28.2.25

Cotidiano


Moni entró a casa. Yo había llegado antes, me había bañado y me había puesto un short. Buenos Aires en Enero era el horror de estar vivo y no mucho más que eso.
Me había preparado un fernet con soda y unos daditos de queso. El televisor encendido en la National Geographic con el volumen bajito. Anochecía.
–No sabés lo que me pasó en la clínica –dijo Mónica. Y contó una historia de un paciente que había entrado con una herida de bala y cuando descubrió que los médicos habían dado aviso a la policía, era el protocolo, había intentado escaparse, medio desnudo, como en las películas.
–Increíble –dije yo.
Después Moni se cambió, se sirvió un vaso de jugo y me contó que se había reunido con Mariana. Mariana había quedado embarazada pero no le había contado nada a su novio. Finalmente, Mariana había decidido abortar, sin decir nada. Moni no estaba de acuerdo.
–Para mí es una decisión de los dos, ¿no te parece? –dijo Moni.
–No sé –dije–. Son situaciones.
Moni me dijo que iba a hacer arroz con pollo para la cena. Me dijo que había visto un auto precioso estacionado en la puerta de la clínica. Me dijo que le había encantado pero no sabía ni el nombre ni la marca.
–Los autos modernos vienen con todos los chiches –dije–. Son una computadora.
–¿No te interesa mucho lo que te cuento, no? –Me miraba, Moni, de pie, con los brazos cruzados.
–No –dije–. La verdad que no.
–¿Y se puede saber por qué estamos juntos, entonces? –Dijo y dijo un golpecito con el taco de un zapato sobre el parquet– ¿Eh?
–La verdad que no sé –dije–. Esperamos que pase alguna desgracia. La muerte o la cena. No sé, algo.

20.2.25

Modo avión


Es fácil, es muy fácil darse cuenta, es lo más fácil del mundo. Cuando ves una parejita en un bar cualquiera, si están por ir a coger o si, por decirlo de algún modo, vienen de coger. Si ya han cogido.
No, qué pelo mojado, el pelo mojado de la chota querido, no entendés. Estamos hablando de lo más profundo del ser humano, aquello que resulta la parte basal y constitutiva de su ser, aquello que lo habita.
Si están por coger, si dentro del plan en algún más o menos remoto después está el hecho de ir a coger, entonces el hombre habla. Gesticula, el masculino, mueve las manos, cuenta una historia. Se ríe o habla, ya lo dije, presta atención. A la mujer que tiene enfrente.
Si ya cogieron, si vienen de coger, si cogieron hace un rato o la noche anterior, entonces el hombre no habla. El hombre apenas toma un sorbo de café o mira por la ventana. Al hombre no le interesa en absoluto nada de lo que pudiera decirle la persona que tiene enfrente.
Ya que el hombre, su pulsión, su anhelo, aquello que lo ordena desde la dinámica de los fluidos, es ponerla. Es por eso que también resulta bien fácil darse cuenta cuando un hombre está en pareja y convive, cuando tiene a su disposición, se podría decir al ‘alcance de la mano’, la posibilidad de coger, de dar un escopetazo. Se le apaga la mirada, pierde el interés, deja de hablar más allá de lo necesario. Entra en modo avión.
Después de ponerla, después de coger, al hombre le importa técnicamente un pomo lo que suceda en el resto del planeta tierra. No quiere salvar a las ballenas ni saber si está por impactar contra la tierra un gigantesco meteorito. No le interesa al hombre el hambre en Etiopía ni si Estados Unidos está preparando una bomba nuclear hecha a base de pasta de maní. El hombre quiere un whisky o un cigarrillo o las dos cosas, poca luz, poco ruido.

10.2.25

No sé si te acordás


Te acordás cuando compartíamos un sándwich de milanesa con lechuga y tomate en pan francés, Villa Gesell, un sándwich que te secaba hasta el alma, y lo comíamos sentados en la calle dando un bocado cada uno, pasándonos el sándwich, una Fanta de litro a nuestros pies, todavía dormidos con el sol reventándonos la frente, y era el mejor almuerzo del mundo, el mejor almuerzo que podíamos imaginar. ¿Te acordás?
Te acordás cuando caminábamos por la playa de la mano jugando a chocar flanco contra flanco para volver a separarnos, para dar un tirón de un meñique o un pulgar y volver a chocar, la lluvia en el pelo, tus pequeños pies en el mar. ¿Te acordás?
Te acordás cuando nos mordía el deseo como un animal enfurecido y subíamos a una terraza y te apoyabas contra una pileta donde alguien se había olvidado una media de toalla de un desteñido rojo, y nuestras enloquecidas manos luchaban con elásticos y botones, y tus erizados pezones y mi mirada de loco y tus tobillos de reina. ¿Te acordás?
No llores, tonta. ¿Te acordás?