7.11.09

Un percance

Soy el encargado de la presentación, de presentar el proyecto. Así se habla en el mundo de los negocios de hoy, esa es la jerga, no me hagan sentir más ridículo todavía.
Trabajo para una consultora, una importante consultora, y tenemos que presentar el proyecto ante nuestro potencial cliente, que ya es cliente, pero tiene que decidir si renueva el contrato, el contrato con nosotros, que ha vencido.
Para no aburrir. Estamos en las oficinas de los clientes. Torre Alem Plaza, piso treinta y tres. Vamos a hacer la presentación. Los clientes son un estudio de abogados, alemanes, que representan a un banco alemán, que maneja los fondos de un conglomerado alemán.
Si renuevan el contrato, entonces todos seremos felices. La empresa de consultoría con todos los que estamos adentro de su nómina, entre ellos yo. Habrá dinero, mucho dinero, por dos años. Compensaciones extraordinarias, autos, teléfonos celulares que te pueden avisar el ingreso de un mensaje de texto mediante un maullido o un ladrido para que vos sepas si el mensaje es importante o no aún antes de leerlo, viajes en avión en primera clase, estadía en los mejores hoteles. Vida de ejecutivos, lo mejor que se puede conseguir si no sos cantante de rock.
Si no se renueva el contrato, entonces es el fin. Nada. Kaput. Va a cerrar la consultora, y nos van a dar una patada en el culo a todos. Sin el contrato con los alemanes estamos muertos, es así.
Está por comenzar la reunión, somos tres del lado de la consultora, y cinco del lado de los alemanes, incluido el mismísimo Otto Rutger, el número dos del consorcio, allá en Dusseldorf, que vino especialmente para la presentación. Un alemanote de más de dos metros que parece raspar las palabras antes de pronunciarlas, y que no se ríe nunca. Han bajado las luces, la gente terminó su café. Está lista la notebook y el proyector.
Paso al baño, por un instante. Como cuando era chico, en la facultad, antes de un examen, me ataca un ingobernable deseo de cagar. Camino por una alfombra color ladrillo de treinta centímetros de espesor, paso por delante de una secretaria que es la mujer más linda que yo haya visto jamás, incluyendo el cine y la televisión, sigo por el pasillo, unos veinte metros más, viendo los cuadros de fondo turquesa o color petróleo, y las camaritas de seguridad que registran y acompañan cualquier cosa que se mueva.
No quiero ponerme escatológico, pero es parte de la historia, la parte, por decirlo de algún modo, sustancial. Entro al cuarto de baño que huele a quirófano y a violetas, voy a uno de los cinco cubículos, cierro la puerta y me suelto el cinturón, dejo caer los pantalones, me bajo los calzoncillos, me siento, todo en un grácil movimiento ejecutado con precisión a pesar de la urgencia.
–¡Plrrrshgrrrpfprrrraaashplshhhfsh! –El alivio. La naturaleza que ordena. Que acomoda. Que expulsa y regula. Válvulas que se abren, palancas que se mueven, pistones, complejos mecanismos.
Algo está mal. Ha llegado el sosiego, vuelvo en mí, pero sé que algo está mal. Estoy bien peinado, impecablemente afeitado, algunas gotas de sudor sobre mi labio superior, bien perfumado, impecablemente vestido, rápido de palabra, ingenioso, solvente, perspicaz.
Me cagué la camisa. Así como lo cuento. La camisa es blanca, es nueva, es cara, algodón egipcio, tiene los faldones muy largos. Faldones que en el apuro, han quedado del lado de adentro del inodoro. Me cagué la camisa. Así como lo cuento, otra vez. No puede estar pasando esto. No puede ser verdad.
Me saco la camisa, con cuidado. He cagado casi toda la parte de atrás, por debajo de la línea de la cintura. Estoy en cueros, sosteniendo la camisa en alto como si se tratara de una radiografía o de un repulsivo animal. Ahora estoy transpirando de verdad.
El olor es fuerte.
En un último y desesperado intento, manoteo los bolsillos de mi pantalón, pero no, de ninguna manera. El teléfono celular ha quedado apoyado sobre la mesa, junto a mi laptop. Un buen teléfono, con más funciones de las que yo sería capaz de manejar.
Estoy ahí, con el torso desnudo y brillante de transpiración, temblando un poco, mirando la camisa pintada de mierda como si se hubiera esmerado el mismísimo Pollock, negando con la cabeza.
Puedo ponerme la camisa, como si nada, reprimir el asco, y volver a la sala de conferencias. Dar la presentación, hasta que el olor haga que alguien se desmaye, y entonces, tratar de escapar.
Puedo salir corriendo, con el pecho al aire, la camisa hecha un bollo, y tratar de llegar a los ascensores, ganar la calle, subirme a un taxi y decirle al taxista ‘¡rápido, me está persiguiendo un gorila plateado, lléveme a la comisaría más cercana!’.
Puedo esperar que alguien entre al baño y golpearlo en la cabeza, fuerte, tratar de desmayarlo pero no de matarlo, para robarle la camisa.
Puedo escribir lo que me sucedió para que vos me digas qué hubieras hecho en mi lugar.

