10.6.23

Sabor a multiple choice


Fuimos al velatorio de la mamá de M. Era un mujer muy mayor, la mamá de M., y había estado enferma bastante tiempo, pero aún así podríamos decir que la muerte llegaba de improviso, siempre. La muerte, por paradójico que parezca, resulta un acontecimiento inesperado a pesar de su certeza. Que no hay manera de prepararse, eso quise decir.
Habíamos estado un par de horas con M. en la sala de velatorio. Clima particular si los hay, el de una sala de velatorio. Ese olor tan característico. Y los dolientes, los que lloran, los que parecen sumergidos en una congoja que va a durar para siempre, los callados, los que saben que la única manifestación posible es el silencio ante la totalizadora experiencia de la muerte, los expansivos, los que creen que uno debe comportarse como si se tratara de cualquier evento social, de una fiesta, y contar chistes, alguna anécdota a los gritos, y piden que alguien les convide un cigarrillo.
Nos despedimos de M., le prometimos volver al día siguiente, bien temprano, para el entierro. Nos dijo que se quería quedar con su familia, nos pidió que nos fuéramos.
Debían ser las doce de la noche, salimos por Juan B. Justo. Éramos Matías, el Pipi y yo. Matías dijo que tenía hambre.
–Vamos a comer un par de porciones a Angelín, que está acá nomás –dijo el Pipi.
–Sí, vamos –yo tampoco había cenado.
Pedimos la pizza y un par de cervezas. Las cosas que nos alejan de la muerte.
Pero el tema estaba ahí, demasiado contundente.
Matías contó que había ido a ver a la mamá de M. cuando estaba internada en terapia intensiva. Dijo que cuando lo dejaron entrar vio gente ahí, uno al lado del otro, separados apenas por una cortina, un biombo. Gemían de dolor, algunos, mientras un cáncer les masticaba el páncreas o el hígado, dolores en fila.
–El dolor, lo peor es el dolor –dijo Matías, y se comió media porción de fugazzetta de un bocado.
–No sé, che –dijo el Pipi–. Mi viejo tuvo demencia senil, se chifló. Ir a ver a un tipo que no sabe quién es ni quién sos, que no te reconoce, un tipo que se pisha encima y sigue viviendo como una planta. Creo que peor es eso.
–Tenés razón –dijo Matías–, quizás tenés razón, eso también es una cagada. No sé qué es peor, te digo la verdad, si el dolor físico, o la inconsciencia esa.
–Lo que me gustaría saber –dije, serví más cerveza–, es por qué siempre hay que elegir entre lo malo y lo peor, hasta para morirse –levanté la botella y la miré a trasluz, un innecesario gesto porque el peso indicaba la ausencia de líquido–. Pido otra.

3 comentarios:

Frodo dijo...

Al multiple choice le faltó la variante de accidente fatal/muerte súbita.
Y creo que con esa opción ya podemos hacer un paralelismo perfecto con las elecciones presidenciales que se nos vienen.

Lo abrazo. Salú!

Anónimo dijo...

"La muerte, por paradójico que parezca, resulta un acontecimiento inesperado a pesar de su certeza. Que no hay manera de prepararse, eso quise decir."
Muy cierto, Juan; enviude a fines de agosto de1 2021.
Acaso es por eso que no lo he leído, ni comentado, ni molestado en todo este tiempo.
Saludos.
Alberto Baru

J. Hundred dijo...

*frodo! el multiple choice siempre te salva con ‘todas las anteriores’, y mucho mejor aún, ‘ninguna de las anteriores. saludos.

*anónimo alberto baru! alguna vez, hace mucho tiempo, discutiendo con una señorita en estas precarias playas, yo esperando alguna imbecilidad de mayor o menor tenor. la tipa va y dice, citando a pizarnik ‘coger y morir no tienen adjetivos’. ni siquiera importa si lo que recuerdo es cierto, pero me vino a la mente mientras leía sus palabras. por esto de que ante el dolor real y puro como un láser no hay demasiado para decir. Quizá me alegra saber de usted, no lo tengo muy claro. y lamento lo que cuenta eso sí. y lo abrazo en este momento.