10.11.11

Experiencia traumática

Me secuestraron, así como te la cuento. Bajé a la nochecita a retirar plata del cajero, porque quería comprar cigarrillos y me había quedado sin plata, generalmente acreditan el sueldo el anteúltimo día hábil del mes. Retiré quinientos mangos, salí de la pecera, encendí un cigarrillo, y me levantaron con un auto.
Eran tres en un Renault 12 hecho pelota. Pero las armas eran nuevitas, las armas brillaban con esa particular contundencia de lo fáctico.
–Subí, boludo –me dijo uno que esperaba en la calle como para pedirme fuego, mientras otro, desde el auto, me apuntaba.
Subí, me dieron un culatazo en la cabeza, me debo haber desmayado.
Cuando me desperté estaba tirado en el piso, las manos atadas a la espalda, con esos plásticos precintos que se usan ahora y que no los podés romper ni en mil años. Estaba encadenado de un tobillo, además, a un caño que salía de una pared de ladrillos a la vista.
Abrí los ojos.
–Che, se despertó la bella durmiente –dijo uno.
Estábamos en un departamento, en un monoblock, bien alto, llegaba el olor del Riachuelo.
Era una cocina bastante precaria, pero había un buen televisor encendido, teléfonos celulares, como diez, sobre la mesa, varias armas.
Estaba el gordo que me había pedido fuego, sentado, tomando vino. Había dos más, uno jovencito, con una gorrita puesta al revés y la camiseta de un equipo inglés, quizás el Chelsea, terminaba un porro. Había una mujer también, sentada algo separada de la mesa, con cara de cansada, amamantando un bebé.
–Che, gato –el pibe del porro me habló, aguantando la respiración–, decinos un teléfono, así pedimos que te rescaten.
–¿Qué? –La cabeza me explotaba. Tenía un chichón del tamaño de una pelota de tenis junto a la oreja izquierda. Me incorporé como pude, para quedar sentado contra la pared. Me latía la cabeza, me sangraban las muñecas, me picaba la nariz.
–Un teléfono, gil –el pibe dio una calada más y me tiró la tuca que hizo chispitas en el aire–. No te hagás el pelotudo, porque te pego un corchazo acá, y te tiro al río.
Le di el teléfono. Marcó el otro, dejó el tenedor y agarró el teléfono. Era más grande, quizás el padre del pibito, o el tío. Estaba en cueros, tenía una fea cicatriz que le cruzaba la panza en diagonal. Comía ñoquis con estofado de una bandejita de plástico. Sobre la mesa había, también, una botella de Fanta de dos litros.
Había un reloj sobre los azulejos, arriba de la heladera, eran las dos y cuarenta de la mañana. Mónica debía estar durmiendo.
Sonó el teléfono, tres veces. El tipo puso el teléfono en altavoz, siguió comiendo.
–Si hablás sin que yo te diga –me miró, después miró otra vez su comida, se rascó la panza con el revés de un pulgar–, te mato de una.
–Hola –dijo Mónica, todavía dormida.
–Hola, nena –habló el gordo, tenía mi cédula en la mano–, tenemos a Juan.
–¿Qué?
–Que tenemos a Juan, pelotuda –el gordo tiró el documento al piso, se sirvió más vino, llenó el vaso–. Lo tenemos acá, a Juan, secuestrado.
Se hizo un silencio. Mónica procesaba la información, descubría que yo, aunque hubiera salido a tomar algo con los pibes, ya debería estar con ella, durmiendo en casa.
–¿Qué pasa? ¿Te dormiste? –preguntó el otro, mientras masticaba los ñoquis. Se manchó de tuco el costado de la cara.
–No, no –dijo Mónica.
–Tenemos a Juan –repitió el gordo, bebió medio vaso de vino, de un trago.
–Bueno –dijo Mónica.
–Queremos treinta mil dólares de rescate –dijo el gordo–. Si no, lo matamos.
–Jaja –Mónica se rió. Tenía una fantástica risa.
–¿De qué te reís, flaquita?
–Nada, nada –Mónica paró de reírse–. Treinta mil dólares. Quizás si me dan treinta años de plazo.
–¿Te creés que es joda? –el gordo acarició la culata de un revólver, un .38 corto, con dos dedos–. Voy a agarrar a tu marido y le voy a pegar un tiro.
–No es mi marido –dijo Mónica.
–¿Qué?
–No es mi marido –repitió Mónica–. Vivimos juntos hace un par de años.
–Bueno, linda, voy a agarrar a tu pareja y le voy a cortar un dedo con un cuchillo.
–Me parece bien, porque lo único que hace es meterse el dedo en la nariz –dijo Mónica. Los tres me miraron, la nariz. Era cierto. Meterme el dedo en la nariz era una de las cosas que me había gustado desde que era chico, desde siempre. Meterse el dedo en la nariz es una experiencia de lo más gratificante.
–Ah, sos graciosa. Bueno, le voy a cortar la japi, entonces.
–No problem –Mónica se rió otra vez–. Para lo que la usa conmigo, no creo que me de cuenta la diferencia.
–Nena, lo voy a agarrar a Juan, ahora, y le voy a quemar la cara con una plancha. Quedate en línea y vas a oír los gritos.
–Bueno, fijate si lo arreglás un poco con eso. Porque él ya es un monstruo, no sé qué carajo le habré visto.
–¡Boluda, te estamos pidiendo treinta lucas para no matar a tu novio! ¿Cuánto ofrecés?
–Nada –dijo Mónica–. Mándenlo cuando quieran, pero si se lo pueden quedar un tiempo más, mucho mejor. No tengo apuro.
Cortó. Mónica. El gordo volvió a llamar, daba ocupado. El de la cicatriz resopló sin levantar la vista de su comida.
Al rato se levantó la mujer con el bebé y se fue a uno de los cuartos. El gordo se tiró en un sillón. El pibito enchufó una playstation al televisor y se puso a jugar.
A la mañana siguiente me soltaron. Me dieron veinte pesos y una tarjeta para hablar por teléfono público.
–Tomate este que te lleva a capital –me dijo el gordo y me dio la mano–. Ahí te arreglás solito, ¿no?
–Sí –dije. El pibito esperaba al volante del Renault, misma gorrita, otra camiseta, de otro equipo. El de la cicatriz no estaba. Después de comer se había ido sin decir palabra.
–Deberías dejar a esa mina –el gordo había encendido un cigarrillo, me convidó uno, pitó–. Para vivir así, quizás convenga estar solo.
Asentí. El gordo se subió al Renault, y arrancaron. Pasaron delante mío, los saludé con la mano.