15 comentarios:

Nefertiti dijo...

Si su dentadura aún está en buenas condiciones, sería cuestión de intentar rasgar sustancialmente la parte trasera de la camisa (sin pensar su precio), acomodar el resto lo mejor posible dentro del pantalón, ponerse el saco y no sacarselo, aunque la temperatura sea de 35° durante la presentación. Y claramente filmar un aviso de mastercard....
Camisa de algodón egipcio: U$Suymerompieronelorto, destruirla por haberla cagado... priceless!!

Anónimo dijo...

Nefertiti fue muy prctica, y porsupuesto coincido

Anónimo dijo...

Ponete el saco.
Ponete el saco y cara de pelotudo.
Los alemanes no tienen buen sentido el olfato y, por sobre todo, rehuyen a lo escatológico como si fuera un demonio dentado.
Y ya está.
Despues de eso, hace lo que quieras.

Viejex dijo...

En primer lugar a mi no me tutee.

Con ese olor a mierda no pretenda demostrarme que me aprecia ni que me considera alguien de su confianza.

Mi solución es limpiar la camisa lo mejor posible en los lavatorios y arrojar camisa, pantalón, zapatos, etc. través de la ventana del baño. El lavado es al sólo efecto de que el olor no lo delate prematuramente. Si se anima golpéese la cabeza con algo contundente, eso ayudará a hacer mas creíble el ardid.

Preséntese a la secretaria o a don Otto en calzoncillos (lo que prefiera) y dígale que lo han asaltado en el baño.

El resto se lo dejo a su albedrío.

Gustavo Faigenbaum dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gustavo Faigenbaum dijo...

Esto me hace acordar a los problemitas de lógica de Paenza. La respuesta es muy simple. Todo en el relato (una vida profesional de obsecuencia a banqueros y abogados alemanes, la idea de que la felicidad consiste en recibir mucho dinero y celulares fashion por hacer un trabajo de mierda) muestra que el protagonista ya estaba sumergido en el mundo caca desde el comienzo. Un poquito más o menos de mierda explícita en la camisa es irrelevante, no cambia la historia.

HB dijo...

La secretaria era yo. Me hubieras dicho, te hubiera dado una mano.

LeO dijo...

Saco y corbata: sin la camisa...

En esta época del año tan ausente de bronceado, nadie debería notar la ausencia de la blanca camisa.

Mauro dijo...

"No sé quién de ustedes fue el hijo de puta que cagó afuera del inodoro pero decidí limpiarlo con mi exquisita camisa de seda egipcia, a modo de adelanto de nuestra servil asistencia. He aquí la muestra", mientras eleva el trapo en alto diseminando en el salón, el penetrante (vaya contradicción) bouquet de esa mierda prodigiosa.

J. Hundred dijo...

*nefertiti! no puedo dejar de reconocer su arrojo, su espíritu aventurero.

*anónimo!

*anónimo! para todas las situaciones de la vida misma donde sirva poner cara de pelotudo, bueno, cuento con un magnífico hándicap.

*viejex! bien, muy bien. dignísimo.

*gustavo faigenbaum!

*gustavo faigenbaum! en mi tan triste como espléndido derrotero laboral, en mi particular e intransferible via crucis, me ha tocado, por supuesto, interactuar con personas que abominan del sistema. resultan, por lo general, sujetos fáciles de reconocer. en un viaje en avión, por poner un ejemplo, son aquellos que se roban los cubiertos de plástico.

*hb! no creo.

*leO! usted elige fracasar con una generosa dosis de originalidad, cosa que yo respeto y admiro.

*mauro! en alguna oportunidad, en una emblemática serie de tv, el viejo maestro po le decía a un jovencísimo wanchankein: ‘cuando puedas caminar sobre papel de arroz sin dejar huella, habrás aprendido’. usted, en el camino de la sabiduría, ha llegado muchísimo más lejos, y yo se lo agradezco.

Yoni Bigud dijo...

Hacerse el boludo es lo que más paga.

En los tiempos que corren, la vista es el único sentido importante. Si la gente no ve, es difícil que acuse a alguien.

Un saludo.

J. Hundred dijo...

*yoni bigud! hacerse el boludo, más que un proceder, debiera tener ribetes de religión. un saludo.

MaGa dijo...

Enjuagar la parte de atrás de la camisa, estrujarla al máximo...y volvérsela a poner mojada por detrás.

Romper la espalda de la camisa, tirarla a la basura y abotonarse el frente. No olvidar ponerse el saco.


Salir del baño, ir con la mujer mas linda del mundo y explicarle la situación. Las mujeres suelen saber còmo solucionar esas cosas.

J. Hundred dijo...

*lamaga! gracias.

Anónimo dijo...

Aeropuerto de Córdoba, viaje a Brasil, me pasó exactamente eso que Ud relata, era en verano, no tenía otra prenda para ponerme; lavé la camisa y la sequé con el aire del secamanos electrico. Los tipos me miraban sin comprender, eso creo.
La gran diferencia entre un Escritor(Ud.) y un lector (yo) es la maestría literaria para contarlo.
Alberto