10.1.21

Hacia lo divino


Si te fijás, si vivís en una ciudad del occidente capitalista civilizado por decirlo de algún modo y te fijás, vas a ver que siempre hay ruido.
La verdadera contaminación, lo que te come y te deja el bocho como un pedazo de bizcochuelo pishado por un oso pardo es la contaminación auditiva. Sí, claro, informativa también, el signo de los tiempos. Pero en este caso hablamos del sonido, del ruido, algo que te entra por las orejas. Porque llegado el caso podrías apagar la computadora, dejar de ver videitos por youtube o dejar de jugar a la playstation como un pelotudo cósmico. Pero el ruido no lo manejás vos. Ahí está la gracia.
Vas a tomar el subte y ahí estás, en medio de trescientas veinticuatro mil quinientas dieciocho personas hablando boludeces por sus teléfonos celulares. Salís a la calle y los automóviles te frenan en la cabeza, justo en la cabeza, para inmediatamente después volver a arrancar. Vas a un bar a desayunar, a tratar de recomponer los frágiles fragmentos de tu vida, y desde un televisor de 99 pulgadas te tiran baldazos de pop latino hasta que no sabés si tenés un ataque de epilepsia o estás bailando como chayanne. Te wisinyandelizan la bolsa de los huevos.
Los que han iniciado alguna suerte de travesía espiritual te explican que en realidad la dificultad, el incordio, es en verdad una bendición. Rindiéndote a una molesta condición es como, justamente, se trasciende la condición. La analogía más importante al respecto es la de Cristo en la cruz. El instrumento de tortura, una vez trascendido, se convierte en lo sublime, símbolo de la divinidad.
Es entonces como en medio del ruido encontrarás tu verdadero silencio, aquello que está más allá del tiempo y de la forma. Lograrás abrazar la beatitud embebido para siempre de paz interior.
También podés acercarte al pibe de la barra y preguntarle por qué carajo no baja un poco esa música de mierda. Ahí nomás, sin mayores dificultades e independientemente de tu pobrísimo estado físico, te agarrás a trompadas con quien se te ponga adelante. El resultado casi con seguridad te será adverso, pero no dejará de ser una gratificante experiencia.
Sí, ese pedazo de diente que está bajo la mesa es mío, y no, no pienso pagar lo que consumí. Eso es lo que me acaba de pasar.

4 comentarios:

José A. García dijo...

¿Sigue en pie eso de que el que pega primero gana?

Mucho ruído, extraño la cuarentena. Qué querés que te diga.

Hay cada pelotudo pito corto con la moto con el caño de escape recortado por el barrio que dan ganas de salir a repartir forros para que no se reproduzcan. Pero dudo que los sepan usar.

Ya está, se me zafo la cadena del enano fascista/taxista.

Hasta luego,

J.

Alberto Arenas dijo...

Muy buen post Hundred, de esos que invitan a la reflexión, obviamente en el más sagrado de los silencios. Le comunico sinceramente que su frase:
"Te wisinyandelizan la bolsa de los huevos" será utilizada por mi en el futuro, seguramente en más de una oportunidad.
Usted recoja el diente y vaya tranquilo, ésta vez invito yo.

J. Hundred dijo...

*josé a. garcía! es sabido, es regla y es norma, que el tamaño del caño de escape del vehículo es inversamente proporcional al tamaño del pito de su portador. el famoso ‘pitocorto motorizado’. lo saludo.

*alberto arenas! la frase ‘te wisinyandelizan la bolsa de los huevos’ es una genialidad, lo admito. y como tantas otras genialidades pasa de lo más inadvertida para el común de los mortales. así que bien por mí, y bien por usted. lo saludo.

Frodo dijo...

Interesante verbo wisinyandelizar. Pero Eliseo Subiela sigue siendo el mejor de todos para conjugar:

Yo Eliseo su biela, tu Eliseas su viela...

Lo abrazo