Me ofrecen trabajar, y lo que yo necesito es dinero.
Ahora me ofrecen amor. Mujeres divorciadas con una hija pequeña, mujeres que dicen que tienen mucho para dar ahora que han aprendido después de tantas vueltas en la calesita del amor. Jovencitas, jovencitas estudiantes de filosofía o de literatura que además saben programar en python y javascript y dicen que les encanta como escribo, quieren que las acompañe a la placita de Serrano a comprar collares hechos con uñas de focas y fideos dedalitos, quieren que caminemos de la mano y que yo les diga que me hacen acordar a la maga de Cortázar aunque no saben si se escribe ‘rayuela’ o ‘rashuela’. Me ofrecen amor mujeres con una leve bizquera o algo rengas o con una quemadura en el rostro que les hizo el padre con una plancha cuando eran niñas, mujeres que dicen después de la primer cerveza que están dispuestas a que nos vayamos a vivir juntos de inmediato. Mujeres que dicen que saben hacer pastel de papas y strudel de manzanas, también.
Me ofrecen amor, y lo que yo necesito es sexo. Nada sofisticado, pim pam pum, el viejo y conocido metesaca. Clasicón.
Lo que sucede me temo, es que el mundo está lleno de gente que ofrece lo que ni siquiera se dan cuenta que sobra, lo que chorrea por todas partes. Y eso no tiene nada que ver con lo que a mí me falta.