6.2.14

Pura adrenalina


         –Mirá –Me dijo Pablo–. Te voy a dar un ejemplo. Para que veas cómo me he formado. De qué estoy hecho.
         Pablo era un amigo de la adolescencia, lo que bien mirado equivalía a decir de toda la vida. Y siempre, que yo recordara, le había gustado ir al límite. Había hecho todas las artes marciales conocidas, también boxeo. Después, había comenzado a bucear en el Caribe, entre tiburones. Después le había dado por el alpinismo, había subido al Everest más de cinco veces. Saltaba en paracaídas, desde ya, por lo menos una vez por semana. Hacía parapente y kite surfing. Le gustaba irse a surfear, en invierno, a Hawai, y a la Polinesia. Olas de más de diez metros.
         Cuando venía de visita al país, Pablo me llamaba y aunque sea hacíamos un par de cervezas, o un desayuno. Se reía, Pablo, de mi estúpida vida.
         –No entiendo –decía Pablo–. Cómo podés levantarte todas las mañanas, una y otra vez, para ir a la misma oficina. Ni que hablar de tener que coger con la misma mujer. ¡La vida es vértigo, Juan! ¡Adrenalina!
         Actualmente estaba viviendo en Tailandia, Pablo. Competía en Muay Thai contra los locales. Cogía sin preservativo con prostitutas de quince años llenas de tatuajes adictas a la heroína, tenía siempre tres o cuatro jovencitas viviendo con él. Eran como geishas pero mejor que geishas, me explicó. Sabían cocinar y casi no hablaban. Estaban para servirle.
         Quise hacer un comentario acerca de los peligros de la promiscuidad sexual sin los debidos resguardos.
         –Las enfermedades son para los occidentales aburguesados como vos, Juan –se rió, Pablo, se golpeó el pecho con los puños, como Tarzan–. Una vez por semana me tomo un vaso de sangre de cobra. ¡Estoy inmunizado, Juan! ¡Hay que vivir la vida!
         –Mirá –me dijo. Habíamos bajado al subterráneo, íbamos para el centro, a comer. Debían ser las nueve de la noche–. Te voy a dar un ejemplo.
         Se había comprado un café, Pablo. En uno de esos vasitos térmicos. Apoyó, el vaso, junto al borde del andén del subterráneo. Sobre la línea amarilla.
         –Fijate, fijate lo que voy a hacer –dijo.
         Se puso casi acostado, apoyado sobre sus manos y los dedos de los pies, como quien se prepara para hacer flexiones de brazos. Justo sobre el vaso, su cabeza, en el limite del andén.
         –Mirá, Pablo, ya entendí el punto –dije. Algunos curiosos miraban–. Ahora levantate, que está por venir el subte.
         –Sólo se trata de soportar la presión, Juan –dijo. Recordé la frase, de alguna película. Más que probablemente dicha en una cornisa de un rascacielos, Al Pacino.
         –No hace falta. En serio.
         Se escuchó la bocina, más prolongada y fuerte que de costumbre. Venía, el subte, y el conductor, distraído al principio, debió haberse asustado de lo que veía.
         Pasó el subte, mientras frenaba. Estábamos casi al final del andén. Y en el momento que el subterráneos pasaba a no más de medio centímetro de la cabeza de Pablo, él hizo una flexión de brazos, quedó abajo, más cerca del piso, sosteniéndose con la fuerza de sus brazos. Y agarró el vasito de ese material tan parecido al tergopol. Lo agarró, al vasito, con los dientes, y echando un poco la cabeza hacia atrás, bebió un sorbo de café.
         Se fue, el subte. Pablo dejó, el vaso, otra vez con los dientes, sobre la línea amarilla. Se puso de pie, dando un acrobático salto.
         –¿Viste? –dijo, se reía, satisfecho–. No sé si viste.
         –Impresionante –dije–. Aunque se nos fue el subte.
         –Pará, pará –estaba exultante, Pablo. Volvió a acomodar el vasito, al límite exacto del andén. Se habían acercado algunos curiosos, aunque se mantenían a una prudencial distancia. La gente quiere ver, no participar–. Ahora lo mejoro. Vas a ver como lo mejoro.
         Pasaron un par de minutos. Se oyó, todavía lejos, el característico ruido del subterráneo, aproximándose.
         –Mirá –dijo Pablo–. Ahora vas a ver lo que es tomar riesgos.
         Se puso de espaldas, al andén, al vasito de plástico, también. A un metro de distancia más o menos. Y se dejó caer, hacia atrás. Quedó, otra vez, apoyado con las manos y los pies, su cabeza a escasos tres milímetros del borde donde finalizaba el andén. Pero ahora era mucho más difícil sostener la posición. Estaba haciendo un exigido puente.
         Me puse de costado. Tomé carrera, dos pasitos, y ‘¡flum!’. Volé el vasito a la mierda, a la mismísima mierda, justo antes que llegara el subte. De una patada.
         –¡Pero qué hacés! ¡Estás loco! –Se puso de pie, Pablo, alterado– ¡Me podrías haber quebrado un diente!
         –Lo que tenés que entender –dije, mientras subía al subte–, es que el hecho que no quiera jugar al backgammon con cocodrilos ni tirarme desnudo en paracaídas, de ningún modo implica que quiera ser tu espectador.
         Me miraba, Pablo, desde el andén. Dudaba si subir o no subir.
         –Todos vivimos en primera persona, Pablo –dije–. Me voy a comer.

6 comentarios:

Viejex dijo...

Gente curiosa. Tanto tentar a la muerte y no se bancan que uno los mate con la indiferencia.

J. Hundred dijo...

*viejex! el silencio es el lenguaje de Dios. en otro orden de cosas, una vez le dije a una chica ‘mirá, lo mejor que te puedo dar, lo mejor de mí, es mi ausencia’. ‘está bárbaro’, dijo ella, ‘aunque si podés agregale un audi A1’. lo saludo.

Angel dijo...

Una curiosa coincidencia me llevo a estar escuchando un tema de los redondos mientras leía su post. No pude sino pensar "Rock!". Gracias por la adrenalina de sus lineas. Un saludo

J. Hundred dijo...

*angel! descubro, en este sencillo pero no por eso menos emotivo acto, que no tengo demasiado para decirle sobre los redondos. así como tampoco tengo gran cosa para decir acerca del hambre en etiopía. ahora que lo pienso, quizás sea mi tan particular y única combinación de cosas sobre las cuales no tengo nada para decir. quizás sea eso, decía, lo que me vuelve prácticamente irresistible. 1saludo.

Mr. Kint dijo...

Me parece que Pablo, como tantos otros, lo único que quiere es llamar la atención. Es su particular manera de escaparse. Pero todos queremos escaparnos, ahí sí que no hay nada nuevo.

Usted obró de manera correcta en este caso. Le mando un abrazo.

J. Hundred dijo...

*mr. kint! hace tiempo he descubierto algo de lo más llamativo. lo único que la gente quiere, es escaparse. lo abrazo.