En la secundaria tuve un amigo que se llamaba Javier.
Resultó que Javier tenía dinero. Bueno, no él, su padre, su familia. Aunque a
esa edad, con menos de dieciséis años, tener dinero o no tener dinero no
cambiaba nada. Que uno no se daba cuenta de las diferencias, la cabeza estaba
en otra cosa, eso quise decir.
Nos invitó Javier, a Damián y a mí, una semana de
vacaciones. Javier veraneaba todo el mes de Enero, desde que podía recordar,
desde siempre, en Punta del Este. Tenía un regio departamento en la parada 11
de la mansa, frente al mar. Y nos había invitado a sus dos mejores amigos, a
Damián y a mí, una semana. Al Uruguay, a Punta del Este, a su casa. Una semana
en la que no iban a estar sus padres, ni sus hermanos, nadie de su familia.
Nosotros solos, imaginate.
De más está decir que tanto Damián como yo no lo podíamos
creer. Pibes de barrio, familias que aspiraban a ser de clase media, vacaciones
en Miramar en el departamentito de unos abuelos, en mi caso. Íbamos a ir a
Uruguay, íbamos a viajar en aliscafo, necesitábamos un poder de nuestros padres
para salir del país. Pura aventura.
Pero nada de eso importa, lo que quiero contar es otra cosa.
Todo lo que digo, lo que escribí, es puro contexto.
Lo importante es que tanto Damián como yo éramos dos pibitos
sin un mango, yendo de invitados una semana, a Punta del Este. El mundo
desplegaba ante nuestros azorados ojos su maravilloso abanico de colores. Allá
fuimos.
Habíamos ido a hacer las compras, Damián y yo. Javier se
había quedado en su casa, bañándose después de un día de playa, hablando con su
madre por teléfono, no sé. Nos tocaba a nosotros hacer las compras para la
noche. Ravioles o fideos, fiambre y queso, gaseosas.
Había en Uruguay, supongo que siguen existiendo, unas
galletitas llamadas ‘Bridge’. Eran unas obleas,
cuadradas, con un relleno de mousse, una pasta de chocolate. Las
galletitas eran riquísimas, y caras para nosotros. Supongo que a nuestra
particular falta de dinero había que agregar un tipo de cambio adverso, esas
cuestiones que suelen tener que ver con la económica realidad de los países y que de alguna manera terminan llegando a los individuos. A las personas.
Entramos a un supermercado que estaba en la parada 5 y la
Roosevelt, habíamos salido de la playa y fuimos al supermercado, antes de volver
caminando al departamento de Javier.
Entramos al supermercado, y Damián me contó su idea. Me dijo
‘pará, Juan, tengo una idea’.
Su idea era la siguiente. Yo iba a agarrar un paquete de
galletitas ‘Bridge’. Luego, iba a ir a la caja a pagarlo. Luego, volvía a
entrar al supermercado, para encontrarme con él, y hacer las compras.
Como si de un iceberg se tratara, faltaba la mejor parte de
la idea, lo que no se ve. Lo que subyace.
Teníamos que abrir el paquete de galletitas, y con absoluta
despreocupación, comer. Terminado el paquete, debíamos agarrar otro, otro
paquete, lo abríamos, y continuábamos comiendo. En caso de ser increpados por
algún guardia de seguridad o personal del supermercado, la respuesta era de lo
más simple. ‘Sí, señor, estamos haciendo las compras, y teníamos hambre. Acá
puede ver usted el ticket de estas galletitas’.
Siempre un paquete de galletitas encima, y el ticket.
Impecable lógica.
Nos quedamos en el supermercado una buena media hora. Debemos
haber comido nueve paquetes de ‘Bridge’, quizás once. No íbamos a tener ni
ganas de cenar. Nos reímos mucho.
Nos limpiamos las miguitas y fuimos con el carrito a la
caja, a pagar nuestras compras.
Al llegar a la caja debí haber notado que algo sucedía.
Nos estaban esperando, junto a la caja, personal de
seguridad, policías, incluso gente de prefectura.