12 comentarios:

Dany dijo...

La descripción del lugar y de los secuestradores es excelente. Esta Mónica al final ( muy al final) resultó ser una tipa gamba a su manera. A las minas nunca les gusta que saquemos pan del horno. Abrazo!

Libelula de Acero dijo...

Si hubiera leído este texto en otro blog, vendría a denunciar el plagio.
Me gustan mucho estas construcciones de anti-héroes que hurgan sus narices.
Me gusta que este blog tenga su estilo.
Gracias!

Anónimo dijo...

Buenísimo, juro que mientras leía estaba ahí mirando, escuchando y oliendo todo... y no sé si no me tomé un vaso de Fanta... sí, sí, la escupí cuando me estalló la risa.
Mire qué cosa, otra vez, justo cuando lo necesitaba... merci.

Anónimo dijo...

Jajajaja una genia Mónica.
Por eso yo no voy al cajero de noche.

Paprika dijo...

Sublime! Gracias por el texto y los sabrosos detalles, casi se puede saborear esa tuca o los ñoquis, o el picor en la nariz.
Felicitaciones por la aparición en la Oblogo, también, eso fue una sorpresa esperada.
A su salud, JH!

Mecha dijo...

Maravilloso! La descripción de los tipos, del lugar... casi sentí también el olor del riachuelo.

Y Mónica... una genia!

J. Hundred dijo...

*dany! pareciera que usted me felicita y me disecciona, me toma examen a la vez. rechazo entonces su comentario por improcedente, tendencioso, malicioso, falaz, extemporáneo y abusivo. 1abrazo.

*libélula de acero! no se ofenda, se lo digo con respeto, pero debo mencionar que mi estilo y su gusto son fenómenos independientes. lo que le digo es que mi genialidad es algo que nos excede, difícil de comprender, no digo de analizar, y aquello que provoca resulta algo tan ajeno a mí como los terremotos o las catástrofes aéreas.

*tecontaretodo! no sé cómo decirle esto sin derrapar en la grosería. me ha pasado estar en situaciones donde la otra persona dice que es buenísimo todo lo que está aconteciendo, y al poco rato, la observo escupir.

*lucy in the sky! para ser una de las mayores promesas de la fotografía argentina, quizás una actitud algo conservadora de su parte.

*paprika! no está en mi ánimo contradecirla, pero la aparición en la prestigiosa revista que usted menciona, en caso de haber ocurrido, data del año 2008 o 2009. usted me felicita con un pasmoso delay que sólo puede atribuirse a la mala intención, o a un estado confusional severo.

*mecha! lo importante es sentir.

Paprika dijo...

J. Hundred, sin ánimo de ofenderlo, acepto que yo tal vez tenga un estado confusional severo. Mala intención, nunca. Usted se confunde caballero, permítame explicarle por qué. El texto que le menciono es "Service", y salió en la Oblogo en Octubre 2011, compartiendo tapa con "Mi payaso" de Yoni Bigud.
Además, y no es un detalle menor, no soy ninguna Paprika sino un Paprika masculino. Vea usted, cuestión de género.
Otro brindis por usté!

Mr. Kint dijo...

Lo que no sabe el gordo ni el pibe de la gorrita es que hasta las más terribles fechorías obedecen las rígidas leyes del mercado. En este caso, en una situación de monopsonio, haber tomado la posesión de un producto valorado en cero por ese agente, bue, fue al menos una movida poco astuta económicamente hablando.
Estar solo puede ser angustiante, pero algunas compañías pueden ser terribles, el tema es que uno lo nota tarde, digamos que le cae la ficha cuando mira hacia atrás, en retrospectiva, vio.
Muy, muy bueno. Saludos

J. Hundred dijo...

*paprika! no me consta.

*mr. kint! tenga por seguro que jamás nadie había utilizado el término ‘monopsonio’ en este precario espacio. usted, más que un ilustrado, es un entendido. un saludo.

Anónimo dijo...

Me metiste en tu bolsillo con tamaño cumplido, que se yo que venía a decir...

Anónimo dijo...

Y bueno, si dice algo gracioso justo cuando es el momento de tragar, aténgase a las consecuencias. ¿Vio que no derrapamos en ninguna grosería?