Me
llamó mi tía S.
Mi
tía S. vivía sola. Se había casado de grande, y había tenido un hijo. Después
el marido se fue a vivir al norte, creo que a Misiones, y la dejó. Mi tía S.
había trabajado de enfermera en hospitales, pero después engordó mucho y la
echaron. Se había vuelto descuidada, eso dijeron.
Como dicen los americanos, when it
rains, it pours. La
cosa sigue. Mi tía S. cuidaba algún que otro enfermo por horas, a domicilio.
Andaba siempre mal de dinero. Mi padre la ayudaba, mi tía S. era, y es, la
hermana de mi padre. El asunto es que mi padre la ayudaba mientras vivía, pero un día mi padre se murió
y entonces no pudo ayudar más a nadie.
Más. El hijo de mi tía S., H., tiene algo. Nació con algo,
un leve retardo. Dormía con mi tía, en la misma cama eso quise decir, hasta que
cumplió los 17 años. Y aún así costó sacarlo, mandarlo a dormir a su cuarto.
Era como un niño grande, de rubios rulos y mirada
transparente. Un chico en un cuerpo de noventa o cien kilos, se había vuelto un
ropero de dos puertas. No hacía nada, creo que no había logrado terminar la
primaria. Mi tía S. preparaba tortas, riquísimos bizcochuelos rellenos con
dulce de leche, con merengue arriba. Su hijo, que de alguna forma era mi primo,
se sentaba a ver la televisión, los dibujitos animados, los tres chiflados,
alguna serie de cowboys, durante toda la tarde. Comía torta, con la mano, y se
reía. Después, que yo sepa, no hacía más nada.
Cada tanto, cada tres meses, yo le llevaba algún dinero a mi
tía. Lo hacía por la memoria de mi padre. Le tocaba un timbre, mi tía bajaba y
nos íbamos a tomar un café a algún bar de Primera Junta, no me dejaba subir a
su casa, ni ver a su hijo. Yo entendía, de eso no se hablaba.
Al parecer había otra cosa, una cosa más, que le gustaba a H.,
además de ver los dibujitos animados en la televisión todas las tardes.
Las palomas. Eso era lo que le gustaba, estar con las
palomas.
Subía a la terraza del edificio de la calle Directorio, a
cualquier hora, y las palomas venían a su encuentro. No tenía que llevar comida
ni nada, sólo sentarse en la mugrienta terraza. Y las palomas venían, miles de
palomas, de quién sabe dónde, de todas partes.
Y H. se quedaba ahí, con una semisonrisa, el labio inferior
apenas entreabierto y quizás un hilo de baba cayéndole sobre el desteñido buzo,
mientras las palomas lo envolvían como una nube gris oscuro. Las palomas hacían
ese ruido, iban de un lado a otro con ese cabeceo tan particular, tan
característico, cagaban por todas partes. Y H. se quedaba ahí sentado, cubierto
de palomas, feliz.
Pasaba lo mismo si iba a cualquier parque, si lo llevaban de
paseo a una plaza. Las palomas querían estar con él y él quería estar con las
palomas. Así de simple.
Pero me llamó mi tía, mi tía S., un domingo a la mañana.
Me dijo que H. se había puesto peor. Había empezado a tener
ataques de madrugada. Se despertaba en mitad de la noche aullando de susto,
transpiraba, aterrado. Decía que se iba a morir, que tenía miedo. Lloraba.
Conseguí un psiquiatra que me recomendaron, la acompañé a mi
tía S., con H., a hacer una consulta. El chico entraba en una especie de
trance, se ponía catatónico. Se balanceaba un poco, hacia atrás y hacia
delante, y hacía una especie de gorjeo, un ‘pip pip’. Un poco parecido a Dustin
Hoffman, en aquel brillante papel que hiciera en la película ‘Rain Man’.
El psiquiatra fue lapidario. Dijo que había que medicarlo
fuerte, había que internarlo por un tiempo. Si no, cualquier noche, en medio de
un ataque, podía matarse.
S. estaba desesperada, pero sabía que no había otra
solución. Me hice cargo de los gastos, vimos las instalaciones, había un buen
régimen de visitas. No era demasiado lejos. El lugar que nos recomendó el
doctor, por Hurlingham, tenía un regio parque. Los internos que vimos parecían calmados,
el personal amable.
Llegó el día. Era un domingo. Fui a la casa de mi tía, con
el auto. Mi tía lloraba y hacía notables esfuerzos por contenerse. Estaba
devastada.
Toqué timbre, subí. Mi tía aguardaba con la valija que le
había preparado a H., junto a la puerta.
–¿Dónde está? –Pregunté.
