30.12.24

Obsolescencia controlada


–Si hay algo que me revienta –dije–, algo que muestra que está todo podrido, que el mundo no da más, es la obsolescencia controlada.
–Eh –dijo ella.
–Sí –seguí–. Esa es la clave. Lo que deja en evidencia que el capitalismo es una trampa. Las bases, los cimientos del sistema, están podridos. Nada bueno puede ser construido cuando uno se basa en la mentira, en el engaño. Cuando te das cuenta que una lamparita está hecha de determinada manera para que comience a fallar, o que un desodorante en barra está puesto en un estuche que hace que se desperdicie, no sé, el último once por ciento. A propósito, para que tengas que comprar más. Y lo mismo ocurre con la puerta de los automóviles, con los interruptores de la luz, con la forma en que se colocan los tornillos en las sillas o el material empleado para hacer neumáticos. Todo está hecho a sabiendas para gastarse, para fallar. La génesis del sistema se apoya en el engaño, en la mentira. Obsolescencia controlada.
–Sí, puede que tengas razón –dijo ella–. Aunque tampoco sé muy bien por qué me decís todo esto. Digo, ahora, acabamos de coger.
–Es que no puedo creer lo arruinada que estás –dije–. Lo tuyo realmente es caída libre, después te quejás que no se me para.

*para estas fechas, es de lo más normal, el universo entero parece llenarse de pelotudos con mensajes más o menos edificantes. alguien tiene que compensar. saludos.

20.12.24

Exit sin o


Ella me dijo ‘tenemos que hablar’ y cuando una mujer te dice ‘tenemos que hablar’ es para despedirse. En realidad no ‘tenemos que hablar’, se trata de ella, ella quiere hablar, decirte por qué la relación no va más. Y la relación no va más por vos, claro que por vos, es fundamental que lo que sale mal en cualquiera de sus formas, en cualquiera de sus manifestaciones, sea por culpa de otro. Porque si la cosa que no anduvo, o que anduvo pero dejó de andar, si lo que no va más es por culpa del otro bueno, entonces cuando ella se despida habrá terminado con la presencia del otro y ahí sí podrá seguir de algún modo, ella, con ella, con su vida. Si la culpa no fuera del otro, si la culpa fuera de ella y ella se fuera con ella, entonces el problema no estaría resuelto, la situación sería mucho más compleja.
Así que me cita en un bar cerca de la facultad, la facultad donde está estudiando algo, algún posgrado de lo más importante con la cual sin dudas hará que el mundo sea un lugar mejor. Supongo que tratar que el mundo sea un lugar mejor es algo que todos queremos, aunque cada uno a su manera y ahí la cosa se complica.
Llego, me siento, es temprano, pido un café. Llega ella apurada, nerviosa, con el cabello mojado. Lleva además de la cartera una bolsa con libros, papeles, apuntes. Se sienta, deja sus cosas, o al revés. Primero deja sus cosas, después se sienta. Apoya el celular también, sobre la mesa. Por si recibe un wasá, por si la llama alguien. Lo importante es estar conectado, si permanecés seis minutos sin chequear un mail, sin mirar una pantalla de una computadora o el teléfono bueno, te morís. O no te morís pero desaparecés, dejás de existir. Lo virtual ganó la batalla sobre lo real, estar conectado es tu aire y tu alimento. Así se vive, signo de los tiempos diría el Prince.
–Bueno –intenta sonreír, se pasa una mano por el pelo como si acomodara un mechón de cabello detrás de una de sus fantásticas orejas–. Ya sabés lo que te quiero decir, Juan. Creo que lo nuestro no va más, deberíamos tomarnos un tiempo para ver cómo nos sentimos y…
–Mirá Adriana –la interrumpo, levanto un índice pero no mucho, queda, el índice, mi índice, entre nosotros, a la altura de mi esternón, quizás un poco más abajo–. Sería bueno que me digas algo, pero algo interesante. Quiero decir, es preciso que sepas que me han dejado muchas veces. Y por lo general las mujeres que han estado conmigo, la verdad que no tenían gran cosa para decir mientras estaban conmigo y bueno, tampoco tenían mucho para decir durante la despedida. Dos o tres imbecilidades de rigor, media foto, varios reproches, quizás el recuerdo de un amanecer compartido. Y la verdad que me gustás, no sé, cómo te acurrucás para dormir o la forma en que sostenés la taza de café con leche con las dos manos como si estuvieras bebiendo una pócima, un brebaje, esas cosas. Así que por favor te pido que si me estás dejando trates de decir algo original, así me quedo con un buen recuerdo de vos. Te pido por favor que no lo arruines, dejame bien.

10.12.24

Formas de ver


Cada tanto viene alguien, aparece alguien en la calle o en un bar o en la cola del supermercado. Alguien que me conoce, eso dice. Alguien que fue a la primaria o a la secundaria conmigo, alguien que me vio levantar la mano en la facultad y decir algo. Alguien que jugó al ajedrez o al waterpolo conmigo o contra mí. Alguien que me vio agarrarme a trompadas en Villa Gesell contra varios, alguien que leyó algo que yo escribí.
Y la persona que me habla sonríe, recuerda algún atributo de mi persona, mi manera de decir las cosas o de beber. Recuerda algo, algo mío, algo que era genial.
Pero cuando yo consigo recordar lo que me dice, la situación, lo que sea que me describen. Bueno. Lo que recuerdo era mi tristeza y mi angustia de saber que nada tenía el menor sentido, yo tuve la crisis de los cuarenta a los once años, la certeza de saber que mi fracaso era inevitable.
Nada de lo que me cuentan tiene el menor punto de contacto con cómo me sentía, lo que me pasaba, cómo lo viví.
Te lo digo por si te parece que lo estamos pasando bárbaro, no sé, lo bueno que es estar juntos. Los momentos compartidos.