Era domingo entonces, y llovía apenas. Su mujer, la mujer de S. y sus dos hijos estaban todavía en el country, y nuestro amigo S. se había vuelto antes, después del asado, porque tenía trabajo atrasado. Nuestro amigo S. es un abogado, un abogado importante. Vive en un regio piso sobre la Avenida del Libertador, tiene mucho dinero, su señora está bárbara, sus hijos van al mejor colegio, S. maneja un auto alemán que es algo digno de ver. Nuestro amigo S. tiene cuarenta y tres años.
Nuestro amigo S. se salvó del impacto de su caída de un sexto piso no se sabe cómo. Está internado en una clínica. La mujer nos avisa diez días después que su marido, que es precisamente nuestro amigo S., se está mejorando de las lesiones. Que podemos finalmente ir a visitarlo.
Arreglo con M. Es domingo, otra vez. Vamos a la clínica. La clínica queda en Hurlingham, tiene un gigantesco parque, frondosos árboles, pocos pacientes, mucho silencio.
Un enfermero trae a nuestro amigo S. en silla de ruedas. Nos informa que se ha roto una pierna en treinta y tres pedazos, la cadera también, una costilla le perforó un pulmón, tuvo traumatismo severo de cráneo. Pero se salvó, está mejorando.
–Tuvo suerte –dice el enfermero y suelta la silla frente a nosotros–. Rebotó contra un árbol, si no se mataba.
Nos quedamos sentados en silencio, observando a S. de reojo. Tiene un vendaje en la cabeza y lleva puesto un pijamas azul oscuro con pequeños dibujos, me acerco un poco, los dibujos son simpáticos elefantitos blancos enlazados de las trompas. S. está ojeroso, está pálido, está muy delgado. La mirada fija en un punto por encima de nuestras cabezas.
–¿Cómo estás? –balbucea M. Lo conozco y sé que está más nervioso que yo, le tiemblan las manos– ¿Qué hiciste, loco? ¡Si tenés todo, si estás bien! ¿Qué te pasó? No entiendo.
Se hace un silencio. Un niño llora en algún rincón del jardín, probablemente al ver el estado del familiar que vino a visitar. Se escucha cantar a los pájaros y el chirrido de las ruedas de un carrito con bebidas que una prolija enfermera empuja a través del sendero. Hay muchos pájaros, yo nunca había visto tantos pájaros juntos.
–¿Por qué te quisiste matar? –insiste M. – ¿Me podés decir por qué?
–No daba más –dice S. muy despacio y sonríe. Es un sonrisa desde un lugar muy lejano, un lugar del que no se vuelve, yo he ido bastante al cine. Vi muchas películas, cualquiera lo sabe.
5 comentarios:
La sonrisa de quien volverá a intentarlo... a veces la vida, simplemente no da más de sí.. hay mucha valentía en los pasos dados por el suicida.. aunque no logre entenderlos, los respeto.
¿Visitaste Hurlingham? Saludos.
Alguien que lo tiene todo, como una esposa que está bárbara, y quiso matarse porque no daba más.
Se merecía sobrevivir para que le duela.
*beauséant! estimado, dejemos hablar a henri michaux. saludos.
Laberinto la vida, laberinto la muerte
Laberinto sin fin, dice el maestro de Ho.
Todo aplasta, nada libera.
El suicida renace a otro sufrir.
La prisión conduce a otra prisión
El pasillo conduce a otro pasillo:
Quien cree desenrollar el rollo de su vida
No desenrolla nada.
Nada desemboca en ninguna parte.
También los siglos viven bajo la tierra,
Dice el maestro de Ho.
*el demiurgo de hurlingham! estuve en hurlingham nomás. era la oportunidad de sentarnos a tomar un café en silencio, quizás como animales de diferentes especies que se reconocen y no se les ocurre nada, no saben muy bien qué deberían hacer al respecto. saludos
Sorprende más la pregunta de M. que el motivo por el cuál S. se pudo haber salvado.
Un placer haber pasado por acá.
Nos vemos en la próxima vuelta.
Lo saludo, desde la formación del E volviendo a Virreyes (la estación de subte más austral del Mundo)
*frodo! celeste carballo en su mejor momento, muchísimo antes de transformarse en un chancho cimarrón, cantaba aquello de ‘voy a tomar la ruta 3, una mañana para no volver..’. pero lo suyo es infinitamente más arriesgado. saludos.
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