1.3.14

El mundo a sus pies

     
       Fue de casualidad, como tantas otras cosas. Mariana fue a un pedicuro de barrio. Se le había encarnado una uña del dedo gordo, y de seguro se le había infectado porque le dolía a cada paso que daba. Bajó del colectivo, tenía cinco cuadras hasta su departamento, y vio el localcito a la calle. Decía ‘Pedicuro’, nada más, y había un ridículo cartel, un pie, que se podía ver como si uno, el que miraba, fuera el piso desde abajo, y el pie estuviera apoyado sobre la vidriera. La planta del pie, se veía, el contorno de los dedos. Todo, el pie, dibujado por una fina luz fluorescente, de un pálido lila, que se encendía y se apagaba.
       ​Tenía tiempo, los viernes se iba antes de la oficina donde trabajaba en el departamento de recursos humanos de una importante compañía. Nada, hacía los tests de manchas para los boludos que ingresaban a trabajar, liquidaba sueldos, mandaba mails corporativos anunciando los casamientos, embarazos, defunciones.
       ​Eran las cinco de la tarde, y tampoco había arreglado para hacer algo a la noche. Era separada, Mariana, su matrimonio había durado casi cuatro años, hasta que finalmente habían coincidido, con Pablo, en que no se soportaban. Ella se quedó con el departamentito que habían comprado, y le había ido pagando su parte, la de Pablo, en cuotas. Pablo se había vuelto a Chivilcoy y había puesto un consultorio, era psicólogo.
       ​Entró al pedicuro y preguntó si había algún turno disponible. Le dijeron que sí, que claro, ahora mismo. Pasó a un gabinete donde había unos cómodos silloncitos y una simpática tarima donde apoyar, de a uno por vez, los pies. También había una camilla.
       ​Ella solicitó el tratamiento standard, le dijeron que la duración era de veinte minutos, media hora como mucho.
       ​Entró un muchacho de barba, con el cabello recogido, muy delgado. Tenía puesto jeans y un delantal celeste de mangas cortas.
       ​–Hola –dijo el pibe que tenía pinta de cantar en una banda de reggae–. Soy Emiliano.
       ​Empezó, Emiliano, a masajearle los pies. Le hacía reflexología, frotaba sus pies con aceite de coco y esencia de lavanda, además de cortarle las uñas, limar callos, suavizar durezas. Le masajeaba el pie, con cuidado, con dedicación, friccionaba, apretaba determinados puntos.
       ​Sucedió entonces algo que la tomó por sorpresa, a Mariana. Desprevenida.
       ​Supo que era eso, conocía perfectamente la sensación y era eso, pero no podía ser eso. Mariana sintió que se mojaba toda, que acababa, que los orgasmos venían, uno detrás de otro en simpática procesión, casi grita, se tapó la boca con un puño, se le escapó una especie de maullido.
       ​–Perdón –dijo Emiliano–, quizás apreté muy fuerte. Si algo duele, por favor decime.
       ​El muchacho terminó y se fue a lavar las manos. Mariana cerró los ojos, intentó recomponerse. Estaba agitada, sudorosa, enchastrada de flujo.
       ​Logró ponerse de pie, se calzó los zapatos. Saludó, dejó propina.
       ​Raro, muy raro, pensó mientras se bañaba. Habían sido los mejores orgasmos que podría recordar desde la adolescencia. Pero no, no era el pibe, el pibe casi no la había mirado. Tenía que ser algo, algo de ella, en los pies. Algo que ella no sabía.
       ​Volvió a ir, el viernes siguiente. La atendió una mujer bastante excedida de peso con rasgos aindiados. Lo mismo, lo mismo. Tuvo que hacer notables esfuerzos para no retorcerse en la silla. Puro placer, en un momento soltó una carcajada de alegría.
       ​Increíble, increíble. Estaba exultante. Esperaba toda la semana su visita al pedicuro. El trabajo ya no la fastidiaba, estaba de buen humor. Una amiga le preguntó si se había hecho algo en la cara, bótox, un lifting. Le dijo que estaba más fresca que nunca.
       ​Salió incluso con Gustavo, el martes, fueron a cenar y a coger. Estuvo bien, todo muy bien, pero ni de lejos podía compararse con su visita al pedicuro.
       ​Su vida marchaba mucho mejor, se alineaban los planetas. Ya no la violentaba el tráfico de la ciudad ni hacer las compras en el supermercado. Iba al cine y salía también con Martín, le dijeron en el trabajo que la iban a nombrar subgerente.
       ​Hasta que un viernes se bajó del colectivo, caminó dos cuadras, dobló en MD, y se quedó quieta. No estaba. Sí, estaba, el local, pero no el cartel del pie nimbado de luz fluorescente. En su lugar, a un costado, un precario cartel donde podía leerse ‘Se alquila’.
       ​Se habían ido, así como así. El negocio no dejaba ganancias, quién tiene tiempo para hacerse los pies en un barrio de mierda, y cuánto se puede cobrar por ese servicio. Ni atendiendo cincuenta personas por día.
       ​Mariana se agarró el estómago con una mano y no pudo contener el llanto. La gente que pasaba por la calle la miraba, con una mezcla de extrañeza y empatía. Como se mira a alguien al que acaba de sucederle una tragedia, alguien al que le han dado una terrible noticia.

4 comentarios:

Angel dijo...

En un momento recordé cuando pasaban garganta profunda en el Malba y un se quedaba inquieto pensando los lugares donde puede alojarse (para sorpresa masculina) el clítoris.

Como reflexión me permití pensar en que quizás sea mejor terminar de esa forma, que aburriéndose por la rutina en que se transforma aquello que nos da placer.

Como siempre, un placer leerlo.

Lo saludo.

J. Hundred dijo...

*angel! no quería citar la frase, porque sé que la voy a usar en breve, pero usted me obliga. el señor carlos alberto garcía moreno, allá lejos y hace tiempo (si no chequeé mal la fecha fue en el disco ‘piano bar’, 1984), en el tema ‘cerca de la revolución’. dice: y si mañana es como ayer otra vez, lo que fue hermoso será horrible después. creo que eso es tan genial, tan tremendo. lo saludo con inquietud.

Mr. Kint dijo...

Usté es un tipo hermoso.
Tiene un pájaro azul adentro y aunque se haga el duro y lo cague a palos, no puede ocultarlo de todos todo el tiempo, y hay quienes cada tanto lo escuchan silbar, bajito, sutil. Y es magnífico.

Le mando un muy afectuoso abrazo y mañana continuo con las lecturas retrasadas.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! soy un sujeto demasiado sensible para este mundo, con todo lo que eso implica. lo abrazo con sana camaradería.