Para resumir, nos obligaron a pagar unas cinco veces más de
lo que habíamos comido. Tuvimos que llamar a Javier para que trajera todo el
dinero que habíamos llevado para la semana de vacaciones. Fuimos demorados, en
una comisaría. Amenazaron con llamar a nuestros padres y deportarnos. Tuvimos
que rogar bastante, pedir disculpas, jurar que jamás lo volveríamos a hacer.
Fue entonces cuando supe que me sería difícil vivir con las ideas
de otros, por más buenas que fueran. Se me iba a tener que ocurrir algo a mí.
10 comentarios:
No se porque me trajo a la memoria un recuerdo de cuando me dieron mis viejos guita para comprar un cuaderno que pedia la maestra. Como no me lo pidieron me compré el chocolate felfort mas grande del Universo ese que venia en barras y era enorme y me lo comi en el baño del colegio durante un recreo. Lo demás no necesito contarlo, creo.
Un abrazo, Juan!
Me hizo recordar un par de anécdotas "punga" en algún mini mercado también playero. Mucho más humildes, alguna barrita de azufre, algún que otro paquete de DRF -Nada muy Ocean's Eleven -
Su reflexión final es digna de una cónclave de filósofos atenienses, aunque no lo veo muerdenucas a ud.
Si no es mucho pedir ¿qué fue de la vida de Damián? ¿Terminó como CEO de Enron o Lehman Bros?
Esa idea salvadora de la que Ud. habla yo ya la tengo. No quiero aburrir con detalles aquí, pero el túnel está casi listo.
Saludos.
¡Maravilloso!
¡Qué buen relato!
Ideas le sobran, Juan. Y arrojo también. Deben ser cosas que se forjan de niño.
Punta no es lo mío. Yo de pendejo siempre veraneé en el sur de Brasil, por idiosincrasia y costumbre. El ritual veraniego consistía en un viaje de un par de días en auto desde Córdoba. A veces iba mi primo con el que compartíamos andanzas. "Andá vos primero que hablás bien" me decía él y como mucho acabábamos por meternos en algún picado de fútbol. Cuando iba él primero la historieta era otra y por lo general el muchacho terminaba socializando con alguna garota y en contadas ocasiones si se daba la suerte yo capitalizaba algún rebote.
Ahí me di cuenta que no pasaba por saber algo; era otra cosa, algo innato que no me fue dado en grandes dosis.
Abrazo.
*dany! si lo hice recordar algo que tiene que ver con un chocolate, está bien para mí. 1abrazo.
*a. torrante! tengo algo para contarle sobre damián, una cosita más. en otro verano, en villa gesell, debíamos ser 11 pibes en un derpa. y a la hora de dormir, damián insistía en que necesitaba una frazada más encima, porque él se había acostumbrado a, según sus propias palabras, ‘dormir con peso’. ni bien dijo eso, a la noche siguiente, bastó que nos miráramos un par, y al grito de aura, nos tiramos diez tipos encima de él. querés dormir con peso? así que querés dormir con peso?, recuerdo las risas, y al gaby o a tutu saliendo de la montonera, tomando carrera dentro de la precaria habitación, para volver a tirarse encima de la pila de gente. bueno, el asunto es que le fisuramos dos costillas con el chistecito, junto con una luxación de clavícula. al tiempo, según me contaron, damián se metió en finanzas, así como usted dice. hizo carrera.
*rob k! por fin alguien al que se le ocurre algo. no sé, usted me avisa.
*juan sebastián olivieri! creo que usted, quizás víctima de una insólita empatía, se ha vuelto generoso para con mis palabras, lo que equivale a decir para conmigo.
*lunática! y diga que no le cuento un par de detalles más de ese verano, porque se me va y no me dirige más la palabra.
*mr. kint! en el 97% de los casos, de las situaciones, no pasa por saber algo. el 3% restante es dónde queda la calle jean jaures, o en qué góndola de farmacity están los cepillos de dientes. 1abrazo.
Listo, con este post pasas a ser "emprendedor". Podes ponerlo en tu tarjeta junto a CEO & Publisher.
De nada.
(y me alegro que vuelva a la normalidad luego de la novelita del otro dia :-) )
Hay amores que matan o al menos rompen...La sacó barata y al menos aprendió que cuando te gusta el peso, alguien va a terminar con algo roto.
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