10.8.24

Todos tenemos un don


Quizás se te escapó viendo breaking bad por quinta vez o leyendo la condorito, no sé cuál es tu situación mental y tampoco me importa. Lo mismo da.
Pero hubo una pandemia. O quizás deba decir hay una pandemia, no, de boludos no, esa pandemia es eterna. El covid podés llamarlo, o facundito, llamálo como quieras. Puede ser una gripe mitad chancho mitad pollo, en fin.
Se habla de eso, la gente se muere además y eso desde ya es tan triste, pero se habla todo el día de eso, en las noticias. Cierran los aeropuertos, te obligan a ponerte una bombacha usada en la cara para entrar al supermercado a comprar doscientos gramos de salchichón y entonces el chino dice ‘non tendo’, como decía siempre, pero ahora non tendo tiene muchísima más fuerza, significa mucho más.
No, ya sé, todavía no dije, nada, no es eso lo que quería decir, adonde quería llegar.
Hay una pandemia entonces, se vino el fin del mundo y quedó al descubierto lo peor de nosotros, hay vecinos que denuncian a un vecino porque dicen que trabaja de enfermero en un hospital y va a traer la peste, del hospital, a sus preciados departamentos de dos ambientes contrafrente donde tienen colgadas unas simpáticas grullas de papel que aprendieron a hacer con un tutorial, origami. Y entonces le pintan la puerta, al vecino, le escriben ‘asesino’ o ‘te vamos a matar’, mientras en la puerta de al lado hay un vecino, otro vecino, que se masturba viendo pornorgrafía infantil pero a ese no le dicen nada porque ese saluda en el ascensor y dice ‘qué caro está todo’ o ‘qué país le vamos a dejar a nuestros nietos’, y toca el botón del ascensor con los dedos pegoteados de esperma y mermelada de arándanos que usa especialmente para meterse los dedos en el culo.
El asunto es que hay una pandemia y nadie quiere morirse porque después que te morís parece que no podés seguir viendo programas de preguntas y respuestas por televisión ni partidos de fútbol de la Cadorna Champions Melba International Ligue, y eso es tan triste.
Pero en medio de lo impensado, de la tristeza y el miedo y el dolor, hubo gente que aprovechó para hacer algo con sus vidas. Quizás viendo que debían aislarse de tantas tareas que antes consumían la mayor parte de su tiempo, quizás para no enloquecer. Como la flor de loto que aparece en medio del barro más infecto y tiene una deliciosa fragancia.
Entonces hubo gente, personas que aprendieron finalmente a tocar el acordeón, o decidieron comprarse un perro y llevarlo a pasear, o dedicarse a estudiar matemáticas o python y encontraron no sé, que las criptomonedas podían cambiar sus vidas o que podían hacerlos parecer interesantes diciendo varias veces en medio de cualquier conversación la palabra ‘blockchain’. Hay maravillosas historias así.
Te cuento que hice yo.
Empecé a comer empanadas. Al mediodía. Bajaba a dar una vuelta y al principio estaba todo cerrado, pero encontré una panadería. Y te atendían sin dejarte pasar, vos estabas en la calle y le gritabas a una piba que estaba detrás de un mostrador, con guantes quirúrgicos y una cofia en la cabeza. Entonces descubrí que las panaderías, la mayoría, también venden empanadas.
Empecé a comprar empanadas en cualquier panadería que encontrara en mi camino, porque bajaba a caminar, aunque fuera veinte minutos para mover las piernas. Para no volverme loco.
Y luego, a los seis meses, ya tenías rotiserías abiertas también, y las rotiserías también venden empanadas. Y después estaban las casas de empanadas propiamente dichas, que oh casualidad no me los vas a creer, venden empanadas. Y las pizzerías claro.
Así que estuve tres años comiendo empanadas al mediodía, eso es lo que hice durante la pandemia. Y entonces me sucedió, porque el conocimiento llega de las más variadas formas, de las más extrañas maneras, que desarrollé una capacidad, un don.
Vos me das una empanada de cualquier lado, de la capital federal, vas y comprás empanadas y traés las empanadas a mi casa. Y yo me vendo los ojos, doy dos mordiscos, lo que equivale a decir que como media empanada. Unos treinta segundos ponele, y te digo de qué negocio es. La empanada.
Listo, eso es todo. Tengo una efectividad del 98%. En empanadas de carne mi efectividad es del 100%, pero en jamón y queso o queso y cebolla bajo un poco. La gente no lo puede creer, vienen amigos y hacen la prueba de alejarse de mi barrio, van a una panadería de morondanga no sé, en floresta. Pero yo no fallo. Toco la empanada, como si la sopesara por un instante en una mano, luego la muerdo, dos mordiscos. Cierro los ojos. Y te digo de dónde es la empanada, de qué negocio es.
¿Cómo? Ah, claro. Vos querés saber la utilidad de mi don. Para qué carajo sirve lo que hice, la facultad que me llevó dos años desarrollar.
Mirá no sé. Tenía hambre.

3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Algo que recuerdo que, en esas circunstancias, ser un ferretero era pertenecer a una elite. La elite de las profesiones vitales, los que podían salir a la calle, no estaban restringidos.
Es un interesante don. Sirve para que los desfiantes a comprobarlo paguen las empanadas-

Saludos.

Beauséant dijo...

Efectivamente, todos tenemos un don, que ese don valga para algo marca la diferencia de lo que te acabas convirtiendo... pero, ¿de verdad hubo una pandemia?, por aquí nadie la recuerda, seguimos siendo los mismos imbéciles de siempre.
En el fondo tienes otro don, sólo debes leerte entre líneas ;)

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! si alguien paga las empanadas yo no tengo problemas en seguir escribiendo. saludos.

*beauséant! somos estatuas de sal queremos volver, cantaba carlos alberto garcía moreno cuando solía ser charly garcía. no, no tiene nada que ver con el texto, pero me gusta la estrofa y me pareció oportuno compartirla. saludos.