un capo, Diego. Un capo.
Le debo llevar quince años, o veinte. Pero la chica parece no darse cuenta. Ni le presta atención a mi camisa con el cuello que no resiste un solo planchado más. Ni a mi corbata raída. Ni a mis ojeras de quince años de oficina y subte y un sándwich de parado. Me tengo que ir a trabajar. Hay que hacer las certificaciones, presentar los presupuestos, legalizarlos.
–Diego Fussi, no lo puedo creer. Debe ser mi día de suerte, o mi regalo de cumpleaños. Aunque falta un mes. ¡Eso! Tiene que ser mi regalo de cumpleaños. –Me mira, con las manos en la cintura–. Me sé todos tus temas, de memoria. Decíme cualquier tema y vas a ver cómo te lo canto.
Me tengo que ir. Pagar el alquiler. Seguir con mi vida.
–Claro que me acuerdo. Cómo no me voy a acordar de vos, Luli. Lo que pasa es que el verano, viste, cómo extraño el verano. ¿Desayunaste? Sentáte, Luli, que yo lo único que tengo para hacer es esperar el verano.

2 comentarios:

Bugman dijo...

Cómo decirlo. Sin caer en el lugar común. No, no sé como decirlo, así que lo diré sin más: Me encantó, fiera.

J. Hundred dijo...

*bugman!
yo soy medio desconfiado.
no va a venir después a venderme una rifa, eh?. seguro que su novia organiza el 'namur fest' (fiesta del turrón), y me va a querer vender un par de entradas. toca DJ Gorromeo. mire que para sacarme un peso a mí tiene que haber gente desnuda bailando arriba de las mesas, o me van a tener que apuntar aunque sea con un tenedor.
aún así, me tocó el corazón.
gracias.