24.3.14

Una buena persona


         Era una pavadita, una cosa de nada que para mí servía, un truco.
         Cuando conocía a una chica, cuando salía con una chica por primera vez, la invitaba a cenar. A una cantina de barrio ubicada en Almagro, bien ambientada, chiquita, nada del otro mundo. Se comía bien.
         Y como yo solía ir, mucho, por lo general con amigos, bueno, podríamos decir que era habitué. Me conocían, en particular uno de los mozos. Algo gordo, el mozo, siempre transpirado y de buen humor, jovencito.
         Teníamos arreglado un acto. Cuando yo llevaba a una chica a comer, por primera vez, al entrar al local, le hacía una seña casi imperceptible, con la cabeza. O un guiño.
         Entonces él nos atendía, como si no me conociera. Hacíamos el pedido. Y cuando lo traía, bueno, ahí venía el asunto. Al servir el vino, él hacía un pequeño movimiento, como si alguien lo hubiera tocado de atrás haciéndolo trastabillar. Daba un golpecito, y salía un borbotón, un chorrito de vino, de la botella.
         La idea era que el pibe se ponía muy nervioso, debido a su involuntario error.
         –No pasa nada –decía yo, mientras el mozo no sabía cómo disculparse por haberme salpicado la camisa–. Dale nomás, quedate tranquilo.
         En eso consistía, básicamente, el truco. El mozo me salpicaba con el vino, se ponía mal, yo lo absolvía. Eso ocasionaba un fantástico efecto en mi ocasional acompañante. Veía que yo tenía sentimientos, que era una buena persona, que a pesar del inconveniente saludaba, dejaba propina. Por lo general, entonces, lograba que la chica se pusiera en un adecuado nivel de existencial predisposición. Para coger, claro.
         Fui con Carla, a la cantina. Martes, casi las nueve de la noche. Entré, dije que no tenía reserva, le hice, al mozo, el guiño. Carla era una piba que había conocido en una clase de yoga, flaca, poca teta, culito más que firme. Estudiaba arquitectura, creo, o ciencias de la comunicación.
         Elegimos los platos de la carta, pedí vino. Carla contemplaba la simpática decoración del lugar, la bandera de Italia, el cuadro del Padre Pío.
         El mozo trajo el vino y la entrada, berenjenas a la parmesana.
         –Están marchando las pastas –dijo.
         Sirvió el vino. Yo me preparaba con total naturalidad para hacer mi acto. Mostrar que no sólo me interesa coger. Que puedo ser magnánimo, altruista, comprensivo.
         Pero. Algo pasó. El mozo, que se llama Gastón, hizo el tropezón, el saltito. O quizás justo lo tocaron de atrás, una señora que iba al baño. Porque salió el borbotón, de vino. Pero manchó a Carla. En su remera, cayó la salpicadura.
         –Perdón –dijo Gastón, apoyando la botella sobre la mesa.
         –¡Pero qué pelotudo! –Carla se puso de pie, ofuscada– ¡Gordo forro, ni siquiera sabés servir un vino de mierda!
         –Bueno –dije yo. Gastón retrocedió un paso. Transpiraba.
         –Boludo –seguía, Carla– ¡Esta remera me la trajeron de Inglaterra, boludo! ¿No vas a hacer nada, Juan? –volvió a mirar a Gastón–. Te voy a hacer mierda, forro. Qué boludo que sos, se ve que tus papás son parientes, o te caíste de la cuna de cabeza, cuando eras muy chiquito.

6 comentarios:

Yoni Bigud dijo...

Cayó un soldado. Uno. En pos del objetivo. Sabía que podía pasar desde que se metieron juntos en la trinchera. Pensó que no, pero sí, esa es la vida recordándole que usted interpreta un libreto escrito por ella. Hágalo como mejor sepa, pueda o quiera. Pero hágalo. Aunque ahora intuya que el objetivo no lo vale.

Le dejo un candoroso aplauso y el saludo habitual.

J. Hundred dijo...

*yoni bigud! había un poema, un poema de saer, que decía, más o menos, así:

en uno que se moría
mi propia muerte no vi,
pero en fiebre y geometría
se me fue pasando el día
y ahora me velan a mí.

lo saludo con respeto.

Juan Sebastián Olivieri dijo...

Lamento vaticinarle, por la reacción descrita, que el ansiado nivel de existencial predisposición, de todas maneras no iba a ser conseguido en este caso. Quiero decir que, aun en la variable en la que el truco hubiera seguido los pasos programados, este ejemplar femenino sometido al experimento casi con seguridad se habría mantenido al margen de toda sensibilidad. Es mi ignorante opinión, por supuesto.
En todo caso, le agradecería a Gastón el haberme ahorrado la decepción posterior.
Un afectuoso saludo.

J. Hundred dijo...

*juan sebastián olivieri! siempre he apostado a encontrar lo mejor del alma humana. y si a veces he pedido con toda humildad pero con firmeza, a mi ocasional interlocutora, que se coloque, por decirlo de algún modo, en cuatro patas. es que mientras buscamos el alma, no está de más ir garchando un poco por el camino. lo saludo con afecto.

Mr. Kint dijo...

Mire, al principio dudé, podía ser otra cantina italiana pero cuando mencionó la foto del Padre Pío quedó claro. Ya quisiera yo que una burrita me diga en ese primer round de reconocimiento "¿te parece que vayamos a Pierino?"! Cómo me bajaría la guardia... otra sería la historieta de mi vida, mi querido Juan.
Pero no, hay minas que andan por la vida como si el mundo les debiese algo y otras como Carla, que bueno, mejor ni detenerse.
En un momento invitaba yo mucho a comer a alguna incipiente compañera. Siempre creí que en el lapso completo de ese ritual podrían salir a flote muchísimas aristas de su carácter y otras aptitudes tanto carnales como existenciales. Y bue, mi premisa en la elección era la de la medida de "no innovar", en el sentido de un lugar que yo haya testeado previamente, digamos, donde me sienta local. Y yo me siento local en lugares como el que usted menciona. No importa si es un bife en Club Eros o Social La Lechuza, unas pastas en Pierino o Spiagge, o la exquisitez de un pescado en Oviedo, ahí en la esquina de Beruti. Hay pasturas para cada yegua y lugares para cada ocasión pero siempre voy con el convencimiento de que en esas primeras salidas se puede ver el filoso pico del iceberg que todos llevamos dentro. Ah, y también el convencimiento de pase lo que pase siempre se puede ir a coger, tampoco hay que olvidar las prioridades.
Le mando un abrazo de hermano.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! en una oportunidad, hace varios años, arreglé para ir a cenar con una señorita al mismísimo oviedo (que debiera ser considerado patrimonio de la humanidad, como el taj mahal o las cataratas del niágara). la chica, al ingresar al establecimiento, me dijo: ‘es un lugar de viejos’. a lo que me vi obligado a responder, con infinita ternura: ‘no, no es de viejos. es simplemente que vos no lo podés pagar’. el resto de la velada no mereció mayores consideraciones. lo abrazo con gastronómica empatía.