12.12.15

No mente


El templo estaba ubicado a unos cien kilómetros de la capital federal. Para el lado de Luján. Pero no se hablaba, del templo, en el curso se referían al lugar como ‘El Himalaya’.
Había empezado a ir a meditación porque me lo recomendó mi amigo Adrián. Adrián era amigo mío desde la adolescencia, y yo lo había visto estar en todas. Desde su etapa en que lo único que le interesaba eran las minas, hasta su enganche tan intenso con la cocaína. Después, como por arte de magia, se había calmado. Había empezado con el yoga. Se había hecho vegetariano primero, vegano después. Había empezado ‘el verdadero viaje, que es hacia adentro, Juan’. Eso me había dicho.
Y yo un buen día me había dado cuenta que no daba más. Ana Laura me dijo que estaba saliendo con otro, en el laburo vino un tipo de afuera y nos bajó las comisiones. Me vine grande, me vine triste. Me puse mal.
Me llevó un día, Adrián, a una práctica de meditación zen. La gente era muy amable, la atmósfera de puro silencio. El maestro daba poquísimas explicaciones. Observar la respiración, dejar pasar los pensamientos pero no pelear con ellos. La mente no existía, la mente no era un objeto sino una acción. Ser el testigo.
Trataba de sentirme mejor, que la tristeza no me pasara por encima como un flechabus de dos pisos. El objetivo de la vida es seguir vivo.
Para finalizar el año, organizaban un retiro. Un fin de semana largo en ‘El Himalaya’. Nos llevaban en combi, íbamos a ser dieciséis, pero fuimos doce. Un puñado de arroz al día, dormir en el piso. Doce horas de meditación diaria, no se podía hablar, cinco días sin hablar. Lo más cerca que ibas a estar de Nepal si vivías en Almagro.
Estábamos en el segundo día. La verdad que la venía pasando para el culo. Se me acalambraban las piernas, y a la noche me habían comido los mosquitos. Había tomado como dos litros de un repugnante té y tenía ganas de pishar. Hacía calor. La construcción donde meditábamos era una especie de pagoda japonesa, con suelo de madera y pequeñas ventanas circulares colocadas a más de dos metros de altura. En algún lugar del bosque había unos pájaros de mierda que lanzaban gritos a intervalos regulares. No paraban.
No estaba teniendo ningún viaje interior ni nada parecido. Veía el desastre de mi vida pasar ante mis ojos y me daban ganas de llorar. Quizás todavía estaba a tiempo de conseguir una mina que me quisiera, cambiar de laburo. Volantear.
Sentí un cachetazo. No podía ser cierto, pero sentí toda la potencia de un cachetazo, y cuando abrí los ojos ya estaba tirado en el piso. Me ardía la cara, había caído de costado. ¿Me había dormido?
Abrí los ojos. Frente a mí, el maestro Tanaka. Impertérrito, con su caña de bambú en una mano, como si fuera un director de orquesta. Iba vestido de blanco, esas camisas de lino con cuello mao y botoncitos. Iba descalzo, con las uñas de los dedos gordos de sus pies quizás demasiado largas, muy amarillas.
–No deje que lo distlaiga su mente, Hundled –me apuntó con su varita–. Sí, el cachetazo fue leal. ¿Pelo el sonido lo hizo mi mano, o su cala?
Algunos otros alumnos habían abierto los ojos y observaban, embelesados, la sabiduría del maestro. El hombre con su gesto, con su koan, nos guiaba hacia adentro, hacia el vacío que no tenía principio ni final del cual estaba hecho el universo, la pura conciencia, la fuente de todas las cosas.
–¡No mente, Hundled! –se acercó, un paso– ¡No mente!
Con un tan brusco como inesperado movimiento, le di un cabezazo. En las pelotas. Con la parte superior de mi cabeza.
Se derrumbó sobre el piso, Tanaka. Aullaba de dolor, se tomaba los testículos. Se le había juntado una excesiva cantidad de saliva en los labios, como espuma.
–No importa si voy a un restaurante o a lo de una prostituta, chino forro –me puse de pie, me sacudí la tierra de los pantalones–. Si pago, me gusta que me traten con algo de cortesía.

8 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Que buen cierre de tu historia. No se lo vio venir.
Y es deseable eso de la amabilidad, tanto en un restaurante como en una prostituta.
Un aplauso.

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! en la película que aquí se llamó ‘el abogado del diablo’, en un momento al pacino le dice a keanu reeves: no matter how good you are don’t ever let them see you coming. bellísima frase, conste en actas.

Marina dijo...

Qué lindo escribís hijo de puta! Todo mi desenfreno escarlata para vos.

J. Hundred dijo...

*marina filoc! durante mucho tiempo, le confieso, no supe muy bien por qué (ni para qué) escribía. quise, iluso de mí, construir un dique contra la tristeza. pero hay veces, por la virgen de itapirubá que llora lágrimas de campari, hay veces que el universo se acomoda. la abrazo, quizás excesivamente fuerte.

Marina dijo...

Un día le escuché decir a la Bortnik que llegar a un solo corazón bastaba para toda una vida escribiente. Puta que vale la pena estar vivo.

Alelí dijo...

Quién es el maestro y quién el discípulo?

J. Hundred dijo...

*marina filoc! yo una vez le dije a una chica que quería llegar a su corazón, pero sólo porque sabía que el corazón quedaba más o menos cerca de las tetas. estoy en gracioso, usted me va a saber disculpar.

*alelí! sos linda cuando querés, lo que pasa es que a veces no querés ni un cachito. la saludo con cariño.

Marina dijo...

*J. Una vez me tocaron las tetas, casi me da un ataque al corazón, yo era chiquita y creía que dios me estaba mirando todavía.