La enfermedad, cualquiera, genera en el portador el deseo de resistencia, de lucha, de victoria contra el agresor de turno.
Tiempo después, el portador descubre la futilidad de su esfuerzo, y está dispuesto a conformarse. Que la enfermedad haga lo suyo, pero que, por cortesía, se limite a molestar lo mínimo indispensable.
Como si de un matrimonio se tratara.
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