Es un minuto o dos, no hace falta más. Prestá atención a los gritos, los gestos, las voces, la locura enchastrándolo todo como si algún celeste Dios hubiera decidido baldear la realidad con mermelada de durazno.
Si te parás en el medio de la tribuna de un espectáculo deportivo, o de un recital, si te parás un minuto y mirás. Mirás las caras, sobre todo las caras, las expresiones, los saltos, los gritos, la explosión de una rabia quién sabe por cuánto tiempo contenida, las ganas de aullar como un enardecido lobo, de prenderse a un culo como una garrapata, de pegarle a alguien, a cualquiera, sentir el sonido de un puño contra una mejilla, el seco tambor de unas patadas contra un riñón o un corazón, una nariz o un diente que se quiebra con un particular cri cri, la sangre sigue siendo roja.
Si te parás un domingo a la mañana, un domingo cualquiera. Vas y te parás a un costado del punto de largada de cualquier maratón, no importa si es una carrera de cuarenta y dos kilómetros, o veintiuno, o diez.
Te parás a un costado, puede ser tres o cinco cuadras delante, y los ves pasar. La desesperación en el estado más puro capaz de imaginar, el terror a la muerte que nos arroja tan lejos de lo que alguna vez creímos que fuimos, el pánico más absoluto que no se puede aplacar ni con un millón de chuic chuics, suelas de goma rezándole a un indiferente asfalto, la energía derramándose como la eyaculación de una orca (¿se dice orco?) en el medio del mar.
Por eso está muy bien que hagas cualquier cosa con tu vida, podés coleccionar pornografía ordenada por un meticuloso índice temático, podés participar de un concurso fotográfico sobre insectos de la Guinea Ecuatorial, podés lustrar el automóvil hasta que veas si lográs que tu cara de pelotudo se refleje sobre el guardabarros, podés ir a clases de gimnasia hasta que descubras que todavía no se inventó la gimnasia para que se te vayan las ganas de llorar. Podés volverte un experto en olfatear culos o vinos, podés ir a tomar café a La Mallorquina, podés ir a charlar con un monje a Nepal.
Lo que no podés hacer, lo que no sabés hacer, es parar.
4 comentarios:
Brillante,como siempre!
Es increíble como tu oscuridad puede brillar.
Suya como siempre.
Mar
*angelacqua! estimada, qué hace por acá? no ve que no quedó prácticamente nadie? yo también me hubiera ido, le confieso, pero escribir es algo que todavía debo hacer. como lavarme los dientes antes de ir a dormir o meterme un poco el dedo en la nariz. imperativos categóricos podríamos decir. la saludo con cariño.
Rima con la inercia del texto principal
Lo mejor de Guinea Ecuatorial es que hablan español.
Lo malo es que por un corto tiempo fueron parte del Virreinato del Río de La Plata... Si se hubiesen quedado enganchados, hoy serían campeones mundiales de fobal.
Lo abrazo
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