–Arriba –me dijo mi tía–. En la terraza. Despidiéndose de
las palomas.
Había que proceder, a veces hay que hacer lo que hay que
hacer y no mucho más que eso. La vida es elegir entre lo malo y lo peor. Nada
para agregar al respecto.
Puse la valija en el baúl, senté a mi tía S. en el asiento
del acompañante. Le dije que me esperara en el auto.
Subí a la terraza, a buscar a H.
Ocho pisos por ascensor, uno más por la escalera. Abrí la
puerta de metal.
Ahí estaba. Sentado en el medio de la terraza, en el piso,
las piernas cruzadas, las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba.
Como si hubiera estado meditando pero se hubiera cansado. Miraba hacia el
frente y hacia ninguna parte. El sol le pegaba en la cara y le pegoteaba un
poco los rulos a la frente. S. le había comprado un equipo de gimnasia.
Había palomas, miles de palomas, sobre su regazo, sobre sus
hombros, sobre su cabeza. Palomas sobre el piso mirándome con sus reprobatorios
ojos laterales, fulminándome de amarillo. Haciendo ese sonido de fondo, como si
perdiera una cañería, como si el edificio entero estuviera gorgoteando.
–Bueno, H. –me adelanté un paso, se me había secado la
garganta–. Tenemos que ir, tu mamá ya te explicó. Es por un tiempito, nomás,
hasta que te mejores. Es por tu bien.
Levantó la cabeza, apenas, ni me miró.
Entonces pasó algo. Como una explosión, como un tornado.
Aleteaban, las palomas, todas las palomas hacían un tumulto de alas. Se hizo
una mancha gris y mi primera impresión, por el sonido, fue que las palomas lo
estaban aplaudiendo. Suena ridículo, pero me pareció que las palomas lo
aplaudían con las alas. Como si le estuvieran dando ánimo.
Pero no, la mancha se concentró, el sonido se hizo más
fuerte. Y H. se despegó del piso, así, sentado como estaba. Más fuerte, el
sonido, más fuerte, y H. quedó acostado, boca arriba, en el aire.
Se lo llevaban, las palomas. Se lo llevaban y alcancé a
escuchar que H. tarareaba una canción muy dulce con su vocecita de niño. Se lo llevaban
en el aire, más alto, más lejos, y H. cantaba.
10 comentarios:
¡Qué bueno, Juan!
...La vida es elegir entre lo malo y lo peor...yo elijo leer H. y las palomas y la vida mejora.
Por momentos me despertó ternura. En otro, soledad y cansancio.
El final, espectacular. Y un alivio, algo de la magia volvió.
Me gusta.
beso
Me hizo recordar que en cada casa hay un "de eso no se habla". Hasta que llegan las palomas o un familiar decidido. Abrazo!
*juan sebastián olivieri! había una canción, una canción popular por cierto, que decía, en su estribillo, algo, una hondura del estilo de ‘tomate un vino y olvidate’. lo que le quiero decir es que los caminos del señor son infinitos. lo saludo con afecto.
*alelí! quizás mi magia no volvió, quizás mi magia estuvo siempre y usted no es capaz de percibirla. no por habitual deja de resultar curioso para mí, el hecho de ser tan pero tan genial, y que prácticamente nadie lo advierta. le mando un beso en la frente.
*dany! a mí me parece que todo el mundo lleva un opatowski dentro. un abrazo.
A pesar de la tristeza que me quedó, me pareció hermoso, Hundred. Saludos.
Hoy leyendo la última parte solo vino a mi mente el cuento aquel del viejo que le pone pegamento al árbol para poder matar a los loros y cuando sale con la escopeta estos comienzan a aletear, arrancan el árbol y se lo llevan
No se me ocurrió pensar en otra cosa… a veces me parece que me he vuelto muy bestia, y casi siempre creo que esta bien, no se…
Abrazo
*viejex! por favor no me malinterprete, tampoco se ofenda. chicas que han fornicado conmigo me han dicho cosas más o menos parecidas. lo saludo con respeto.
Qué decirle, Juan. Vengo a ponerme al día de lo que no había leído y me deja este último texto que es una maravilla. Tal vez con ciertos símbolos que no sé si alcanzo a entender. Una belleza las imágenes.
Volví, usted no se fue nunca, usted sigue alumbrando, regalando finuras. Le agradezco. Lo felicito y le mando un fuerte abrazo.
*mr. kint! hay veces que yo no sé qué es más importante, en este demasiado precario espacio. si que esté yo, o que esté usted. lo saludo con afecto.
vuelvo a leerlo despues de años quizas, nose porque me acordé del subte + lleno y google hizo el resto, que bueno aun esta entre nosotros.
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