18.7.15

Claro que me duele


Lo normal, lo de siempre. Mónica me dijo ‘tenemos que hablar’, y tenemos que hablar, para una mujer que por lo general no para de hablar, sólo podía significar una cosa.
Vivíamos juntos hacía unos cinco meses, más o menos. Ella estudiaba diseño o arquitectura, algo del estilo. Veíamos televisión, cogíamos, ella sabía cocinar, milanesas con puré. No sé, tampoco me parecía que hubiera mucho más para pedirle a la vida. Yo me había venido grande, pensar en torcer el destino es algo que se te ocurre cuando tenés menos de treinta. Lo que viene después es buscar que la realidad sea más o menos amable con vos. Lo que equivale a decir que no te pase por encima como un Flechabus de dos pisos. Una pacífica coexistencia con el horror de estar vivos, así podríamos denominarlo.
Ella salía del psicólogo a las siete, por Recoleta. Le dije que la esperaba en La Biela.
Entré, me senté. Estábamos en Agosto, hacía frío.
Me pedí un francés tostado de crudo y manteca, y una cerveza de tres cuartos. Me puse a mirar por la ventana. Uno de los mejores árboles de Buenos Aires, los turistas que pasaban, se hacía de noche.
Llegó, Mónica. Apurada, nerviosa, dejó sus carpetas, su mochila.
–Bueno –dijo–. Lo que te quería decir es que estuve pensando, y me gustaría que nos separemos.
No dije nada. Mordí el sándwich. La combinación de jamón crudo y manteca, crujiente el pan, exquisito.
–No estamos bien, Juan –se sacó el pelo de la cara–. Necesito estar sola por un tiempo, ver qué me pasa. No sé, quiero hacer un viaje. Ir a ver a mi hermana a Barcelona.
–Bueno –dije. Tomé un trago de cerveza. Estaba fría, pero no tan fría. Tan exacta, tan perfecta.
–Me voy a volver a lo de mis viejos –dijo Mónica. Tenía los puños apretados, sobre la mesa–. El fin de semana voy a pedirle a mi hermano que me acompañe con el auto, así me llevo mis cosas.
–Sí, claro –dije–. Por supuesto.
–Me quiero llevar la licuadora –miró, buscando a un mozo, pero los mozos de La Biela si no te conocen no te dan bola, te hacen sentir que sos una pila sulfatada, un pedacito de mugre, una minúscula partícula de soretito universal. No mereces estar sentado ahí ni por lo que dura un instante disfrutando de toda esa belleza, esa esquina tan maravillosa–. Acordate que me la regalaron para mi cumpleaños. A mí en el desayuno me gusta hacerme licuados de frutas. Y el televisor chiquito. Lo pagamos a medias, te compro tu parte.
–Llevate el grande si querés –mordí, mastiqué–. Llevate lo que precises, no hay problemas.
–No sé, Juan –levantó la mano, el mozo siguió de largo–. Me parece que peleamos mucho, discutimos. Yo necesito mi espacio, mis momentos para estar con mis amigas.
–Está muy bien –dije–. Avisame si venís el fin de semana, porque me invitaron a Pilar a un asado, capaz que me quedo a dormir allá.
–Tengo la llave, todavía –dijo ella, me miró feo.
–No, ya sé, yo por si necesitás ayuda para bajar algo. Vení cuando quieras, llevate lo que quieras. Menos mis trajes, por favor. Los necesito para ir a trabajar –Se hizo un silencio, como si no entendiera–. Es un chiste, pichona.
Llamé al mozo. Vino. Ella pidió una Coca Light, con limón. Miró su teléfono celular, contestó un mensajito. Sostenía el teléfono muy cerca de la cara, dejando en claro que lo que pasaba, en el teléfono, era importante.
–¿No me vas a preguntar nada? –Revisó los bolsillos de su abrigo buscando algo, quizás un papelito con una anotación, quizás una pastilla, tomaba algo para la tiroides.
–No.
–No te preocupa demasiado que me vaya, parece –dijo–. No se te ve destrozado ni nada parecido.
–Me duele, claro que me duele –dije, me serví más cerveza. Tomé, de un trago, medio vaso–. Pero voy a salir adelante. Quiero decir, son cosas que pasan, la vida.
–La verdad que no sé –probó su Coca Light, un sorbito–. Pensé que te iba a hacer moco. Pero si no te pasa nada, bueno, no es lo mismo. Es como que dejarte tiene menos gracia. No es tan entretenido.
–Entiendo –dije.
–No estoy tan segura, la verdad –dijo–. Me parece que si no me voy, si me quedo, puede ser mejor. Quedándome te hago mucho más daño.
–Eso seguro –dije. Le hice una seña al mozo, pidiéndole la cuenta. Con un índice y un pulgar apenas tocándose en el aire, como si escribiera, en el aire, con una imaginaria birome hecha de nada.
–No sé, quizás todavía no sea el momento de irme –dijo–. Quizás convenga que me quede un tiempo.

7 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Si es ficción, magistral imaginación. Si sucedió, magistral estrategia.
Al final, ella quería destruir emocionalmente al protagonista, no un tiempo para pensarlo ella sola. Y es capaz de quedarse, por eso.
Da la sensación de que el personaje, real o ficticio, conocía bien sus planes.
Magistral relato.

Arturo dijo...

Me dio miedo leer esto, pero al mismo tiempo placer. Excelente como siempre Juan

J. Hundred dijo...

*el demiurgo de hurlingham! mire, lo que yo le puedo asegurar es que el personaje, real o ficticio, tantísimas veces va dejando un surco hecho con las bolas sobre el asfalto indiferente. en realidad dos. lo saludo.

*arturo baldo! había una peli que se llamaba ‘la suma de todos los miedos’. y no se acercaba ni cachito, créame, a las cosas que me ha tocado vivir en el afectivo plano, quizás mucho más plano que afectivo. lo saludo.

Partisano dijo...

si este no es repetido le pega en el poste. Mina conchuda, tipo recontrapodrido de la conchuda, pero se la banca porque coge bien o al menos se deja coger por él y bla, bla, bla

J. Hundred dijo...

*partisano! que nos vaya bien a todos.

Jorge Aureliano dijo...

Yo hice lo mismísimo que relatas, Juan. Es increíble la simetría de la situación. Sólo que el final es distinto... Se fue posta, en el teléfono estaba hablando con un amigo mio. A veces no funciona, ojo.

J. Hundred dijo...

*jorge aureliano! la pregunta sería, estimado, cuál de las situaciones fue, por decirlo de algún modo, más perjudicial. para el masculino, de eso estamos hablando. 1saludo.