Me había preparado un fernet con soda y unos daditos de queso. El televisor encendido en la National Geographic con el volumen bajito. Anochecía.
–No sabés lo que me pasó en la clínica –dijo Mónica. Y contó una historia de un paciente que había entrado con una herida de bala y cuando descubrió que los médicos habían dado aviso a la policía, era el protocolo, había intentado escaparse, medio desnudo, como en las películas.
–Increíble –dije yo.
Después Moni se cambió, se sirvió un vaso de jugo y me contó que se había reunido con Mariana. Mariana había quedado embarazada pero no le había contado nada a su novio. Finalmente, Mariana había decidido abortar, sin decir nada. Moni no estaba de acuerdo.
–Para mí es una decisión de los dos, ¿no te parece? –dijo Moni.
–No sé –dije–. Son situaciones.
Moni me dijo que iba a hacer arroz con pollo para la cena. Me dijo que había visto un auto precioso estacionado en la puerta de la clínica. Me dijo que le había encantado pero no sabía ni el nombre ni la marca.
–Los autos modernos vienen con todos los chiches –dije–. Son una computadora.
–¿No te interesa mucho lo que te cuento, no? –Me miraba, Moni, de pie, con los brazos cruzados.
–No –dije–. La verdad que no.
–¿Y se puede saber por qué estamos juntos, entonces? –Dijo y dijo un golpecito con el taco de un zapato sobre el parquet– ¿Eh?
–La verdad que no sé –dije–. Esperamos que pase alguna desgracia. La muerte o la cena. No sé, algo.