20.8.24

Salita azul


Qué querés que haga, me acordé y la cuento como me sale, como me viene a la mente. Podés considerarlo un homenaje porque el pibe murió, alguien me vino a contar que el pibe murió. Debe ser por eso.
Trabajaba, yo, en una oficina. No quiero contar mucho de qué trabajaba pero si querés podés decir que era en el sector financiero. Tenía la fuerza de un toro, yo, me había cansado de ser pobre y quería subir en la pirámide hecha de la mierda más pura, cosas que pasan.
El asunto, lo que me quiero acordar, cerró una empresa del grupo donde trabajaba, y como yo venía siendo un empleado correcto, en lugar de echarme me pasaron a otra empresa del mismo grupo. Y como yo encima había mostrado ciertas capacidades dentro de las finanzas, bueno, me pasaron a otra empresa y me pusieron de jefe.
Y en el sector que me ponen de jefe había tres tipos, pero había uno, P. que creía que le tocaba, le correspondía ser jefe a él. Así que le caí mal desde el principio, éramos muy jovencitos todos, menos de treinta años, te creés que te comés el mundo, o que otro no te deja comerte la porción del mundo que te corresponde y no lo podés creer. Después, cuando pasa el tiempo y te venis grande, si tenés suerte vas a entender aquella maravillosa frase de Lily Tomlin creo: el problema con una carrera de ratas es que aún si ganás, seguís siendo una rata. Se refería a Hollywood, supongo, la estimada Lily. Pero se aplica a cualquier oficina, en fin.
El asunto es que el pibe, P., se puso mal de ver que le traían a un jefe de afuera. Y como yo estaba lanzado a conseguir algo parecido a mi progreso personal, bueno. Me di cuenta que el pibe me trataba de complicar las cosas y lo empecé a maltratar un poco. Y yo era bueno en eso, además de ser bueno en mi trabajo. Así que el día a día era una mierda y todos la pasábamos lo peor posible y eso era lo más normal del mundo.
Y el tema fue que un día nos había venido a ver mi jefe, un tipo importante dentro de la organización, y vino de visita con el dueño de la organización, que era entre otras cosas un banco.
Vinieron de recorrida y me estaban consultando sobre un tema y yo le dije a P. algo como ‘bueno, entonces fíjate la variación de los fondos del año pasado’, o ‘Fijate por qué no hicimos las ventas en descubierto la semana pasada’, o cualquier cosa por el estilo. Y entonces el pibe, P., se dio cuenta que no podía responder lo que yo le estaba preguntando, y que por no poder responder lo que le estaba preguntando estaba quedando mal conmigo que era su jefe, y con mi jefe, y con el dueño del banco, todo al mismo tiempo y a la vista de cinco o siete personas más.
–Pero no puedo hacer eso –dijo P. –. No tengo las herramientas.
Acá estamos en la parte de la historia que quería contar.
Yo tenía algo, quizás por haber querido ser escritor, no sé, algo relativo a la facilidad de palabra. Solía decir alguna que otra cosa original o divertida, me salía naturalmente.
–Si tuvieras las herramientas no sería trabajo. Sería salita azul.
Eso dije, delante de todos, delante de mi jefe y del dueño del banco. Eso le dije a P. que sólo atinó a volver a su escritorio y tratar de esconderse detrás del monitor mientras la gente se reía. Porque si le va mal a otro hay que reírse, porque para eso son las oficinas.
El asunto es que pasó el tiempo, pasó la vida podríamos decir, P. se fue del trabajo, yo también seguí mi camino. Y hoy a la mañana estaba en el supermercado y me saludó un tipo que trabajó con nosotros. Nos acordamos de tal o cual cosa y me dijo ‘che, no sabés, murió P.’. Y me contó que a P. se le había desatado una enfermedad de las más terribles, ultraviolenta, que se lo llevó en seis meses. Estaba casado, tenía tres hijos, le gustaba mucho hacer asado, jugaba al fútbol los miércoles con sus amigos.
Entonces me acordé la vez que me dijo que no tenía las herramientas. Y yo te pido disculpas con estas precarias palabras, P., por lo mal que te traté aquella vez, y porque la vida se encarga de recordarnos de muy mala manera lo lindo que era, las ganas que tenemos todos de volver a salita azul.

7 comentarios:

Juan Sebastián Olivieri dijo...

"...las ganas que tenemos todos de volver a la salita azul." Extraordinario.

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! qué dice, estimado. estoy leyendo las meditaciones de marco aurelio y el tipo va y dice ‘dentro de poco ceniza o esqueleto’. y es bueno que alguien te siente de una piña así. saludos.

Beauséant dijo...

pues sí, la vida debería ser salita azul, menos pelearse por los restos de un magro botín caído de la mesa de los vencedores que siempre serán otros... cuando lo quieres comprender es tarde, te has pasado toda la vida peleando por nada.

Frodo dijo...

Disculpa que sea franco y directo: Usted es un Poeta de la puta madre, y de la condición humana también, querido Hundred.
Lo abrazo

J. Hundred dijo...

*beauséant! nos pasamos la vida corriendo esa carrera de ratas, una pena che. saludos.

*frodo! ahora sí nos vamos entendiendo. saludos.

Anónimo dijo...

Cada tanto me pego una vuelta para respirar. Gracias por la bocanada. (magauruguaya son pocas ganas de iniciar sesión)

J. Hundred dijo...

*anónimo magauruguaya! qué dice, estimada. nunca entendí muy bien cuándo hay que decir bien de bien, y cuándo hay que decir vamos que vamos. anyway, la saludo.